El guionista Felipe Hernández Cava lo ha contado en alguna ocasión: a la
redacción de la revista Madriz (que él dirigía a mediados de los
años ochenta) llegó un adolescente con unas planchas bajo el brazo donde
imitaba el estilo del historietista estadounidense Richard Corben.
Hernández Cava no supo muy bien qué decir ante aquellas páginas tan
convencionales y anduvo a vueltas con ellas hasta que descubrió unos
dibujos esbozadas en el dorso del papel. En esas figuras garabateadas
inconscientemente durante alguna conversación telefónica se encontraba
el germen del hoy conocido estilo de Manolo Hidalgo (Madrid, 1967). A la
vista de unas imágenes tan desbordantes de vitalidad, el guionista
sugirió al joven dibujante que abandonase la senda del mimetismo y
emprendiese su propio camino. Desde entonces, Hidalgo se ha convertido
en una presencia insólita en nuestros tebeos, como demuestra en el álbum
Mudo del sello Sinsentido.
El libro tiene su origen en una pieza corta que Hidalgo compuso a
finales de los 90 para la publicación madrileña Idiota y Diminuto,
dirigida por su amigo Juanjo el Rápido. Aquel relato tuvo su eco en los
medios profesionales, a tal punto que fue recogido por el editor francés
Sylvain Gérand en la vasta antología Comix 2000. Animado por el
éxito obtenido, Hidalgo retomó al héroe de esa ficción y elaboró cinco
historietas más, todas cargadas de humor y gran fuerza expresiva.
La obra de este autor, como la de sus compañeros de generación, se
caracteriza por la rebeldía contra toda suerte de convenciones. En
Mudo, por ejemplo, se prescinde totalmente de la palabra (que no del
sonido, ya que la historieta, por definición, carece de él) para narrar
los avatares de un personaje anónimo que ama y padece en un entorno
irreal y, al mismo tiempo, extrañamente
cercano. Como afirma el crítico
Francisco Naranjo, Hidalgo suple la ausencia de diálogo mediante el
empleo de gestos y convenciones gráficas, evocando la esencia de la ira,
el deseo o el miedo en una suerte de pantomima. En sintonía con esas
emociones, el artista madrileño estiliza la mancha valiéndose de fuertes
contrastes de luz que no dejan lugar al gris y acentúan el timbre
expresionista que desde hace años distingue su trazo. Al respecto, la
referencia a Edward Munch que contienen las páginas de este álbum supone
toda una declaración de intenciones.
En paralelo al fértil diálogo que Hidalgo mantiene con el expresionismo,
aquí entabla otro con el cine mudo y sus maestros, especialmente con
Buster Keaton. En Mudo nos topamos con una encarnación del
protagonista de muchas películas del viejo “Cara de Palo”: un individuo
solitario en quien rudeza y emotividad se alternan sin apenas sobresalto
ni contradicción. El trabajo del historietista traduce a la perfección
esa mezcla de brusquedad y delicadeza, y aunque brille indistintamente
en uno y otro registro, es en los momentos elegíacos donde, en mi
opinión, nos brinda lo mejor de sí mismo. Es en esos instantes,
suspendidos en el tiempo de unas viñetas de composición rigurosa, donde
Manolo Hidalgo vuelve a sorprendernos dibujando en la otra cara del
papel. |