CANCIONES SILENCIOSAS
La última obra de Max trae una bocanada de aire fresco a un ámbito cada vez más libre, comprometido y experimental en sus visiones, narraciones y géneros. Aunque todavía perviven etiquetas como novela gráfica, para mayor alegría de editoriales y puntos de venta, con sus ediciones en tapa dura encarecidas y tintineos varios de las cajas registradoras, otros hechos permiten hacer un diagnóstico algo más esperanzador. Entre ellos, destaca la creación de la primera Cátedra de Cómic de España en la Universitat de València, junto al Aula del Cómic en el centro cultural La Nau, ambas dirigidas por Álvaro Pons. También lo hacen exposiciones comoViñetas desbordadas (hasta el 24 de marzo, Centro José Guerrero) o El dibuixat (hasta el 30 de junio, Instituto Valenciano de Arte Moderno), que muestran el cómic como algo orgánico y dinámico. A través de las distintas obras, en paneles o creadas directamente en las paredes del espacio, el cómic abandona su condición expositiva tradicional en vitrinas y enmarcaciones, como un archivo antiguo, y entra, por fin, en su presente inmediato.
El estilo de Rey Carbón (2018), editado por La Cúpula, destila un minimalismo aparentemente sencillo, que comparte con otros autores contemporáneos. No en vano Max (Francesc Capdevila) mantiene una tira cómica semanal en El País, “Trampantojo”, al igual que Tom Gauld en medios como The Guardian. Desde una perspectiva cómica que profundiza en la cotidianidad, la anécdota y el silencio como recursos expresivos, estos dos autores sitúan a sus personajes en ambientes extraños en los que la confusión y el malentendido acaban generando relaciones sorprendentes e imaginativas. Estos intentos de los protagonistas por adaptarse al entorno configuran el principal horizonte de lucha, en el que casi siempre se produce una pequeña derrota y, con ella, una nota ambigua e incierta, que muchas veces incide en el propio proceso artístico.
Su rasgo principal, la ausencia de diálogos, recuerda a las primeras series animadas, aquellas con dibujos de Tex Avery, y en general a la época previa a Disney, que precisamente son una de las referencias compartidas con Bojack Horseman, serie animada producida por Netflix. En un homenaje a aquella etapa, al cine mudo y a Fantasía (1940), el capítulo “Como pez fuera del agua” (el cuarto de la tercera temporada) hace un alarde visual al prescindir de la palabra. En un mundo submarino (realista, a diferencia de la ficción alocada de Bob Esponja), su protagonista, Bojack, se ve arrastrado por los acontecimientos hasta dar, tras un largo y desconcertante periplo, con su objetivo real. A veces, las cosas simplemente se dilatan: Laura Kinney (X-23) tarda noventa páginas de guion en pronunciar su primera palabra en Logan (2017).
Estas fuentes próximas se unen a las aportadas por el propio Max en su blog El hombre duerme, el fantasma no. A través de quince entradas habló sobre el proceso de creación y la influencia de Marcel Duchamp, Edward Lear y, especialmente, Plinio, quien en su Historia natural narró el origen de la pintura: para recordar a su prometido en la distancia, la joven hija del alfarero Butades de Sición trazó el contorno de su sombra sobre una pared. Este origen, que ha de imaginarse bastante novelado y adornado, como la mayoría de los escritos griegos sobre el arte, se combina con la polisemia de la palabra filum (hilo, contorno y perfil). Este punto de partida, en el que hilo (narrativa) y contorno (imagen) designan lo mismo, como reza la contraportada, sirve al autor catalán para desplegar su historia.
La narración, que es también un relato sobre los límites expresivos del dibujo, está dotada de cierta teatralidad, que eleva pero a la vez acerca la obra. Momentos románticos como el de la cumbre, junto a la canción final, aluden a un espectador que debe interpretar los sucesos de Rey Carbón. En ese sentido, el cómic es un elogio sutil e implícito de la recepción de la obra artística compleja, al menos como la ha definido el artista conceptual Isidoro Valcárcel Medina:
El papel del espectador es el que ha debido tener siempre pero que nunca ha tenido. Tiene que asimilar el papel de coautor evitando en cualquier caso un papel pasivo. El autor debe generar obras que generen a su vez la intervención creativa del espectador no solo como mero contemplador. El artista tiene que dar un territorio incompleto para que sea completado (Aznar y Martínez, 2012: 52).
Con solo tres elementos (hilo, contorno y carbón), Max integra una historia que salta desde la época antigua hasta la plena industrialización y modernidad. Si el hilo del que tira al principio uno de los personajes se integra más tarde en los de una marioneta controlada a distancia, el carbón también lo hace desde el lápiz hasta el alimento de la nueva maquinaria. Lo que en un primer momento trataba sobre la creación pictórica, vuelve su mirada hacia el público (lector, espectador teatral, etc.) para reflexionar sobre las creaciones sociales y sus imposiciones. La metáfora, que habla entre otras cosas sobre cómo el arte imita y desecha ciertos modelos en un rápido puntapié, queda completada en la última parte, “Teatrillo”, con una aceptación absurda y alegre de nuestras condiciones actuales. Así, ante un cómic desnudo y disparatadamente serio, cabe formular una última cuestión: ¿necesitamos a partir de ahora los diálogos? Con esta obra diremos, con toda seguridad, que no (ni falta que hacen).
Referencias
Aznar, Y., y Martínez, P. (2012). Lecturas para un espectador inquieto. Madrid: Centro de Arte Dos de Mayo.