CHE: LA REVOLUCIÓN PERDIDA
Los originales de esta historieta rompedora y experimental tuvieron que ser enterrados para que no cayeran en manos de quienes decidieron enmendar el destino democrático de un país al que decían servir: no les bastó asesinar a su guionista.
La vida del revolucionario argentino, en manos de Oesterheld y de los Breccia, va más allá de las hagiografías al uso. Por encima de las ideologías, la poesía de los textos y el contraste pictórico entre padre e hijo elevan Che a la categoría de obra maestra.
Viñeta de Che. |
¿Cómo hacerlo? El mundo occidental crecía. James Bond desfacía entuertos. La televisión comenzaba a tomar color y nos llevaba a mundos futuros aún más prósperos y maravilladores. Los estéreos sustituían a los simiescos monoaurales. Los Beatles aún no habían aprendido a odiarse. La socialdemocracia no estaba agorada todavía. «Desempleo» era una palabra en desuso desde hacía cuatro décadas. El precario equilibrio entre los dos gigantes antagónicos se mantenía pese a las guerras periféricas que, al fin y al cabo, transcurrían en lugares tan remotos como Vietnam o el Congo y acuciaban a mujeres y hombres de piel oscura y futuro tenebrísimo.
¿Quiénes se preocupaban de esa otra realidad que tenía lugar allende las murallas construidas de supermercados y consumismo, de boites y seiscientos, de playas, de Bonanzas y Conquistas del Espacio? ¿Quién se atrevía a mantener la vista fija en las imágenes -a veces en gozoso color- de la guerra en lndochina, de las matanzas en África, del totalitarismo iberoamericano, de la horrible e inacabable dictadura franquista? El horizonte europeo occidental aparecía, si no límpido, al menos a resguardo de las lacras de la miseria, del estalinismo soviético, del cambio climático -ya en marcha-, de los desastres nucleares y de una tortura a la gran madre Gea que sólo un puñado entendía, mientras la mayoría llevaba su cochecito a esos monstruos que son Benidorm, Torremolinos, Saló, Marbella.
Era 1968. Jimi Hendrix había cambiado para siempre la música rock. La psicodelia y el hippismo se manifestaban por doquier, el amor libre era practicado por unos pocos jóvenes anglosajones. El feminismo cobraba fuerza, la literatura sudamericana era encumbrada al Olimpo, los ecologistas aún no eran muy conocidos ni por ellos mismos. Los tebeos Marvel habían desbancado a los melosos héroes amigos de Supermán. La editorial Bruguera era ya reina en España.
En Argentina, los Breccia, padre e hijo, emprendían, prácticamente en la clandestinidad, la transcripción historietística de la vida del recién desaparecido Che Guevara, el Che, el revolucionario abatido por las balas de la CIA en una de aquellas inhóspitas selvas tropicales de la odiosa Bolivia. Ernesto Guevara, destinado a convertirse, por sor presa y de inmediato, en ídolo de masas, en icono de intelectuales y rebeldes, más tarde en otra imagen-etiquetamarca comercial, mucho más tarde, cuando ya el vigésimo siglo sucumbía siguiendo los pasos de la ilusión, muerta tal vez para siempre.
Ernesto «Che» Guevara, el revolucionario cuya muerte el año 1967 a manos del ejército boliviano supuso su poso de hombre a mito. |
Era 1968. La tormenta, sin saberlo nadie, se acercaba. Sólo unos pocos. Sólo los más avispados. Los que pensaban que el mundo occidental estaba llegando a su cenit, que no habría nunca más revolución sin revolución, que la socialdemocracia se dormía en su ensueño, que el comunismo se había convertido en fascismo insoportable, que la naturaleza se moría lentamente. Yves Lacoste escribía sobre el subdesarrollo cuando la mayoría no sabía aún qué podía significar «Tercer Mundo». Los jóvenes comenzaban a intuir que el presente no era tan edulcorado, que el invento hacía aguas por muchas partes, que los enviaban a las guerras a luchar en junglas rojo sangre y robar las esmeraldas de África, las riquezas de Iberoamérica, que el socialismo no podía ser lo que los rusos habían hecho y que la Paz Verde, esa benigna naturaleza que todos anhelaban, era acuchillada a diario por las compañías azucareras, algodoneras, cafeteras, petroleras, tabaqueras...
