Parménides, Heráclito, Sócrates, Platón, Aristóteles, Séneca, Tomás
Moro, René Descartes, Kant, Bergson, Ortega y Gasset, Mafalda... la
historia ha engendrado una extensa lista de filósofos, de seres
excepcionales que movidos por el acicate de una curiosidad infinita y
una sed insaciable de conocimientos han intentado dar respuesta a los
grandes enigmas del mundo. Mas parece que por el momento, viendo la
brutal trayectoria belicista de la humanidad y la sinrazón aposentada
en su trono de vencedora desde el que domina todos los aspectos de la
vida, sus reflexiones y razonamientos han caído en saco roto. Sin
embargo, a pesar de tan desolador panorama no habría que desdeñar sus
ejemplares esfuerzos; precisamente ahora, por ir el mundo como va
necesitamos de la filosofía más que nunca, tanto como el comer...
bueno, como el comer cualquier cosa menos sopa, claro. Porque si
hubiera que elegir de entre todas una sola enseñanza filosófica, si se
pudieran sintetizar todas las doctrinas del pensamiento en una, si
pudiéramos condensar a modo de comida para astronautas todo el
alimento intelectual que a lo largo de la historia nos han preparado
cocineros del razonamiento en una pequeña pastilla energética con
forma de aforismo, éste sin duda sería «este mundo es una sopa».
Si aceptamos la sopa como líquida metáfora caliente de los males que
asolan al mundo, provocados en su mayoría por la estupidez humana
(como la estulticia religiosa, las conductas venales de los
depositarios de la confianza popular, la injusticia, la guerra, las
armas, el racismo o las absurdas convenciones de los poderosos), el
breve apotegma «este mundo es una sopa» cobra entonces entidad de
axioma irrefutable dicho con indubitable gesto de asco, por esa
filósofa preclara que es Mafalda en la página 624 del fabuloso libro
Todo Mafalda.
Si Platón nos legó el pensamiento de Sócrates a través de sus
Diálogos, la editorial Lumen emulando al creador de La Academia,
nos ilumina con la lucerna de su logotipo reuniendo, en este gran
volumen de más de 600 páginas, todo el universo filosófico del
entrañable y lucidísimo personaje de Joaquín Lavado (Quino) quien,
como dice Gabriel García Márquez en el jugoso prólogo manuscrito
titulado "Quinoterapia" que precede a la obra, «lleva ya muchos años
demostrándonos que los niños son los depositarios de la sabiduría...»
Pequeño prólogo éste que, haciendo honor a Baltasar Gracián,
demuestra, de manos del autor de "Cien años de soledad", que lo bueno,
si breve, dos veces bueno, pues, en apenas un folio nos descubre la
esencia de Mafalda; toda la verdad que hay encerrada en sus tiras:
«Quino, con cada uno de sus libros, lleva ya muchos años
demostrándonos que los niños son los depositarios de la sabiduría. Lo
malo para el mundo es que a medida que crecen van perdiendo el uso de
la razón, se les olvida en la escuela lo que sabían al nacer, se casan
sin amor, trabajan por dinero, se cepillan los dientes, se cortan las
uñas, y al final -convertidos en adultos miserables- no se ahogan en
un vaso de agua sino en un plato de sopa. Comprobar esto en cada libro
de Quino es lo que más se parece a la felicidad: la Quinoterapia».
Tras él hay una profusa cronología de la vida y obra de este otro
Nobel (a estas alturas nadie dudará que en caso de haber un Nobel de
humor gráfico, imperdonable olvido de la academia sueca, Quino lo
tendría), donde encontramos que este genio del humor es un joven de
setenta años nacido en Mendoza, Argentina. También nos enteramos de
que sus padres fueron emigrantes andaluces y que sus primeros dibujos
los hizo inspirado por un tío suyo, Joaquín, dibujante publicitario.
El volumen antológico Todo Mafalda se estructura de la
siguiente manera:
1. Todo Mafalda. De la primera a la última tira.
Comenzamos a disfrutar aquí de la "Quinoterapia": más de quinientas
páginas con todas las tiras de Mafalda publicadas desde que nació en
1964 hasta su despedida, por cansancio de Quino, en 1973, donde
podemos deleitarnos con los comentarios y ocurrencias de esta morena
niña precoz de 6 años que reflejan las inquietudes sociales y
políticas de los años 60 («¡Es terrible ver que a la gente le importa
más cualquier serie de T.V. que el lío de vietnam!», p. 23), o sus
odios, entre los que se encuentran la guerra, el racismo o la
injusticia («Lo malo de la gran familia humana es que todos quieren
ser el padre”, p. 107). También sus pasiones: los Beatles, la paz, los
derechos humanos y la democracia («Cuando sea grande voy a trabajar de
intérprete en la ONU y cuando un delegado le diga a otro que su país
es un asco yo voy a traducir que su país es un encanto y, claro, nadie
podrá pelearse ¡y se acabarán los líos y las guerras y el mundo estará
a salvo!», p. 45).
