«Es
un comienzo conocido. Un chalet con techo a dos aguas arropado en el
silencio de las calles suburbanas del Gran Buenos Aires. En el cuarto de
trabajo de un guionista de historietas, la ventana abierta oteando el
futuro. Las cortinas bamboleándose por el viento fresco, no frío, de las
tres de la madrugada.
Un crujido.
En
la silla, hasta hace instantes vacía, una figura comenzó a tomar forma.
¿Un
fantasma?
Una
historia. La de un hombre que habiendo visto tanto llegó a comprenderlo
todo.
El Eternauta,
recuerda Solano López, "fue, además de una historia de ciencia-ficción,
una especie de ejercicio de anticipación de la entrega que el país iba a
vivir décadas después. Creo que fue un acto casi inconsciente, tanto de
parte de Héctor Oesterheld como de parte mía, en el contexto de los años
50, claro. Héctor era un antiperonista furioso, un liberal, con ideas
socialistas, de izquierda -como también podía serlo yo, sin estar
afiliados a ningún partido-, donde más o menos todo intelectual se sitúa,
con una visión popular y de justicia social, y de comprensión de los
fenómenos históricos que obedecen a las presiones de los países más ricos".
En
los años del comic todo era más fácil que ahora. O al menos lo parecía. Al
protagonista le bastaba con tener un nombre, Juan Salvo; una feliz vida
matrimonial con Elena, una dulce paternidad con Martita; un realizado
presente de pequeño industrial dueño de una fábrica de transformadores. Si
hasta tenía tiempo libre para jugar, todas las noches, una partida de
truco con sus tres mejores amigos: el profesor universitario y físico
Favalli, el jubilado Polsky y el bancario Lucas Herbert. Buena gente.
Todos hubieran merecido un final mejor.
La
noche más famosa hizo frío, mucho frío. Por eso la casa estaba cerrada.
Herméticamente cerrada. Al principio no le dieron la importancia que
realmente tenía. Lógico, treinta y tres de mano no era un tanto para
despreciar. Y después la nieve. La nieve fosforescente. La nieve
radioactiva. La nieve mortal. Los copos cubriéndolo todo. La Parca
recogiendo los frutos de su cosecha. Buenos Aires bajo un sudario blanco.
El Eternauta ganó las calles exactamente el
4 de septiembre de 1957, en las páginas de la hoy mítica Hora Cero
semanal Nº 1; y a pesar de estar originariamente pensada como una
historia corta terminó convirtiéndose en una larga epopeya de exactos dos
años, durante los cuales autores y lectores compartieron un viaje
iniciático hacia la convulsionada historia argentina.
Eran
épocas en que prácticamente no había televisión (sólo existía Canal 7 y
transmitía menos de seis horas diarias) y las historietas eran el cine de
barrio que alimentaba la fantasía y la imaginación de los pibes
desparramados por las veredas al calor de las agobiantes tardes de verano,
pasando las tres páginas semanales de El Eternauta con ansiedad
desbocada de adrenalina. "Mientras se estaba publicando, Héctor y
yo tomábamos el suceso de la revista como el resultado de un trabajo en
conjunto. Para nosotros, el éxito se debía al Sargento Kirk, a
Randall, a Ticonderoga, al Eternauta y a todas las otras series
que se publicaban. Recién después de muchos años, al ver el interés que
despertaban las continuas reediciones de El Eternauta, me di cuenta
de que esa era la historia que más había prendido entre los lectores de
todas las edades”, rememora Solano López.
La dupla más importante
de la historieta argentina se conoció en 1955, trabajando para las famosas
revistas de la Editorial Abril (Rayo Rojo y Misterix),
firmando la serie de ciencia-ficción Uma-Uma y las aventuras
científicas de Bull Rockett. Cuando Oesterheld fundó su propia
empresa, la Editorial Frontera, Solano López lo acompañó para crear
Rolo, el marciano adoptivo, fallido boceto de lo que llegaría a ser la
saga de Juan Salvo.
Con Rolo,
Oesterheld y Solano López revolucionaron conceptualmente la forma de hacer
y leer historietas en estas tierras, al romper el prototipo del
todopoderoso paladín solitario norteamericano. Crearon lo que hoy se
conoce en todo el mundo como “héroe grupal”, que no es otra cosa que la
mancomunidad de intereses y esfuerzos en pos de un bien común. Y además,
al trasladar la acción a la Argentina lograron descentralizar la
territorialidad de la Aventura.
“Con respecto a los
lugares y edificios que aparecen en El Eternauta –señala Solano
López- eran dibujos que improvisaba, porque yo conocía de pibe todos esos
barrios. Toda la zona norte, del Tigre hasta Palermo, pasando por Belgrano
y el centro. Nací en el Hospital de Clínicas, viví en Palermo y después en
Belgrano. Tenía una tía en Vicente López, a la que iba a visitar con
frecuencia y siempre me hacía una escapada al río, al puerto de Olivos.
Por eso en El Eternauta todo sucede siguiendo los recorridos del
colectivo 29 o del 60. Años después laburé en el Banco Nación, en Plaza de
Mayo y llegué a conocer muy bien la zona del Congreso. La única vez que
tuve que documentarme para un dibujo de la historieta fue para el cuadro
grande con la vista desde arriba de la Plaza de los Dos Congresos, donde
está la base extraterrestre. En una foto que ya he perdido tenía una
panorámica de esa plaza vista desde lo alto”.
