Altuna: fondo y forma
Aunque sólo sea
por ver algunos documentales que pasan por la tele, uno ya atisba a
comprender el porqué un tipo de fauna y flora se dan en unas
latitudes determinadas. Lo que nadie me ha explicado aún es porqué
en este difícil campo de la historieta hay países –y me estoy
refiriendo a nuestra querida Argentina, tan vapuleada por la
historia- que dan tantos y tan buenos creadores. En todo caso,
Altuna, sin duda, es uno de ellos y a él van dedicadas estas líneas.
Fogueado en
trabajos de agencia, colaboraciones en prensa y tebeos comerciales
de todo género, Altuna no tardará mucho en empezar a despuntar con
trabajos más arriesgados y de una mayor implicación personal, aún
cuando trabaje con un guionista como Carlos Trillo. Con él creó para
el diario Clarín de Buenos Aires, El Loco Chávez, una
tira diaria que se publicó durante diez años y donde ya podemos
encontrar una buena parte de las claves, de las constantes, de su
obra. Desde entonces, ese modo de hacer y esas inquietudes irán
perfilando y conformando un estilo propio complejo e inconfundible.
Su trayectoria,
sobradamente conocida, le trae a Europa y a España. Ya en plena
madurez artística, Horacio se da al color y la autoría de sus
guiones. Uno de estos trabajos es el que nos ocupa: Imaginario.
Obra creada allá por el 87-88 fue, es y sin duda será de plena
actualidad, por el tema tratado y por el tratamiento que de él hace
su autor.
Nuestra época
viene marcada, como todos sabemos, por un desarrollo impresionante
de las comunicaciones y por el reinado de la imagen, moneda de
cambio, fetiche y en ultima instancia valedora de lo real. No es
casual por tanto que Altuna llame a este trabajo IMAGINARIO. A
través de sus páginas, un reportero, Beto, cámara al hombro tomará
instantáneas de la realidad para ser ofrecidas por TV. Un trabajo
con el que ganarse la vida. Hasta ahí, normal. Sin embargo este
recorrido que podía derivar fácilmente en lo anecdótico e
intrascendente, un reality show más, se torna en una cruda
radiografía de nuestra época, pese a que el autor sitúa estas
historias en un tiempo y lugar indeterminados: Beto, currante de una
cadena de televisión es casi teledirigido a los puntos calientes
donde poder captar imágenes que hagan subir la audiencia de su
empresa, en dura competencia siempre con otras cadenas de
televisión. En esa labor el protagonista es conducido, con un ritmo
estresante, en busca de la noticia, en un trepidante discurrir de la
historia en la que se entrecruzan y solapan varias subtramas que
harán aún más caótico el devenir del reportero. Este, reducido a una
simple marioneta manejada desde los estudios se afana en cumplir con
lo que de él se espera, pese a su escepticismo.
He aquí un
diálogo muy ilustrativo:
Beto.- Se ponen en pantalla gilipolleces, que hacen
gilipollas, para que se las crean millones de gilipollas.
Luna.- la directora: Pues esa es la fórmula universal del
éxito, mi amor. El diablo es ahora productor de televisión y su
prioridad es estupidizar a la gente. Tu alma ya la compró.
El guión se afana
en corroborar esto. En cómo en aras de la audiencia se busca la
noticia más morbosa o bien se fabrica, llegado el caso; Todo se
sacrifica al Dios audiencia, sinónimo de negocio, de poder y de
alienación. El lienzo falso de la Gioconda, una constante en segundo
plano a lo largo del relato, robado y encontrado ilustra lo
expuesto.
Gráficamente
Altuna fabrica un relato río lleno de perdedores que pueblan calles
y antros abarrotados, frescos de la vida cotidiana en una gran urbe,
con sus miserias, que no sólo sirven de telón de fondo al sin vivir
del protagonista, sino que pugnan por chupar cámara –haciendo uso
del argot del oficio- y recabar la atención del lector. Donde la
mayor parte de los dibujantes encuentran las mayores dificultades, y
sortean con trucos, o sencillamente naufragan en los fondos, Altuna
exhibe unos recursos y una maestría envidiable. Encuadres
arriesgados, bocadillos que transgreden la ortodoxia de la lectura y
juegan caprichosamente con ella, un habilidoso
uso
de los planos deudor del mejor cine, una documentación abrumadora,
un uso acertadísimo del color... Viñetas que cumplen su cometido de
hilvanar la narración pero que tienen, también, un valor por sí
mismas. Tal es la cantidad de información en ellas contenida. El
trazo, cuando usa, como en este caso, el color, es funcional, de
líneas finas y tramas manuales.
Todo ello forman
una amalgama de personajes, de situaciones aparentemente caóticas
pero que en la práctica arropan la narración y el sentido último de
lo relatado.
A la búsqueda de
imágenes impactantes Beto ignora el verdadero drama que subyace a lo
largo del relato. Reside en las gentes que pueblan las viñetas,
perdedores que lejos de diluirse entre otros muchos casos similares
forman un mosaico que se muestra incesante impertinente al lector.
La verdad, en suma, la verdad ignorada que nunca cobra protagonismo
en la cámara y que cuando lo tiene es desvirtuada. Un canto
escéptico pero lúdico que invita, como no, a la reflexión. Cincuenta
y dos paginas no son demasiado. En el caso de Altuna dan para mucho.
Para muchísimo, diría yo. La sola descripción de una de sus viñetas,
por vía literaria, llevaría muchas paginas al mas avezado escritor.
Todo eso y más en un tebeo. Casi ná.
Por ultimo,
déjenme contarles una anécdota. Cuando Horacio Altuna estuvo
invitado en La Massana Còmic, expuso el story-board de
la película Gringo viejo. Contaba cómo su director, el
también argentino Luis Puenzo, rodó varias veces una escena dibujada
por él para intentar captar todos sus detalles y lo mas fielmente
posible la atmósfera y los encuadres salidos de su lápiz... No creo
que haga falta añadir mas. |