Era 1968. En Argentina, Alberto Breccia y su hijo Enrique daban forma a los textos de Héctor Oesterheld, se jugaban la vida al mostrar al mundo la vida de Ernesto «Che» Guevara, el revolucionario perenne, el hombre-mito que había dado su vida cual mesías para la redención del mundo real, el mundo más allá de las ficciones de los autocines y la hamburguesa, de "Ob-la-dí Ob-la-dá" y el massielesco festival de Eurovisión. Breccia y Oesterheld no sabían que la dictadura estaba cerca de nuevo y que las ideas perniciosas para el sistema pueden acabar en muerte, sobre todo la muerte de quien las atesora.
2. DOS OBRAS EN UNA
Entre las virtudes de la biografía del Che de los Breccia y Oesterheld encontramos su carácter dual. Por una parte, dualidad gráfica, ya que los estilos de Alberto Breccia y su hijo Enrique eran, y son, bien diferentes. Máxime teniendo en cuenta que es el primer trabajo de envergadura de Enrique Breccia, mientras que el padre ya había maravillado a todos a finales de la década anterior, cuando en 1958 Sherlock Time había comenzado a mostrar las inquietudes del gran Alberto Breccia.
La otra dualidad de esta obra reside en su doble lectura, ya que no se trata tan sólo de una biografía más o menos ajustada a la realidad, sino también de un auténtico manifiesto, un corpus ideológico que parece compartir el trío realizador, o al menos Héctor Oesterheld, que sería apresado y muerto (no «desaparecido», nunca desaparecido) por la posterior dictadura de los militares de Videla.
Guevara cambió los libros de medicina por la lucha armada. |
Vida de Che Guevara, su título original, se comenzó a editar en Argentina en la editorial Ediko, en lo que iba a ser una colección de biografías de personajes famosos del siglo XX. De hecho, tras la biografía del revolucionario argentino se iba a realizar la de John Fitzgerald Kennedy, seguramente para quitarse de encima el estigma de rojos que la primera les habría de acarrear. Lamentablemente, ninguna otra recreación de ningún otro personaje vería la luz hasta el año siguiente, en que Oesterheld y Alberto Breccia realizan la biografía de Evita Perón.
Enrique Breccia es el encargado de iniciar el álbum del Che. La narración en paralelo comienza con la que habría de ser la última batalla del médico argentino en Bolivia, a mediados de 1968.
Cinco páginas y flash-back. Vamos a 1930 de la mano de Alberto Breccia, que nos cuenta los primeros hechos destacables en la vida del revolucionario: los orígenes de su asma perenne, el amor por la madre, el contacto con los exiliados de la Guerra Civil española, el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el despertar sexual... nada extraordinario. Nada que hiciese presagiar las batallas por venir, las revoluciones por ganar.
También los textos de Oesterheld son duales. Por una parte, el discurrir lineal de la vida del Che mezclándose con la última aventura fatal; por otra, el mensaje, el ideario, la visión del guerrillero, que parece ser también la del escritor.
La adaptación al cómic de la vida de Ernesto Guevara es bastante fiel a los hechos. Si no se quiere profundizar en el mensaje ideológico de este relato y del personaje mismo, podemos conformarnos con la lectura de una biografía tan apasionante como la de cualquiera, pero más que la de la mayoría. Porque, aparte la época que nos toca vivir a cada cual, hay aventuras y personas que destacan en nuestra existencia tanto como en la de los héroes y mártires. ¿Qué tuvo de particular la vida de Ernestito, o del Ernesto que viajaba por todo el subcontinente Iberoamericano, hasta que Ricardo Rojo se le cruzó en el camino de lucha contra la miseria y la lepra en que había convertido su existencia el joven médico? Nada. Nada que no se pudiera hallar en las afueras de Buenos Aires o en los pobluchos andinos de la Argentina de Perón. En los suburbios de cualquier ciudad.
