DIEZ FILÓSOFOS Y LA FELICIDAD
MIGUEL VAZQUEZ FREIRE

Title:
Ten philosophers and happiness
Resumen / Abstract:
Reseña de la obra de Jean-Philippe Tivet, Jérôme Vermer y Anne-Lise Combueaud: Filosofía para ser feliz. 10 filósofos. 10 versiones sobre el arte de ser feliz. / Review of the work of Jean-Philippe Tivet, Jérôme Vermer and Anne-Lise Combueaud: Philosophy to be happy. 10 philosophers. 10 versions on the art of being happy.

DIEZ FILÓSOFOS Y LA FELICIDAD

 

Sorprende, al primer vistazo, que un libro con este título excluya de su selección de diez filósofos nada menos que a Aristóteles, el creador del “eudemonismo”, es decir, la filosofía que del modo más explícito ha situado a la felicidad como la finalidad esencial del ser humano. Quizás la exclusión se pueda en alguna medida explicar si se tiene en cuenta que el título castellano no es traducción fiel del original francés: Philocomix10 philosophes10 aproches du bonheur. Bajo este titular el lector no tiene por qué pensar que lo que se le ofrece es necesariamente una selección de, digamos, los “mejores” (o los más reconocidos, o simplemente los que de forma más clara han orientado su pensamiento en esa dirección) métodos que la historia de la filosofía nos ha proporcionado para alcanzar la felicidad, sino simplemente unas “versiones” como dice el subtítulo, libre pero aceptable traducción del “aproches” francés.

¿Por qué esas versiones y no otras? Los autores nada nos dicen para fundamentar su elección que ciertamente parece un tanto arbitraria. Así, la inclusión de los tres franceses (Montaigne, Descartes, Pascal) parece más una muestra de chovinismo que resultado de considerar que sus “versiones” constituyan aportaciones fundamentales al tema: puestos a elegir un representante del racionalismo que se haya ocupado de la cuestión de la felicidad, pocas dudas hay de que Spinoza debería ser el elegido, por encima de Descartes o Pascal. El hecho de que la lista de autores concluya con Nietzsche, en el siglo XIX, sugiere que se tomó en cuenta el currículum escolar, que tradicionalmente prioriza los autores consagrados del pasado sobre los contemporáneos, y quizás el currículum francés, por ello el predominio (solo igualado con otros tres alemanes) francés.

Sea como fuere, esa fue la decisión de los autores y, bien, ¿cómo nos los presentan? La estructura de la exposición, aunque no absolutamente cerrada, se ajusta en general a cuatro pasos. Tras la presentación del autor, cuya idea sobre la felicidad se sintetiza en una sola frase a modo de eslogan (“Conócete a ti mismo”, Platón; “¡Busca el placer!”, Epicuro…), da comienzo una ligera contextualización histórica y algunos apuntes biográficos, más anecdóticos que especialmente significativos; el segundo paso ofrece una exposición esquemática de las ideas del autor sobre la felicidad que se ejemplifican mediante algunos supuestos de aplicación; el tercero, concentra esas ideas en un cuadro sintético final a modo de vía o método para alcanzar la felicidad (la parte que más se adecua al título castellano); y por fin, concluye con una “ficha práctica” de aplicación a la “vida cotidiana” (no en todos los casos bajo esta explícita fórmula) que, en mi opinión, es la parte más lograda, por razones que explicaré más adelante.

Toda adaptación simplificadora del pensamiento de los grandes filósofos corre siempre el riesgo de traicionarlos, si es que no deberíamos decir simplemente que esa traición es inevitable. ¿Cómo justificar la inevitable traición? Creo que se pueden dar dos buenas respuestas a esta pregunta. La primera: la simplificación busca proporcionar un estímulo a un lector que aún no está en condiciones de enfrentarse a la complejidad del pensar filosófico, para que más adelante desee acceder directamente a él. La segunda: desde el primer momento se deja claro que no se pretende “explicar” o ni tan siquiera proporcionar un resumen fiel del pensamiento del filósofo sino tomarse la libertad, por así decir, de jugar con sus ideas, sea de una forma humorística, paródica o de recreación expresiva o estética. El libro que comento parece apostar por la primera opción de no ser por la frase que pone en boca de Platón en la imagen de despedida: “¡Ahora dispones de algunas claves sólidas para empezar!”. El problema reside en el adjetivo “sólidas”. Hombre, algunas claves sí, pero sólidas… Veamos.

Comenzaré por una objeción casi personal. Me fastidia bastante la elección de caricaturas según el estereotipo del hombre huraño y malencarado para filósofos como Séneca o Kant. El caso de Séneca me parece especialmente lamentable. Ignoro cuál puede ser la fuente utilizada (en la bibliografía final se cita la novela Le Royaume de Emmanuel Carrère, que no conozco pero sé que no es una biografía de Séneca aunque esté ambientada en su tiempo) para representarlo como un personaje entre hipócrita y cínico (no en el sentido de la escuela helenista que inventó el nombre sino en el vulgar en el que acabó derivando) que predicaba el estoicismo mientras hacía exactamente lo contrario, ni de dónde la idea de que Nerón lo condenó poco menos que a petición popular debido a su conducta escandalosaLo que sé es que esto contradice la mayoría de las biografías académicas sobre su figura y la visión que de su muerte nos dejó Tácito en su historia. Por otra parte, frente a la imagen tópica del filósofo como hombre moderado, dueño de un gran control personal (lo que en efecto aparece en muchas de las fórmulas de la felicidad que en este mismo libro se recogen), los autores se complacen en presentarnos, no solo a este lamentable Séneca, sino también al viejo Epicuro o al metódico Kant, estallando en rabietas infantiles. Lo cual no me parecería mal si se hubiese optado abiertamente por el juego paródico o desmitificador de la imagen del filósofo, pero esto solo ocurre en la “ficha práctica” de la que hablé más arriba. Es en ella donde, de forma abiertamente humorística, se contraponen los altos ideales del filósofo a las exigencias de la vida común que indefectiblemente los ponen en cuestión y a menudo los hacen fracasar o incluso… los reducen al ridículo. Por eso es esta parte la que más me agrada del libro, justo la que, por así decir, menos se toma en serio, menos aspira a proporcionar “claves sólidas” y en cambio nos invita a bajar a los grandes hombres de sus altos pedestales.

