Es probable que muy pronto no se justifique la inclusión de Kim Deitch
en el conjunto de los grandes historietistas olvidados, o por lo menos
no reconocidos como corresponde. La reciente edición de Boulevard of
Broken Dreams por Pantheon Books, la subsidiaria de Random House que
ha editado el Maus de Art Spiegelman y el Jimmy Corrigan
de Chris Ware, pone a Deitch en un espacio de visibilidad que no había
ocupado nunca. Si el mercado editorial y el público lector de los
Estados Unidos (y de las restantes provincias del imperio) no están
completamente desquiciados, en unos años estaremos hablando de Kim
Deitch como de uno de los más grandes autores que haya dado la historia
de la historieta.
Por ahora, sin embargo, y más allá del reconocimiento que pueda suponer
una edición, basta revisar los catálogos de Fantagraphics, la editorial
de Deitch desde hace años, para comprobar que sus libros y revistas se
agotan muy lentamente, casi no se reeditan, y no se recopilan sus
producciones dispersas. A mucha distancia de estrellas de la historieta
alternativa como Clowes, los Hermanos Hernandez o Ware tanto como de sus
compañeros de la primera generación del underground (no sólo
Crumb, sino también Clay Wilson, Spain o Shelton), Kim Deitch ha venido
produciendo desde fines de la década de 1960 una obra de una complejidad
y una riqueza pocas veces igualada, rodeado por el silencio y el
desinterés.
Kim Deitch es hijo del animador Gene Deitch, y creció en el mundo de
animadores que representaría años después en Boulevard of Broken
Dreams. El dato biográfico no es marginal, puesto que su obra ha
recibido una fuerte influencia del cine de animación de las década de
1920 y 1930, que Deitch consumió en la televisión de los años cincuenta.
A mediados de la década de 1960 estudió arte en Nueva York aunque, según
sus palabras, estaba más interesado en fumar marihuana y conocer chicas,
lo que lo pone a tono con los tiempos. En 1967 comienza a colaborar en
The East Village Other, un periódico alternativo de Nueva York,
con historietas psicodélicas, lo que significa principalmente cierto
diseño de póster y una buena dosis de inconsistencia narrativa. Realizó
el viaje iniciático a San Francisco, propio de la contracultura
norteamericana en los sesenta, y fue un protagonista menor del boom
de los comix underground que explotó a fines de los sesenta y se
agotó a principios de los setenta, pero que enseñó a una generación de
norteamericanos que existía un espacio artístico, pero también
comercial, para historietas dirigidas a un público adulto y producidas
al margen de los condicionamientos de las grandes empresas editoriales.
Es posible que la obra de Kim Deitch no haya recibido la atención que
merece por cierto desajuste con el ritmo general de desarrollo de la
historieta norteamericana: comenzó a crear sus mejores historias cuando
ya el fenómeno del comix underground era un recuerdo, pero antes
de que surgiera con cierta coherencia un campo de historietistas
"alternativos". Cuando a fines de la década de 1980 comienza su período
más productivo, el de la obra mayor, no es un autor revelación que pueda
entusiasmar a un público que busca novedades o a críticos que buscan ser
los primeros en llegar a algún lado, pero tampoco es un clásico con una
obra y una reputación a sus espaldas. Esa obra mayor comienza con sus
colaboraciones en la revista Raw, dirigida por Art Spiegelman, y
Weirdo, dirigida por Robert Crumb primero y por Peter Bagge
después, y con las historietas serializadas en L.A. Reader y
L. A. Weekly (Hollywoodland y A Shroud for Waldo, recopiladas
en libro por Fantagraphics). En 1991 publica en Raw "Boulevard of
Broken Dreams", inicio de la historia que terminaría en 1994 con la
serie de comic books Waldo World y que recopiló Phanteon Books en
2003. Ha publicado dos obras extensas en la antología Zero Zero (The
Extrange Tale of Molly O'Hare y The Search of Smiling' Ed), algunos
comic books sueltos y multitud de historietas dispersas en antologías.
Las razones que hacen de Kim Deitch uno de los autores mayores que ha
dado la historieta norteamericana son de distintos órdenes. Tienen que
ver con su uso de los recursos específicos del lenguaje de la
historieta, por un lado, y con la producción de una obra ambiciosa y
coherentemente elaborada, por otro.
Kim Deitch es un dibujante extraño. Organiza los dibujos mediante trazos
muy finos y continuos, de línea poco
modulada, con un sombreado de líneas cruzadas que aplana las imágenes.
