Pinochet y
el cómic
La
polarización política chilena culminó con la insurrección militar
del 11 de septiembre 1973. La Moneda en llamas, el presidente
Allende muerto tapado por una chalina mapuche. Es la iconografía
del cese histórico. Fundó la etapa de ritos unánimes, con sitios
de detención, exilio y recintos de torturas. 1.800 personas
desaparecerían.
La dictadura
fue en línea recta. La represión era extensa y directa. La gente
estaba amedrentada, los presos martirizados, asesinados y, según
reconoció el Ejército chileno 27 años después, tirados al mar.
Luego, las eminencias grises, inventarían los controles políticos
oficinescos: bandos y decretos y la censura previa hasta el año
1983. La distribución en librerías y kioscos fue controlada, así
como lo fue todo el quehacer cultural. Era una lógica de guerra,
que es una lógica de la destemplanza.
En Chile
había un extenso movimiento de cómics que se apagó repentinamente.
La editorial Quimantú fue allanada por los militares: Le cambian
el nombre por Gabriela Mistral, se exoneran a 800 trabajadores de
los 1.600, el general (R) Diego Barros Ortiz es designado gerente
general, en el año 1977 la empresa es subastada y adquirida por un
empresario privado, y en 1982 las maquinarías son rematadas.
El primer
número de la revista Ganso, para vivir a mandíbula batiente,
se publicó días antes del golpe militar, el día 5 de septiembre,
por Quimantú y dirigida por Antonio Rojas Gómez. Eran chistes para
adultos de los grandes dibujantes nacionales como Fantasio,
Alberto Vivanco, Hervi, Palomo, Themo Lobos, Gin, Carso, Vicar,
Luis Cerna, Nato y Pepe Huinca. Ganso sobrevivió hasta el 10 de
diciembre de 1973.
La tesitura
de la época se sintetiza en una anécdota que circula desde
entonces: En 1974,
Mampato,
la revista de cómics de mayor prestigio nacional, estuvo a
punto de ser requisada en la imprenta. La razón era una sinrazón
de mala conciencia: Mampato traía un amplio reportaje sobre
¡...gorilas! Revistas símbolos como El siniestro Doctor Mortis
murió en 1974. Mampato dejó de aparecer en enero del 1978.
Barrabases dejó de publicar en 1979. En ese mismo año 1979,
la editora Gabriel Mistral editó Jappening, basado en un
programa de TV; aparte de ese ejemplar, publicó sólo materiales
extranjeros. Suma y sigue: las editoriales más importante como
Lord Cochrane y Pincek dejaron de publicar revistas chilenas. Se
limitaron a importar historietas extranjeras. Esos son los hechos.
Algunos dibujantes aislados pueden presentar sus monos en diarios
y revistas, tales como Percy, Hervi y algunos otros.
Quedaron dos
gotas en el desierto. La revista La Bicicleta desde el año
78 se dedicó a la promoción de la acción artística alternativa,
principalmente, de la música del Canto Nuevo, un movimiento de neo
folclor, y a las actividades de la Agrupación Cultural
Universitaria. En el número dos apareció una historieta del
personaje Supercifuentes de Hervi, un superhéroe nacional, bien
intencionado, al estilo Chavo del Ocho, que todo le termina mal.
En 1980 el
diario La Tercera presenta su suplemento dominical
Historietas, asesorado por Vittorio Di Girólamo, en el que
reaparecen Themo Lobos, Mario Igor, Vicar, Julio Berrios, Pepo,
Manuel Cárdenas y Juan Francisco Jara.
Así se
cierra esta década falaz.
La aperrada vanguardia del dirty cómics en los 80.
En los años
80 germinó un aperrado motín cultural. Los artistas, apurados por
el rigor -no podía ser de otro modo- estaban tatuados por su
condición de alternatividad y polémica y, también de afectación.
Era una cultura de los márgenes, era el underground
chileno. Los artistas, nutridos en las supersticiones del tiempo,
inician su ajetreo con la conciencia de ruptura. Hay un poco de
pesadilla y de patético, a la vez, de misticismo o de insomnio, en
el ambiente. El artista como hechicero o taumaturgo. Esto, al
parecer, ocurre con todos los géneros artísticos.
Todo muy
anárquico y antisistémico.
El
underground o dirty cómics
Ya dijimos
que “Supercifuentes, el Justiciero”, un cómic de Hervi, inaugurado
en el número 2 de la revista La Bicicleta en 1978, fue el
primer icono de esta época. Ya en los años 80 la novel generación
había buscado una trinchera nervuda: un cómic contestatario,
intuitivo e inquietante. Manifiestamente desecharon lo pusilánime.
No soportaban el puritanismo cínico del ambiente predominante.
Decidieron arreglárselas consigo mismo. No tenían ya la más leve
fe en que algo pudiera ocurrir fuera de ellos. No necesitaban
banderas. El cómic chileno, en su mayoría, optó por un perfil
intrépido: se alimentó de la pródiga tradición de cómics
transgresores y eróticos.
