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LAS FALANGES DEL ORDEN NEGRO

Las falanges del Orden Negro

Guión : Pierre Christin

Dibujos: Enki Bilal

Editor: Norma Editorial: Col. Enki Bilal, #10, X-2004


Libro en cartoné   |  80 Págs.  |  color 

ISBN: 84-96415-15-5


Edición original:
Les phalanges de l'Ordre Noir, Dargaud / Humanoïdes Associés. Primeramente editada en formato libro por Dargaud, en 1979, la obra fue reeditada luego por Humanoïdes cuatro veces más, la última en 2003. En España fue ofrecida por entregas en Vértico, núms. 1 al 4 bajo el título "Los comandos del Orden Negro", y fue publicado a modo de libro por Norma previamente en su colección Cimoc Extra Color, núm. 37

Cubierta de la más reciente edición de Las falanges del Orden Negro. © 2005 E. Bilal


ÉPICA DE LA FICCIÓN, comentario por Javier Mora Bordel

Frente a otros conceptos de lo épico desarrollados en la historieta de índole más fantástica, esta obra redonda y cerrada se inserta dentro de las inquietudes políticas y sociales del panorama europeo de finales de los setenta en el que si las ideologías no caen, están a punto de hacerlo o al menos de entrar en crisis, con la subsiguiente pérdida de fe absoluta en sus valores.

A Cloé, por el regalo.

«Desgraciado el país necesitado de héroes» Bertolt Brecht.

 

         En líneas generales podemos convenir que la historieta, debido a su formato popular, ha sido desde sus más tempranos orígenes un refugio calmo para los tópicos de la épica tradicional. Desterrada paulatinamente de la literatura la figura del héroe indómito (un largo proceso iniciado ya en el siglo XIX a través de movimientos como el Realismo o el Naturalismo y que tendrá su culminación con el nacimiento del antihéroe, ese personaje plenamente humanizado y desbordado por los acontecimientos), en la mayoría de los tebeos, aún hoy en día, no es extraño encontrar arquetipos de seres valerosos y adalides ante las desgracias ajenas. Desde los primigenios tipos (el Príncipe Valiente o nuestro Capitán Trueno, podrían servirnos para el caso), hasta la concepción actual (cualquier superventas de DC o de Marvel, o los ejemplos de auto superación personal que nos llegan del Japón), el héroe presente en estas obras dispares (tanto en concepción como planteamiento), se erige como el modelo a seguir e imitar por el colectivo anónimo.

         La razón es obvia. La historieta, en cuanto vocación estética, siempre se ha mantenido (en la medida de lo posible) alejada de la realidad circundante, estableciendo, por norma, a la fantasía como el eje fijo sobre el que oscilaran sus elementos compositivos. Lo real, de incluirse, no deja de mostrarse como un mera imagen onírica destinada únicamente a favorecer la familiarización del lector con el lugar o tiempo en el que trascurren las aventuras de sus personajes favoritos; y nunca como un reflejo vivo que busque la identificación con el mismo. La actualidad se hace a un lado y se aleja conscientemente de un gran público (malacostumbrado) que no busca, en primera instancia, ver presente su devenir diario sino la válvula de escape que le permita por unos instantes alejarse de sus azarosas circunstancias.

         Contraria a este planteamiento, Las falanges del Orden Negro de Enki Bilal y Pierre Christin, se enmarca dentro del escaso grupo de tebeos (como bien podrían ser V de Vendetta, El Eternauta, Adolf o Kooalu el leproso, entre otros) que, dentro de los márgenes ofrecidos por la industria, plantean la revisión profunda de esta concepción milenaria del mito, mediante la modernización de sus rasgos propios.

El héroe moderno.

         ¿Cuál es la esencia del héroe desde el punto de vista épico? Básicamente, y remarcando el hecho de que estamos hablando de trasuntos generales (que no generalizados), el héroe a lo largo de los tiempos ha presentado unos rasgos comunes a todo género y tratamiento dentro de la historieta mundial: un ser dominado por un fuerte ideal de valores personales, definidos a su vez como meta (para alcanzarlo tendrá que superar múltiples obstáculos en los que probar sus virtudes), y refugio (su fe ciega es lo que le ayudara a superar todos los obstáculos, incluso la incomprensión de sus semejantes; no nos debe extrañar que en la mayoría de las ocasiones estemos ante un proscrito de la sociedad) de su persona. El héroe, que tiene siempre en mente un lugar mejor al que conducir a sus compañeros o que jamás ceja en su empresa convencido de la justicia de sus actos, se mueve de este modo enteramente por impulsos. Y es esta sencillez de su carácter, también la causa de su perdición, de uno de sus principales defectos conceptuales, el maniqueísmo.

         Para poder sustentar su existencia en torno a una doctrina el héroe no ha de tener dudas con respecto a los límites de su rol dentro del espacio social en el que se mueve: él, ha de ser el benefactor, la figura intachable; el otro, el adversario, por definición es el enemigo de todo lo humano, o al menos de aquella porción de humanidad a la que él abandera. Y es que en la cabeza del héroe no cabe otro camino; su sentido de la pureza (compuesta por diversos conceptos como la justicia, la libertad, la valentía, el coraje…) es el adecuado y no cabe otra alternativa, pues si así ocurriera, ¿acaso no perdería fuerza su propia convicción interior?