Che Guevara luchó codo con codo con Fidel Castro contra lo dictadura de Salazar. |
Ricardo Rojo, abogado, argentino como Guevara, exiliado opositor a Perón, será el hombre clave que deslice al joven recién licenciado en Medicina hacia la acción revolucionaria para atajar la fuente misma del problema. Erradicar la enfermedad, no sus consecuencias. Matar la miseria para matar la lepra. Ernesto Guevara había nacido en 1928 en el seno de una familia acomodada de Rosario, la segunda ciudad más importante de Argentina. Bien educado, aficionado a la lectura, su infancia está marcada por el trauma de un asma bronquial que se le manifestó por primera vez a los dos años, lo que hará que se instalen en Córdoba, buscando un clima más benigno; más tarde, por el cáncer de pecho de su madre. Aparte de esto, correrías de chico, besos furtivos, mucho fútbol. Trabaja mientras estudia medicina en Buenos Aires. Las novelas de aventuras dejan paso a Raskolnikov, al geógrafo anarquista Reclus y, sobre todo, a Neruda. Desarrolla la amistad con el también médico Alberto Granados yendo por todo el subcontinente, ayudando a los leprosos de Argentina, Chile, Perú, Colombia, Venezuela... En todos los países la misma miseria, el mismo mal, incurable; un mal que no atajan los fármacos. El regreso a Argentina para acabar la carrera será el final de una vida, porque la nueva comenzará después en Bolivia, cuando la situación de este país lo fuerza a tomar partido de la mano de Ricardo Rojo. En la Guatemala de Jacobo Arbenz también hay un gobierno que busca -iluso- la revolución desde dentro.
Los Estados Unidos fuerzan la caída de Arbenz y Guevara habrá de huir a México, donde conocerá a alguien más trascendental aún que Rojo. Los exiliados cubanos lo rebautizarán definitivamente como Che. Nunca más será Ernesto sino Che Guevara. Fidel y Raúl Castro y Che Guevara: la sagrada trinidad de la revolución cubana.
En 1956 Che y los Castro, los otros románticos y revolucionarios, veteranos de la Guerra Civil española y mujeres aguerridas se entrenan y comienzan la lucha revolucionaria en la perla del Caribe, la isla esclavizada por Batista con el apoyo yanqui. De ahí a la gloria. Victorias imposibles, escaramuzas, derrotas pasajeras. Pueblo a pueblo desde la Sierra Madre hasta el asalto final en 1959.
Derrotado Batista, comienza la reconstrucción de Cuba y la entrada en la gran partida de los bloques, la sumisión a la Unión Soviética, el comunismo represivo, el estalinismo, en suma. Che Guevara es nombrado ministro, pero la situación lo hastía, le hastía el juego imperialista, del color que sea. La acción directa le parece más atractiva. Cuba sería la base desde la que difundir la revolución popular por todo el mundo oprimido y, sobre todo, por Iberoamérica y África. Che sería el mesías de la revolución. Visionario, mártir, ingenuo, engreído, loco, el nuevo Jesús redentor de un mundo sumido en la avaricia.
La guerra del Congo le será vetada por la URSS, así que irá a Brasil, a Uruguay, a su amada Argentina, hasta decidirse por Bolivia.
La buena preparación, los veteranos de Sierra Maestra, la abundancia de armas no serán suficiente para repetir lo de Cuba. Bolivia será su tumba. Sus verdugos: el capital, la indiferencia de los indígenas y villanos, la selva amazónica, la CIA, omnipresente ya en aquellos años pese a la competencia soviética.
Primer plano del Che de Enrique Breccia. |
4. LA APORTACIÓN DE ENRIQUE BRECCIA
Cuando el hijo del gran maestro Alberto se puso a dibujar la biografía del Che, ya tenía un poco de experiencia en los cómics, aunque ésta era su primera obra de interés. Enrique Breccia siempre ha confesado ser más pintor que dibujante de historietas. Al menos, la pintura lo atrae más y no hay duda de que el primer expresionismo debe de ser uno de sus grandes amores. Breccia hijo se encarga de la batalla final del Che en la jungla boliviana y de los últimos días de penuria del guerrillero argentino. Es la parte que abre y cierra el relato, intercalándose en la narración lineal que dibuja Alberto a partir de los dos años de edad del Che.
Con Héctor coincidíamos en que a ninguno de los dos nos parecía demasiado atractiva, ideológicamente hablan do, desde el punto de vista político, a mí menos que a él todavía, la figura del Che. Para mí fue la primera historieta que hice y fue hecha con toda la polenta,[1] porque venía de la plástica y ahí hay algunos elementos plásticos. A mí me costaba más, porque eso está hecho en cartulina enyesa da, que en ese momento se importaba de Inglaterra. La hoja de cartulina valía más que lo que me pagaban por hacerla. Creo que es el mejor trabajo que hice en historieta.