Tengo la impresión de que el libro apenas oculta la particular animadversión que los autores han llegado a alimentar contra determinados filósofos, o contra cierta manera de entender la filosofía. Esto explicaría el modo de presentarnos a Bentham, tanto en su estereotipo icónico, como modelo de bonhomía, como en la defensa de una filosofía de expresión clara y vinculada a los intereses mundanos, frente a la oscuridad y pretensiones metafísicas de la filosofía alemana o, incluso, “continental”. Bajo esta misma óptica puede verse la figura de quien, en mi opinión, mejor queda parado en el retrato que de él construyen los autores: Montaigne. También su pensamiento asistemático, de sentido práctico e imbuido de un prudente escepticismo, lo sitúa en las antípodas de los grandes sistemas metafísicos al modo kantiano. Dar abiertamente paso a las filias y fobias de los autores, opción perfectamente legítima, evitaría otro de los defectos que encuentro en este libro, que es por otra parte defecto común en muchos manuales de enseñanza de la historia de la filosofía. Me refiero a la presentación de los diversos autores como compartimentos estancos que apenas guardan relación los unos con los otros, de modo que al final pareciera que el valor de una filosofía está, no en la verdad o aspiración a la verdad de sus enunciados, sino en su originalidad, como si el pensar filosófico fuese un ejercicio de invención de frases más o menos brillantes e ideas insólitas. Salirse de este marco obligaría a los autores, por ejemplo, a constatar la contradicción entre el utilitarismo de Bentham, que acaban de presentar de forma harto favorable, y la crítica frontal a la relación “utilitaria” con el mundo que en el capítulo siguiente hace Schopenhauer. O sentar al airado dogmático Pascal con el tolerante Descartes, como hizo en una interesantísima pieza teatral Jean-Claude Brisville (L’entretien de M. Descartes avec M. Pascal le jeune, 1985). Establecer un ejercicio de confrontación dialéctica entre los discursos divergentes de los filósofos convocados sería otra interesante opción que por desgracia los autores decidieron eludir.

El principal peligro, con todo, de un manual (porque finalmente de un manual se trata) de este tipo es convertir la reflexión filosófica, en sus mejores expresiones siempre más próxima a la grandeza de sus preguntas que a la inflexible firmeza de sus respuestas, en un vulgar manual de autoayuda. En mi opinión casi siempre lo consiguen evitar, aunque no, ¡ay!, en el caso de Nietzsche. Bien es cierto que cuantos fuimos profesores de filosofía en la enseñanza secundaria hemos podido comprobar el fácil éxito que el filósofo del abismo suele tener entre los adolescentes, e incluso nos hemos podido sentir tentados a instrumentalizar sus brillantes aforismos al modo de un “manual de autoayuda para adolescentes rebeldes”. Pero no me cabe la menor duda de que cuantos hayan caído en esa tentación han acabado siendo escasamente fieles a su dimensión más valiosa, como quienes lo redujeron a la condición de “racista” o heraldo de las barbaridades pangermánicas nazis. Me temo que Thivet, Vermer y Combeaud no escapan del vicio reduccionista cuando concluyen su Nietzsche con un estupendísimo “método para romper tus cadenas”. ¿Nietzsche metódico? ¿Él, que combatió cualquier propuesta de método universal como una abstracción inevitablemente contraria a la diversidad fluyente de lo vivo?

En fin, concluiré yo por mi parte aconsejando a quienes se acerquen a este libro (que, pese a las objeciones aquí expuestas, espero haber mostrado que no carece de virtudes) que lo lean sin pretender encontrar lo que no puede proporcionar (“claves sólidas”) sino como un ejercicio divertido de aproximación a algunos autores que formularon algunas ideas sobre la felicidad. Si lo hacen así, aquellos que no dispongan de ninguna o muy pocas ideas previas sobre esos autores quizás se animen a leer alguna de sus obras. Es incluso posible, aunque creo que esta será una posibilidad menor, que a alguien le ayude a buscar su propio camino para ser feliz. Aunque más bien me temo que, dada la diversidad de opciones que se le abren, desde el imperativo hedonista de Epicuro hasta la ventajista apuesta de Pascal, aumente aún más su confusión. Pero, ¿acaso no he dicho que de la filosofía mejor no esperar respuestas definitivas sino buenas preguntas?

 

Jean-Philippe Tivet, Jérôme Vermer y Anne-Lise Combueaud: Filosofía para ser feliz. 10 filósofos. 10 versiones sobre el arte de ser feliz. Traducción de Noemí Sobregués. Bruguera / Penguim Randon House 2018.

Creación de la ficha (2020): Manuel Barrero
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
MIGUEL VAZQUEZ FREIRE (2020): "Diez filósofos y la felicidad", en Tebeosfera, tercera época, 14 (19-VII-2020). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 21/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/diez_filosofos_y_la_felicidad.html