ENTRANTES
El género de aventuras marcó una parte importante de la producción
tebeística de la España de Franco, con auge en los años cuarenta y
cincuenta, agotándose la fórmula a principios de los sesenta y
coincidiendo con la desaparición de su formato más habitual: el
cuaderno. Se trataba de un tebeo apaisado de 17 x 24 cm.,
con 10
páginas de historieta impresa en papel de escasa calidad, más la
portada a todo color y la contraportada, normalmente en azul.
Predominaban las historias de continuará, tanto si eran series
abiertas, como El Guerrero del Antifaz (1943-1966), o
series limitadas, como la que nos ocupa.
Se pueden contar por centenares las series que, durante esos años,
aparecieron, principalmente de la mano de editoriales barcelonesas
y valencianas. El género aventurero era, como indica Altarriba,
muy ecléctico en el sentido de que se entrecruzaban
características propias del humor, normalmente en contadas
ocasiones para hacer de contrapunto al dramatismo, características
del género amoroso, con idilios más o menos imposibles o castos, y
también, como no, de la novela folletinesca, tan popular entre los
siglos XIX y XX, que dieron al cómic algunos de sus recursos más
característicos. Sin olvidarnos de la acción, siempre generosa
porque de ella dependía el éxito de tal o cual serie. Los
lectores, masculinos pero no exclusivamente, esperaban encontrar
más de lo mismo en cada entrega semanal o quincenal, como cuando
los niños de escasa edad, al acostarse, piden al padre o a la
madre que les cuenten siempre el mismo cuento. De esa forma, las
editoriales entraron en la dinámica de hacer series muy similares
entre sí, prácticamente clónicas, cuyas diferencias principales
radicaban en la pericia del dibujante a la hora de plasmar
gráficamente esos guiones muchas veces hechos descuidadamente. Esa
especie de manierismo en el guión también tuvo su eco en el
apartado gráfico, debido en parte a la urgencia de las entregas,
en parte por la desgana. Aún así son numerosas las series que han
pasado a la posteridad, o son firmes candidatas a serlo. Una de
ellas es sin duda la saga de El Charro Temerario, que se
alargará durante 110 cuadernos más un almanaque agrupados en tres
partes. Pero antes de hablar de ella, sigamos un poco más con lo
anterior.
La producción de cuadernos durante esa edad dorada fue básicamente
autóctona, con un plantel de dibujantes y guionistas españoles de
oficio, curtidos en innumerables páginas hechas a ritmo frenético,
como la acción concretada en las mismas, que tuvo consecuencias en
la temática de los tebeos de aventuras. Las causas podrían ser
muchas pero seguramente obedecen a dos circunstancias específicas
de esos tiempos impuestos por la fuerza de las armas (y la ayuda
fascista y nazi). Desde el final de la guerra civil se impuso,
lógicamente, el derecho de conquista de los vencedores, que se
tradujo en la represión y humillación de los vencidos y un
redireccionamiento de la sociedad hacia los valores improvisados
por los diferentes sectores sociales victoriosos. Por eso último,
y también por otras razones, predominó la moral católica en todos
los ámbitos y se desempolvó la vieja censura que también afectó,
naturalmente, a la producción de tebeos. La censura provocó una
contención, cuando no prohibición, de algunos temas considerados
inmorales (es decir sexuales) o contradictorios con los ideales de
la nueva / vieja España. La traducción de tebeos extranjeros era
complejo porque los escotes se tenían que subir, los calzones
alargar y el diálogo modificar, así que era más fácil hacer
directamente los tebeos en España de acuerdo con las normas no
escritas. Ligado a esto está el hecho de la mentalidad autárquica
que predominaba en la primera etapa del franquismo, que engloba
los primeros 20 años y termina con la entrada en el gobierno de la
tecnocracia del Opus Dei a finales de los cincuenta. Durante esta
primera etapa la Una, Grande y Libre se encuentra más sola que la
una internacionalmente, porque sus colegas ideológicos han sido
derrotados en la II Guerra Mundial y la recién creada ONU
recomienda retirar los diplomáticos de España. Es la dura época de
las cartillas de racionamiento y del contrabando de tabaco, café y
azúcar, del comienzo de la tradición española de practicar la
economía sumergida, del uniforme requeté o falangista, del brazo
en alto, impasible el ademán, y siempre cara al sol. Es la época
del intento de ser autosuficientes, de la conspiración judeo-masónica-comunista.
Y seguramente los tebeos absorbieron este componente ideológico,
haciendo que los autores fueran predominantemente españoles.