Enrique Breccia aceptó su parte del trabajo como medio para la experimentación. Su dibujo es inquietante y agresivo, expresionista en el sentido más clásico del término, con esa profusión de dientes y ojos pavorosos, de negros decrépitos y blancos que son negativos de otros negros. Manchas aparentemente sucias, viñetas grandes llenas de rayas que se cruzan o se marcan como dentaduras terribles en la noche de la jungla, en el espesor amazónico. Los rostros, menos los del Che, son máscaras anónimas que infunden miedo. Los escenarios son los de un infierno de sombras.
Aunque Mort Cinder nos viene a la memoria, el trabajo de Enrique no parece deudor del de su padre y yo lo conecto más con los Nolde, Kirchner, Kokoschka, Beckman y el Grosz del período de entreguerras mundiales. Pintores todos ellos que acentuaban el sentimiento y la desesperación. Sentimientos de impotencia, de odio: desesperación ante el campesino siempre sin concienctar, siempre ladino y traidor.
Sólo hacia el final de la narración se deforman por completo los cuerpos y las caras, el expresionismo es llevado a su cenit en la escena de la muerte de Guevara, con esas máscaras de risa lasciva de los soldados bolivianos y el rostro degenerado del agente de la CIA, salpicado de sangre y de odio.
Luces y sombras que traza Enrique Breccia con sus lápices, para reflejar a lucha y el sufrimiento del Che Guevara. |
Las risas cadavéricas de los antirrevolucionarios son dentaduras de muertos, cuerpos vendidos al enemigo por unos dólares y un poco de poder para expoliar, torturar, violar.
Pinceladas blancas de yeso como lluvia de tragedia que se cierne sobre el idealista, el hombre comprometido, enmarañado por el «gran ajedrez» y la verdad última del Capital. «El dividendo», dice Oesterheld.
Apenas en un par de ocasiones Enrique cae en la tentación de incorporar alguna trama, alguna fotocopia, salpicados de tinta. Recursos· tal vez superfluos, como chocan res son los primeros planos del Che extraídos directamente de fotografías famosas, mucho menos expresionistas que el resto, puede que incluso molestas en el conjunto de la obra.
Pocos años después ese mismo estilo gráfico expresionista pasará de hijo a padre, curiosamente, como en un efecto de retroalimentación. De padre a hijo, Enrique en el Che, Alberto en sus historias macabras de los años setenta.
El bautismo del Che durante la lucha guerrillera contra el gobierno corrupto de Batista en Cuba. |
5. LA MANO MAESTRA DE ALBERTO BRECCIA
Mort Cinder, y en concreto "Los ojos de plomo", son claramente la primera concreción de las inquietudes de Alberto Breccia para con la historieta. A partir de aquel lejano 1962, el dibujo del maestro argentino no hizo más que buscar nuevos caminos, inventar y reinventar un lenguaje que había madura do décadas atrás. Ya antes, desde 1957, las historias de Sherlock Time habían iniciado la transición al estilo que maduraría en Mort Cinder y que no dejaría de evolucionar.
En 1945 Breccia había conseguido un estilo propio inspirado en el realismo y el naturalismo, el estilo más tradicional en los cómics producidos hasta entonces. Grafismo habitual en las historietas de aventura y juveniles, que todavía hoy suman el porcentaje más elevado de roda la producción que se ha hecho desde finales del siglo XIX, sobre todo para los dibujantes -la mayoría, sin duda-que se inspiraban en el trabajo de esa tríada divina formada por Foster, Raymond y Caniff.
Hago este repaso porque en la biografía de Che Guevara nos encontramos una especie de compendio de los diversos estilos o tendencias que habían aflorado en la obra de Alberto Breccia hasta ese momento, dominando el naturalismo sobre el resto.
Al ser una biografía, la necesidad de usar fotografías para recrear lugares y personajes impele a la obra un carácter de credibilidad visual que no está reñido con ciertas experimentaciones y recursos que ya habían desfilado por las obras del maestro desde Sherlock Time. Así, el estilo de la narración sigue más o menos los cánones establecidos por el autor desde Vito Nervio, aunque, desde luego, el trazo sea mucho más seguro y suelto, propio de quien ya ha llegado a la madurez artística.
