El
movimiento underground de las décadas del sesenta y setenta fue
el caldo de cultivo para toda una generación de espléndidos
historietistas españoles que tuvo su auge en los años ochenta. En
Valencia, al decir del estudioso Manel Gimeno, el fenómeno
adquirió «una personalidad propia». Esto dio pie a que algunos críticos
hablasen de “Nueva Escuela Valenciana” para referirse a un grupo de
autores (Mique Beltrán, Juan Enrique Bosch “Micharmut”,
Miguel Calatayud, Sento y Daniel Torres) que compartía
dos presupuestos básicos: por un lado, el humor; por otro, el rescate de
los clásicos de la historieta. A estas características, yo añadiría una
tercera: la capacidad para reflexionar sobre los códigos del propio
medio. Entre los componentes de esa supuesta “Escuela”, Micharmut
(El Cabañal, 1953) fue, a mi entender, quien observó con mayor rigor la
última de estas premisas, como demuestra su álbum Pip editado por
Edicions De Ponent.
La
serie “Pip, el Viatjer” nació en septiembre de 1991 en la revista
Camacuc (publicación en lengua valenciana dirigida al público
infantil), donde Micharmut se había refugiado de la crisis que
aquejaba por entonces a la industria de los tebeos en España. Es éste un
sencillo relato al estilo de los viejos cuadernos de aventuras (en
especial, los de Manuel Gago): dos insectos, Pip y Spigol, se ven
arrastrados a una misión en la que, entre constantes lances y
peripecias, pondrán a prueba su audacia y valentía. Planteamiento
“ingenuo”, si se quiere, pero sólo en el sentido etimológico de la
palabra al que aludía Fernando Savater en La infancia
recuperada; esto es, “noble, generoso”.
Por
otra parte, esta obra se corresponde con el gusto de su autor por
dibujar insectos humanizados, predilección que ya había dado frutos tan
importantes como “Bajo Cero” (en el mensual TBO) o la monografía
El Circ de les Puces. En Pip, Micharmut recupera,
en lo que al físico y la naturaleza de los protagonistas se refiere, las
enseñanzas del llorado dibujante José Cabrero Arnal (cuyas series
“Guerra en el país de los insectos” –1933- y “Hazañas de Paco Zumba el
moscón aventurero” –1935- son claros antecedentes del álbum que nos
ocupa); y también evoca, como señala Pedro Porcel en el prólogo,
esos colores tan especiales de algunas publicaciones de los años treinta
como Mickey o Pocholo.
Frente
a otras obras suyas, donde la relación entre personajes y entorno se
establece en el plano de “una realidad distinta” (como bien sostenía el
guionista y teórico Felipe Hernández Cava), Micharmut nos
propone aquí una lectura más directa, propia del folletín de aventuras
del siglo XIX. En efecto, en Pip están presentes muchas de las
claves que presidían aquellas narraciones: exotismo, peligros sin
cuento, personajes muy distintos con rasgos bien perfilados y, por
supuesto, la figura del héroe sometido a un proceso de iniciación. Todo
ello servido por el trazo firme y la composición dinámica e inventiva
que distinguen la labor de este historietista valenciano, el cual
siempre ha demostrado poseer dos cualidades esenciales para el dibujo:
intuición y sabiduría.
Con
Pip, Micharmut nos ofrece un tebeo soberbio (a mi juicio,
de los mejores del 2004), en el que todos los elementos confluyen al
servicio de la reflexión y, por qué no, el entretenimiento. Una obra
“ingenua” que nos permite soñarnos mejores, generosos y nobles. |