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ROBIN WOOD EN ESPAÑA: LA REVISTA MARK 2000. Con licencia para escribir


Texto de Iván Olmedo.

[ Cubierta del número 1 de Mark 2000, con ilustración predominante de Alfredo de la María y referencia a todas las series de RobinWood que se ofrecían en el interior. Haga clic para ampliar, al igual que sobre el resto de imágenes del texto. ]


Su nombre es Wood, Robin Wood, y posiblemente se trate de uno de los guionistas de tebeos más prolíficos que hayan existido nunca. Nació en Nueva Australia, Paraguay, en 1944; no cometeremos el error habitual de identificarlo a ojos cerrados como argentino –lo que solemos hacer con demasiada frecuencia al tratar con nombres de un buen número de escritores sudamericanos de historietas–, aunque la mayor parte de su producción la haya desarrollado para este país / monstruo de las viñetas, en la famosa y populista Editorial Columba.

Wood es uno de esos creadores vitales a la antigua usanza: aventurero, viajador, aprendiz de millones de disciplinas y maestro en algunas de ellas. Kárate, paracaidismo, pesca submarina, boxeo, artes culinarias... un “self made man que ha visto mundo y se las ha apañado igualmente para escribir miles de argumentos entre Australia y California; entre España y Hong Kong. Su desorbitada producción le ha proporcionado éxito y dinero; aunque sigue siendo un autor casi en la sombra, casi de culto pagano, eclipsado totalmente en los papeles por los grandes nombres tales como Trillo, Oesterheld o Pratt. Circulan por ahí algunas ideas acerca de la maldición del éxito continuo; del poco respeto que se suele conceder a los autores de fondo que demuestran poseer unas dotes especiales para crear rápido y bien. Para urdir argumentos en cine, TV, teatro y tebeos; para mantener un ritmo mefistofélico durante más de treinta años de profesión. Quizás, al final, lo único que importe sea echar un vistazo atrás a esa brillante carrera; apreciar el peso de la obra entre los aficionados y la trabajada suerte de mantenerse en el camino durante décadas. Eso es lo que ha conseguido Robin Wood, y eso es lo que importa. Laureado con el prestigioso Yellow Kid por el conjunto de su obra, no estamos de todas formas ante un caso perdido más en este injusto mundo de la historieta: la figura de este titán de la creación masiva será poco a poco reivindicada y apreciada en su justa medida. Tan sólo un poco más de atención a su obra desde distintos enfoques puede lograr esto. Y parece que el tiempo acabará por poner las cosas en su sitio.

Esos personajes...

Wood, creador de decenas de personajes con nombre propio que en su mayor parte han significado grandes cifras de ventas y dilatadas series con montones de páginas acumuladas, dio salida a algunos de ellos en las páginas de Mark 2000, efímera revista editada por la Editorial Wood, ubicada en Marbella durante el año 1984. En un interesante y clásico formato que ofrecía una de las series a color (alternándose) y el resto en blanco y negro, el grueso de la publicación estaba formado por seis series propias de Wood –que repasaré a continuación– aunque también se incluyeron algunas historietas sueltas de buen nivel, humor gráfico de Caloi o Bróccoli y reportajes de temática diversa. A partir del número seis apareció “La Voz del Prójimo”, una breve sección de correo, y ya casi al final de su existencia, también una sección de noticias. Con todo, seguramente el detalle más controvertido y extravagante de la revista fue la inclusión en cada número de la fotografía a toda plana y color de una joven muchacha en pose erótica y semidesnuda: la página llamada “Las Muchachas de Mark”; poco más que una anécdota pícara quizás contagiada por el cálido ambiente marbellí. Mark 2000 feneció en su octavo número, curiosamente en un momento en que la revista parecía encontrar un camino a seguir, con el asentamiento de las series estrella y la promesa de nuevos personajes y autores en el horizonte. Una auténtica lástima, pues tanto guionista como dibujantes nos demostraron poseer un talento envidiable para la creación de excelentes cómics que, sí en otros países como Italia o la propia Argentina, continúan teniendo su público fiel. Quizás la Mark 2000 marbellí no quede más que como otra de las innumerables aventuras corridas por el hombre de mundo y magnífico escritor que nos ocupa.

MARK. Ciencia ficción con moraleja

No se trata del personaje más carismático de los imaginados por Wood, o igual valiera decir que todos sus personajes gozan de gran carisma, con los distanciamientos lógicos entre ellos. Quizás –y esto es conjetura– su puesto de titular de la publicación tenga mucho que ver con el extraordinario auge del género de ciencia ficción en los cómics durante esa década de los ochenta. Así, con el evocador añadido de ese 2000 que ahora nos parece ya tan atrás en el tiempo y nuestra vida, se confeccionó el título de la revista.

