Estrechamente vinculado con la asimilación de grandes
contingentes de inmigrantes y la reconversión agrícola e industrial, el
auge de la ultraderecha en Europa (a cuyo corolario asistimos en las
últimas elecciones presidenciales francesas con el pase a la segunda
vuelta de Jean-Marie Le Pen, el candidato del Frente Nacional) viene
siendo analizado desde hace décadas por los intelectuales más avisados.
En el ámbito de la historieta acaso sea la voz de Baru una de las más
comprometidas con dicha problemática, como atestigua este espléndido
La autopista del sol, justamente galardonado con el premio Alph’Art
al mejor álbum en el Salón de Angulema de 1996.
Como muy bien ha contado Pepe Gálvez, este autor es uno de los
exponentes más valiosos del moderno tebeo francés, al que viene
regalando páginas admirables desde principios de los años ochenta,
cuando se curtía en la revista Pilote. Obras como Quéquette
Blues o La piscine de Micheville mostraron a un gran narrador
dotado de unas inquietudes poco frecuentes en el medio, como refrendó en
1990 el impresionante álbum El camino de América (del que
contamos con una soberbia edición española a cargo, también, de
Astiberri), donde reflexionaba, en compañía de Jean-Marc Thévenet, sobre
la guerra de Argelia. Siempre en guardia contra la intolerancia, Baru
denuncia sin dogmatismo los contraluces de la Francia actual (racismo,
violencia, provincianismo) y aun en las ocasiones en que vuelve la
mirada hacia el pasado -caso de su célebre serie Les Années
Spoutnik- nunca pierde de vista el presente.
Si bien La autopista del sol nace como encargo
para la editorial japonesa Kodansha (interesada desde comienzos de los
noventa en introducir en Japón a autores occidentales) y desarrolla
minuciosamente un argumento anterior -el de Cours camarade- hasta
darle su forma definitiva (dos amigos se ven perseguidos por un
monomaníaco fascista que ha sorprendido a uno de ellos, de origen
magrebí, en la cama con su esposa), sospecho que la coyuntura social fue
determinante en su realización.
Me explico: más allá de los éxitos electorales del Frente
Nacional en el sur de Francia (muy sensible a los dictados de la
política agraria de la Comunidad Europea), una encuesta detectaba que,
por entonces, más de la mitad de la población francesa estaba de acuerdo
con un endurecimiento de las políticas de inmigración, llegando a
comulgar con postulados próximos a los del propio Le Pen. Observador
atento y comprometido con su entorno, Baru debió advertir este clima con
seria preocupación.
No es de extrañar, por tanto, que esta historieta arranque con la
voladura del último alto horno de una acería, signo de una reconversión
industrial que despoja de su identidad a la clase obrera, condenándola a
idearios que oponen al discurso de clase una fácil identificación racial
o nacionalista. Por su parte, para no caer en el maniqueísmo, el autor
confiere a los protagonistas un carácter poco “heroico”, no exento de
machismo u homofobia, contradicciones que salva en lo ético al
afirmarlos sobre una intimidad tejida con lazos de amistad y afecto.
Además, como en todo buen relato de huida, los episodios se suceden
velozmente permitiéndonos asistir a un brillante ejercicio narrativo
donde el montaje en paralelo, los ángulos inclinados de cámara y una
composición de página nada gratuita devienen fundamentales para imprimir
al libro ese ritmo crecientemente acelerado que lo caracteriza. Como
guinda, Baru prescinde de todo signo cinético, obligándose a expresar el
movimiento mediante la composición gráfica de cada encuadre. Con todo,
esta modesta relación dista mucho de agotar las virtudes de un álbum
que, visto en su contexto, cobra el valor de un símbolo: el de la
resistencia. |