Este
tebeo representó en su momento el final de un camino: el del mecenazgo que
el Instituto de la Juventud, dependiente del Ministerio de Cultura y
Deporte, desarrolló durante un lustro y que se había hecho patente no sólo
en la convocatoria de concursos, el montaje de exposiciones o el
patrocinio de proyectos coordinados, también en las ayudas económicas para
la edición de tebeos.
Lorenzo Gómez surgió, como otros historietistas, del injuve.
Dibujante ya lo era desde infante, que lo llevaba en la piel: el dibujar y
el ser tímido, o al menos eso ha contado en sus historietas, retazos de
vivir o slice of life, que no denotan necesariamente un deseo de
autobiografía, aunque de eso se disfrazan. Gómez asombró por la tersura de
su trazo en una de las convocatorias del injuve finiseculares,
había algo en la energía de algunos de sus dibujos que recordaban
poderosamente a los rasgos magistrales de Gallardo, autor a quien evoca si
bien esto no quiere decir que haya medrado bajo su magisterio.
Según se ha proclamado desde diversos foros y textos previos, Gómez bebe
más del posmodernismo canadiense y yanqui, de los Seth y Tomine, de
quienes se contagió del deseo de narrar sobre lo cotidiano, de construir
historias sobre emociones de todos, sentimientos de muchos, hechos
cotidianos de pocos pero compartidos por la generalidad. Sí, es el suyo otro tebeo
sobre la pérdida de la inocencia, la asunción de uno mismo, sobre el
enfrentamiento con los temores y con la madurez. Es otra historia sin más
pretensiones que recrear un estado de ánimo de cuando la tardoadolescencia,
o un modo de enfrentarse al amor, o una manera de comprender un carácter
que no se amolda al de la mayoría: el apocado, el tímido, el sensible. Es
otra historieta para almas compungidas que todos pueden leer, salvo los
garañones que Gómez retrata en sus viñetas con mandíbula cuadrada y
aspecto patibulario; esos leen a Liefeld, o a Morrison.
De
Lorenzo, sin embargo, lo mejor es su trazo, la virtud de depositar ahí
encuadre, lápiz y tinta, y construir momentos. Tiene talento para eso, es
un pincel el suyo que no amilana la pulcritud (pongamos, de un Calo),
avanza seguro, atrevido en los cuerpos gruesos de la línea que dan volumen
a esos tipos paticortos tan encantadores. Y luego funciona bien en la
narrativa, usa los iconemas precisos por lo común (a veces, algunos le
sobran), encaja lo justo, reparte los negros con pericia y aplica grises
con bastante buen gusto. Ahí no hay tacha, Lorenzo es un excelente
dibujante, lo cual no debe extrañarnos si conocemos un poco su pasado,
dibujante de siempre, amigo de ciertos estilos y profesional del diseño
publicitario (con carrera y todo); es más, Lorenzo es un interesante
colorista, de buen gusto cromático, como bien lo pudimos apreciar en sus
obras para injuve que aparecieron en sus catálogos o en sus
historietas para Mundos de Papel / Tebeolandia.
Pero
éste no es “el mejor tebeo del último año”. No es un buen tebeo.
Los
narradores del slice of life podrían dividirse en dos grupos
principalmente, los que tienen un proyecto vital que narrar, el cual van
hilando con diminutos episodios y sentimientos, y los que desean solamente
reflejar momentos episódicos, ensalzar esos “pedazos de vida”, que es de
lo que finalmente se trata. Si esos momentos y sentimientos entran a
formar parte de una estructura mayor y no se cohesionan acertadamente se
produce una narración fallida, con tiempos muertos indeseados que
obstaculizan la fluidez del relato. Falla la estructura general, o sea. Y
a El diario sentimental de Julián Pi le fallan los pilares y las
viguetas que sostienen todo el edificio de sentimientos y pesares de su
protagonista con flequillo.
No
se trata de haber elegido una diagramación demasiado simple, o acaso poro
arriesgada. No es eso: para narrar bien no hacen falta viñetas octogonales
a lo Keko. No. Se trata de lo entrecortado de la narración, de lo abrupto
de las elipsis, y del mal uso del tiempo. El mismo Gómez reconoce en el
apartado final de bocetos y páginas a lápiz que «este tebeo iba a ser
realmente un compendio de historias cortas», las cuales, desconocemos por
qué, han sido unidas con extraño ordenamiento para producir un libro de
cómics que no alcanza a definir una obra redonda, convenientemente
cerrada.
Se
cuenta lo siguiente: Chico de 30 plantado es mojado por chica que,
sorprendentemente, se apiada y le acoge en su hogar. El chico siempre ha
demostrado falta de iniciativa en sus relaciones
sentimentales y se siente insatisfecho consigo mismo, y ahora no es una
excepción: ella es la que escoge e insiste en germinar un aprecio, luego
un amor. Se insertan, entre medias, historietas de otro tiempo, de cuando
Pi contaba 24 años (pág. 11), de cuando contaba 30 (pág. 16), de cuando 8
(pág. 22), de cuando 20 (pág. 25), de cuando 30 de nuevo (pág. 31), de
cuando 17 (pág. 34; que se recupera en pág. 45), todas hiladas por esta
última relación, al parecer más sólida, bien que por obra y gracia del
estimulante optimismo de Lucía. La colección de momentos es bonita: el
equívoco en la playa, las chicas que apostaban con electrólisis como
premio, la discusión tras el accidente (que reafirma al protagonista más
aún en su
debilidad de carácter), las flores que se mofan de su falta
de talento para consolidar una relación (con mucho, lo mejor de la obra,
una página inolvidable), la viñeta en la que es invisible para el
camarero, la hermosa página final…
Pero
no todo es encajar algún diálogo brillante, formular alguna viñeta
inteligente o construir alguna página modélica, hay que conferirle también
una estructura a la obra, y las historias que aquí se nos cuentan se nos
antojan deslavazadas, cosidas con flojo hilván, formando un conjunto que
mejor hubiese funcionado fragmentado, en historias por separado por más
que las vinculase un personaje común.
¿Por
qué es tan brusca la elipsis entre página 10 y 11 … qué nos permite pasar
cómodamente desde la viñeta de las apostantes en topless al insomne
observador del accidente … qué une el regocijo de las flores con el
recuerdo de infancia … y por qué distribuir de ese modo la historia del
ebrio en busca de pie oloroso con la del incapacitado para las preguntas
de deportes? ¿Por qué ese viraje tan brusco desde el chino al paseo
marítimo (págs. 33-34) para luego cortar y volver al burguer? A
esta altura uno se rinde, pues tan sólo parece haber hallado una elipsis
sugerente, la de la ficha con “quesitos” de Trivial en página 30.
Un tebeo muy bonito,
en efecto, pero fragmentario y fallido en su conjunto como primera obra
“larga” de este prometedor autor que tiene un talento extraordinario para
el dibujo. |