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«Hay un momento en que la noche agota su euforia y su
melancolía. Y se dispone a morir».
Estas dos frases iniciales de un episodio de Un tal Daneri vienen a
cuento por dos motivos: Sirven para delimitar el espacio metafísico en que
se desenvolverán las historietas que siguen (“Hay un momento en que la
noche agota su euforia y su melancolía”); y para conceptualizar el tiempo
que comenzará a correr para sus protagonistas (“Y se dispone a morir”).
El
espacio de Daneri se presenta como un contrapunto entre lo aparente y lo
esencial, explotando la imagen del laberinto como un instrumento ordenador
de las cosas y las gentes, materia artística que les sirve a los autores,
Carlos Trillo y Alberto Breccia, para exponer sus ideas filosóficas. Como
en el mejor de los Borges, lo importante no se esconde en la resolución de
los pequeños conflictos planteados, sino en el camino que recorre el
lector para encontrarlo.
Un tal Daneri
está compuesto por ocho historias. 8. El número que puesto de costado
grafica la cinta de Moebius, una de las infinitas representaciones del
infinito. Y durante los ocho episodios Daneri camina, buscando a. O
escapando de, que no es más que el reflejo del mismo sentimiento. El amor
y el espanto. El Borges de Cambridge y el Borges de Ginebra.
El
espacio de Daneri es el arrabal. Nostálgico y poético. El de Carriego y el
de (obviamente) Borges. Frontera primitiva entre el sueño y el mito, lo
fantástico y lo cotidiano. Tarde monstruosa que permite la operación
despiadada del azar sobre el tuétano de los hombres. Tierra donde lo
criminal y lo prostibulario conjugan los condicionamientos de la
fatalidad, el esplendor de la miseria. Crepúsculo que (otra vez Borges)
“ha perdido la luz y teme la noche”. Opresivo. Cruel. Abominable. Lúcido.
“Los
lugares se llevan, los lugares están en uno”, decía (acertaron) Borges. Y
en cada trazo, en cada pegatina del Viejo Breccia, Un tal Daneri
respira Mataderos. Para Trillo, “lo de Mataderos, que nunca se nombra en
la historieta, es parte de la leyenda que salió de los reportajes que le
hicieron a Breccia. Ese detective de barrio, ese pesado sin esperanzas,
tenía que tener un clima así. Y Breccia tenía un Mataderos en su cabeza y
en sus recuerdos, así que si hubo una idea de situarlo allí, claro, fue de
él”.
Vayamos a las fuentes. Revista SuperHumor Nº 1 (julio-agosto de
1980), página 65, columnas dos y tres. Entrevista a Alberto Breccia
realizada por Carlos Trillo (el que piensa en un juego borgeano que
levante la mano) y Guillermo Saccomanno. “Mataderos era un barrio que se
me fue metiendo muy adentro –dice el dibujante-. Yo creo que en ‘Un tal
Daneri’ salió algo de lo que yo veía en esos años de juventud. Esos
paredones de ladrillo, esas calles de barro, esas nubes que parecían estar
al alcance de las manos tan bajas. En Mataderos yo vi dos duelos criollos
protagonizados por el Pampa Julio, un príncipe ranquel que se había hecho
guapo. Uno de esos duelos, me acuerdo, era sólo a planazos, y se iban
rebanando de a poco. Sí, ese era el Mataderos de Daneri”. El barrio que
todavía no dejaba de ser campo, donde (¿otra vez Borges?) “la soledad y la
muerte eran temas fundamentales, y también la meditación sobre el tiempo”.
Tiempos violentos que frasean furiosas pintadas sobre paredes
descascaradas (“Por la libertad del pueblo”; y no, esta cita no es de
Borges), que remiten al discurso del Eternauta; al collage
sublimado del Richard Long de Oesterheld que después Breccia
decantará en Lovecraft; al expresionismo gótico de la inmolación
militante; a los monstruos de verdad, mucho más peligrosos que los de la
ficción; a la Policía que busca gente; a la gente que tiene que mudarse de
casas para “estar más seguro”; a un salón de espejos donde la realidad y
la pesadilla se prodigan en una multiplicidad autofagocitante de imágenes
y reflejos.
No
es para menos. La historieta se gestó entre 1974 y 1977. Años de plomo; de
la Triple A como premonición de lo peor del Proceso; de la juventud
maravillosa devenida un imberbe, estúpido e infiltrado Gregorio Samsa; del
volver a luchar después del “luche y vuelve”. En este punto, la historieta
participa del ensayo y la ficción se muestra como un retrato que confluye
con la Argentina de esos años. Metáfora de un exterior gris que se
ennegrece irremediablemente. Hablando de Un tal Daneri, el Larousse
define la palabra sinestesia: “Tipo especial de sensación que se percibe
en más de una localización, siendo el estímulo único”. Inteligente.
Imaginativo. Rigurosamente angustiante.
