En los días del
ecuador de diciembre de 2003, asistimos al bombardeo mediático de la
detención de Saddam Husein y su consiguiente ejecución pública.
Con “ejecución” no
nos venimos a referir a que haya sido ya ajusticiado, como desea Bush
y un gran porcentaje del revanchista pueblo estadounidense, o que haya
sido juzgado ante un tribunal internacional, como sugirieron muchos
otros analistas con más neuronas que dinamita en el cerebro. No, con
“ejecución pública” me vengo a referir a que ha sido ya ejecutada
simbólicamente su imagen. Y, hoy, la imagen es la configuración del
alma. Y, la caricatura, su captura más precisa.
Las imágenes del
derrocado dictador, en las que aparecía desgreñado y con barba
hirsuta, se han difundido por España con insistencia en todos los
medios, sobre todo con un interés singular por subrayar la idea de que
nos hallábamos ante una de esas noticias / fetiche, las que quedan
retenidas en la memoria y marcan un momento preciso en nuestra
historia personal y en la Historia, en general. En EE UU ha sido
levemente diferente, en el sentido de que este ejercicio periodístico
ha sufrido una escenificación, ha sido orquestado. Allí, la mecánica
propagandística neoliberal (muchas veces patriotera) procuró que la
emisión de esa imagen fuese pertinaz, voraz y desacralizadota. O sea,
había que lograr deponer al dictador, pero también al icono que aún
sobrevivía al abatimiento de aquella estatua metálica flácida. Había
que destruir definitivamente el símbolo. Viene a ser todo lo contrario
de lo que se hizo con la soldado Lynch, que ni fue héroe ni fue
martir, sólo militar accidentada, pero cuya efigie fue elevada a la
categoría de ídolo nacional a falta de otros (incluso se le nombró
Woman of the Year).
Con Saddam querían
algo similar pero a la viceversa: evitar hacerlo mártir, mostrarlo
sucio y mendigo, y enseñar su zulo y su piojos, y enseñar el “después”
destartalado y mísero de su hogar… Qué paradoja que se encorajinase
tanto el gobierno atacante por el descrédito, que no deja de ser
propio: he aquí la ruina en que se halla Iraq, a lo cual contribuimos.
Nos enteramos que
el protocolo de la detención llevaba tiempo, meses, diseñado por los
funcionarios de Inteligencia estadounidenses, cosa normal en los
ejercicios de propaganda militar. Y luego nos aderezaron las columnas
periódicas con fotografías tomadas muy perspicazmente por Mike Nelson
(que distribuyó EFE,
como
la que se muestra anexa a este texto, que puede ampliar si lo desea)
en la que se dejaban retratar sonrientes iraquíes caricatura en mano,
y en la caricatura estaba Saddam apresado tal y como apareció al poco
en la prensa chií de Bagdad. Mientras, en EE UU, una empresa fabricaba
a toda mecha máscaras carnavalescas del Saddam barbado y otra firma
sacó a la venta, apenas a las 24 horas de producirse la detención, una
suerte de muñeco articulado con el aspecto del tirano detenido y
greñudo.
Si es que todo son
símbolos…
A este respecto, al
de los símbolos derribados y al de las imágenes satíricas sobre el
hecho iraquí, nos viene al pelo la lectura del interesante libro
recién aparecido Sufrir a la iraquí, dibujos de Kadhim
Shamhood, editado en 2003 por el sello madrileño Visión Net, el cual
viene a ser el cuatro volumen de dibujos compilados de este autor.
Kadhim Shamhood
Tahir es un extraordinario artista. Iraquí de nacimiento (en Missan),
se licenció en Bellas Artes en Bagdad, donde se matriculó en 1974,
y terminó sus estudios en España en 1975 (en la Universidad
Complutense de Madrid), país en donde permaneció exilado. En 1991 ya
era doctor en Historia del Arte por la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad Autónoma de Madrid, habiéndose especializado en
grabado calcográfico, en pintura mural, en pintura de medallas y en
encuadernación. Desde entonces y durante los años ochenta y noventa,
ha cosechado varios premios como grabador y muralista, ha expuesto sus
grabados y pinturas en Maastricht, Londres, Amman, Nueva York,
Damasco, y en Madrid, ciudad ésta en la que reside. Sorprendentemente,
también ha hecho animación, y la primera producción de este tipo que
se hizo en Iraq tuvo participación suya.
