BALADA PARA SOPHIE: UNA MÚSICA MUDA PERO ATRONADORA
Uno de los primeros indicios de que una obra resulta cautivadora son las ganas de volver a leerla nada más terminar. Raras veces ocurre, aunque es el caso de Balada de Sophie, que cumple con esta premisa, porque este cómic del portugués Filipe Melo como guionista y el argentino Juan Cavia en las ilustraciones da gusto leerlo. También ayuda la cuidada edición de Norma, que sigue dando muestras de su excelente labor editorial. La historia, con tintes de realismo mágico, cuenta, durante una larga entrevista realizada por una joven periodista de Le Monde, Adeline Jourdain, la vida de un viejo enfermo y gruñón, Julien Dubois, tan cansado de todo y de todos que ya no sale de casa; alguien que fue un pianista e intérprete famoso de canciones populares en la Francia de la última mitad del siglo pasado y que es víctima de sus propios éxitos y de sus sonoros fracasos. El tebeo, de bella factura y lectura fluida, desglosa la vida del protagonista, contada sin concesiones dentro de una ficción que se construye principalmente en función de la imagen y de una música que siempre está presente, pero que nunca se escucha. En este caso, la brevedad de la reseña se impone por el siempre temido destripe (actual spoiler) de la obra y por disfrutar el placer elemental de la lectura de tebeos genuinos.
Los autores Filipe Melo y Juan Cavia, ambos creadores consolidados y multidisciplinares, que podrían ser la envidia del respetable por su pericia —en línea con uno de los pecados capitales subrayados en la obra—, volcaron la edición original de Balada para Sophie en inglés para el prestigioso sello estadounidense Top Shelf Productions. En su traducción al castellano, la obra está dividida en cinco capítulos en función de las criaturas fundamentales en la existencia del protagonista masculino. La puesta en escena oscila entre las tres y las seis viñetas por página, y se desarrolla en ocasiones con viñetas a página entera de espléndida factura (véanse las páginas 225, 226 y 227 de la presente edición). La paleta de colores se compone principalmente con tonos azules, amarillos, rojos y verdes, en un dibujo con gran detallismo escénico y en el que las figuras aparecen estilizadas, con grandes cabezas y largos cuellos, digamos à la Modigliani. Además, resulta destacable la presencia musical y su traslación a la narración gráfica, que si bien es visible en la espléndida portada, se echa de menos en la recepción inicial de sus páginas, al estar casi velada cualquier referencia, pero después cobra sentido gracias al desarrollo de la obra y el latente amor a la música, siempre que no caiga en manos de productores caníbales y demás ralea.
En Balada para Sophie se plantean varios conflictos existenciales relacionados con la identidad, ya que durante las vicisitudes del protagonista masculino, presa del eterno balance entre el mal genio y el buen corazón, se recorre su geografía física y humana dentro del último cuarto de siglo pasado, como siguiendo el ritmo de un metrónomo donde nada es lo que parece, vemos transcurrir su periplo vital marcado por vivencias traumáticas, sentimientos corrosivos y emociones contrapuestas que van desde una estricta educación carente de cariño en la infancia, a los concursos musicales varios, hasta una supuesta consagración artística, donde las ambiciones, el éxito y el fracaso, la rivalidad y su peor aliada, la envidia cainita, el odio retroalimentado, la decadencia y la autodestrucción alimentada por la culpa, y luego la depresión, además de la amistad y, lo mejor de todo, el amor, son algunos de sus rostros notables, esos que, al fin y al cabo, definen nuestra existencia humana. También, quizá, porque el peor enemigo sea uno mismo, como cuando a alguien le dicen que es un genio, e, iluso, se lo cree.
A fin de cuentas, si algo aprende uno con Sophie, Julien Dubois, Adeline Jourdain, Eric Bonjour, François Samsom, Hubert Triton, Piojo, Marguerite Manchon y el gato Maurice, y los otros personajes de este recomendable cómic, es que en muchas ocasiones prevalecen los aplausos frente a la música; que se confirma esa máxima de la vida y del arte, que ni son todos los que están ni están todos los que son; que hay que trabajar también mucho para ser un genio —¡ay, si se supera la indomable pereza!—; que “pueden ocupar nuestro país, pero nunca nuestra alma”, como decía el judío pianista François Samsom en la Francia ocupada, y así cuelo un pequeño homenaje para los niños desheredados de Palestina; que la elevación dura unos segundos y es grandiosa, y, sin embargo, son las pequeñas cosas las que importan; y que nunca se es demasiado viejo ni es demasiado tarde; y que al final del gran silencio hay música, y luego, de nuevo silencio, así que mejor vuelvan y vuelvan, aquí a escuchar la Balada para Sophie o donde quieran, pero no se queden nunca sin música, ni esperanza.