Casey Ruggles: bajo el sol dorado
Portada de los dos primeros tomos de la recopilación de Caldas. Abajo, fotografía del autor. |
|||
La conquista del Oeste fue uno de los momentos clave de la historia de Estados Unidos. La raíz de que este país se haya constituido como hoy lo conocemos se encuentra en ese periodo histórico. Los espíritus aventureros que buscaban enriquecerse ya estaban rondando el ambiente, aunque todavía quedaba mucho para lograr la industrialización capitalista hacia la que le ha conducido el progreso. Casey Ruggles vivió sus aventuras en una atmosfera de contraste entre lo bello y paradisíaco de los paisajes naturales y la hostilidad de ese mundo y, especialmente, de sus habitantes.
Warren Tufts, autor de la obra, nació en 1924 en Fresno (California), y dado que había prestado sus servicios al ejército, no es de extrañar que, en cierto sentido, se viese reflejado en un personaje que es un exsargento de caballería. Autodidacta y amante de la obra de Alex Raymond y de Harold Foster, comenzó a publicar Casey Ruggles como página dominical para la agencia United Feature Syndicate el 22 de mayo de 1949 a la temprana edad de veinticuatro años. El 19 de septiembre de ese mismo año comenzaría su publicación en forma de tira diaria, cuya trama discurriría en paralelo a la de la página dominical, aunque existen tres tiras anteriores a ese debut oficial, como se recoge en la introducción de José Antonio Ortega Anguiano al primer volumen de la recopilación de Manuel Caldas. Este aumento del ritmo de publicación tuvo como consecuencia que un Tufts desbordado decidiera contar con colaboración externa de autores como Alex Toth, Al Plastino o Rubén Moreira como refuerzo. Eso se tradujo en un lógico descenso de la calidad del producto final. Si bien sí que se puede apreciar un menor cuidado en el detalle respecto a las primeras planchas, es justo afirmar que en ningún momento deja de alcanzar unos mínimos aceptables.
El protagonista de las aventuras es Casey Ruggles, un aventurero en plena fiebre del oro (no en vano la serie se ambienta en 1858). En las tiras recopiladas en el primer volumen editado por Manuel Caldas (que contienen todas las editadas originalmente entre el 22 de mayo de 1949 y el 8 de enero de 1950) se despliega ante nuestros ojos la narración de un viaje repleto de peripecias hasta California, que es donde reside el oro que atrae el interés del protagonista.
En el contexto de publicación se estaba dando uno de los episodios más vergonzosos de la historia americana: la “caza de brujas” macartista. En ese periodo histórico, resulta sorprendente la valentía con la que la obra estudia y reflexiona acerca de la libertad individual, la esclavitud y la rebelión en determinados momentos. Eso se ve especialmente en las historias recogidas en el segundo tomo publicado por Manuel Caldas (el último hasta la fecha), que recupera todas las tiras publicadas entre el 9 de enero y el 18 de noviembre de 1950. Tufts, sin abandonar el tono razonablemente blanco (al western crepuscular o el spaghetti western todavía les quedaban unos cuantos años para marcar un punto y aparte), logra ingeniárselas para hacer de forma encubierta una serie de proclamas y denuncias sobre la sociedad de la época.
Tampoco es de extrañar que algunos de los antagonistas de estos arcos, como El Susurrador o Black Barney, estén enmascarados. Aparte de que pocas cosas hay tan propias de los cómics como las máscaras, que suponen siempre un cuestionamiento identitario, ¿será una referencia velada que hace Tufts a esa “caza de brujas” y a la figura del hombre gris, que buscan un país completamente homogéneo ideológicamente?
Plancha dominical de inicio de la serie. |
A su vez, se aprecia un cambio estructural más que notable entre ambas historias. La primera es absolutamente novelística (basada, probablemente, en La Odisea), con una narración que, aunque evidentemente está seriada, con toda la dilatación que ello conlleva, no baja el ritmo por un instante y es absolutamente frenética. No tarda más que tres tiras en presentar al protagonista, sus objetivos y a la antagonista principal: la pérfidamente atractiva Lili Fontaine, que sin lugar a dudas supone la traslación al western del arquetipo de la femme fatale más pura. Esto resulta destacable si prestamos atención a la diferencia entre este personaje, representante del poder femenino por excelencia, y el resto de figuras femeninas, huyendo con mucho acierto de las previsibles representaciones de las mujeres en el western. Determinadas escenas con personajes femeninos en este tipo de películas reflejan el modo en el que se vivía en la sociedad de la época, pero hoy día resultan como mínimo cuestionables.