         Conscientes de estas limitaciones, Bilal y Christin recurren también al maniqueísmo como planteamiento. Si bien aquí el concepto del héroe es sustituido por el de un, también típico, protagonista colectivo cuyos componentes se ven impulsados por la misma razón. El resultado es el mismo dada la cohesión ideológica de sus miembros y ya que no es posible extraer una figura integradora (podríamos pensar en el narrador de esta historia, Pritchard, pero éste no deja de ser un componente más del grupo, aún cuando en él recaiga el dudoso honor de dar cuenta de las desventuras de sus compañeros como uno de los supervivientes de este drama. Un tópico, el del escribano, que no anula otro, el del guerrero, sino que lo complementa).

A todos y cada uno de los personajes inmiscuidos en este drama les domina un espíritu de sacrificio que está por encima de todo. Su ideal consiste en entregarse a una causa en la cuál creen ciegamente ya sea el fascismo más recalcitrante o una indefinible ideología de izquierda, al ser tratada por los autores en toda su extensión interpretativa, y cada uno de los distintos componentes asumirá su papel de mero medio ejecutor. No hablamos, por tanto, de seres individuales, sino individualizados. En ellos cobrará cuerpo y forma, la eterna lucha entre el bien y el mal, que a lo largo de los siglos ha nutrido y surtido la inventiva y las creencias de los hombres.

El camino a seguir.

Es en el trayecto interior, con la multitud de formas que ha sido presentado en la historieta, la vía de acceso a una personalidad que, manteniendo una base inamovible, se ajustara a una línea de crecimiento que encontrara al final del trayecto a un ser más sabio y conocedor de sus actos y de sus posibilidades. Una realización práctica de la que es desterrado, por razones evidentes, cualquier otro intento de especulación, más que sobre su persona (pues ha podido vivir equivocado hasta el momento cumbre donde todo cambia), sobre su personalidad.

         En las Falanges del Orden Negro, el viaje también se constituye como el rasero de intensidad por el que se miden los protagonistas. Viaje físico a la vez que espiritual. No sólo recorremos media Europa desde un pequeño pueblo Aragonés (donde comienza este duelo fraticida en plena guerra civil española), pasando por Italia, Suiza, Holanda… hasta Francia, únicamente siguiendo la estela de sangre de los antagonistas a quienes deben enfrentarse; también, a lo largo de este recorrido, los personajes crecerán conforme a una obsesión común y explicita: acabar con el contrario, impedir que con sus actos acarree más desgracias a los inocentes, y dar por finalizada la historia.

         Si bien en el punto de partida es donde se hace más evidente esta disponibilidad a la acción (ya que los personajes, salvo uno demasiado aburguesado, abandonan sus dispares ocupaciones sin pensárselo dos veces), no será, como en todo seguimiento épico, hasta el punto y final cuando consigan comprender (aún en la muerte) la cruda realidad a la que irremediablemente han dirigido sus pasos: saberse unos anacronismos, cuya lucha ya no tiene cabida ni sentido en la nueva Europa del eurocomunismo.   

La verdad a voces.

         Quizás la principal aportación de Las falanges del Orden Negro en el momento de su publicación, allá por 1979, fuera el verismo en el tratamiento y planteamiento de los puntos anteriormente analizados.

Frente a otros conceptos de lo épico desarrollados en la historieta de índole más fantástica (y tomados como tónica y pauta general), en esta obra redonda y cerrada los autores decidieron insertarla dentro de las inquietudes políticas y sociales del panorama europeo de finales de los setenta, una época convulsa en la que junto a las distintas dinámicas de los bloques hegemónicos (Europa del Este y del Oeste) hay que tomar en consideración el estancamiento de las viejas ideologías de principios de siglo (tanto fascistas como marxistas / comunistas), la crisis del nuevo pensamiento surgido del mayo del 68, amén de los nuevos vientos de cambios en países anteriormente anquilosados como Portugal o España. Como vemos un periodo en el que si las ideologías no caen, están a punto de hacerlo o al menos de entrar en crisis, con la subsiguiente pérdida de fe absoluta en sus valores.

         Sin embargo, este verismo e historicidad (si bien no debemos llevarnos al engaño: la ficción prevalece ante todo por lo que sería difícil catalogar a esta propia dentro de los límites genéricos del cómic histórico) no quita que se haga una interpretación hiperbólica de la realidad para atraer a un público hambriento de aventuras. Así, se adaptará la materia narrativa a la peculiar configuración y circunstancia del lector de historietas, sin pretender por ello restar verosimilitud, al ser ésta su principal rasgo característico, a la composición. De ahí la lógica elección de la épica. Que mejor medio para llegar a la gran masa de lectores y hacerles reflexionar al mismo tiempo sobre los cambios vertiginosos que se están produciendo y que como consecuencia directa traerán la desilusión, el desconsuelo…

         De este modo, los héroes presentes en esta tragedia, no son, al final, meros transmisores alineados de una postura moral a la que se deben en cuerpo y alma. En su camino de elecciones, al vencer, descubren también la derrota: que sus años de activismo no han tenido mayor recompensa que el enfrentamiento personal con unos enemigos tan viejos como caducas son sus ideas.

Y lo que es peor aún, comprender en el último momento el enorme vacío que supone discernir el error de su conducta. Así lo señala Pritchard en las últimas líneas: «llevé a la muerte a mis amigos por una causa que en realidad no acierto a recordar». ¿O acaso van a ser siempre la muerte y la lucha, las eternas respuestas?


   [ © 2005 Javier Mora Bordel, para Tebeosfera, 050205 ]