BOOMERS Y EL GRADO CERO DE LA FICCIÓN
Puede ser dicho en verso o en prosa: «No volveré a ser joven … envejecer, morir, es el único argumento de la obra». Gil de Biedma optó por lo primero. Bartolomé Seguí, en el tebeo Boomers, por lo segundo. La experiencia poética, sin embargo, puede darse tanto en verso como en prosa. Lo que ocurre es que con el lenguaje historietístico que desarrolla el dibujo de Seguí se favorece un distanciamiento que está ausente en los versos sobrios y desnudos de Biedma. Gracias a la intermediación de imágenes dibujadas, el grado cero puramente verbal de los poemas de la experiencia puede ser transmutado en otro grado cero —según para quién, como veremos—, puramente historietístico. Este juego de las sensaciones aproxima algunas veces la prosa de las historietas a las experiencias poéticas. Tal vez ocurra esto en Boomers, si bien en este caso se trata de un fragmento vivido y dibujado de la prosa del mundo. Pero la pregunta que a mí me sugiere este tebeo, su contemplación, es la siguiente: ¿es posible que exista un grado cero de la ficción?
Bartolomé Seguí ha demostrado más que de sobra tener una competencia visual y una sensibilidad artística sobresalientes. Si se quiere se puede decir y es indiscutible que, más allá de sus logros como autor completo, ha destacado especialmente en el papel de dibujante de historietas escritas por guionistas de fuste, como Felipe Hernández Cava (Las serpientes ciegas, Hágase el caos, Las oscuras manos del olvido), Ramón de España (El sueño de México), Gabi Beltrán (Historias del barrio) o Hernán Migoya (tres adaptaciones —de momento— a cómic de sendas novelas de la serie Carvalho, de Vázquez Montalbán: Tatuaje, La soledad del manager, Los mares del sur). Se trata de escritores con los que el autor mallorquín ha logrado una simbiosis que convierte dichas colaboraciones en magníficos tebeos.
Boomers, por su parte, escrito y dibujado por Bartolomé Seguí, alude ya desde su título a una generación, la del baby boom de los últimos años cincuenta y todos los sesenta, en los que nació el autor (n. 1962). Es así un tebeo generacional protagonizado por aquellos Lola y Ernesto, Héctor y Rita, y César, con los que Seguí componía historietas para El Víbora a finales de los ochenta y primeros noventa del siglo pasado (algunas recogidas en el álbum Lola y Ernesto, de 1990). Los personajes de Boomers son esos mismos pero treinta y tantos años después, que es el mismo número de años que han pasado para el autor. En este sentido, el asunto de Boomers recuerda a Cuando acaba la fiesta, un tebeo escrito por Ramón de España y dibujado por Javier Montesol, publicado en 2021 y que se presenta como continuación de La noche de siempre (1981) y Fin de semana (1982), una reanudación con los mismos protagonistas y sus autores ya entrados en años aunque más dilatada en el tiempo que la de Seguí con sus personajes de las historias de El Víbora.
La lucidez de la conciencia (y su acompañante, la conciencia de la lucidez) es lo que manifiesta Seguí a través de los protagonistas de Boomers. Esta identificación entre el autor y sus personajes a lo largo del tiempo y a través del lenguaje de la historieta se refleja en algo sumamente importante a la hora de calibrar el discurso de Boomers: la ausencia de sentimiento trágico de la vida. Ni entonces ni ahora estos personajes se adecuan a patrones literaturizados que obedecieran ciegamente a un destino guionizado. Todo lo contrario, la naturalidad narrativa y expresiva (de un modo que recuerda en ocasiones a las comedias de situación), reflejo aquí de una auténtica joie de vivre, es lo que preside la enunciación en esta historieta, con la ventaja de que todo resulta no solo visualmente agradable, sino también intelectual y emocionalmente compartible. Boomers es así un tebeo de madurez por donde se mire. Es una madurez que se extiende a la misma concepción del cómic: la anécdota de Boomers, la historia que cuenta, opera en un presente continuo cuyo discurso no es trágico, sino lúcido; encarnado en la vida cotidiana, no expresa el aburrimiento existencial, menos aún el pathos ante el destino, sino el deseo de vivir lo mejor posible y a pesar de todas las inclemencias (las propias de la edad, pero también las sociales).
