ALISON, DE LIZZY STEWART. SIN GÉNERO, SIN ADJETIVOS
De alguna manera, quienes atesoramos tebeos, historietas, novelas gráficas y cómics lo hacemos para custodiar sentimientos, momentos, alegrías y placeres que queremos rememorar más adelante, en un futuro por escribir que, como todo lo venidero, es incierto. Aun así, nos empeñamos en buscar, leer, valorar y guardar lo que querremos releer. Sin embargo, el espacio físico en el que, al menos yo, puedo almacenar estas historias es limitado y está casi copado tras una vida practicando un particular síndrome de Diógenes cultural. Así que nos vemos obligados a apilar y guardar nuestros libros y revistas donde sea posible, y empezamos a construir una biblioteca mental que pronto solo cuenta con un par de espacios vacíos. Nuestra tarea se vuelve así más difícil; debemos encontrar una lectura que tenga las dimensiones exactas del hueco que queremos cubrir, y, por mucho que lo intentemos, casi nada encaja. A veces, estas dificultades desaparecen solas cuando, como un pequeño vendaval, nos llegan historias nuevas que abren su propio hueco y, no solo eso, sino que derriban el orden anterior y construyen nuevos espacios para ellas. Con Alison de Lizzy Stewart, recibido el 17 de marzo, en el Día del cómic y del tebeo, ha ocurrido así, y no he tenido que buscar acomodo en esos espacios vacíos; este libro ha construido su propio estante, ficticio, sentimental y robusto.
El lector de esta reseña debe disculpar las digresiones continuas que hago y el hecho de que no escriba o hable en el plural neutro de los críticos sesudos; que este plural, a veces, se usa para que el lector se sienta acompañado en un viaje por la obra que se analiza, y que otras veces, muchas, es mayestático. Si alguien se toma la molestia de leer esta crónica, debe saber que es personal, propia, y que, más o menos acertadamente, quiero trasladarle mis impresiones, el gusto que me ha dejado la obra y proporcionarle una mirada desde mi perspectiva. Adelanto que no conocía a la autora y que Alison llegó a mí buscando una sensibilidad que no estoy seguro de tener.
Alison narra la vida de Alison Porter en primera persona y a través de recuerdos, reflexiones e impresiones en las que enlaza su vida rutinaria y victoriana en la costa sur de Inglaterra con su vida bohemia y alternativa en Londres. Escrito y dibujado a modo de un diario, con esta historieta se recorre la trayectoria de la protagonista, emprendiendo con ella un viaje, real y simbólico, en el que Alison se descubre a sí misma, y un camino personal culminado con un bellísimo epílogo.
El viaje
Los grandes temas de la Literatura Universal son, desde el inicio de la escritura, siempre los mismos. Sobre el amor, la venganza, la guerra, el ascenso social y pocos temas más, se han escrito todas las historias que han sido y las que serán. Para ilustrarlas, los autores han recurrido a formas que tampoco han variado en demasía desde la Antigüedad. Homero nos dejó la Odisea, un poema épico en el que el héroe Ulises realiza un viaje de retorno tras la guerra de Troya a través del Mediterráneo, en el que después de diez años y mil vidas recala en su hogar. Este viaje de regreso puede entenderse como un viaje en el espacio y en el tiempo y, a la vez, como un viaje interior con la transformación de Ulises, el héroe. Con mi óptica de lector que se empeña en encontrar referencias y similitudes, veo en Alison representada la odisea de la protagonista; una viajera desde su ciudad costera a Londres, desde el conformismo hasta la máxima representación de una libertad expresiva que encuentra y de la que toma conciencia al final de su viaje.
Alison Porter no aparenta ser esa heroína homérica enfrentada a seres mitológicos, a sirenas, a dioses, sino que es una mujer del siglo XX atrapada en un esquema social de clases, en un mundo de prejuicios raciales y de género, sepultada por la sombra del patriarcado, y que, sin librar batallas épicas, gana una guerra personal.
En las primeras páginas de la novela gráfica, la protagonista nos cuenta quién es y quién está destinada a ser. Aquí, valga otra digresión, no dejo de pensar en cierta influencia de Grandes Esperanzas de Charles Dickens en la obra que nos ocupa. La atmósfera de pueblecito costero inglés, aferrado a costumbres y clases sociales inamovibles, de matrimonios como el de Biddy y Joe en el libro de Dickens, o el de los padres de Alison, unidos por costumbre y algo de amor, impregna las primeras páginas de Alison y nos hace sentir el peso de la costumbre. Con veinte años, Alison ya es una mujer casada, insatisfecha con su austera y sencilla vida, que se siente sepultada bajo la victoriana idea de sufrida felicidad que subyace en su entorno.