Como autor de
caricatura, humor gráfico y de tiras de historieta humorísticas, su
otra faceta creativa y la que ahora más nos interesa, Shamhood ha
demostrado siempre un fuerte compromiso por denunciar la presión
dictatorial y bélica a la que ha sido sometido su país de origen desde
hace treinta años. El artista ha colaborado con este tipo de obras en
la revista iraquí Mayallati entre 1970 y 1977, con la
publicación de Qum Al Huda, con las españolas Blanco y Negro
(de ABC) y Ya, en 1988. Sus obras de esta índole han
sido compiladas hasta la fecha en cuatro libros, editados por Vision
Net todos ellos –también en árabe-, y de los cuales nadie parece
haberse preocupado demasiado, pese a la guerra allí librada y la
vinculación de su autor con España, salvo por el librero y escritor
Gumersindo Guerra (¡vaya casualidad de apellido!), que prologó el
libro Cosas tachadas por la censura ilustrado por el iraquí.
Decía G. Guerra en
2002, pues, que Shamhood era consciente del poder de penetración
popular de la caricatura, de su cualidad de arte aprehensible doquiera
se manifieste, y por todas las clases populares: «la caricatura es el
arte democrático por excelencia.» No sólo eso, también nos advertía
Guerra de la necesidad de “ilustrar” la denuncia, que en el caso de
Shamhood alcanza también a iluminar obras poéticas de interés
debelador, como la del poeta iraquí Garxad Yamil.
La obra gráfica de
Kadhim, de elemental ejecución, se orienta a simbolizar ideas antes
que a evolucionar estilísticamente. Su fin es plasmar la denuncia de
una situación de invasión brutal [ver la imagen primera de la galería
aneja], comercial y policial por parte de los EE UU en un territorio
bendecido por la deposición sedimentaria de petróleo y gas. Pero
también ha mirado en los intestinos del poder iraquí, y la imagen de
Saddam ha sido insistentemente caricaturizada por Shamhood, al
principio como acaudalado acreedor de los EE UU mientras sumía en el
hambre a su pueblo [imagen segunda de la galería] y luego
paulatinamente como un tirano caído en desgracia.
Es ciertamente
premonitoria su caricatura de Saddam excavando su propia tumba [imagen
3] y lo es el que use el autor siempre como referencia a los EE UU,
como foco de inmundicia e iniquidad, siendo Iraq el objetivo final de
sus intereses geopolíticos a la par que la consecuencia nefasta de una
infausta gestión del presidente iraquí. Con trazos simples, Kadhim ha
ido dibujando (y desdibujando) la evolución de un mito / hombre
durante los años noventa, en lo que constituye el más sintético
ejercicio de reflexión sobre la depravación de un líder y la
depauperación de un país. Y no sólo de eso, el doctor y humorista
exilado también traza un fresco sobre el problema de Oriente Medio,
sacudiendo la alfombra del mundo árabe (cuyo ácaro no deja de
identificar con EE UU), poniendo el dedo en la llaga del problema
palestino, y evidenciando, en suma, la falta de paz y la abundancia de
pobreza en el antes llamado Creciente Fértil.
Shamhood encauza
su línea bajo las influencias de Quino y de Mingote para desembocar en
un particular trazo romo, pero de enorme fuerza, que ha contribuido
una pizca a ir derrocando al megalómano y señalando al imperialista.
Un ejercicio de humanidad dibujada el suyo que más debería producirse,
sobre todo hoy, y sobre el cual deberíamos volver la vista más a
menudo. |