Junto a Mafalda, como piezas de un engranaje perfecto y con
personalidades muy definidas, aparecen sus inseparables compañeros:
Felipe: soñador, tímido, perezoso y despistado («¡Algún día se dará
más importancia a la cultura que al dinero! ¿Es ingenuo pretender que
la gente aprecie
más la cultura que el dinero? ¿No sería hermoso el mundo si las
bibliotecas fueran más importantes que los bancos?», p. 63); Manolito:
bruto, ambicioso y materialista, pero en el fondo un gran corazón («¿Y
si lo dijera? ¿Eh? ¿Y si agarro y lo digo? ¿Y si digo lo barato que
vende almacén Don Manolo? ¿Eh?», p. 48, «¡...Y cuando sea grande voy a
tener una cadena de supermercados que va a cortar el hipo!», p. 83);
Susanita: chismosa, prejuiciosa egoísta a ultranza y peleadora de
vocación («¿Sabías, Mafalda? ¡Mi hijito será médico! Y cuando yo pase
la gente dirá ¡Ahí va Doña Susanita, la madre del doctor hijo de Doña
Susanita! ¿Y todo el mundo se enfermará de envidia...y mi hijito se
hará muy rico curando la envidia!», p. 73); Miguelito: soñador como
Felipe, aunque algo más egoísta y menos tímido («¿Desde cuándo los
entusiastas tenemos que dar soluciones?», p. 185, «¡Y pensar que en
este mismo momento en algún lugar del mundo se están disparando balas
que no van a pegarle a nadie! ¡Qué desperdicio!», p. 171); y su
hermano pequeño Guille: típico representante de la edad de la
inocencia, en la que todo está por descubrirse («Mafadda, cuando un
paíz ze gazta ¿adónde lo tidan?», p. 420, «¡Mecacho! Hasta ahora para
lo único que tengo poder adquisitivo es para la mugre”, p. 479). En
1970 se incorpora a la tira un nuevo personaje llamado Libertad: Una
niñita muy pequeña de tamaño, clara metáfora del nombre que lleva, y
con unos discursos cargados de retórica social («Para mí lo que está
mal es que unos pocos tienen
mucho, muchos tienen poco y algunos no tienen nada, si esos algunos
que no tienen nada tuvieran algo de lo poco que tienen los muchos que
tienen poco... y si los muchos que tienen poco tuvieran un poco de lo
mucho que tienen los pocos que tienen mucho, habría menos líos... pero
nadie hace mucho, por no decir nada para mejorar un poco algo tan
simple”, p. 402, «¡Hoy hay que pensar en la revolución social, no en
tomar helados!», p. 415, «Digo yo, ¿y nacionalizar la nación? ¿O ya es
mucho pedir?», p. 448).
Con estas magistrales tiras de dibujo limpio y trazo cálido llenas de
inteligencia y ternura encontramos, disfrutando a la vez, si no
respuestas a los grandes problemas de la humanidad, sí al menos los
argumentos necesarios para cuestionar y poner en cuarentena cualquier
demagógica explicación sobre éstos y las decisiones tomadas al
respecto por los poderosos que dominan el mundo y que son, en gran
medida, responsables de su situación. Argumentos que son antes pasados
por el lúcido tamiz de la inteligencia infantil de Mafalda con el
escepticismo por bandera, lo que le lleva a un constante estado de
pesimismo que vemos reflejado en una de las imágenes más recurrentes
de las tiras, como es la de la niña, triste, frente al televisor, los
periódicos o su inseparable aparato de radio con el que escucha el
noticioso: «Lo peor es que el empeoramiento empieza a empeorar»,
«Siempre es tarde cuando la dicha es mala”, p. 57, «¿Y por qué
habiendo mundos más evolucionados yo tenía que nacer en éste”, p. 69,
«¡¡Desde esta humilde sillita formulo un emotivo llamado a la paz
mundial!!», p. 72, « En todas partes cuecen habas, pero nadie se anima
a estrangular al maitre”, p. 78, «¿Y no será que en este mundo
hay cada vez más gente y menos personas?», p. 87, «Tenemos hombres de
principios, lástima que nunca los
dejen pasar del principio”, p. 168), «Y, claro, el drama de ser
presidente es que si uno se pone a resolver problemas de estado no le
queda tiempo para gobernar”, p. 453).