“En
1974, después de la muerte de Perón, empezamos a preparar (la revista
humorística) Mengano –recuerda Trillo- y pensamos que, cada tanto,
no le vendría mal tener una historieta. Junto con (Lorenzo) Amengual,
(Jorge León) Limura y (Carlos) Marcucci, entre otros, hablamos con Breccia.
El Viejo me pidió que le preparara un guión y yo escribí el del hombre con
la marca en la cara. Para que pudiéramos publicar otro capítulo, Breccia
pidió demasiada plata y no la pudimos seguir, ya que en la revista
teníamos un presupuesto muy ajustado y muchos colaboradores fijos a
sueldo. Pero igual Breccia me dijo que le gustaría continuarla y así
hicimos dos episodios más, que aparecieron en Sancho, una rareza
que duró muy poco. Cuando terminamos los tres primeros capítulos, Breccia
viajó a Italia y se la vendió a la revista Linus, de la Milano
Libri, que pidió más; y a la editorial de libros Editiemme, que la sacó en
un álbum. Como cada aventura era autoconclusiva, nunca planteamos ningún
final. Terminó porque se acabaron los editores que quisieran comprarla. O
porque Breccia empezó con Los mitos de Cthulhu, no me acuerdo”.
Aunque no lo parezca, Un tal Daneri es la primera colaboración
entre Carlos Trillo y Alberto Breccia. Redonda por donde se la mire, se
asemeja más al consustanciado esfuerzo de dos viejos amigos, que saben
dónde y cuándo apoyarse en el otro. En estas historias de ultratumba, de
magia, de predicciones, Trillo escribe algunos de sus guiones más
literarios en el uso sugestivo de la palabra impresa. Para qué redundar
con el habla si al lado está el más grande de todos los tiempos. ¿O acaso
alguien en su sano juicio convocaría a Maradona para ponerlo en el banco?
Vean si no el peso de esos silencios muertos, de esas miradas sin vuelta
de hoja.
Reflejo del momento, en el país la historieta fue apareciendo a los
ponchazos. A los episodios de Mengano Nº 5 (1974) y Sancho
Nº 1 y 2 (1975), le siguieron otros cuatro en el libro Breccia negro
(1978, uno de ellos reimpreso dos años después en Superhumor Nº 2).
Esta es la primera vez que se la puede leer, completa, toda de un tirón. Y
al abarcarla en su totalidad se hace más evidente aún la fascinación por
el universo borgeano que profesan los autores, sobre todo al presenciar el
efectivo cumplimiento de estos destinos “vernáculos y violentos”. Como un
calidoscopio, cada capítulo de Un tal Daneri compone figuras
geométricas con coincidencias extrañas y curiosas simetrías.
Dos
temas neurálgicos recorren los suburbios de estas páginas. El designio
predeterminado e inexorable; y la muerte tan inmerecida como esperada.
También está el honor, por supuesto. Y la lealtad y la amistad. Y el
coraje y la cobardía. Y la nobleza y la traición. Y todo eso junto, que es
el amor de una mujer. Están dos cuchilleros gastados, con el engaño
todavía afilado. Se juega al billar. Se escucha tango (y suena Sur,
de Homero Manzi, justo aquel de “paredón y después”). Si hasta queda
tiempo para un homenaje al Torito de Mataderos, a Cortázar y al box.
Todos los personajes de esta historieta vagan por las páginas como
desterrados añorando lo ajeno. Fogonazos de un presente continuo que no
vislumbra futuro y no reconoce
su pasado. ¿Quién es Daneri? Un administrador de justicia empírica que
supo ser “importante en otro tiempo”, de mucha memoria y pocas palabras.
“La Triple A estaba naciendo junto con Daneri –rememora Trillo-. El era un
pesado, tal vez de pasados gobiernos militares, tal vez del primer
peronismo. A lo mejor, pensamos alguna vez, era un cana retirado a la
fuerza porque mató a golpes a alguien. De detective tiene poco, es más
bien un pesado con una suerte de moral. Algo así”.
Lo
concreto es que el protagonista lleva ese nombre en homenaje a Carlos
Argentino Daneri, el personaje dueño de la casa en donde se encuentra el
Aleph que denomina al homónimo cuento de Borges. Pero como en el cieguito
malo de Sábato nada es lo que parece ser, Carlos Argentino Daneri no es
otra cosa que el anagrama de Dante Alighieri. Otra vez el juego de
espejos. El poeta italiano que descendió al infierno es el reflejo del
pesado que camina por Mataderos, que es en lo que realmente se ha
convertido la Argentina, que de verdad se parece a un infierno.
El
Aleph, como simultánea abarcativa totalidad, no es más que un punto de
vista, el punto de vista desde donde abarcar, también, todas y cada
una de sus propias facetas. En la postdata del 1º de marzo de 1943, Borges
se refirió al Aleph como “la primera letra del alfabeto de la lengua
sagrada”, que “tiene la forma de un hombre que señala el cielo y la
tierra, para indicar que el mundo inferior es el espejo y es el mapa del
superior”.
Para Trillo y Breccia ese hombre es un arrabalero manchado
de sangre y luna. Un tal Daneri.» |