El Che, dibujado con un trazo realista por Alberto Breccia. |
Cada página de Che se estructura en tres, cuatro o un máximo de cinco viñetas, en las que el trazado naturalista es el dominante. Sin embargo, prácticamente cada cuadro incorpora unos fondos en los que el autor se deja llevar por su afán experimentador, valiéndose de recursos que apenas se utilizan en los rostros y figuras de los actuantes: una trama aquí, un manchurrón allá, la foto de Perón, un salpicado, sombras inquietantes a base de pinceladas sueltas más o menos gruesas o de improntas de telas empapadas. Se produce así un abismo entre planos: por una parte, el dibujo más o menos limpio de las figuras; por otra, los fondos tenebrosos. Atmósferas que están doradas de un halo negativista, dado el carácter trágico de la historia y del propio autor. Desde la primera viñeta, con Ernestito desamparado en la playa, hasta la última de la finca en Ñancahuaga, pasando por el golpe contra Arbenz en Guatemala o los combates en Sierra Maestra, todo está lleno de ambientes oscuros y opresivos. Especial uso de la tinta reciben las acciones bélicas y sus consecuencias, en las que la mancha se convierte en caos y auténticos regueros de sangre negra. Pura expresividad arropando imágenes contundentes, nítidas. Los rostros, cuando son de personajes conocidos, se inspiran demasiado en fotografías y no suelen tener un carácter auténticamente brecciano, por más que la fuente esté cuidadosamente seleccionada, especialmente la del protagonista de la historia una vez convertido en Che, que aparece casi siempre se rio y taciturno. Breccia recurre a la foto para mostrar las personalidades de Guevara, Fidel Castro, Nasser o Mao. Los retratos son impecables, pero contrastan bastante con el resto del dibujo y con las páginas realizadas por Enrique Breccia.
Un dibujante de su categoría no debió de tener ninguna dificultad para transcribir al pincel las fotografías de estos personajes cruciales en la historia reciente. Curiosamente, no hay fotos de personajes menos queridos, odiosos: no están Batista, ni Kruschev, ni Johnson. Perón era una fotocopia de mala calidad.
El enfoque es diverso, con predominio del plano medio y americano, ligeras panorámicas y algunos primeros planos. Hay un magnífico contrapicado en la figura del guerrillero acribillado y un uso de la luz a veces en negativo, hallazgo que había desarrollado a placer en Mort Cinder.
Recursos, pues, de todo tipo, subyuga dos al naturalismo, que dan a la obra un acabado mucho menos frío de lo que suele ser habitual en las biografías y en las recreaciones históricas. Para Alberto
La muerte, eterna acompañante de la lucha. |
Breccia, la plasmación ideológica del personaje parece tener mayor interés que el recuento de su vida. Por ello se recrea en las escenas que reflejan la pobreza, los niños leprosos y harapientos, los indígenas americanos y africanos.
Las imágenes, lastradas por la constante referencia a hechos verídicos contados linealmente, tienen la suficiente carga artística como para considerar esta obra algo más que un mero trabajo de encargo, superior a la mayoría de lo que nos podríamos encontrar en obras análogas, como los relatos de Toppi o la también magnífica Tormenta sobre China, del casi olvidado Paul Gillon.
Una obra memorable, en definitiva. No excesivamente representativa del mayor de los Breccia y subordinada a su valor como ideario y al fenomenal texto de Oesterheld, pero indispensable para conocer al mejor dibujante iberoamericano de todos los tiempos.
Muestra del estilo experimental y arriesgado de Enrique Breccia. |
6. LA NARRACIÓN DE HÉCTOR OESTERHELD
Pese a tratarse de una biografía contada linealmente, en la que cabría esperar pocas virtudes, nos encontramos sin duda ante uno de los mejores textos jamás escritos por el gran guionista. Oesterheld, más allá de dar cuenta de una vida, recoge como suya la ideología del Che y la transforma en una poderosa denuncia de la opresión del hombre por el hombre, amén de incluir también un mensaje de esperanza.
Al revés que en tantos otros relatos biográficos, la narración es ágil, en ocasiones casi frenética, moviéndonos como en un azogue por los años del revolucionario argentino, de los que sólo se extrae lo más importante, lo verdaderamente trascendental para el personaje y para la tesis de la obra. La manera en Oesterheld lo hace es mediante la supresión del verbo, la concatenación de frases por medio de comas:
Peor que Hitler y que Mussolini, olor a bosta de caballo en el teatro Colón. Ella es una perdida, lombrices de tierra, ¿sabes el último de Farrell? Hay que sacarle la muela por el traste, Perón no le deja abrir la boca.
Frases que no obvian un lenguaje cuidado, la imagen ni la metáfora.
