El pasado día
treinta de enero fallecía en Valencia, víctima de un infarto, el
dibujante Antonio Edo Mosquera, más conocido por el seudónimo de
Edgar.
Nacido en esta ciudad en 1922, Edgar comienza desde muy temprano a
introducirse en el mundo de las fallas en compañía de su hermano
Manuel, contribuyendo durante la Guerra Civil a la construcción de
diversos montajes falleros antifascistas. Será algo más tarde, a
finales de los años cuarenta, cuando comience a colaborar para la
editorial Valenciana, una de las más importantes de la posguerra
en el terreno de las publicaciones infantiles, editora que ya no
abandonará casi hasta el momento de su
desaparición en 1984. En
las páginas de la revista Jaimito publica sus primeras
páginas como profesional, siempre humorísticas y en las que se
adivina ya una personalidad que le convertirá en un creador único,
dueño de un trazo a primera vista esquemático y anguloso, que
revela en el fondo un profundo estudio de lo que debe ser el
dibujo de historietas: un acercamiento a la representación gráfica
de cuanto existe, un intento de reducir las múltiples formas del
mundo a un código de líneas que nos ayude a interpretarlo.
Practica en estas primeras colaboraciones un humor testimonial con
ciertas dosis de acidez, reflejando las carencias propias
de los tiempos duros y miserables de la posguerra. Aparte de
innumerables páginas de chistes, sus primeros personajes los
estructura en forma de tira de tres o cuatro viñetas, como Simplicio Panoli,
La sombra o Cipriano Metomentodo. A mediados de la
década colabora en la publicación para niñas Mariló, y de
forma muy habitual en una revista que la misma Valenciana lanzará
en
1953 dedicada a los más pequeños, destinada a convertirse en un
hito entre las publicaciones de sus especie. Me refiero, claro
está,
a Pumby, en la que su personaje Caperucita
Encarnada ocupará durante muchos años la contraportada del
semanario.
Obra
realizada con una honestidad extrema, a la que se ha prestado
escasa atención debido al prejuicio con que la crítica suele
abordar las realizaciones para la infancia, el universo de
Caperucita recreado por Edgar merece un lugar destacado en el
panorama de nuestra historieta. A través de él asoma un mundo tan
limitado como rico en matices en el que cada cual cumple
invariablemente con el papel que le ha sido asignado: así la
protagonista con sus amigos Conejín y Tortuguita
derrotan una y otra vez al Lobo en unos episodios de gran
sencillez
argumental desarrollados siempre en una sola página. Sin
embargo Edgar sabe dotar a tan ingenuos argumentos de un extraño
sentido poético que se desprende de su personal grafismo: la
confirmación del carácter inmutable de unas anécdotas que siempre
se reducen a un mismo esquema provoca una fuerte sensación de
ausencia del tiempo, contribuyendo decisivamente a mantener el
clima de irrealidad en que discurren las peripecias de
Caperucita. Asombra, en una segunda lectura de los cientos de
páginas que de este personaje publica, la cantidad de soluciones
gráficas que aporta Edgar a la representación en viñetas del
paisaje: las formas de los diferentes árboles y matorrales, la
textura de sus cortezas, los desniveles del terreno, las fuentes,
los sembrados, las heras, las nubes: todo parece encontrar como
por ensalmo sus rasgos más puros, sabia síntesis de las formas de
lo representado ofrecida al lector desde unos presupuestos
aparentemente modestos, sin estridencias, con fidelidad a una
forma coherente de mirar las cosas. Placidez,
inmutabilidad, equilibrio, poesía: tales son los caracteres del
personal mundo de Edgar y su Caperucita, la creación por la
que siempre debería ser recordado.
Sentido
poético difícil de mantener en las circunstancias en las que se
abordan sus creaciones: recordemos una vez más que el dibujante de
los años gloriosos del tebeo español carece de seguridad social,
de propiedad sobre sus obras, de jubilación,
pierde
sus originales y se ve sometido en general a una explotación descarada
de su trabajo; todos estos factores desembocan, en el caso de los
colaboradores de Valenciana, en una larga serie de pleitos y
enfrentamientos con la empresa en busca del justo reconocimiento
de sus derechos junto a sus compañeros de trabajo.
Alejado
en los últimos años del mundo de la historieta en el momento de su
muerte estaba realizando una monumental historia del cartel, obra
ambiciosa que no llegó a terminar y de la que ha dejado una
cantidad de material inmenso y de un muy alto interés.
Descanse en paz. |