Efectivamente, las aventuras de Mark se desarrollan en un típico futuro posnuclear: el mundo ha sido barrido por una hecatombe atómico / bacteriológica, y la mayor parte de la humanidad ha muerto o ha mutado de forma horrible. Sólo 10.000 niños de piel blanca y cabellos claros (¡!) han podido ser preservados del desastre, encerrados en una ciudad / cúpula de enormes proporciones. De esta forma, actúan en el teatro devastado en que se ha convertido el planeta por una parte, los orgullosos y distantes habitantes de La Ciudad; por otra los Mutantes (auténtico punto de referencia de la serie) y, por último, algunos humanos “normales” que milagrosamente han escapado a su suerte, sea esta cual fuere, entre los que se encuentra el propio Mark. Wood dispone un escenario más bien poco sutil para relatar sus historias: establece un sistema de clases enfrentadas que disputan por sus mismas vidas. Los Mutantes, usados como cazadores de humanos por los de La Ciudad, sirven en última instancia a sus propios intereses; los humanos libres son incapaces de organizarse en bien de su supervivencia... Mark, un antihéroe solitario con el aspecto y los modales de un Conan del futuro, cruza su camino con diversos personajes que, en el fondo, son los que van trazando las historias. Él es un hombre adusto, el superviviente nato que hemos visto ya en tantos tebeos de acción. Sin olvidar ésta, Wood teje historias que contienen grandes dosis de metáfora desesperanzada, casi siempre recurriendo a la moraleja más evidente, aunque no por ello las historietas dejan de ser enormemente entretenidas.

Los dibujos están a cargo de Ricardo Villagrán, un siempre eficaz historietista de formas clásicas y realistas que narra en viñetas estupendamente y casi nunca se deja llevar por los excesos artísticos. Cumple su labor a la perfección, dejando en el lector el buen sabor de boca de un tebeo competentemente trazado.

JACKAROE. Western melancólico y existencial

Jackaroe es un “indio blanco”, un hombre sin nombre criado por los apaches que, ya entrado en la madurez, sigue su camino particular a través del peligroso final del siglo XIX en el Nuevo Mundo, lo que se ha dado en llamar brillantemente Salvaje Oeste. Arquetipo del cowboy solitario dotado de un código moral muy propio, en el que la justicia toca a todos por igual, Jackaroe es un jinete pálido (lo siento, no puedo evitar una referencia tan evidente) que vive su existencia a uña de caballo en el fragoroso mundo que le ha tocado vivir, encontrando en su camino toda clase de rufianes, fulanas, desheredados y personajes de buena fe entre los que va, poco a poco, forjándose una leyenda. En esto podemos apreciar fuertes coincidencias con otras figuras legendarias que el género ha dado. Las narraciones de Wood para este personaje tienden a la poética, con una leve aura de misticismo, tal como –en el fondo– el western bien concebido ha sido capaz de demostrar en muchas ocasiones. Las historias vistas a través de los ojos de Jackaroe nunca son historias cómodas ni superficiales, una gran carga de emotividad subyace en todas ellas. Con todo, en ocasiones hay espacio para la comedia, como en los spaguetti western popularizados por Leone e imitadores; comedia que gira hacia el drama en cuestión de pocas viñetas.

Wood escribe esta serie bajo uno de sus seudónimos, Robert O’Neill, y el dibujo, muy característico, es de Juan Dalfiume, italiano emigrado a la Argentina a muy temprana edad. Dalfiume es un artista vigoroso, contundente con el pincel, y que trata las luces y sombras de forma que aparenta cierto descuido, aunque muy coherente. Sabe dotar de gran atmósfera al cómic y su personalidad a la hora de dibujar al “indio blanco” es indiscutible, de hecho, se me hace muy difícil imaginar al personaje en manos de otro artista.

DAGO. Intriga histórica y vengativa

En la convulsa Venecia del siglo XVI, el joven y bullicioso Cesar Renzi se ve envuelto en una oscura trama de intereses políticos y personales que lo llevan a ser traicionado por su amigo, el conde Barazutti, apuñalado literalmente por la espalda y dado por muerto. Recogido en el mar por los turcos; el nombre de su familia defenestrado en Venecia y él mismo desaparecido del todo para el mundo en que habría vivido, se convierte en el esclavo Dago, sobreviviendo como remero en las galeras otomanas; rumiando sus planes de venganza y aprendiendo a tratar con gentes de toda clase y condición.

Dago forma, junto con Mark y Gilgamesh, la tripleta de personajes publicados en todos y cada uno de los números de la revista y es, posiblemente, uno de los mejor trazados. A esto contribuye no poco el soberbio trabajo de Alberto Salinas, hijo del gran artista bonaerense José Luis Salinas. Alberto domina la caracterización de personajes, un enorme talento para la anatomía correctamente proporcionada, y sus detallados dibujos de ropajes, barcos, edificios y en general toda clase de parafernalia, resultan muy de agradecer. Sus páginas contienen una media de 7 a 9 viñetas, elaboradas y detalladas, pero nunca abigarradas. Él ha hecho del mundo de Dago un lugar creíble en viñetas.

Las tendencias literarias de Wood a la hora de escribir sus guiones se ven perfectamente reflejadas en esta serie, con unos textos de apoyo –sobre todo en inicio y desenlace– muy interesantes. Los diálogos son, asimismo, ligeros a la vez que consecuentes con unos argumentos propios de los dramas más clásicos, donde se dan cita frecuentemente pasiones, venganzas, odios y sentimientos encontrados, reflexiones incluso, dejando el obligado espacio para la acción y las escenas de lucha, todo ello en un cómic con un tono tremendamente serio y realista, puede que uno de los logros más completos de Wood como escritor.

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[ © 2003 Iván Olmedo, para Tebeosfera, 031019  ]