Los
primeros escarceos que uno recuerda con la física son los que se
tienen con la famosa ley gravitatoria de Newton. Especialmente
gratos son los ajenos, porque en esos casos siempre puedes reírte,
más aún cuando Dios no está mirando con atención. Cuando mi hermana pequeña se
enfrentó por primera vez a la gravedad, y no hablo aquí de
manzanas que caen de los árboles, ni de huesos rotos en los
columpios, sino de su primer examen algo serio, recuerdo que destrozó
completamente todos aquellos conceptos que yo ya había asumido como
de sentido común. Uno de ellos, quizás el más notable, es que La
Tierra era redonda y que vivíamos en su superficie. Por el lado de
fuera. Todos. No en el exterior los del hemisferio norte y en el
interior los del polo sur, como creía inocentemente esa criatura
sangre de mi sangre.
Años
después, el estudio atento de miles de páginas de cómics me han
llevado a la conclusión de que mi hermana no era la única con
dificultades de comprensión del fenómeno. Antes bien, en el
sentimiento popular sólo parecen haber quedado tres ideas
fundamentales: una, los planetas dan vueltas alrededor de las
estrellas; dos, las cosas en la superficie de un planeta se caen al
suelo (describiendo una parábola, si hay un profesor de ciencias
cerca); y tres, en el espacio no hay gravedad... Situados en este
punto, como no quiero ensañarme más con mi familia, dirigiré mis
pesquisas hacia el Universo Marvel, fuente inagotable de teoremas alternativos...
Ego, el
Planeta Viviente, es un personaje atípico donde los haya. Viejo
como pocos y con cierta tendencia a meterse en problemas, se ve
siempre invadido por multitud de personajes que se empeñan en atravesar su
superficie para buscar su lado flaco. Es curioso que alguien (¿algo?)
tan poderoso y con tal mal carácter brinde siempre atmósferas
respirables a sus enemigos humanos, con la presión y la concentración
de oxígeno adecuadas, así como una gravedad análoga a la
terrestre. Sería de esperar que Ego, abiertamente favorable al
asesinato y con un sentido del honor cuya ausencia resplandece, no
diese estas facilidades a sus adversarios... pero no. Esto no es
posible: hay una Ley No Escrita en el Universo Marvel que dice que
'todos los planetas, habitados o no, tienen siempre unas condiciones
adecuadas para que los seres humanos se paseen por su superficie'.
Es más, los planetas pueden adaptarse para proteger estas
condiciones de cambios bruscos en el exterior, como todos hemos
podido ver en cómics en los que Ego viaja grandes distancias por el
Sistema Solar sin que se modifique siquiera la temperatura de su
superficie. Pero hoy estamos hablando de la gravedad, así que nos
bastará considerar el siguiente corolario: "Todos los planetas
del Universo Marvel tienen una gravedad igual a la terrestre".
Este
punto, aunque asombroso, es perfectamente concebible, podríamos
pensar que el espacio del Multiverso donde se mueven nuestros héroes
es justo aquel en el que se verifica este principio, así, esto no
pasaría de ser una mera curiosidad, nada comparado con otro fenómeno
gravitatorio muy común: las
fuerzas
de marea. O mejor dicho: la no existencia de fuerzas de marea.
¿Cuántas veces se ha acercado Ego (y su cohorte de grandes
satélites) a un planeta sin provocar nada más que pequeños
terremotos? ¿Quién no ha leído un cómic en el que este prodigioso
titán se sitúa a pocos miles de kilómetros de otro planeta para
luego arrasarlo con poderosos rayos cósmicos? Pero... esto no
debería ser necesario... en nuestro mundo, la aparición de semejante
coloso provocaría una brutal alteración de la órbita, acompañada de
un efecto de marea que destrozaría la corteza planetaria. Si esto no
ocurre de este modo es por dos motivos. Uno, los planetas están
clavados en sus orbitas respectivas. Dos, las fuerzas de marea no
existen.
Asumir el primer punto no nos desconcierta demasiado, podríamos
aceptarlo sin problema como un nuevo principio de Las Leyes Marvel.
El segundo, lamentablemente, nos obligaría a crear una nueva
deidad, responsable de las mareas terrestres (que ya no estarían provocadas por la
Luna). Un buen nombre sería, sin duda, Maremotor (Fernando F.B.TM),
y podríamos imaginarlo como un anciano vestido de azul y gris, que vive oculto en una
montaña hueca en las profundidades abisales. Un ser primordial de
indudable carisma. Un dios menor, viejo como el mundo, apartado de
los humanos y consagrado a su tarea durante milenios, víctima quizás
de una maldición que le obliga a permanecer solitario. (En una fantástica
historia repleta de splash-pages podríamos contar su enfrentamiento con Odin y como al dejar de lado su control
sobre el mar el nivel de las aguas crece hasta ahogar casi todas las
tierras emergentes. Un cross-over con Water World sería
en este punto más que deseable.)
Maremotor,
desafortunadamente, haría temblar los cimientos de La Continuidad,
y sin un Kirby que lo diseñase, podría quedar condenado a
desaparecer sin dejar huella. Más aún, un personaje que jamás
sale de su casa complicaría mucho las apariciones -imprescindibles- de
Spiderman y Lobezno en su necesaria miniserie de presentación. Es
por esto que hay que buscar una segunda vía a la solución de
nuestro problema. Dado que siempre es Ego el que pone en entredicho
nuestro conocimiento de las cosas, posiblemente sea mejor alterarlo
a el... podríamos pensar que es un planeta liviano, de tan poca
masa que su gravedad, solamente apreciable muy cerca de la corteza y
en su interior, es originada por tecnología alienígena desconocida
(o algo místico), y no por un núcleo rocoso y pesado. De este modo
acabaríamos con los molestos efectos que hemos considerado
anteriormente: siendo la masa el único problema, lo mejor es
prescindir de ella. Acaso lo más sencillo fuera hacerlo hueco, con
cavidades porosas en su interior, como un bizcocho, o con un
complicado sistema de cuevas, como un queso de Gruyere. A esto lo
llamo yo 'Teorema del Queso', y podríamos hacerlo extensible a
cualquier planetoide cuyo tirón gravitatorio no sea el que cabría
esperar considerando su tamaño.
Por supuesto
esto no quiere decir que Ego tuviese que ser REALMENTE de queso,
aunque eso es una cuestión a considerar. Es más, mi cariño hacia
Maremotor casi me impulsa a proponer a la Luna como un satélite
hecho de rico brie, siendo por tanto necesario recuperar a
tan entrañable y fugaz personaje, y cerrando además el círculo de
leyendas selenitas, aunque a costa de complicar El Universo. Como no
es este mi objetivo, será mejor olvidar este último punto y
abrazar la Ley No Escrita y el Teorema del Queso como inamovibles
principios de la coherencia marvelita.
|