«La muerte es algo urgente», escribió el gran saxofonista
Charlie Parker a su ex esposa Doris apenas un año antes de que aquella
misma muerte le sorprendiera, el 12 de marzo de 1955, sentado ante el
televisor, riéndose con alguna broma de los hermanos Dorsey. Un final
insólito para quien había sido la voz más expresiva del jazz moderno.
Como en toda tragedia que se precie –y la vida del músico de Kansas tuvo
mucho de tragedia-, el destino parece obstinarse en entrelazar pasión y
muerte urdiendo, una y otra vez, hermosas variaciones en torno a un
mismo tema: la muerte del Poeta, la pasión de Orfeo. Una de las últimas
y más bellas nos la ofrece este espléndido Flamenco, publicado de
forma impecable por Astiberri Ediciones.
No me es difícil imaginar la satisfacción que debió
sentir el guionista Jorge Zentner –una de las voces más hondas de
nuestros tebeos- al tejer una trama donde la pasión fuera el núcleo
íntimo. Para avivar tan antiguo lugar común, tanto el joven Santos de
Veracruz –cuyo trabajo para la revista El Puñalito no pasó
desapercibido a los ojos del argentino- como él mismo se sirvieron de
materiales propios de la tragedia griega para sugerir un pathos
al que no faltan presagios ni sino fatal que acompañe al protagonista,
torturado entre dos grandes pasiones: el amor y el cante.
Siempre he envidiado la solidez y el cuidado con que el
entrerriano planifica sus guiones, esa arquitectura exquisita a la que,
departiendo con Koldo Azpitarte, tildó de “partitura”. Sin embargo, por
encima de su talento para hacer de cada ficción un estupendo artefacto
narrativo, de la inclinación que muestra hacia el género fantástico o de
la brillante retórica de sus diálogos, a menudo me he sorprendido
atisbando la vida que, en trabajos como El silencio de Malka o
Caravana, desbordaba tras cada viñeta. Es precisamente esa vida la
que he pretendido buscar aquí.
Y pocos escenarios más a propósito para encontrarla que
el mundo del flamenco, ese universo (tan bien explorado por el poeta
Félix Grande) donde un alma puede reducirse a las exactas proporciones
de su cante. Para dar cuenta del infierno que provocan las pasiones
encontradas, Zentner apuesta por un tono desmedido donde la razón tenga
bien poco que decir y los sentimientos hablen con voz propia, dominando
la secuencia e impulsando la acción hacia un desenlace en el que, desde
los primeros instantes, se adivina la tragedia.
Para sugerir ese clima desatado, los autores han optado
por una planificación nada gratuita que preste al relato un latido muy
especial, de suerte tal que alguna secuencia recuerda esas “partituras”
a las que aludíamos antes, permitiéndonos escuchar (prodigios del
montaje) más de un acorde, tal que los que rasgan la noche en que Paco
Yunque se despeña por el barranco de la traición o los que anteceden al
intento de asesinato de Amparito. Este álbum, más allá del recurso a
temas musicales de flamenco, tiene su propia “banda sonora”: un desgarro
que, a las puertas de la muerte, roza lo sublime.
Buscando la vida, paradójicamente, me topé con la muerte,
ese otro gran protagonista cuya presencia subrayan el color encendido de
algunas planchas y esos fraseos entrecortados con que los figurantes
sugieren “fuerzas que no podemos manejar” (sobre el gobierno del
destino, por cierto, encontrará el lector páginas harto elocuentes). Y
es que las paradojas no podían permanecer ajenas a una obra tan rica en
lecturas, como no podían dejar de entrelazarse en ella pasión y muerte,
en especial cuando Yunque paga su cuota por haber cantado “mañana”.
«Mi fuego es inextinguible», apostillaba Parker en
aquella carta mientras la eternidad le reclamaba cada vez con mayor
“urgencia” porque, como contó Cortázar, también él había tocado
“mañana”. Bellas palabras que bien podría haber pronunciado Orfeo
mientras las bacantes lo despedazaban, aguardando para reunirse con el
alma de Eurídice al otro lado de la Estigia.
Y es que, como vienen a recordarnos Zentner y Santos de
Veracruz, hay paraísos que uno encuentra a las puertas del Infierno. |