Pero vino la aparente contradicción: los héroes de papel, por muy
machos y españoles que fueran, solían vivir sus aventuras en
países remotos, paisajes exóticos, culturas lejanas, siempre, eso
sí, con la supremacía de la esencia castiza. Pero tal
contradicción no lo es si tenemos en cuenta que España era un país
donde se suponía que reinaba la paz (de ahí el cruel y cínico lema
de Fraga: «Veinticinco años de paz»). Y si había paz, España no
podía estar llena de facinerosos y malandrines que atentaran
contra el orden público. Es por eso pero también porque el lector,
ese niño sentado en el portal con el tebeo en la mano, buscaba en
los tebeos evasión, distracción de lo cotidiano, así que se lo
ofrecían a base de una buena dosis de exotismo, ya sea geográfico
(el Amazonas, la China, los Mares del Sur) o cronológico (la edad
moderna, el Oeste, la Reconquista).
ALGUNAS CUESTIONES GENERALES
La que llamaremos saga de El Charro Temerario fue editada
en tres partes por la editorial barcelonesa Grafidea,
especializada en la producción de cuadernos de aventuras aunque no
una de las más grandes. Tanto el formato como la temática
responden claramente a los planteamientos clásicos del cuaderno de
aventuras de continuará, aunque en esta ocasión, en vez de hacer
una serie abierta, tipo El Guerrero del Antifaz, se optó
por limitarla y dividirla en tres partes que, en realidad,
funcionan autónomamente, es decir que se pueden leer perfectamente
por separado. El hecho de limitar cada parte a un número de
cuadernos no muy elevado hace que la acción no se dilate
indefinidamente. Aún así, en las diez páginas de historieta de
cada cuaderno se suceden los momentos de tensión a ritmo
frenético, terminando en suspense en la última viñeta, suspense
que en un principio parece insalvable pero que en pocas viñetas
del cuaderno siguiente se resuelve sin problemas.
Los autores son Pedro Muñoz y Matías Alonso, el primero al guión y
el segundo al dibujo.
Poco sabemos de Pedro Muñoz; Cuadrado ha llegado a sugerir que
«parece firma de heterónimo; acaso seudónimo ligado al entorno del
guionista Marino Hispano», si bien otros estudiosos desconfían de
esta posibilidad.
Sea como sea, los tres guiones destacan por su calidad aunque
sigan casi al pié de la letra las directrices propias de este tipo
de publicaciones, sobre todo el de la segunda parte, conocida como
La Capitana. Muñoz, a partir de los lugares comunes propios
del western en la primera serie, el “corsarismo” en la
segunda y el exotismo hindú de la tercera, realiza un trabajo muy
digno, con unos personajes bien perfilados, aunque maniqueos, y
unas situaciones variadas dentro de lo que cabe.
Por su parte, Matías Alonso se estrenó como dibujante de una serie
ya a los 18 años, con El Charro Temerario, y trabajó
para Grafidea, Valenciana y Maga hasta principios de los años
sesenta, siempre en series de cuadernos de aventuras. Con unos
inicios aún titubeantes en cuanto al aspecto formal en general, y
con una gran influencia de Manuel Gago, muy pronto depura su
estilo, evolucionando hacia un amaneramiento muy personal, con un
trazo limpio y preciso. Según Pedro Porcel su habilidad por el
montaje y la movilidad de sus dibujos son herencia de Gago, aunque
con el tiempo, a nuestro parecer, supere al maestro por lo cuidado
de sus líneas y su insistencia en ofrecer al espectador un
decorado y un atrezzo cargados pero no excesivos, con una
preocupación por el detalle que se hecha en falta en muchas
historietas más famosas que esta saga. Esa es la principal virtud
de Alonso, el hacer del tópico su estilo personal. No pretende, ni
mucho menos, ser realista en ningún sentido. Sus dibujos, sus
encuadres, tienen mucho de poético, de evocador de otras épocas
maravillosas por su generosidad estética.
Las tres partes se editaron originalmente en los años cincuenta
pero en los ochenta se hizo una reedición facsímil, con un tiraje
muy limitado y un precio elevado, que respeta bastante fielmente
el original, aunque mejorando el papel, cosa que se agradece.
Según José Antonio Ortega la editorial que hizo la edición
facsímil fue Comic-Mam, aunque no aparece ninguna acreditación en
los tebeos, que se limitan a reproducir el original sin añadir
ningún dato.
EL CHARRO TEMERARIO
La primera parte hizo su aparición en 1953, finalizando en 1954
tras 44 cuadernos semanales. El nombre de la serie es el apodo del
protagonista de esta primera parte, Juan Miguel, un joven apuesto
con unos valores humanos indiscutibles que ve como su vida da un
giro inesperado cuando su novia es asesinada y él es acusado de
crímenes que no ha cometido. A partir de aquí empieza a
desencadenarse la acción trepidante, con el manejo de un sinfín de
personajes secundarios de los que se pueden destacar el amigo
gordinflón Turuta (podría parecer que tiene que ser el bufón de la
serie pero en eso se contiene Muñoz); Manuel, que siendo el mejor
amigo de Juan Miguel tiene una importancia escasa; Elena Cárdenas,
que una vez salva la vida a Juan Miguel y termina casándose con
él; Flaviano, un adolescente que se convierte en inseparable de
Juan Miguel; Estrella Dorada, mestiza que, enamorada de Juan
Miguel, se casa con el jefe de su tribu; Patas de Ciervo, joven
indio que llega a convertirse en jefe de su tribu y a casarse con
Estrella Dorada; y de los malos destaca el terriblemente maligno
Zorro, capaz de cualquier cosa con tal de salirse con la suya si
con ello molesta enormemente a Juan Miguel.