Sin embargo, y como en toda odisea, y quizás en todas las vidas, las casualidades provocan el movimiento, la crisis y la transformación. En busca de una distracción que la aleje del aburrimiento, Alison Porter conoce a Patrick Kerr, su puente, o su nave, hacia otra isla. Kerr es un reputado pintor, de elevada clase social, que se encapricha de ella y que le ofrece un mundo nuevo. Primero, como profesor de un curso de dibujo y pintura que ve en Alison un potencial que ella desconoce; segundo, como pintor que la requiere como modelo y como musa y, por último, como mentor y amante que le propone que se traslade a Londres para formarse como pintora y vivir bajo su influencia.
Las diferentes etapas de este viaje temporal hacia sí misma componen una serie de delicadas estampas y vivencias. Estas estampas se enmarcan en Londres, en los personajes que encuentra, en su lucha por demostrar valía artística, en su regreso a su ciudad natal para reencontrarse con sus raíces. Al contrario que en la épica Odisea, los episodios se suceden de una forma pausada, natural y sutil. Este tono intimista, nada grandilocuente, en el que la secuencia de etapas apenas se deja notar en la historia y que se entiende como el transcurrir de cualquier vida, es, a veces, una narración y muchas otras un diario. Un diario salpicado de impresiones y escritos en los que se representan documentos, carteles y fotografías, para dotar a la novela gráfica del verismo de un documental.
Alison culmina con un bello capítulo final en el que la protagonista, que cuenta con sesenta y un años, evoca momentos de su pasado. Es una hermosa mirada atrás en dos pasos; en el primero, Alison rememora a las dos personas fundamentales en su vida londinense, Patrick y Tessa, y, en el segundo, se cierra el libro con la pintora sentada junto a su obra, su pasado.
Los personajes
No existimos sin los demás, a pesar de nuestra mirada propia, de ser individuos únicos; somos quienes somos porque nos hemos moldeado junto a las personas a las que nos ha llevado la vida. Existe cierto determinismo social que nos enmarca, cierta parte genética que nos concede cualidades, defectos, y voluntad; y existen mareas de la historia que nos arrastran. Alison trata de esto, de cómo una mujer predestinada a sentirse gris y encerrada en una vida no elegida rompe barreras que nadie cree que pueda, o deba, romper. Existe la casualidad que nos puede arrastrar, el tronco que, casual, navega a nuestro lado en la riada de la vida, y está nuestra voluntad y fortaleza para aferrarnos a esa madera salvadora. A Alison se le presupone una debilidad por su origen, por su género y por su edad que ella se encarga de demostrar que no es real.
El azar se encarga de que conozca a Patrick Kerr, personaje fundamental en la historia del que ya he adelantado algo; un puente hacia otra vida, pero es la voluntad de la protagonista de conocer otra vida, de escapar a un destino ya escrito, que la hace abandonar su joven matrimonio, su modesta casa junto al mar, y embarcarse hacia otro mar y otro destino. En una reseña formal este tipo de metáforas y de paralelismos quizás estén de más; de nuevo, solicito al lector su benévolo perdón, pues me resultaría extraño hacer con este libro un paralelismo con un viaje homérico y no mencionar el mar, las naves y los puertos. Y es que son los personajes que acompañan a Alison en este libro las etapas del viaje que realiza, más que los lugares en los que vive, o las circunstancias a las que se enfrenta.
Patrick Kerr es un personaje aristocrático, un reputado pintor académico, y su encuentro casual con Alison en una biblioteca de Dorset es la invitación a explorar un mar desconocido, terra ignota. Kerr representa, como la propia Alison reconoce en el libro, antes que otra cosa, una vía de escape para la vida que lleva junto a su joven marido. Frente a Andrew, apenas tres años mayor que ella, al que intuimos bueno, fiel, metódico y aburrido, el pintor simboliza un mundo distinto, resplandeciente, bohemio e incierto. Un mundo con una elevada dosis de riesgo y de aventura al que escapa, con valor, Alison.