2. Todo Mafalda. Inédita.
La siguiente parte en
que se divide el libro está integrada por tiras que fueron, en muchos
casos, deliberadamente omitidas en los libros que se editaron sobre
este personaje al que Umberto Eco definió como «una heroína iracunda
que rechaza al mundo tal cual es... reivindicando su derecho a seguir
siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado
por los padres»; más una extensa explicación que a lo largo de más de
cien páginas cuenta la historia de Mafalda (irremediablemente unida a
la de Argentina), desde que nació el 29 de septiembre de 1964 en el
semanario Primera plana, hasta que se despide oficialmente en
la publicación Siete días ilustrados el 25 de junio de 1973.
Se incluyen aquí 48 tiras publicadas en Primera Plana y nunca
recopiladas. Se trata de un fragmento de su obra, el de sus orígenes,
paradójico: Quino planeó hacer un personaje mezcla de Peanuts y
Blondie para promocionar la marca de electrodomésticos
Mansfield. Curiosa génesis de un personaje tan íntegro y alejado del
gregarismo ovino que mueve al consumismo, ya que no nació con el afán
contestatario del que luego haría gala, sino como hija de la más
prosaica necesidad de publicitar un producto. Los criterios que se
siguieron para descartar de las anteriores recopilaciones las tiras
que se pueden ver en esta segunda parte fueron principalmente tres. En
primer lugar prevaleció la opinión del autor, que descalificó algunas
simplemente por ser malas, otro fue la temporalidad efímera de los
temas que trataba y el último fue por motivos políticos, lo que nos da
una idea de la importancia que ha tenido Mafalda en un país tan
convulsionado como ha sido Argentina, pues se retiraron las tiras que
aludían, con la
inevitable sorna del momento, a las limitaciones del
gobierno del doctor Illia. El mismo Quino explica que «tanto por la
ignorancia que teníamos acerca de las reglas del juego democrático
como por la misma precariedad de estas democracias nos convertimos,
sin desearlo, en los mejores
aliados del enemigo».
También podemos descubrir en el texto que acompaña esta parte del
volumen el origen del nombre de nuestra niña preferida. La agencia que
encargó la serie ponía como regla de oro que todos los personajes
debían tener nombres que empezaran por M, inicial de la marca que se
intentaba patrocinar. Quino se acuerda de que en un film basado en la
novela de David Viñas, Dar la cara, se habla de una niña
llamada Mafalda y lo coge de ahí.
La campaña publicitaria de los electrodomésticos Mansfield fue un
fracaso. Una pena para la empresa y una gran alegría para el mundo,
pues a partir de ahí se constituye en tira con el espléndido resultado
de sobra por todos conocido.
Después de su retirada en 1973, ocasionalmente renace Mafalda para
determinadas campañas en defensa de la niñez, como la ilustración de
los principios de la Declaración de los Derechos del Niño de
Unicef: «Venimos por la vacuna contra el despotismo, por
favor»(p.585), dice una sonriente Mafalda a una sorprendida enfermera
como ilustración del principio en el que se reconoce a los niños
derecho a gozar de la seguridad social. El dibujo que sirve de portada
a esta magnífica obra es el que utilizó Quino para ilustrar
el principio sexto, en el que se habla de la necesidad de amor por
parte de los niños: Mafalda corre a tapar la boca de su amigo Manolito
que se dispone a pedir dinero por hacerse querer, p. 587) Genial nos
parece el colofón a estos principios, en forma de divertida
advertencia de Mafalda al globo terráqueo: «Y estos derechos...A
respetarlos, ¿eh? ¡No vaya a pasar como con los diez mandamientos!»,
p. 591.
3. Todo Mafalda... y algún inédito más.
Donde se
muestran diversos dibujos que sirvieron para cosas distintas como
carteles o tarjetas, como la que sirve para ilustrar la contraportada
del libro, en la cual se ve al hermano de Mafalda, Guille, tocándose
el ombligo: «Éta é la fidma de mamita, ¿ti?» o a ella ante una gran
bola del mundo, «¿Y Dios habrá patentado esta idea del manicomio
redondo?», p. 601). «¡Feliz cumpleaños, Libertad!», p. 606), con el
que celebra el quinto aniversario del retorno de la Democracia a su
país, el 10 de diciembre de 1983.
