Se acostumbra a hablar de lenguajes en el dominio
de los medios audiovisuales y escripto-icónicos. El lenguaje
cinematográfico, el lenguaje televisivo, el del cartel, el de la
historieta,... ¿Cómo olvidar el título de una obra fundamental en el
desarrollo teórico de la historieta dentro y fuera de España? El
lenguaje de los comics de Gubern. O la más reciente y menos
fundamental Los lenguajes del cómic de Barbieri.
Pero ¿se puede hablar con propiedad de un lenguaje
de la historieta? Para responder a esta pregunta hay que establecer qué
caracteriza a un lenguaje. Resume el profesor García Jiménez –a
propósito del discurso audiovisual pero aplicable a nuestro campo de la
historieta– que un lenguaje ha de estar constituido por un sistema
finito de signos, susceptibles de ser incluidos en un repertorio léxico
y que se articulan según un conjunto de reglas determinadas con
precisión.
La noción de un lenguaje de la historieta empieza
por desmoronarse desde su propia base cuando chocamos con la
descalificación como signos icónicos de las imágenes visuales que se
integran con el lenguaje escrito en los cómics. Efectivamente, las
modernas teorías sobre la percepción han venido a enfrentarse a la
suposición semiológica de que la imagen es un signo analógico, o sea
unido por una relación de semejanza a lo representado. De esta oposición
ha surgido un enfrentamiento entre las teorías objetivistas, que abogan
por la mímesis de la imagen visual, y el convencionalismo extremo que
tacha de puro convenio a la relación aparente entre significante y
referente. De sumarnos a estos últimos, como Eco, las imágenes visuales
pasarían a la categoría sígnica de los símbolos, cuya relación con el
referente es arbitraria. Para García Jiménez esto basta para dar por
acabada la discusión en cuanto a la aplicación rigurosa del término
“lenguaje” -de la historieta, en nuestro caso.
Vayamos un poco más allá y consideremos la
posibilidad de que hayamos admitido, con demasiada facilidad, la
polarización de objetivistas y convencionalistas. Cabe una vía de
conciliación de ambas posturas: no existe una relación de semejanza
auténtica entre el presunto signo icónico y su referente porque no
comparten las propiedades físicas, pero, sin embargo, el primero logra
suscitar en el espectador una estructura perceptiva semejante a
la que estimularía el objeto representado. Es, por tanto, posible hablar
de iconicidad en los esquemas culturales de reconocimiento perceptivo
dentro de los cuales opera el lector. De hecho, en las imágenes del
cómic se verifica una coexistencia de categorías sígnicas, desde el
grado variable de iconicidad de los dibujos hasta el carácter simbólico
–en el sentido empleado por Pierce- del alfabeto de los textos, pasando
por todo el repertorio de recursos cinéticos y sensoriales y por esa
amalgama de símbolo, icono sonoro e icono visual que es la onomatopeya
en la historieta.
El final del párrafo
anterior anuncia ya el segundo escollo en nuestra discusión: la finitud
del conjunto de signos del cómic. Sí, existen veintitantas letras en el
alfabeto y el léxico de la lengua castellana está teóricamente acotado
por la RAE pero ¿se puede decir lo mismo del “alfabeto visual” o del
“léxico” de la historieta? No pocos estudiosos han querido ver en el
signo visual en general una doble articulación. Después de todo, si la
estructura secuencial del cómic o del cine se puede asimilar a una
articulación de sintagmas, ¿por qué no buscar los fonemas del discurso
visual? En el caso de la historieta, y por poner un par de ejemplos,
Gubern propuso los iconemas y Köch los represantemas.
Mas, ¿se pueden realmente
aislar estas unidades de significado, asegurar que son irreductibles y
catalogables de modo invariable? ¿Existen los quarks del signo visual y
se pueden repartir entre un número determinado de colores y sabores?
Desde el momento que no existe un modelo universal de decodificación de
lo percibido parece difícil responder positivamente a estas cuestiones.
Y aunque lo hiciéramos,
tendríamos aún que superar el obstáculo último de admitir, ya que hay
una estructura sintáctica, la existencia de una gramática de la
historieta, ese sistema de normas que habría de regir esta articulación
superior de sus signos, y, en su caso, precisar dichas reglas.
Muchas
preguntas, pocas respuestas, y algunas vueltas de tuerca, quizá tan sólo
para volver al principio. Tal vez se siente usted estafado, amigo
lector, pero ¿qué esperaba de una sección llamada “Palos de ciego”?
|