Sin embargo, también Kerr, al igual que Andrew, su marido, está condicionado por la clase social, tanto que, incluso, su condición de enfant terrible del arte, no es sino otro tópico social, el del rebelde aristocrático. Aun deslumbrado por Alison, por la mujer y por la artista que cree haber descubierto, no se instala con ella en Londres sino que la aloja en un modesto apartamento. Se descubre con la lectura del libro que esta forma de vivir separados no es solo una manera para que Patrick pueda, con libertad, alternar a otras modelos con Alison y acostarse con ellas, sino una forma de establecer una barrera social y de mantener el estatus de pintor consagrado.
Este pintor representa, también, a Pigmalión, un artista que quiere moldear a otra artista a su modo y semejanza, obsesionado por el dibujo, y en el que, cuando su discípula acaba creciendo, afloran miedos e inseguridades, y los celos entre artistas. Este pintor no es capaz de vencer esta envidia cuando Alison intenta ser valorada, miente sobre el valor de las obras de Alison, y se escuda en su posición como miembro de la Royal Academy para despreciarla de manera continuada como artista y como persona. La fortaleza de Alison, dependiente económica y sentimentalmente de Kerr, se muestra de nuevo cuando es capaz de abandonar ese refugio seguro en el que parece haber encallado y, sin apenas nada, emprende en solitario su vida en Londres.
En contraposición a esos personajes encorsetados en la tradición y la clase social, Tessa Effiong es la libertad, encarnada en una artista negra, a la que Alison en el libro describe como una de las mejores representantes de la escultura, sin género ni adjetivos. Y de esto va también Alison, de la lucha constante contra una estructura social y artística montada por hombres desde hace siglos; de una rebelión sorda, pero firme, contra el modelo patriarcal y paternalista. Tessa se convierte en la mejor amiga de Alison, es una mujer luchadora, formada, con talento, también en los márgenes de la sociedad artística de Kerr y su círculo, en el que se valoran, primero, la condición social, y, luego, otros méritos. Traspasar esa primera barrera, transparente o invisible como un cristal, se convierte en algo imposible.
Al igual que, como artistas, cada una de ellas deben encontrar su propio camino y su propia voz para alcanzar la verdadera condición de artista, ambas buscan también una manera propia de vivir en Londres, de hacerse un lugar en el mundo y de desarrollarse en todas las facetas posibles. La amistad entre Tessa y Alison es tal que cuando Tessa realiza una estancia de un año en Estados Unidos, Alison se derrumba. De esta forma se muestra que la incansable y optimista Tessa se ha convertido en el soporte de Alison, no solo en su mejor amiga, y que, sin Tessa, Alison debe iniciar otra etapa en su viaje.
El personaje más tierno, el que recibe un verdadero amor incondicional, es Daniel, su sobrino. Daniel encarna, además de un amor maternal, el apego a sus raíces, a su lugar de nacimiento, a su familia. En este punto de la historia, en plena crisis existencial, Alison regresa a Bridport, y descubre el amor de su padre, el orgullo de su madre por lo que hace Alison, y la alegría de Daniel. Alison parece que ha completado su viaje de ida, a partir de este punto, todo el camino de retorno se dirige hacia ella misma.
Sin ánimo de que el lector sienta que le he desvelado la trama completa, sí quiero contar que Alison va a perder a quienes la han sustentado como persona y como artista. Roger, que es un ejemplo de quienes sucumbieron a una de las grandes plagas del siglo XX, el SIDA, muere sin haber confesado su enfermedad a su amiga. Esta pérdida es la primera de tres en las que, sucesivamente, tras Roger, Patrick y Tessa mueren. Y como de la muerte de Roger surge una reconciliación con Patrick, otra forma de convivir con él, compartiendo una considerable dosis de amistad; de las otras, que dejan profundas heridas en Alison, surge una persona, y una artista, completa.
Si la resiliencia es la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a situaciones adversas, Alison es un paradigma de esa capacidad. Alison representa la fortaleza, la resistencia y la supervivencia en condiciones muy desfavorables; tras su llegada a Londres, lo esperable es que hubiera regresado a su hogar; o que lo hubiera hecho tras su ruptura sentimental con Patrick, crisis amorosa a la que se suma una importante duda sobre su valía como artista, porque Alison se siente moldeada, como buena discípula de Kerr, a su imagen y semejanza. La precariedad económica en la que se sume en Londres, la vida en el circuito underground, los primeros pasos como artista, la vida tras la pérdida de quienes han formado parte de su estancia en Londres, nos hablan de una personalidad fuerte. Alison no eleva el tono, se adivina que habla en voz baja, con palabras casi nunca hirientes, y se descubre su fortaleza, sustentada en una voluntad que como un viento favorable empuja su nave hacia el final de un viaje, de una vida.
