TEBEOSFERA \ SECCIÓN  

COSAS DE TEBEOS / 5

Antonio Martín, historiador  

por ANTONIO MARTÍN  


UNDERGROUND A LA ESPAÑOLA. CAÍDA Y MUERTE DE EL VÍBORA


«El Fin de “El Víbora”. La revista de cómic El Víbora anuncia su probable cierre. 20 de Febrero de 2004. Con las ventas actuales, la situación se ha hecho insostenible. En consecuencia, después de 289 números, después de casi 25 años de historia (...) la revista

El Víbora está a punto de cerrar. Tres números más y se acabó (...)»

                                                             (del Comunicado de Prensa difundido por Editorial La Cúpula el 20-II-04) 

 Oficialmente, la corriente estética y expresiva que —por consenso y comodidad— hemos dado en agrupar bajo la denominación de cómic underground español nace en Barcelona en septiembre de 1973 con la publicación del tebeo El Rrollo Enmascarado.

Como editor responsable de este tebeo aparecía Miguel Farriol, cabeza visible de un grupo de dibujantes no profesionales que se habían reunido para autoeditar sus historietas: Javier Mariscal, Nazario Luque, Francesc Capdevila Max, Pamies, el otro Farriol hermano del jefe, Guillermo, Pepichek. El resultado, si bien era sólo discreto en términos estéticos y expresivos, supuso la más eficaz tarjeta de presentación del underground español, más aún cuando El Rrollo Enmascarado fue secuestrado casi inmediatamente por el Ministerio de Información y Turismo bajo la acusación de que suponía, según el ministerio fiscal, «un claro ataque a la moral sexual».

La publicación de este tebeo, su secuestro y el posterior fallo absolutorio en junio de 1974, de Farriol y de El Rrollo Enmascarado por parte de la Audiencia Provincial de Barcelona, supusieron el pistoletazo de salida del cómic underground español y su inmediato florecer...

Y ello antes de que apareciesen revistas más o menos contraculturales y míticas como Ozono, Ajoblanco, Disco Express o Star, antes de que Makoki comenzase a menear sus cables por las noches barcelonesas, antes de las míticas noches de Magic y, desde luego, mucho antes de que se iniciase y alcanzase su esplendor la movida madrileña de los años ochenta.

El corto verano... del cómic underground español

Por supuesto en la España de los años setenta y aún hasta los primeros ochenta, aquellos dibujantes jóvenes eran contraculturales o quizá sea mejor adjetivarlos como alternativos, con la ambigüedad que estos términos tienen y mucho más referidos a la España de Franco. En cualquier caso habría que preguntarse si Max, Mariscal, los Farriol, Nazario, Ceesepe, Pamies, Roger, Isa, El Hortelano, Montesol, Vives, Rubiales, Rosa, Santana, Martí, Vallés, Damián Carulla y tantos otros autores que rápidamente aparecieron eran contraculturales, alternativos o underground por ser dibujantes y como dibujantes o bien lo eran por el simple hecho de ser jóvenes.

Lo cierto es que el estilo, personal y gráfico, de aquellos dibujantes, su actitud de libertad despreocupada, hasta su atuendo y si se quiere su careto y sus comportamientos tenían un peculiar tufillo antisistema... mezcla de hippie y pasotismo ácrata. Lo cual, a mi juicio y con los datos objetivos a la vista, no implicaba ningún planteamiento ideológico específico y sí la afirmación de una juventud que rompía los esquemas establecidos. Nada nuevo bajo el sol: simple sucesión generacional en la que se repite una y otra vez la fórmula de los jóvenes intentando hacerse un hueco, habitualmente desplazando a las generaciones anteriores por las buenas o por las malas.

Los primeros tiempos del cómic underground español fueron duros, la vida apretaba aunque los dibujantes se la tomaban de forma despreocupada. Fueron los años en que las gentes del rollo underground español vendían ellos mismos sus cómics en la calle, en las Ramblas, en el Rastro, a pelo... y para ganarse la vida dibujaban, imprimían y vendían pegatinas, parches, postales o trapicheaban en chocolate, cuando con suerte les encargaban una ilustración o un anuncio... y trabajaban en lo que les salía con tal de poder seguir viviendo a su aire y contando sus cosas. Fueron tiempos duros, de experimentación, de tanteos en busca de un estilo, probando todas las suertes del dibujo mientras afianzaban su lenguaje expresivo y hacían una historieta tras otra. Lo difícil era publicar. Lo difícil era ganarse la vida publicando.

Pero el cómic underground español nacía tocado de muerte, ya que la mayor parte de los autores que daban vida a aquel cómic aspiraban a más, a ser otra cosa, querían profesionalizarse. Y ello no quita al hecho de que la mayor parte de aquellos dibujantes lo eran por vocación, habían crecido leyendo tebeos y querían contar “sus cosas”, cosas que aún dentro de su real inocuidad chirriaban respecto a la moral dominante. Es así como el cómic underground español duró apenas un verano... o quizá dos o tres.

Fue visto y no visto: en cuanto aparecieron editores ingeniosos y emprendedores —-también se dio el caso de jóvenes cachorros de la industria reciclados de oportunistas contraculturales— y les ofrecieron trabajo pagado, los dibujantes se dedicaron afanosamente a llenar las páginas de sus publicaciones y posibilitaron la invención de otras nuevas. Todo lo que de underground pudo haber tenido aquel cómic se perdió en cuanto sus autores pudieron beber y fumar —y hasta comer— todos los días gracias a sus dibujos, lo cual no tiene nada de negativo, al contrario: es bueno y saludable. Recuerdo bien que cuando en 1974 entrevisté a Nazario y compañía por un artículo que escribía en equipo con Ignacio Fontes para la revista Cambio 16, Nazario respondió categóricamente a una de mis preguntas: «Nosotros no somos underground». Y lo decía el que sin duda era el más transgresor de todos aquellos dibujantes.