4.- Todo Mafalda. Las
Dedicatorias.
Emotivo apartado con diversas dedicatorias, como la que
le brindó durante la rebelión militar de 1987 al presidente Raúl
Alfonsín: «¡Sí a la Democracia!
¡Sí a la Justicia! ¡Sí a la Libertad! ¡Sí a la vida!», p. 630).
5.- Todo Mafalda... en televisión.
Haciendo
justicia a su título, esta ciclópea obra lo incluye todo de Mafalda,
incluso algunos bocetos que Quino preparó para los dibujos animados
que realizó en 1993 su amigo cubano Juan Padrón.
6.- Todo Mafalda... de los otros y con los
otros.
Algunos dibujos de otros autores que rinden homenaje a
Mafalda y su creador, entre los que se incluye un dibujo realizado
torpemente por Julio Cortázar con el que reclama a la editorial
Tusquets un libro de Mafalda, p. 645); otro de Máximo, en El
País de Madrid, donde el genial humorista madrileño saluda a una
Mafalda dibujada con una flor en la mano y andando entre cáctus, el
día de la inauguración de su gran exposición en la capital española,
en 1992, p. 648); del italiano Osvaldo Cavandoli o del español Martín
Morales en El pueblo de Madrid, en el que saluda el regreso a
la vida democrática en Argentina con la elección del presidente
Alfonsín en 1983, p. 646) o del argentino Roberto Fontanarrosa por
medio de sus famosos personajes Inodoro Pereyra y el perro Mendieta,
p. 653).
7.- Todo Mafalda... en todo el mundo.
En la
parte final del libro (pp. 658-659), se muestra una tira de Mafalda
repetida en los diversos idiomas a los que ha sido traducida donde los
padres intentan, infructuosamente, que tome sopa con el cínico
argumento de que así llegará a ser como ellos algún día: «¡Pero Mafalda! ¡Sólo si tomás la sopa podrás llegar a ser grande!...» Dice
el padre con bobalicona sonrisa en la primera viñeta, mientras ella,
con su característico escepticismo pregunta: «¿Grande como quién?»,
«¡Y!... como mamita...como yo...», contesta él, con la voz temblorosa
del que se sabe cómplice de una fechoría e intenta disimular en la
segunda viñeta, a lo que ella, tras una tercera viñeta sin palabras en
la que reflexiona custodiada por las miradas sonrientes de sus
progenitores, contesta, en la cuarta y última ante sus atónitos
progenitores: «¡Así que encima...eso!».
Y entonces, al
ver los tiernos ojos tristes de esta niña / filósofa que miran con
resignación ante la inminente debacle alimentaria, mientras lanza su
último, desesperado y certero dardo verbal, entonces... es entonces
cuando nos damos cuenta de la inmensa miseria moral en que la
humanidad está sumida. Es entonces cuando vemos en el interior de sus
ojos, por obra y gracia de la taumatúrgica plumilla de Quino toda la
pena y tristeza del mundo; vemos, en el interior de los ojos de Mafalda, la locura que nos envuelve y rige nuestras vidas. Vemos, en
esos infantiles ojos, aviones que bombardean vilmente poblaciones
desprotegidas en nombre de no se sabe bien qué locas cruzadas; vemos
orates fundamentalistas, políticos y banqueros avariciosos, canallas
sin escrúpulos capaces de hundir en la pobreza más absoluta la patria
de Mafalda... Es entonces cuando tantas cosas vemos y tan tremendas
dentro de los ojos de esta triste niña que no quiere tomar un plato de
sopa, que un agobiante pesimismo nos atrapa y atisbamos el más negro
futuro del que quizás ni la mirada límpia e inocente de los niños
pueda redimirnos. Y es por esto, por lo que inspiramos con todas
nuestras fuerzas llenando nuestros pulmones con todo el aire que son
capaces de retener, y entonces, emulándola a ella, nos subimos en una
silla, en una pequeña sillita de infantil a modo de humilde tribuna
para gritar con todo el alma; para gritar con todo el alma una y otra
vez, porque lo hemos visto dentro de los grandes ojos de una inocente
niña: ¡Este mundo es una sopa! ¡Este mundo es una sopa! ¡Este mundo es
una sopa…! |