Sus
diseños de página suelen ser complejos, con una importante cantidad de
viñetas y con un muy alto nivel de detalle. Su estilo deriva en buena medida, como
quedó dicho, del cine de animación de las décadas de 1920 y 1930, del
cuál toma en ocasiones el recurso al antropomorfismo de animales,
objetos y hasta letras en los títulos, exasperándolo hasta la
alucinación. La primera impresión ante sus páginas es la de un conjunto
abigarrado, incluso un tanto difícil de leer, pero esa impresión se
diluye al momento en que se sigue la sucesión de viñetas: la enorme
complejidad de sus historias, que suelen ir y venir en el tiempo y
alternar enunciadores en un juego de cajas chinas, da cuenta de sus
habilidades como narrador. La que probablemente sea hasta el momento su
obra más importante, recopilada como Boulevard of Broken Dreams,
acompaña a sus personajes desde principios de siglo, con la naciente
industria de los dibujos animados –y un personaje inspirado en Winsor
McCay– y termina en la década de los noventa. En ese período se las
arregla para contar con perfecto control la historia triste de Ted
Mishkin, su creación Waldo the Cat, que lo acompaña sin que sepamos si
es una visión de alcohólico o un personaje real, y una larga serie de
personajes a lo largo de tres generaciones. Y lo que resulta
particularmente interesante es que, contra lo que suele ocurrir, la
complejidad de esas historias se apoya en algunas características
particulares de la historieta como lenguaje.
La primera cualidad es la facilidad que la narración a través de dibujos
ofrece para volver verosímil una historia. No es ajena a esta
característica la popularidad del género de superhéroes, que es casi
inexistente en otros lenguajes. La posibilidad de representar con los
mismos medios y las mismas cualidades gráficas lo real y lo irreal –algo
que en el cine, por ejemplo, sólo es posible a partir del desarrollo de
los efectos especiales y en particular de la imagen digital–, permite
colocar ambos mundos en un mismo plano. Así, el gato Waldo puede
conversar sin mayor escándalo con Ted Mishkin, en su casa o en el
sanatorio psiquiátrico, o puede pasearse con Cristo entre homeless
(en A Shroud for Waldo) y las sórdidas historias de Al
Ledicker y su feria de atracciones pueden mezclarse de un modo
perfectamente natural con la visita de minúsculos extraterrestres o con
las desventuras de un cerdo demasiado grande para saltar desde un
trampolín. Una característica de sus historietas es, justamente, el
cruce entre delirios de todo tipo –que suelen tener que ver con zonas
muy marginales de la cultura de masas norteamericana– con personajes que
cumplen con un verosímil realista en la construcción de sus psicologías.
Otra cualidad propia de la imagen fija es que sus elementos no se
focalizan de modo expreso. Aunque la composición puede subrayar algunos
elementos, no es completamente evidente cuál es la jerarquía de
importancia de cada uno. La imagen dibujada se pone en un punto
intermedio entre la literatura y la imagen fotográfíca y fílmica. En una
película, por ejemplo, aún la puesta en escena más cuidadosa deja
elementos insignificantes, puros indicios de la existencia del objeto en
el set que se filma, mientras que por el contrario, en la escritura, y
según la fórmula de Roland Barthes, «todo lo que está anotado es, por
definición, notable». En la historieta, en cambio, el valor de cada
elemento dentro de una viñeta sólo puede decidirse si el elemento se
recupera en las viñetas sucesivas. El dibujo puede detener su afán
descriptivo en cualquier momento, según decisiones estilísiticas del
autor o condicionamientos del género, y esos detalles pueden tener un
sentido o ser sólo marcas del afán representativo. Dado un dibujo, y en
particular dibujos tan ricos en detalle como los de Deitch, cada
elemento puede ser tanto un dato incidental, con un valor puramente
descriptivo, o un elemento nuclear de la historia. Sobre la base de esta
indefinición, Deitch sustenta la posibilidad de mostrar multitud de
elementos que cumplirán una función nuclear en el futuro –incluso, y muy
habitualmente, en otra historieta– sin entorpecer el desarrollo de lo
que se cuenta en el presente. Esta capacidad de mezclar con la historia
presente datos en apariencia sin importancia que se recuperan en otras
historietas es central en la obra de Deitch, que a lo largo de los años
se va organizando como un todo de una coherencia notable. Art Spiegelman
ha notado como a lo largo de los años las pequeñas historias que
iba produciendo Deitch conformaban una "cosmología".