En las mentes juveniles
de la época, donde las distancias se medían con otras varas, el efecto fue
devastador. Cuando el ejército de la resistencia popular protagonizó su
primera escaramuza en la General Paz, a la avenida iban los chicos a ver
si encontraban los restos de algún Cascarudo. Después del combate en el
estadio de River Plate, los que podían se corrían hasta Núñez para
intentar rescatar los restos humeantes de la nave extraterrestre. Incluso,
los más valientes se atrevieron a viajar hasta las Barrancas de Belgrano,
esperando no encontrarse bajo la conocida glorieta con la amenazadora
sombra del Mano, exponente de esa atormentada raza humanoide con 14 dedos
coronando cada extremidad superior.
Tras la abrumadora
derrota en Plaza Italia, los párvulos rodearon la estatua de Garibaldi
para asombrarse al medir las gigantescas huellas dejadas en el pavimento
por los monstruosos Gurbos. ¿La apoteosis de esta debacle urbana? La
peregrinación hasta el Congreso para comprobar que el edificio había sido
demolido por misiles intercontinentales teledirigidos. ¿Cómo puede ser que
siga ahí, si yo lo ví derrumbarse con mis propios ojos?, se preguntaban
aquellos niños que supieron ser hace más de cuarenta años estos argentinos
que hoy le repiten esa misma pregunta (con el mismo asombro reflejado en
sus caras) a Solano López, cada vez que el dibujante hace alguna aparición
pública en convenciones o charlas.
¿Muy fuerte, no?
Es que El Eternauta
era mucho más que una historieta. Con gran poesía, Oesterheld había
logrado plasmar la filosofía de la dominación extranjera; y Solano la
había hecho carne en esa legión de “cabezas” del interior (que todavía
sigue retratando como nadie) poniéndole el pecho a los rayos
desintegradores, a la muerte o a algo peor.
Y como si todo esto no
bastara, llegó el final. Redondo. Redondo por lo impactante y redondo por
lo circular. ¡La invasión narrada por el Eternauta todavía no había
pasado! ¡Ocurriría recién cuatro años en el futuro! ¿Tendríamos tiempo de
parala? “Era una forma de decir nosotros estamos acá, somos la Argentina
–señala Solano-, pero si nos tienen que dar un mazazo nos lo van a dar y a
nadie se le va a mover un pelo. Eso es lo que impresiona al lector tantos
años después. Lo lee y dice: Puta, es verdad”.
El regreso
Desde aquel lejano
final, mucha agua ha corrido por debajo del puente de la Argentina. Y no
toda fue clara y límpida. Perón. El Che. Vietnam. Montoneros. La Triple A.
El golpe. 30 mil desaparecidos, incluyendo el propio Oesterheld. Malvinas.
Alfonsín. La fiesta menemista. El cacerolazo. Los mártires de diciembre.
La devaluación. Negocios para pocos, hambre para muchos. Y otros
eternautas recorriendo el espacio-tiempo del noveno arte local. Hubo de
todo, por supuesto. Distintos, panfletarios, truchos y mediocres. “Tomando
en cuenta el orden numérico de realización –cuenta Solano López- este
sería el cuarto libro oficial del Eternauta. Pero en realidad yo lo
considero el segundo, por eso se llama El regreso. Es el regreso
del Eternauta de la primera aventura”.
En la era de la
globalización neoliberal y el subcomandante Marcos, el equilibrio de
fuerzas ha cambiado tras la caída del Muro y el derrumbe de la Unión
Soviética. En El regreso, Solano López y el guionista Pablo
Maiztegui piensan reflejar dichas modificaciones, retomando el camino
iniciado por Oesterheld. “Estamos echando una mirada sobre la actualidad,
basados en una metáfora explícita: el país invadido por extraterrestres,
que son en realidad las finanzas internacionales –sentencia el artista-.
En esta parte nos interesó mostrar como lograron los invasores perpetuar
la dominación a través de los mecanismos de la democracia. Tal como pasó
en América Latina con Collor de Melo, Alan García o Menem”.
La acción de El
regreso transcurre cuarenta años después del primer contacto. La
invasión a la Tierra fue un éxito y la mayor parte de la población ignora
quienes son sus enemigos. Los Manos se han integrado por completo a la
sociedad, cumpliendo papeles de vigilancia, represión y padrinazgo de los
hijos de los revolucionarios muertos o desaparecidos después de la guerra.
“Eso pasó alrededor de 1986, durante la presidencia de Alfonsín”, aclara
Solano.
Y no es la única
alusión directa a la historia vivida por muchos de los hijos de detenidos
desaparecidos durante la última dictadura militar. Ya desde el principio
queda establecido que los Manos vienen siendo blancos recurrentes de una
serie misteriosa de atentados, cuyo valor se muestra equivalente a los
“escraches” llevados a cabo por la agrupación HIJOS (Hijos por la
Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) a los genocidas
del Proceso.
El regreso,
gestado a principios de 2001 para la revista italiana Lancio Story,
totalizará unas 300 páginas abarcando tres líneas argumentales
principales: La historia de Martita, la vuelta a la lucha de Juan Salvo y
la búsqueda de Elena. “Para mí es la verdadera continuación de la saga
–reconoce Solano-. Engancha en cada uno de los puntos que quedaron sueltos
o pendientes en la primera parte y se retoman para darle sentido a una
nueva aventura”.
Tres palabras
bastan para definir las motivaciones del Eternauta: “Buscar. Buscar.
Buscar –remarca Solano López-. Eso es lo que hace. Siempre. Y bueno,
después de tanto tiempo, hoy, por fin, le tocó encontrar”.» |