Aquellos que, cuando menos, se acerquen peligrosamente a la treintena
recordarán a Narciso Ibáñez Serrador presentando, los lunes por la noche
en la segunda cadena de Televisión Española, un ciclo de películas de
horror bajo el título general de Mis terrores favoritos. Con su
eterno tándem de cigarro puro y bufanda, el realizador comentaba con su
peculiar acento y fuertes dosis de ironía la película que a continuación
se emitiría. Sin duda, en el papel desempeñado por Ibáñez Serrador se
hizo evidente para muchos la huella del Hitchcock burlón que presentaba
y despedía su espacio homónimo de telefilmes de suspense, Alfred
Hitchcock Presents. Ambos directores se inscriben en una larga
tradición de anfitriones (hosts) de programas televisivos de
horror, misterio y / o suspense que en algunos casos estaban integrados
por recuperaciones de filmes de la gran pantalla y, en otros, como el
mencionado de Hitchcock o el también clásico The Twilight Zone de
Rod Serling, por producciones expresamente realizadas para el medio
televisivo. A su vez, todos estos anfitriones tienen su lugar en un haz
de linajes paralelos compuestos por anfitriones de distintos medios como
la radio, el cine o el cómic y uno de cuyos orígenes se podría tal vez
situar en la figura folklórica del cuentacuentos.
En el medio de la historieta en particular, la figura del anfitrión se
ha constituido en algo próximo a un elemento de protocolo cuando
se trata de abordar la enunciación de un relato breve de terror. Para
cualquier lector de tebeos con un mínimo conocimiento del medio la
referencia inmediata es el trío de ghoul-lunatics de EC -Crypt-Keeper,
Vault-Keeper y Old Witch- y quizá para los españoles lo sean más sus
tres herederos de Warren -Vampus (Creepy), Rufus (Eerie) y Vampirella-
por su mayor presencia en nuestro país a través de las ediciones de
Garbo y Toutain. Probablemente se pueda aceptar que es su empleo
sistemático dentro de la fórmula explotada por Al Feldstein en EC lo que
consolida la figura del anfitrión en las historietas de este género y
prueba circunstancial de ello es la horda de personajes similares
surgidos a la sombra de su éxito durante la primera mitad de los
cincuenta. Entre los más memorables, The Mummy y Dr. Death de Fawcett,
Mr. Mystery de Gilmor o The Thing de Charlton.
Pero no es el horror host una invención espontánea de Feldstein y
Gaines. Por una parte, Charles Biro ya llevaba años usando al diabólico
Mr. Crime como presentador y comentarista de los hechos supuestamente
reales de la colección Crime Does Not Pay de Lev Gleason y éste,
a su vez, guarda un importante parecido con el Mr. Coffee-Nerves de una
serie de historietas realizadas anteriormente por Caniff y Sickles como
publicidad de un sucedáneo de café. Por otra parte, Feldstein ha
explicado en numerosas ocasiones que sus fuentes de inspiración son los
presentadores de programas radiofónicos de suspense como Inner
Sanctum o The Witch’s Tale que habían seguido durante su
infancia. Paradójicamente, el medio exclusivamente sonoro de la radio y
el medio exclusivamente visual de la historieta encontraron un aliado
común en este narrador cuya voz -oída o leída- permitía atajar aspectos
de los relatos que, de otro modo, pudieran exigir un tratamiento más
complejo por motivos derivados de sus respectivas naturalezas
monosensoriales. La brevedad de los formatos en ambos medios exigía una
economía narrativa a la que los anfitriones contribuían poderosamente
haciéndose, en general, responsables de una importante porción de la
diégesis y facilitando la conexión a través de elipsis de diversa
amplitud. Además, específicamente en el apartado de la modalización, la
voz de este narrador es una de las estrategias más socorridas a la hora
de verificar el paso de un relato conductista por pura mostración
–sonora o visual– a otro focalizado internamente sobre algún personaje
(existen naturalmente otras tácticas de focalización interna tales como
la aplicación exclusiva de globos de pensamiento y sensogramas al
personaje sobre el cual se sitúa el foco).
Hablando de personajes, más arriba nos hemos referido a los hosts
como tales, incurriendo en un abuso de lenguaje motivado tal vez por el
hecho de que éstos son objetos de una caracterización más o menos
elaborada y cuentan con un notable grado de presencia en el conjunto del
relato. Éstas son propiedades superficiales que pueden conducir a
confusión pero, en rigor, el anfitrión no es personaje de relato alguno.
En primer lugar no lo es de aquél que está contando pues mantiene con él
una relación heterodiegética según la extendida terminología de Genette,
o tiene calidad de narrador en tercera persona según Sarah Kozloff, esto
es, relata hechos en los que no ha intervenido. Por otra parte, tampoco
se les puede considerar personajes de un relato marco en el que se
inserta su narración como en el clásico ejemplo de Scherezade en Las
mil y una noches. Hasta donde el lector puede saber, el anfitrión
sólo existe en el acto de la narración y éste no pertenece a una cadena
mayor de acontecimientos. Su carácter intradiegético, la representación
del narrador narrando, obliga inevitablemente a dotarle de una serie de
rasgos de modo
similar a la elección paradigmática que constituye la
caracterización de un personaje, pero insistimos en que esta semejanza
en el nivel fenomenológico no debe conducirnos a confusión pues no
existe en el nivel abstracto esquema actancial alguno en el que encaje
como lo haría un personaje. Algunos de estos anfitriones, como Vampirella, han protagonizado en paralelo sus propias historietas pero
no guardan éstas relación alguna con su papel como presentadores de
historietas. Tampoco debemos considerar homodiegéticas las apariciones
de Mr. Crime como un espectro invisible e intangible en las mismas
historietas que está contando, tratándose no de un personaje de las
mismas sino más bien de un recurso que pretende añadir atractivo a la
presentación de la historieta. Sólo excepcionalmente se ha roto la
barrera que separa los universos del host y de su narración,
destacando especialmente “Lower Berth” (Tales from the Crypt, núm
33, EC, enero de 1953) y “A Little Stranger” (Haunt of Fear, núm.
14, EC, julio de 1952), en cuyos característicos finales sorprendentes
se revelan como relatos de los nacimientos del Crypt-Keeper y la Old
Witch respectivamente. Se trata tan sólo de excepciones y precisamente
el poder de la sorpresa radica en la rareza de convertir a los
narradores habitualmente extradiegéticos en personajes de las
historietas.
(Continuará) |