Desde principios de los años ochenta se viene produciendo una revisión
irónica de la violencia en el marco de los medios de masas. Este proceso
(vinculado a la posmodernidad y el auge del relativismo) se caracteriza
por la cínica exaltación del discurso de los verdugos y el desprecio más
absoluto hacia el sufrimiento humano. Frente a esta corriente –cuyos
exponentes más célebres son Quentin Tarantino y todo ese “cine de la
irrisión” que ha analizado Olivier Monguin-, cada vez se alzan más voces
denunciando a quienes sientan, entre risas, a las víctimas en el potro
de tortura. Una de las más elocuentes es, desde hace años, la de José
Antonio Godoy, “Keko”.
Como toda una generación de historietistas, Keko desarrolló sus primeros
trabajos en Madriz (1984-1987), aquella revista dirigida por
Felipe Hernández Cava que tanta importancia tuvo para un salto
cualitativo en la historieta española. Ya por entonces este autor
evidenciaba sus señas de identidad: la habilidad en el uso del montaje,
una poderosa intuición para situar el punto de vista allí donde
resultase más acertado, y ese sentido tan especial de la iluminación que
ha dotado a toda su obra de una atmósfera de pesadilla. Autor
ajeno a la
industria, se refugió en actividades como la ilustración o el dibujo
publicitario, sin abandonar del todo los tebeos, a los que regresa
esporádicamente como francotirador. Tal es el caso de este soberbio 4
Botas, justo ganador del premio a la Mejor Obra en el último Saló
del Cómic de Barcelona.
Ajuste de cuentas con la iconografía estadounidense de los años
cincuenta, este libro es un magnífico ejemplo de reflexión sobre las
fuentes en que beben muchos de esos posmodernos antes citados. El hábil
empleo del plano subjetivo (acentuado por un inquietante bitono rojo)
contribuye a crear el desasosiego propio de aquel mal sueño que fue la
época de McCarthy. Valiéndose de un recurso “cervantino” –una persona
percibe el mundo alterado por los clichés de una determinada tradición
narrativa-, Keko elabora una metáfora perfecta sobre la necesidad de
revisar unas imágenes inocuas en apariencia pero que ocultan
significados nada inocentes. Por esta denuncia de la mirada, los
lectores hemos contraído con él una de esas deudas que quizá podamos
corresponder, pero nunca pagar. |
[ © 2004
Jorge García, para Tebeosfera 041015. Este texto fue
publicado primeramente en la revista teórica portuguesa Quadrado,
núm. 6, se reproduce con permiso del autor ] |