Entre la marginalidad y la normalidad profesional

Lo cierto es que muy pocos de los dibujantes primeros siguieron siendo underground, quedando como mucho en alternativos... Y los que sí se sentían y querían ser marginales al sistema acabaron por pasar del mundo ideal del dibujo a la práctica de la vida real y se instalaron en el campo o en comunas para hacer una vida hippie, dedicándose entre canuto y canuto al cultivo biológico o a fabricar artesanía de pacotilla de cuya venta subsistir. Fue el caso del grupo que formaba la célula germinal de los “tebeos del rollo”, del cual acabaron por desgajarse personalidades tan poderosas como Mariscal o Nazario para intentar profesionalizarse mientras que gentes como los Farriol se sumergían en el piélago ibicenco dejando poco a poco atrás las historietas.

Así, probando una y otra vez, sin casi continuidad, los dibujantes underground españoles pasaron el período inicial publicando a salto de mata en Pauperrimus Comix, Catalina, Diploma de Honor, De Quommic, A la calle, Sidecar, Purita, Carajillo Vacilón, Nasti de Plasti, y otros números únicos. Hasta que comenzaron a editarse revistas como Star y Rock Comix, hasta que los nuevos dibujantes se convirtieron en noticia y el cómic underground se convirtió en manos de periodistas y enterados en «comix» y en moda. A partir de ese momento las cosas mejoraron, había donde publicar, aunque no todos y no siempre, se cobraba por publicar, aunque mal y no siempre, sin que en definitiva ello significase aún que aquellos dibujantes pudieran profesionalizarse.

En estas circunstancias la aparición de la revista Star, editada por Juanjo Fernández a contrapelo de la editorial familiar, Producciones Editoriales, supuso un balón de oxígeno y no sólo para los underground y los alternativos, también para todos los dibujantes que comenzaban, incluso para los que aún estaban verdes o eran realmente muy malos, pues sus páginas estaban abiertas a todo el mundo que aceptase publicar bajo la condición de cobrar poco y mal. Ya lo decía el editor en el Contra-Prólogo del número 1: «(...) pretendíamos publicar los mejores comics del momento (...) pero se tuvo el problema de siempre, el dinero (...) Que el llamémosle ‘comics underground’ (muy entre comillas y perdón por el nombrecito), no tiene ni un duro, que los editores que se atreven a editarlos deben estar muy locos» y etc.

Pero fue en aquel híbrido que siempre fue Star donde los dibujantes alternativos españoles comenzaron a creer que era posible alcanzar cierta normalidad profesional. Y hay que tener en cuenta lo muy ecléctico, mejor extraño, que resultaba el primer Star, si vemos, por ejemplo, que en las páginas de sus seís primeros números convivían dibujos e historietas de gentes tan dispares como Gin, Druillet, un naciente Romeu, Javier Ballester, un prebutifarrero Alfons López, José Miguel Martí, Max, Carlos Vila, Tisa, Pérez Sánchez, Robert Crumb, Foolbert Sturgeo, Dave Dozier, Rosa, M. Farriol y textos de Luis Vigil, Topor, José María Martí Pons, Claudi Montañá, etc., a los que casi inmediatamente se unirían Nazario, Gilbert Shelton, Rodríguez Spain, Ceesepe y otros nombres pronto conocidos del nuevo tipo de lector que por entonces estaba también apareciendo.

El conjunto formaba una intrépida —aunque desorientada— publicación que en realidad parecía un auténtico cajón de sastre, con contenidos más explosivos por su ruptura con lo estéticamente correcto que por su auténtica profundidad crítica. Lo cual no quita para que semejante revista chirriara agudamente en el panorama español de los últimos meses de vida, poco más de un año, del general Franco. Tanto, respecto a la estética de la ética de aquel Régimen, que el número 7 de Star fue sancionado con una multa por el Ministerio de Información y Turismo, mientras que el número 13, agosto 1975, dedicado monográficamente a Frizt the Cat, de Crumb, fue secuestrado por orden del mismo Ministerio. Otras sanciones vendrían después..., incluso hasta tener que vender con páginas arrancadas el tomo que contenía la reedición de El Rrollo Enmascarado, Pauperrimus Comix y Catalina.

Así estaban las cosas en los primeros tiempos del cómic underground español. Los dibujantes seguían siendo gente marginal, que contaba historias marginales y vivía a contracorriente, gente que trabajaba a salto de mata, siempre al día. No obstante, el peculiar equilibrio inestable que se manifestó en todos los campos y actividades de la vida española durante los primeros años de la transición política facilitaba que se produjesen cambios sociales y un nuevo clima de tolerancia, en el que periodistas, esnobs y comentaristas varios ensalzaron la “estética underground” y convirtieron muchas veces a sus autores en noticia, independientemente y más allá de su trabajo, como una especie de “prensa rosa” de la marginalidad. Así estaban las cosas cuando José María Berenguer comenzó a editar la revista El Víbora.

[ continúa... leer siguiente parte del artículo > ]


[ © 2004 Antonio Martín, para Tebeosfera 040306. Martín es miembro del GELPI / Grupo de Estudio de las Literaturas Populares y de la Imagen ]