La
influencia más directa venía de la “movida española”. Alfonso
Godoy vivió en España y trasladó los conceptos españoles a la
revista Matucana. Los directores de la revista Trauko,
Pedro Bueno y Antonio Arroyo, eran dos españoles también.
Intentaron romper con el prejuicio de identificar los cómics con
sólo de aventuras o la producción infantil. La marginalidad
impuesta le dio un tono latente de protesta y disconformidad. La
sensibilidad de los pimpollos era bastante ahogada. Deseaban
desatarse.
Cómics
perros
La
antropología de esta onda comenzó con Tiro y Retiro (1983)
una revistilla que ya anunciaba la nueva escuela: Obras de autor
para adultos. Tres fans de la historieta Carlos Gatica, Lucho
Venegas y Udok, se declararon antisistémicos. Con periodicidad
irregular, hecha en fotocopias y presentando material irregular,
publicaron Beso negro en 1984
Con una
línea editorial más ligada a las experiencias españolas apareció
Matucana en 1984. Esta publicación se debe mayormente al
esfuerzo de Alfonso Godoy (quien había, efectivamente, estado en
Barcelona y colaborado con la revista Bichos); luego surge
Acido en 1987, iniciativa que parte de un grupo de amigos:
Pablo Alibud, Daniel Turkieltaub, Osvaldo Sacco y Charles Smith, y
logró las bases para una concepción de revista nueva en el medio.
Incluyó colaboraciones de Udo Jacobsen Camus y Jorge Montealegre
Iturra en torno al estudio del cómic. Sólo salieron 3 números.
Trauko:
el tótem de los desavenidos, 1988
Una trupp
de “comiqueros malditos”, con la influencia de la “movida
española”, traen a Chile todo el desenfado y lo contestatario que
soporta el papel. Sus directores eran dos españoles Pedro Bueno y
Antonio Arroyo que, influenciados por autores mayoritariamente
europeos, se instalan en el paisaje artístico chileno. Durante los
primeros números piratean material extranjero para luego
incorporar a artistas nacionales. Por su permanencia en el mercado
-publicaron 38 números- cimientan el camino, y logran un punto de
encuentro y de referencia de la tendencia under que sentía
su desapruebo con el Chile que veían y lo que la dictadura
representaba. Recordemos a autores como Martín Ramírez y su
“Checho López”, Lautaro Parra con “Blondie”, Karto y su “Kiki
Bananas”.
Clamton
Uno de sus
colaboradores es Clamton (Claudio Galleguillos) un dibujante
original, surrealista, con páginas llenas de paisajes del
subconsciente, mundo poblados de esporas, flores espinudas y
amapolas y un peculiar estilo de intuir la muerte. Clamton fue una
de las figuras más talentosas del cómic chileno que floreció
durante los años 80 en Chile. Publicó sus particulares historietas
en las revistas de cómics Matucana y Trauko. La
editorial Trauko fantasía publicó, en el año 1990, su álbum
Clamton, Planetas, cerebros & Atomos. Clamton desapareció
tempranamente el año 1994.
Otra Opción: Bandido 1988
La segunda
opción fue la chifladura de un joven editor llamado Javier
Ferreras, quien proporciona Bandido, un magazine que no
contenía ni pornografía ni temas tan políticos y abastecía una
gran parte de autores que deseaban ver obras de otro corte
distinto a Trauko. Comienzan con aventuras y luego se
concentran en la ciencia-ficción. Aquí encontramos al ingenioso
Gonzalo Martínez, el metálico Maraboli, el detallismo de Martín
Cáceres y las colaboraciones permanentes de Máximo Carvajal.
Los noventa,
una estación light
Al inicio de
los años noventa, nuevos dibujantes fustigaron con entusiasmo la
violencia, el sexo y la política de los dirty cómics de los
80. Un ejemplo, Jucca, el creador de Anarko, dijo: «Matucana y
Trauko firmaron su sentencia de muerte ya que salvo excepciones
mostraban sólo sexo, violencia y garabatos.» Había un manifiesto
tácito: ahora se haría otra cosa. ¿Y qué hicieron?
Primero, se
encriptaron, dibujaron historias en colmo crípticas. Fue una
tendencia a la beatería. Algunos se embotellaron en tribus y en un
deseo de inscribirse aprisa en una quimérica red comercial.
Mendigaban visibilidad social. Quizás por eso, la era comenzó con
los media event, “salones” y “festivales” de cómics, un
modo de mostrarse y hacer marketing directo. Segundo.