Básicamente, ha venido desarrollando dos sagas. Una centrada en Al
Ledicker, un sórdido dueño de circo de atracciones, narrada desde su
infancia (en la notable Is no Business like Show Bussines,
contada completamente a través de afiches de circo que ocupan toda la
página) hasta su muerte y el destino de su esposa, visita extraterrestre
incluida. Y su personaje más famoso, el gato Waldo, aparecido en
diversas historietas desde los setenta como una versión viciosa de los
gatos negros de dibujo animado de la década de 1920 (de los cuales Felix
es un ejemplo entre otros), terminará siendo un demonio, reencarnación
de Judas Iscariote, en la demencial A Shroud for Waldo, y la
creación (así como el perverso "amigo imaginario”) del animador Ted
Mishkin. Lo notable es que detalles incidentales en unas historietas se
revelan como indicios para las siguientes. Cabe pensar incluso que el
recurso ha conspirado contra la fama de Deitch, puesto que es habitual
que se establezcan enlaces en historietas publicadas en medios distintos
y separadas por muchos años: el ejemplo más claro es la historieta "Mrs.
Holla and the Magic Ring", publicada en Weirdo en 1989 (y en la
que Waldo no aparece) cuya historia se completa en la citada A Shroud
for Waldo, serializada en L.A. Reader. La relación sólo surge
en la recopilación editada por Fantagraphics (¡en dos libros
diferentes!) en 1992. Lo que se revela a medida que aparecen más
capítulos de estas narraciones fragmentadas, es que Deitch está
produciendo una obra coherente de una ambición muy poco común en un
medio como la historieta, cuyas prácticas comerciales suelen limitar la
producción a ambiciones de corto plazo.
Otro elemento hace de la obra de Deitch una experiencia perturbadora.
Deitch utiliza los modos de la historieta autobiográfica, que se
convirtió en un género en sí mismo, incluso con sus automatismos, y que
fue por momentos dominante en el campo underground o alternativo,
para entretejer sus historias descaradamente inverosímiles con la
realidad. Así, por ejemplo, aprovecha un espacio externo a las
historietas (un paratexto, dice la jerga) para incidir en el relato. En
el texto preliminar a la recopilación All Waldo Comics cuenta una
historia de infancia, en que su padre lo lleva a la casa de un animador
fracasado (en que adivinamos la figura del Ted Mishkin de Boulevard
of Broken Dreams) que termina en unas alucinaciones que incluyen al
gato Waldo y al origen de sus historias. En una de sus últimas
historietas, el comic book The Stuff of Dreams utiliza un
recurso muy típico, que consiste en multiplicar los enunciadores que,
como en un cuento de las mil y una noches, cuentan historias dentro de
historias. En este caso, comienza el propio Deitch, como personaje,
hablando de su gusto por los mercados de segunda mano y los hallazgos
que ahí obtiene, tales como fotos de antiguas películas o los gatos
negros de juguete que colecciona su esposa. Este relato se interrumpe
con la voz de un vendedor, que cuenta un viaje en barco en el que a su
vez otro marino le cuenta su experiencia como náufrago en una isla
tropical, un paraíso destruido por la llegada de un gato demoníaco,
siempre Waldo, que convirtió a los indígenas en fabricantes de juguetes
con su imagen, uno de los cuales será el objeto de deseo del matrimonio
Deitch. La revista cierra con una oferta perfectamente verosímil de 1000
U$S para el lector que pueda venderles uno de esos gatos de juguete. De
narrador en narrador, el salto a lo real.
Para terminar, me
interesa pensar cuáles son las condiciones de posibilidad de una obra
cómo la de Kim Deitch. Más allá de algunos autores particulares, sobre
todo de la figura de Robert Crumb, la herencia fundamental del comix
underground tiene que ver con la capacidad de generar un sistema de
producción impensable en el ámbito de la historieta norteamericana, con
sus prácticas de explotación sistemática de los artistas. Los comix
underground demostraron que era posible producir sin las
restricciones temáticas, formales y de tiempos de producción
existentes, y de esa herencia surgió la posibilidad de que veinte años
después salgan a la luz las mejores obras de toda la historia del cómic
norteamericano, de las cuales las de Deitch son ejemplos sobresalientes.
Aún sus defectos, como la repetida imposibilidad editar con regularidad
las publicaciones, dan cuenta de que se trata de un modo de producción
que se maneja con otros tiempos que no son los de la revista mensual y
el retorno del capital invertido, sino los de las apuestas a largo plazo
propias de esa actividad conocida como arte.
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