Dice el prólogo de este tebeo genuinamente argentino pero editado en
España (habida cuenta de la depauperada industria porteña) que leyendo
Historias corrientes
«Leemos el centro de Buenos Aires y vemos que la fábula se
erige sobre un amarradero fluvial de putas, pendencieros e inmigrantes
buscando sobrevivir a males peores. (…) Historias Corrientes quiere ser
un retrato de estos seres aquejados por una ciudad que siempre está a
punto de ser fundada. Son historias sin glamour y sin la nostalgia
propia de la que nos provee el tango y la bohemia porteña.»
Parece cierto ese retrato, que nos remite a otras palabras, las de J.M.
Sanguinetti (el ex Presidente de la República Oriental del Uruguay)
publicadas en El País sobre Argentina:
«bastará recorrer la expansión edilicia deslumbrante del
Puerto Madero, reciclando hacia la posmodernidad un abandonado recinto
portuario u observar cómo se levantan dos vanguardistas museos privados,
Constantini y Fortabat, para reavivar esa sensación de estar en un país
culto y dinámico. No obstante, si hablamos con los hombres de empresa o
los funcionarios que entran y salen de esas resplandecientes torres, nos
encontramos con un país enfurruñado, descreído de su futuro, agobiado
por reiterados ajustes económicos que no terminan de cuajar. Ellos nos
hablan de una agropecuaria endeudada, de una industria cuasi quebrada,
de una clase media que no siente un destino para sí misma, de una
pobreza creciente.»
Y
aquí sí. Porque es probable que la ciudad este ahí, tras los cristales,
tras las lágrimas y tras las pátinas de color que Rübenacker va
alternando en las viñetas de esta obra. Pero en el tebeo no deja de ser
sólo un esbozo de ciudad, o se queda en boceto. Y el lector puede
sentirse desorientado si busca la ciudad y sólo halla ciudadanos,
urbanitas que aparentemente se encuentran y desencuentran en la Avenida
Corrientes… Y eso son, vidas que a veces se entrecruzan, historietas de
gentes corrientes, historias comunes a cualquiera y a nadie, como nos
confesaba su guionista: «Pinceladas de mundanidad y carencia. Personajes
que sólo la posmodernidad (porque precisamente evita los grandes hombres
y relatos fuertes) es capaz de dibujar: sujetos corrientes, que se
pierden en la ciudad.»
Esta obra habla de personas, en efecto, de interiores antes que de
exteriores, de intimidades deshabitadas y de carencias. Además, el
conjunto de capítulos (son cinco) parece ordenarse según carencias que
se van viviendo en orden inverso al diacrónico. La carencia de esperanza
para la madre de la Plaza de Mayo; la carencia de referentes e ideales
para la madre soltera a la que se le resquebraja el amor; la carencia de
ilusión para quien descubre que sus inclinaciones afectivas no están en
el sexo contrario; la carencia de libertad para manifestar una pulsión
amorosa por el mismo sexo -que no deja de ser una carencia propia de la
adolescencia-; y finalmente la carencia inocencia en una infancia que no
sólo es acordonada y limitada por las imposiciones, también arrasada por
la pederastia.
Llama mucho la atención de esta obra la capacidad camaleónica del
neófito Rübenacker, lo cual nos deja entrever sus carencias también, sus
tropiezos con la narrativa y a veces en el dibujo. Pasa que Rübenacker
es artista antes que historietista. Sus referencias a Klimt o a Picasso
van por encima de las que hace a Sienkiewicz o Muñoz, y ocasionalmente
hay más efecto que relato en sus viñetas. En otras ocasiones, como en la
conversación entre los que serán padres de un hijo no deseado, acierta a
dibujar distancia según el momento y tono del diálogo y distorsión según
los sentimientos se recrudecen.
Algo que no sabe el lector español sobre Rübenacker es que es un artista
excéntrico, un bohemio. Federico conoció a Laura Vazquez en una muestra
de historietas celebrada en
la segunda ciudad más importante de Argentina: Córdoba, donde él exponía
algo de lo primero que había publicado, con el sello editorial Llanto de
Mudo. Laura, urbanita empedernida, acelerada, amiga del estrés, la pizza
y la coca-cola, conoció a su opuesto: Federico vive en una casa de adobe
en la cima de una sierra en las montañas cordobesas, sin agua, sin luz,
cocina sus propios alimentos a leña, bebe agua del arroyo; es humilde y
sereno, y toma sus tés de burro y hornea sus galletas de salvado… Se
enfrentan en este tebeo, entonces, el posmodernismo histriónico contra
el remanso meditabundo. En los diálogos de Historias corrientes,
según me confesaba la guionista, se deja entrever que ambos autores
pertenecen a dos mundos diferentes.
La consecuencia de la confrontación de estos dos modos dispares de ver
el mundo es una obra en absoluto vacía o ligera, como a las que nos
tienen acostumbrados los autores del posmodernismo español. Historias
corrientes sugiere motivos, tristezas y reflexiones, se compromete y
denuncia las lacras de una sociedad vencida y perpleja, tan avanzada que
no se percata de sus terribles insuficiencias frente a los crímenes
contra la infancia, frente a la plena aceptación de la homosexualidad,
frente a la desvalidez de la mujer, frente a la deuda histórica que deja
toda dictadura.
Vazquez sigue escribiendo guiones, y con este interesante pintor (la
cubierta de Rübenacker para este tebeo es una de las mejores aparecidas
en España en 2004), están ya trabajando en su siguiente obra: Los
monólogos de Juana, donde demuestran que todavía les queda mucho por
contar, aunque sea corriente, y bien plasmado. |