Cabe destacar la ambigüedad con la que los personajes afrontan determinadas situaciones, a pesar de que algunos no pasan de los arquetipos literarios, de género o sociales. Me refiero, por citar un ejemplo, al modo en el que trata a los indios, que logran ser algo más que una amenaza externa, convirtiéndose en aliados en el punto medio de la historia. Pero Tufts va más allá integrando a Kit Fox, al cual Casey Ruggles apadrina y acoge como uno de los suyos.
Por otro lado, se aprecian ciertas desigualdades en el tratamiento de los personajes. Si bien algunos sí que tienen un arco evolutivo, y hay cierta riqueza en ese aspecto tira a tira, otros son absolutamente planos. Casey Ruggles no evoluciona (salvo cuestiones anecdóticas) a lo largo de su propia serie, mientras que la citada Lili Fontaine es la clara estrella de la función. Probablemente ella sea el personaje de mayor tridimensionalidad y que mayor transformación vive a lo largo de la aventura.
Tira diaria del 12-X-1949. |
Por otro lado, las tiras recopiladas en el segundo volumen tienen una estructura muy diferenciada. En primer lugar, el reparto de secundarios desaparece del todo sin ninguna explicación. En segundo lugar, Ruggles se convierte en una figura heroica, yendo de poblado en poblado deshaciendo entuertos. Son historias de mayor brevedad muy variopintas respecto a los tonos y géneros. Sorprende ese cambio de tercio tan marcado, tal vez causado por la urgencia en la publicación, que no permitió a Tufts diseñar líneas argumentales a largo plazo, circunstancia que sí se da en el primer volumen.
Casey Ruggles es una demostración del absoluto conocimiento que tiene el historietista Tufts de la historia de su país y del western como género, no solo en su tradición dentro del mundo del cómic, sino en su vertiente cinematográfica. Obviando los aspectos autobiográficos e históricos (muy detallistas, por otro lado), se trata de una obra con unas grandes dosis de referencialidad. Como lector me ha sido imposible no pensar en los westerns de Hawks o de Ford (en las planchas de las diligencias, en las que Ruggles hace las veces del personaje de John Wayne en la película La diligencia). Pero lo cierto es que tampoco se ciñe a eso. Con el avance progresivo de la historia, no tarda en adaptar elementos propios de otros géneros, como el noir, con tramas de whodunnit de manual.
El estilo de Tufts merece mención aparte. Y es que el proceso de documentación que llevó a cabo no se ciñó solo a lo argumental, sino que también incluyó el apartado gráfico. El ejercicio de traslación gráfica de algunos de los edificios existentes ubicados en las localizaciones de la serie es absolutamente exhaustivo y titánico. Traslada al lector desde el primer momento a unos escenarios absolutamente auténticos, con un gran nivel de veracidad. Pero la inmersión no se ciñe a eso, sino que también logra captar la atmósfera, los paisajes. Consigue plasmar con un detalle pasmoso cualquier tipo de ambiente haciendo de esta obra un ejercicio arqueológico sobresaliente.
Original del autor para la dominical del 23-VII-1950. |
El estilo de Tufts está más que claramente inspirado en los legendarios autores citados que tanto admiraba. El homenaje es tal que es difícil disociar el aspecto físico de Ruggles del de Flash Gordon. Pero aun así, logra destacar por sí mismo y, en determinados momentos, alejarse de su sombra. Con una línea clara y legible, logra dotar a sus tiras de una fluidez narrativa que hace que su consumo sea sencillo.
Casey Ruggles resulta toda una sorpresa a reivindicar. Cuando el lector tiende a pensar en cómics de western, lo primero que se le pasa por la cabeza son las grandes obras europeas creadas por artistas extraordinarios. Sin embargo, obras como esta son la demostración de que los historietistas americanos también conocen perfectamente el género y logran contar grandes epopeyas. ¿Quién mejor para hablar de su propia historia que ellos mismos? Y todo por el precio de un periódico.