Pensaron más en como abrir el mercado, que en como encantar a los
reales amantes del arte. Procuraron obras que no aventaran al
empresario y su posible aporte en publicidad. ¿Y qué fue? El
charla se banalizó. Los empresarios no apoyaron. Las ediciones
fueron irregulares. En resumen: el círculo vicioso de la
indigencia no se rompió. No era falta de talento. Al parecer no se
tomaron en cuenta los antecedentes
Mas, como
siempre ocurre en el arte, la balanza se equiparó con los grados
de autenticidad y de esmero de los proyectos. Desagraviemos
primero al cuma Pato Lliro de Christiano. Editado en
fotocopias y repartido de
mano
en mano, realizado por Cristiano y los hermanos Miguel y Rodrigo
Higueras, era, digámoslo, una humilde gaceta artesanal. Pato
Lliro tuvo otras revistas: Crónicas del Barrio Sur
(1983); Saltando paredes, Pateando piedras (1995). Los
fanzines de la Abuela Fuentes de Asterisco estaban en la
misma línea. La abuela anda en motoneta y maltrata sus nietos. La
marginalidad y desesperación de esos monos era agobiante; su
autenticidad, verdadera.
Rescatemos.
Francisco Conejeras levanta una publicación satírica: La Mancha
/ El Carrete y sacan 9 números. El talentoso Jorge David creó
la Editorial Dédalos para entrar en el mercado con nuevas técnicas
digitales en el dibujo y nuevas promociones mercantiles. Al
comienzo, en el segundo piso de la calle Isabel Riquelme 545 de
Providencia, Dédalos parecía una real casa editorial con
mackintoshs y diseñadores jóvenes. Parecía que daría que hablar.
Dio que hablar. Animó la conversación y generó expectativas,
aunque sin mucho espesor. Publicó Sicario, Tiro de
Gracia, Rayén, Salem y Medianoche.
Rescatemos.
Javier Ferreras, creador de Bandido, volvió a la carga
junto a Mauricio Herrera y se inscriben con Diablo en el
año 1996 y Avatar con guión de Ferrera y dibujos de Juan
Vázquez. Rescatemos algunos fanzines: Dianoia de Guillermo
Progro y Klaudio Huenchumil, Límite de Cristián Pérez,
Experimental comics dirigida por Jucca, entre muchos otros.
Surgió una trupp que ostentaba potencia: Ficcionautas. Publicaron
una revista Oxígeno, pero solo un número.
Apareció
La ruta de los Arcanos del colectivo Ergo cómics. Un ejemplo
potente. Salió la influencia manga, cómics japonés. El cultor más
tenaz es Fyto Manga, popularizándolo a través de fanzines,
talleres y programas de televisión como Bakania. Otro es Gustavo
Durán, autor de línea precisa y modulada que edita StarBoards.
En 1988 una
trupp de Puerto Montt editó Meliwaren (cuatro
guarenes), la primera revista virtual chilena de cómics. Meliwaren
es un clan puertomontino integrada por cuatro guarenes: Renzo
Soto, Gonzalo Jaramillo, César Maldonado y Walter Velásquez.
Meliwaren se convirtió, con su permanencia en la red, en una
obligada visita para los fieles. Luego ingresaron nuevos sitios de
cómics a la red:
www.huemulin.cl,
www.womics.cl.
En fin,
redimamos los intentos organizativos: la creación de la Escuela de
Cómics y Animación dirigida por Jacobsen en el Instituto Arcos.
Segundo, la creación en el año 1988 del Centro Nacional de Cómics
en San Miguel con su concurso nacional y su revista anual Solo
Cómics. Su plan más vital y novedoso, de efecto masivo, es el
Parque del Cómics Chileno y la instalación de la escultura de
Condorito en la populosa comuna de San Miguel.
Eso fue. Los
noventa. Una estación light.
Continuismo y confusión
Hemos
comenzado la década con un sentimiento generalizado de desazón.
Los proyectos
no maduran, las editoriales no se interesan, las instituciones
hacen la vista gorda. Los dibujantes luchan, qué alternativa
tienen. Y luchan con sus revistas autogestionadas. En eso está hoy
el cómics chilenos. Sin lograr desplegarse, a pesar de los
esfuerzos. Pasado treinta años desde la época de oro del cómic
chileno, este no se recupera mayormente.
Durante los
años del 2000 lo más impactante del cómic nacional fue la película
de animación sobre Mampato, uno de los personajes más
iconográficos del país, un filme animado inspirado en las
historietas de Themo Lobos.
Han salido a
kioskos otras revistas como Avatar; la rockera
Abuela Fuentes de Asterisco; los libros El Antipoeta
Sanhueza de Christiano y Fragmentos Terminales de
Carlos Reyes; la parodia Harry Potto Botella de Jucca y
Marko Torres; la revista Huemulín de Galo, y un nuevo
ejemplar de la revista Sólo cómics del Centro Nacional de
Cómics. Rodrigo Salinas Marambio publicó Arturo Prat is
not dead y Los viajes de Massachussets de la editorial
Nueva gráfica chilena, con el apoyo monetario del Estado, vía
Fondo de Arte y Cultura. Chancho Cero, es un libro con
historietas del suplemento Zona de Contacto del diario
El Mercurio, narra las aventuras de la Escuela de Lobotomía,
con personajes como el Moco Soto o el Decano Avellana, de Pedro
Peirano. Página 3 es un libro compilatorio de chistes
diarios de Jimmy Scott, que también edita diario El Mercurio. |