Resulta grato
comprobar que los nuevos profesionales que más recientemente se han
incorporado a la difícil y arriesgada labor de editar y publicar tebeos y libros
de cómics en España lo están haciendo bien.
Lo están haciendo
muy bien.
Me refiero
particularmente a los últimos sellos mal llamados "independientes", Inrevés, Imágica, Dolmen, Astiberri..., de entre los que ha destacado
Astiberri especialmente por su cuidado extremo de la edición de los
productos puestos en circulación, una exquisitez en el trato de los
contenidos que comparte con la editorial Sinsentido, que rápidamente
los han colocado a la altura de otros sellos como Glénat o Norma en
cuanto al mimo con que tratan sus productos, si bien no
alcanzan ni con mucho el número de títulos publicados.
Es desde la
perspectiva estética que llamó primeramente la atención Astiberri, ya desde el momento en que nos sorprendió a todos con una
edición gozosa y pulcra de algunos excelentes
episodios de Grendel (los libros de cómics en bitono Negro, blanco &
rojo), lanzamientos donde su editor Fernando Tarancón ya demostraba
sabiduría en la elección de los profesionales, traductores, prologuistas
o realizadores técnicos, destacando entre estos últimos el Estudio Fénix
que ahora gestiona Antoni Guiral entre otros profesionales (posiblemente
el mejor equipo de realización técnica español, como corroboran sus
trabajos para EE UU y para Italia). Astiberri, por
sorpresa para muchos, redobló esfuerzos a continuación estableciendo la
periodicidad de Trama, la publicación teórica de la casa y la que
mayor tirada observa en nuestro país, así como lanzando nuevas colecciones con
sugestivas denominaciones: "El sillón orejero", "Lecturas compulsivas" y
"Haiku", con elección de obras de calidad pero arriesgadas (como la de
Baru, las de Zentner) en un mercado periclitado y viciado como el
nuestro. Y editadas con un raro esmero, extraordinario.
Para el
caso de la obra de Baru, se rescata un tebeo premiado en Angulema en
1991 (con el máximo galardón francés, el Alph' Art, que luego Baru
volvería a obtener dos veces más, la última en 1996 por L'autoroute
du soleil) que se nos presenta en un papel magnífico y
primorosamente coloreado, con un color que nos lleva a Argelia, nos trae
el otoño parisino, que atañe a Loustal...
El análisis
sintáctico de Le chemin de l'Amérique es inútil hacerlo aquí, por
cuanto insultaría la labor de Pepe Gálvez, uno de nuestros mejores
teóricos y autor de un epílogo estupendo (Tarancón parece haber escogido
muy bien a sus prologuistas, pues algo similar ocurre con el trabajo de
Portela para Tug & Buster) en el que reza cuando se refiere a
la obra: «Entidad carnal y emotiva de los personajes,
aprovechamiento narrativo de lo cotidiano, fluidez y ritmo sostenido en
el desarrollo de las historias, planificación ágil combinada con
expresividad de ilustrador, grafismo vivo y vitalista, concepción
dinámica de la viñeta que refleja la acción y recrea como pocos la
potencialidad del movimiento, dominio de los tiempos, ritmos e
inflexiones del relato, compromiso social, tratamiento lúdico, natural y
desmitificador del sexo, proximidad a las vivencias de la juventud,
denuncia del racismo...» Amén a
eso.
Si hay
que adoptar alguna actitud crítica hacia esta obra es la de que los
autores resuelven el discurso con cierto aceleramiento. Baru narra tan
eficazmente, sin necesidad te textos, con elipsis elásticas,
casi mágicas, que quizá se echen de menos más silencios y planos
generales útiles como pausa en esta historia con pesar histórico. Y
adicionar más piropos a lo que indica Gálvez es fácil: esta obra soporta
magníficamente el paso del tiempo, es un tebeo aún vigente, siempre
fresco.
Es un retrato duro de la independencia de Argelia, que es como todos los
retratos de todos los abandonos del colonialismo, que es como todos los
retratos sanguinolentos de las indeseables luchas intestinas. Este
episodio argelino sigue siendo hoy dolorosamente necesario recordarlo,
precisamente porque hoy es obligado rememorar el origen de la
inmigración y reflexionar sobre cómo ha sido posible que el litoral
mediterráneo se haya convertido en la aduana de Europa. Es necesario
recordar cómo la xenofobia abierta de aquellos tiempos sigue arraigada
entre la masa de votantes de la Francia de hoy. O, al menos,
conveniente.
Es esta
virtud de la obra, la de retratarnos a la acuarela cálida y sepia un pedazo de historia
voluntariamente semiolvidada. También,
claro, la de contarnos una ascensión y caída en el cuadrilátero
pugilístico a la vez que en el político, narrando brusco y baconiano
pero muy bien narrado.
Una buena edición para un buen tebeo. |