El
norte de la llanura pampeana, principios de 1932. Para ese chico de cuatro
o cinco años, la llave de la imaginación tiene la forma exacta de una
escopetita. La misma que su mente construye, una y otra vez, sobre el
oxidado fierro viejo que sus manos desenterraron con fervor iniciático. El
paso del tiempo le permitirá descubrir que, efectivamente, se trataba de
una Remington utilizada durante la Conquista del Desierto, esa avanzada
contra las tribus indígenas iniciada por orden del presidente Nicolás
Avellaneda en 1876. Encabezada por el ministro de Guerra y Marina Adolfo
Alsina y, tras su muerte, por el general Julio Argentino Roca, la campaña
militar logró extender la frontera hasta el Río Negro, permitiendo la
explotación agrícolo-ganadera de la pampa central previa distribución de
8,5 millones de hectáreas entre 381 estancieros.
Este
mismo periodo histórico es el que Carlos “Chingolo” Casalla, ahora todo un
hombre y todo un historietista, recrea una y mil veces desde los cuadritos
del Cabo Savino, indiscutido clásico de la gauchesca ilustrada
argentina.
«El
milico está ahí –escribió Casalla-, frente al indio con el que son medio
primo hermanos, y que además ninguno se va a quedar con nada de lo que
conquiste. Entonces con ese panorama yo hice un soldado que tenía un
poquito de mando cuando llevaba tres soldados, pero que cuando llegaba el
sargento ya tenía que obedecer; y que además se equivocaba. Ese fue el
Cabo Savino».
La historieta fortinera por excelencia arrancó el 1 de
abril de 1954, en la contratapa del diario La Razón, como relleno
forzado entre dos adaptaciones literarias firmadas por Walter Ciocca, el
creador de Lindor Covas, el Cimarrón. Al principio, el cabo se
llamaba Sabino, con b larga, inspirado en el pelaje del caballo criollo y
en el nombre del por ese entonces famoso boxeador Néstor Sabino. Cinco
meses después, la tira pasa a publicarse en el diario Democracia y
como plato fuerte de las revistas de la Editorial Láinez: Puño Fuerte
y Puño Fuerte Extra. En 1957, el cómic se muda a Editorial Columba,
donde toma la definitiva grafía de Savino porque
«la
palabra tendría más fuerza y además era el apellido de un compañero» de
trabajo. Allí, Savino reviste primero en las páginas de El Tony,
después en las del D’artagnan y finalmente en Fantasía,
hogar hasta su última avanzada en 1994. Entre 1973 y 1975, además, había
sido protagonista de su propia revista a todo color.
Las primeras décadas de Columba marcan el apogeo del
personaje. Aplicando las lecciones aprendidas de su maestro, el pintor,
grabador, muralista y litógrafo Lino Enea Spilimbergo, Casalla nos
introduce en un mundo desesperante y desesperado, que extiende su angustia
entre la soledad de la pampa y el inminente peligro del ataque del malón.
Un universo hecho a puntas de facón y lanza, dividido en turnos de
guardia, rondas de mate cimarrón (amargo), fajina de fortín y excursiones
sobre la frontera que se va abriendo con mojones de sangre fresca y tabaco
húmedo.
Con guiones de Julio Alvarez Cao (bajo el seudónimo Roque
Guinart), Chacho Varela y Jorge Morhain, los lectores van armando la
biografía da Savino, dosificada en lonjas alternadas de pasado y presente.
Su adolescencia enrolada en la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870,
Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay, siendo el único bando
victorioso la Corona británica) y los encontronazos con el presidente
Bartolomé Mitre; el amor de una moza llamada Aroma; las peleas como
miembro del Batallón de Caballería de Conrado “Toro” Villegas (militar de
destacadísima participación en la Guerra de la Triple Alianza y en la
Conquista del Desierto); y su rotunda negativa a matar por la espalda a
Juan Moreira (gaucho enfrentado a la ley, luego convertido en héroe
romántico de folletines, radio y cine), razón por la cual quedó marginado
de todo tipo de ascenso en el escalafón militar.
Los argentinos que peinen canas recordarán el jingle que
interrumpía las transmisiones futbolísticas dominicales de José María
Muñoz:
«El
Cabo Savino y Alamo Jim, en Fantasía que ya salió». Famoso y
popular, al milico fortinero le costó mucho llegar al terreno audiovisual.
Entre 1980 y 1985, el director tucumano César Miguel Caram realizó el
primer episodio de una miniserie, protagonizado por Alberto Benegas, que
no prosperó a pesar de ser emitido por ATC (Canal 7) dentro del hoy mítico
ciclo Historias de la Argentina secreta. Para 1989, J.S.
Producciones y el Centro Mutual de Actores realizaron un capítulo con
destino directo a video, con la participación de Miguel Ruiz Díaz (Savino),
Aldo Barbero, Haydee Padilla y Arturo Maly. Al final, el proyecto no
prosperó. Sintiendo que el producto desvirtuaba la identidad del
personaje, Casalla ordenó el retiro de la obra de todos los videoclubes.
“El tren”, única aventura editada, es hoy una de las piezas más buscadas
por los historietófilos de todo el país.
“Buen momento para viajar”, el cómic que forma el cuerpo
principal del libro Cabo Savino que acaba de publicar la Editorial
Caleuche, asentada en la ciudad de San Carlos de Bariloche (provincia de
Río Negro), está basada justamente en tres guiones que Julio Alvarez Cao
había escrito para la experiencia televisiva tucumana.
«Julio
se aprontó para el desafío y seleccionó estos guiones que unidos forman
este cuento. Algún memorioso tal vez los recuerde de antiguas aventuras
del Cabo o Capitán Camacho (otra historieta de la dupla), pero yo no podía
fallarle a Julito y los transmito dibujados a nuevo», escribió Casalla a
manera de prólogo.
Nueve años después de su última andanza en Columba, Savino
se da algunos lujos que antes no tenía: un par de puteadas bien puestas y
una relación amorosa que incluye escenas de cama. El resto es la aventura
clásica,
«una
inmensa soledad capaz de definir el vacío existencial y de alimentarlo
cuando no se está listo para enfrentarlo», de acuerdo con las palabras
introductorias del periodista Claudio Andrade. En este caso, la difusa
frontera entre el milico y el indio, el peso de un destino borgeano y otra
vuelta de tuerca al relato de la cautiva. La amistad, la lealtad y el
amor. El rostro de la traición, que a veces es el de un hermano. El
respeto y el coraje, ganados palmo a palmo entre pajonales y lagunas, poco
antes del principio del fin.
«Dicen
que se prepara una gran invasión, que será como malón huinca (blanco)
–explica Savino en las últimas páginas-. Arrasará tolderías, cuevas y
escondites. Los caciques cruzarán la cordillera o emigrarán al sur. La
frontera dejará de dividir al país. Habrá campo y trabajo para todos y así
creceremos».
Estoico en su llanura de
tinta china, Savino espera. Todavía. |