A partir de estos personajes se configura una red de relaciones
personales encadenadas con todo tipo de situaciones límite en las
que no siempre es Juan Miguel el protagonista. En muchos casos ni
aparece, y son sus amigos y allegados los que sufren y luchan por
salir adelante. Eso se hace evidente cuando Flaviano, a medida que
transcurre la primera parte, va haciéndose mayor y adoptando más
protagonismo, hasta llegar a suplantar al Charro en alguna
ocasión.
La acción transcurre a caballo entre México y California, en un
momento indeterminado del siglo XIX, aunque su planteamiento es
claramente de western, con los caballos, los cuatreros, los
vaqueros, los indios y todo lo demás. Los indios son aztecas, como
tiene que ser tratándose de México, pero son unos aztecas poco
aztecas porque tanto su atuendo como sus tipis reproducen el
tópico indio arrojado a las masas desde innumerables películas de
indios y vaqueros. En esta serie los indios son buenos y nobles,
siempre dispuestos a ayudar a sus hermanos blancos, pero
inferiores: Juan Miguel es muy amigo de una tribu azteca, pero
cuando regresa a casa no duda en decir que vuelve a la
civilización, y en otra ocasión afirma que nunca entenderá las
costumbres indias.
Como se ha comentado más arriba, las series de aventuras combinan
otros géneros. En esta ocasión, además de los necesarios mamporros
y persecuciones, también tenemos romance. Juan Miguel tiene
enamoradas a Elena Cárdenas y a la mestiza Estrella Dorada sin que
sospeche nada. Esta rivalidad femenina se resuelve con la boda
entre Juan Miguel y Elena. Estrella Dorada cae en una depresión
pero pronto se recupera y se casa con Patas de Ciervo. Por otra
parte, el oficial federal Montesinos se enamora de Estrella Dorada
pero no es correspondido y finalmente abandona toda posibilidad
cuando ésta se casa con Patas de Ciervo. Pero un momento dado el
Zorro ahoga al indio y así, como por arte de magia, no habrá
ninguna traba a las nupcias entre el federal y la mestiza. Como se
puede deducir, la trama romántica es ñoña e irreal, y así se la
toman guionista y dibujante, seguramente por su escaso interés en
la misma. Las resoluciones amorosas son, sin duda, la parte más
floja del serial. En la última página del último cuaderno se da
mucha información: por un lado Juan Miguel, al capturar
definitivamente al Zorro, es herido por éste con tan mala fortuna
que lo deja paralítico, Montesinos y Estrella Dorada se casan
felizmente y, en un cartucho, se nos advierte que las aventuras de
Juan Miguel han llegado a su fin, que vivirá en paz en su hacienda
con su esposa Elena y su hija Elenita (suerte que la tuvo antes de
quedar paralítico), pero las aventuras de Flaviano y su fiel
compañero el indio Knut no hacen más que empezar, anunciando así
la segunda parte, conocida como La Capitana.
En el apartado gráfico asistimos a un espectacular progreso a
medida que se van sucediendo los cuadernos. Los primeros
evidencian una falta de soltura debido a la escasa experiencia,
una influencia muy acusada de Gago, en posturas y caras. La
perspectiva aún no es su fuerte pero ya se percibe en él el gusto
por el detalle y el interés por la narrativa a través de una
composición variada de viñetas, en la que combina los cuadros de
pequeño tamaño con otros que ocupan dos o más renglones, haciendo
un uso regular de la flecha que fuerza la línea de indicatividad
cuando no sigue estrictamente la lógica izquierda-derecha y
arriba-abajo. Al final de la serie, tan solo 44 semanas después,
Alonso ya ha llegado a formar el esqueleto básico de su estilo,
con unas figuras estilizadas, hasta manieristas en el caso de la
representación de ropas y cabello. Su principal fallo sigue siendo
el caballo, y más concretamente el movimiento de sus patas.
Obviando el movimiento real de estos cuadrúpedos, en el que las
patas derechas e izquierdas van alternando las
zancadas, Alonso se empecina en dibujarlas con el movimiento al
revés, es decir con las dos patas delanteras haciendo el mismo
movimiento y también las dos traseras. Pero por suerte, en la
siguiente parte, los caballos serán sustituidos por veleros.
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