Hay frases recurrentes, con una cadencia rítmica obsesiva, redactadas con la intención de matizar hasta la saciedad la causa última de la revolución, no ya de un hombre, sino de todos los hombres y mujeres:
En todas partes los mismos chicos, los mismos ojos cavados en tanto ensueño inútil, brazos palitos, vientres redondos del raquitismo.
El marcado contenido ideológico se acentúa en cada página. Oesterheld toma partido desde el principio. Las palabras no las dice el Che, no saltan desde la realidad dibujada, son dichas por el mismo guionista:
Amigo es el que se duele igual.
Como sentencias obsesivas, como mensajes a nuestra conciencia:
Las raíces del mal americano, los intereses creados, lo que importa es el dividendo, la gente lo de menos, indios brutos, pobres porque quieren.
El brazo palito. El dividendo.El gran juego de ajedrez.
Obsesiones que recorren la obra como el negro de la tinta a cada viñeta, como la agonía del Tercer Mundo, ese mundo miserable que se expande como un globo de gas.
Era 1968, la descolonización todavía no había acabado y el neocolonialismo era un hecho que únicamente un grupo de privilegiados, como los Breccia y Oesterheld, alcanzaban a comprender. Las relaciones causa-efecto estaban claras para Oesterheld. Efecto: la pobreza; causa: la riqueza de unos pocos.
Héctor Oesterheld, auténtico literato (¿no lo son todos los guionistas de cómics, se quiera o no?), es un escritor de su tiempo, un escritor iberoamericano de aquellos días, un émulo, tal vez menor, de los García Márquez, Cortázar, Asturias, Paz o Borges. Tal vez así hay que entender esas ambientaciones un poco irreales, como si la vida del Che fuese un gran sueño, un capricho onírico de un dios oculto que lo escogió como redentor. Ese ambiente fantástico que tan bien reflejan los Breccia es parte de una literatura irrepetible que, por lo general, fue también ideológicamente comprometida, de izquierdas en su gran parte, salvo unas pocas excepciones.
Che, una de las obras más comprometidas de Oesterheld. |
Oesterheld se aparta todo lo que puede del Che deificado. Le interesa más el hombre que el mito. No puede evitar, sin embargo, mostrarlo como lo que tal vez el propio Guevara quiso ser: un mesías, un redentor de la opresión, una mente preclara que se convirtiera en ejemplo a seguir. Si Marx, Lenin, Mao y Castro eran más idea que carne, Che Guevara era praxis. La permanente revolución trotskista, la lucha incesante.
Puede que Oesterheld coincidiese con esta interpretación. Yo no lo hago, no creo en los mesías, aunque sí en los símbolos. Pero la simpatía hacia el torturado y crucificado Che no es negada por Héctor Oesterheld. Tal vez si el escritor hubiese sabido que también él acabaría torturado y crucificado (nunca desaparecido. Desaparecido no, que sus obras son más él que él mismo), si Oesterheld hubiese pre visto el eterno retorno del fascismo, la horrenda senda que iba a abrir Pinochet en Chile y sus seguidores en la Argentina, si hubiese sabido que también él acabaría siendo un icono, un símbolo, quizás se hubiese negado a firmar ésta y otras obras comprometidas. Tal vez, pero lo dudo. Quizás como el Che, Héctor Oesterheld quiso mostrar al mundo el camino a seguir.
Dos viñetas cargadas de intensidad de Che. |
7. LA EDICIÓN ESPAÑOLA
Los originales de esta obra fueron secuestrados y destruidos en la época de la dictadura argentina de los generales, pero aun así se pudo rescatar a partir de una edición anterior. Ikusager, la editorial española, nos la presentó en 1987 en un formato de auténtico lujo. Tamaño superior al álbum convencional, papel de gran grosor, tapa durísima. Para postre, una introducción de Ernesto Sábato, otro maestro más de la pluma, otro pesimista brecciano que nos presenta la obra imbuido de un sorprendente optimismo. Porque el autor de El túnel nos reivindica en su prefacio la validez de la lucha de Che Guevara y de todos los hombres contra la pobreza y la opresión. Otro clarividente más. Otro hombre que ha descubierto la razón última de eso que llamamos «orden», la terrible verdad que esconde la palabra «democracia», el vocablo «prosperidad». En esta ocasión, sin embargo, Sábato se abre al mundo y a los seres humanos, como si vislumbrase una mínima luz de esperanza al final del oscuro pasadizo que es la Humanidad.