La mirada hacia atrás de una mujer
La historia del viaje vital de Alison es el retrato de una mujer, el retrato de una vida que sorprende e incita a ser descubierta. Al leerlo por primera vez, la sutileza del dibujo y el color tenue me hicieron pensar que era esa la mejor muestra de sensibilidad de la autora. La reflexión y las lecturas posteriores me han hecho ser consciente de que aplicaba mis propias estructuras patriarcales, parámetros artísticos e ideas preconcebidas a esta historia. Leerla con mirada de hombre que lee una historia femenina, y entenderla únicamente como tal, le restan a esta historia la profundidad y el calado que tienen. Es el pensamiento de Alison, natural, sensible y pausado, en suma, sutil, el verdadero protagonista del libro. Alison es consciente de que Patrick Kerr es un mujeriego, un artista pagado de sí mismo, alguien que quiso moldearla a su antojo, que no buscaba a una persona, a una mujer, sino una idea masculina de lo que es una mujer; pero en la mirada hacia atrás de la protagonista no hay odio, sino la convicción de que el mundo, no solo Patrick, era así. Por este motivo. Alison no odia a Kerr, a pesar de que, incluso muerto, incluso cuando ella es la protagonista de una conferencia, la sombra de su mentor no se atenúa.
No soy capaz por ser hombre, me digo, de haber entendido en toda su profundidad la voz de la autora, de Lizzy Stewart. Acostumbrado como lector de historietas a la épica belicista, a las diatribas de superhéroes o a la resolución de casos de asesinatos y muertes, aprecio las miradas intimistas y retrospectivas de muchas novelas gráficas. Mi miedo y mi culpa son los de creer, de ponerme como excusa, que no soy capaz de entender por completo lo que escribe una mujer, como si habláramos de universos distintos. Creo que Lizzy Stewart pone en Alison las palabras que debería aplicar al entendimiento de cualquier obra “sin géneros, sin adjetivos”. De esta manera, considerando la valía de una obra por lo que cuenta y cómo lo cuenta, debo confesar que si no soy capaz de entender en toda su extensión lo que Lizzy Stewart narra es porque me faltan vivencias y experiencias para captarlo, y no porque la mirada de la autora tenga una perspectiva femenina, sino porque tiene una hondura que no alcanzo a asimilar.
Veneno con dibujo de Barbara Yelin, o Doble y yo de Navie y Audrey Lainé, son obras gráficas que quise ver bajo esa perspectiva de género. Alison me ha proporcionado un punto de vista nuevo para desterrar dicha mirada y para no analizar las obras hechas por mujeres como obras con el calificativo de femeninas. Alison, como cualquier producción artística, merece ser valorada como una verdadera obra de arte en todos los sentidos de la palabra. Al valorar su profundidad emocional, su relevancia social y su ejecución como un reflejo del talento y la visión de su autora, sin adjetivos, sin género, se descubre una reflexión de profundo calado sobre la identidad del, y de la, artista y su voluntad de crear como una manera de sentirse vivo.
La artista, el epílogo
Una teoría personal es la de que determinadas obras de arte se convierten en obras maestras gracias a pequeños detalles, y para sustentarla pondré dos ejemplos cinematográficos. La también homérica odisea que John Ford plasmó en Centauros del Desierto jamás habría alcanzado su mítica consideración sin el plano final del protagonista abandonando de nuevo el hogar al que ha vuelto, enfrentado al paisaje y al cielo infinito de Arizona. En otro viaje por tierras cercanas, Wim Wenders creó uno de los diálogos más estremecedores de la historia del cine en la magistral Paris-Texas; hay algo en el tono de sus palabras que nos llega hasta un lugar profundo bajo la piel. Esos momentos, alcanzados quizás por azar o por una inspiración momentánea, transforman lo bueno en algo trascendental. En Alison hay un giro de esta naturaleza, el que ya he anticipado previamente.
Una exposición retrospectiva de la obra de Alison Porter está a punto de inaugurarse, la sala está lista para abrirse al público. Alguien relacionado con la organización, no se sabe si es la comisaria o una montadora, comunica a Alison que ya está todo preparado. En un gesto de empatía, le ofrece a la artista un tiempo a solas en las salas. Sentada en una sala, sola, en silencio, Alison se enfrenta a sus obras, a su vida, a sus recuerdos. Frente a ella, las etapas de un viaje que ha llegado a su destino.