Volviendo a la cuestión inicial, existe un tópico según el cual en la narración figurativa de grado cero predomina el realismo (un realismo que ocasionalmente abarcaría también el surrealismo). Tratándose de ficciones, se hablaría entonces de un realismo ficcional o de una ficción realista. Es el caso del historietista Nadar (Pep Domingo) y sus libros más personales: Papel estrujado, El mundo a tus pies y el reciente Transitorios. En lo que respecta a las clasificaciones, se suele incluir este tipo de historietas en un género costumbrista un tanto impreciso, aunque acaso útil, como útil es también la adscripción de estos tebeos a la novela gráfica, si bien se olvida con ello que la novela gráfica actual viene a ser una escritura de cómics ajena no solo a las fantasías heroicas y superheroicas, sino también a la estrecha delimitación de las historietas por géneros. Realismo, costumbrismo, novela gráfica. La prosa llana, por decirlo así, sustituye a las gestas épicas. La pregunta, no obstante, permanece: ¿es posible que exista un grado cero de la ficción?
Si dejamos al margen los casos de la pintura y de la escultura (así como el de la abstracción o el informalismo en estas artes, que es una opción tan válida como lo es la del cómic abstracto), y nos ceñimos al entorno de las imágenes en sucesión, vemos que la representación de personajes, ambientes e historias mediante secuencias dibujadas no responde a la realidad “calcada” que se percibe en otras artes como el cine (de imagen real, no los dibujos animados) o la fotografía (en las fotonovelas). Las opciones estéticas del dibujante superan a —son mayores que— las de quienes se atienen a los dispositivos de captura de imágenes. La supuesta neutralidad objetiva de los dispositivos mecánicos es un mito, por supuesto, pero por mucho que estos ofrezcan versiones o interpretaciones argumentales y guionizadas, sus imágenes reproducen capturas de objetos y sujetos expuestos, con lo que su anclaje en lo real es de naturaleza distinta a lo que sucede con el arte de la historieta. La cuestión, sin embargo, no estriba en discernir qué arte replica mejor lo que hay, pues entre los fines de las artes no se encuentra la reproducción de la realidad, sino más bien el logro de su producción. Vislumbramos que la propia realidad es una construcción del sujeto, como lo son un poema o una historieta (el poeta es un fingidor, dijo Pessoa). Es el intérprete quien construye el relato. El arte, así, aumenta el tamaño de lo real, tanto en intensión como en extensión. En eso consiste su dimensión creativa, poética. Cabe decir que, en este aspecto, el dibujante está más cerca del poeta y del escritor que del fotógrafo o del cineasta.
Boomers se suma a esta finalidad productora de realidad que es específica de la poética de las artes. Se diría que la produce en el grado cero de la ficción, que es el más cercano al lector, o conecta más con su cotidianidad. Pero, se diría también, la expresión “grado cero de la ficción” revela un oxímoron, en la medida en que toda historieta, como todo poema, y como la realidad que ambos amplían (el arte es un mundo dentro del mundo) son construcciones, relatos. Desde otro punto de vista, se añade que “el lector” es también una construcción. Para los pertenecientes a la generación de Seguí, Boomers puede parecer un tebeo instalado en el grado cero de la ficción, o incluso carente de ella, pero para lectores de otras edades y de otras latitudes puede resultar otra cosa. Es en esto en lo que estriba la famosa universalidad de las artes, más que en su mayor o menor grado de ficción. El significado de Boomers no se limita a las vivencias de una generación, sino que la trasciende.
Habrá quien afirme que en Boomers no sucede nada, pero no es así. Lo que pasa en este tebeo es la vida en una de sus versiones.