Es curioso que él, que escribió lo justo para negar toda esperanza humana, se desborde en alabanzas hacia Che Guevara, hacia los guerrilleros de verdad que, como él, prescinden de ideología para abrazar la lucha, la única lucha posible, la de Don Quijote. Y como el ingenioso hidalgo, no mirar etiqueta, ni raza, ni nacionalidad. Sólo desfacer entuertos.
Las palabras de Sábato son esclarecedoras, casi premonitorias a veces. Alguien debiera hacerlas leer en las aulas. Sólo por esta introducción, auténtica literatura, vale la pena comprar el álbum.
8. CONCLUSIÓN
La vida del Che de Oesterheld y los Breccia es una obra imprescindible para los que deseen conocer la trayectoria de los dos pilares del cómic iberoamericano.[2] Si bien en el ámbito gráfico no es uno de los trabajos absolutamente esenciales de Alberto Breccia, y la aportación de su hijo Enrique no sea sino un anticipo de un autor nunca tan brillante y siempre menos interesado en el cómic, no hay duda de que su calidad está por encima de la media, y que la experimentación gráfica de ambos - ya consolidada años atrás por el mayor de los Breccia- sigue vigente hoy día, si bien el tipo de trazo de la parte principal conecte más con lo que se haría en la primera mitad de los setenta en la «escuela larinoamericana».3 No cabe duda de que esta biografía debió de influir en roda una generación de artistas, aunque creo que ya se habían dejado seducir por las obras anteriores de Alberto Breccia y, en todo caso, lo harían con la adaptación de El Eternauta, uno de los mayores referentes del cómic de fina les de los a ños sesenta y casi todos los setenta del siglo XX.
En el ámbito literario la obra me parece ligeramente superior, pues Oesterheld consigue imprimir un carácter de auténtica novela a lo que casi siempre queda convenido en un aglomerado de fechas y datos que tienen poca significación y se olvida n con facilidad. Ideológicamente es más criticable. Si bien los autores confesaron en algunas entrevistas que no se identificaban demasiado con Che Guevara, no hay duda de que esa simpatía existe, si bien no exacerbada. El Che que aquí aparece no está deificado, es más hombre que mito y su mensaje, si es el de la lucha contra la opresión, me parece bien reflejado. Pero hay cosas que son cuestionables, como la validez última de la muerte del guerrillero. Porque la historia nos demuestra que, si bien los líderes son indispensables, son las masas las que hacen las revoluciones y que esas masas dirigidas por una elite se han de subordinar aún más a una ideología. Che Guevara me ha parecido siempre un hombre cegado por el dolor de los demás, un luchador que no acaba de vislumbrar qué forma ha de tomar su lucha. Pero esto es una opinión personal.
Al rechazar su cómodo puesto político en Cuba, Ernesto «Che» Guevara estaba renunciando a un importante foco de difusión de su ideario o de la reivindicación del anticapitalismo y anticolonialismo yanqui,[3] por más que la Cuba castrista se plegara a las exigencias de la URSS y del estalinismo reinante.
Claro que, desde el primer momento, el Che se convirtió en un símbolo para muchos jóvenes, intelectuales y trabajadores de roda el mundo, y en este sentido sí se puede decir que su sacrificio no fue en vano.
No cabe duda de que esta biografía de Che Guevara sigue siendo interesante en estos días de pensamiento único, y que buena parte del mensaje y de las reflexiones que contiene son perfectamente asumibles hoy en día. Tal vez más que entonces.
Para demostrar la actualidad de esta obra podemos reflexionar la siguiente sentencia. Lo único a hacer, seguramente, cambiar el término «comunismo» por «terrorismo». ¡Tan poco han cambiado las cosas!
«Comunismo» es un pretexto que tapa cualquier cosa, con tan poco se monta una invasión, ¿qué es eso para la CIA, virtuosa del dólar y el halago y la muerte política?
[1] La polenta es una curiosa comida de origen italiano que consiste en formar una especie de montaña de harina semipastificada sobre la mesa, a la que se añaden toda serie de ingredientes.
[2] Digo Iberoamericana, que es el término correcto, ya que la existencia de países de origen francés e italiano en Sudamérica es prácticamente nula, si bien la inmigración italiana ha sido crucial en el continente. Por otra parte, los autores brasileños -y por tanto latinos, al ser originarios de Portugal no han tenido la misma trascendencia, aunque alguno se pueda integrar en el llamado «realismo mágico».