Xaquín Marín es el humorista gráfico gallego más importante desde Castelao. No el mejor, porque esa valoración es siempre subjetiva, sino el más importante, juicio basado en criterios puramente objetivos: ningún otro ha innovado tanto estéticamente —intentando vincularse a la tradición plástica gallega desde presupuestos muy originales— ni ha contado como él las profundas transformaciones experimentadas por la sociedad gallega durante los últimos cincuenta años. El resultado es una obra tan personal como gallega y tan gallega como universal. Una obra que puede ser calificada realmente de artística. El dibujante gallego es uno de los pocos humoristas gráficos que no tienen reparos en afirmar que intentan hacer una obra de arte de cada viñeta, y a fe que lo ha conseguido muchas veces, como lo demuestra el hecho de que haya obra suya en doce museos de siete países de tres continentes.
Además, Marín fue uno de los pioneros del cómic gallego —la banda deseñada, como se la denomina en Galicia— después de la Guerra Civil, tanto que le correspondió el honor de ser el autor del primer cómic —o la primera banda— publicada en la prensa gallega, “O emigrante”, que vio la luz en Chan en marzo de 1971, y del primer álbum: 2 viaxes (1975), junto a Reimundo Patiño, un volumen que contenía dos historietas largas: “A longa viaxe de volta desde as estrelas”, de Marín, y “A saga de Torna no tempo”, de Patiño.
Volviendo al humor gráfico —aunque “O emigrante” era tanto cómic como humor gráfico, porque su extensión no excedía de una página (una plancha) y se publicó en la prensa—, Marín ha sido, sin duda, uno de los grandes artífices del resurgimiento del género en Galicia después de la Guerra Civil. Esta puso fin a la edad de oro —la protagonizada por Alfonso Daniel Rodríguez Castelao y los humoristas de su escuela (Carlos Maside, Álvaro Cebreiro, Manuel Torres, Cándido Fernández Mazas, entre otros muchos)— y dio paso a tres décadas de censura y decadencia artística en las que apenas sobresalieron algunas excepciones, como Antonio Tomé Taboada, Atomé. El final del túnel llegó con la irrupción de Fernando Quesada, Siro López y Xaquín Marín, los tres pilares sobre los que se levantó de nuevo el género.
Marín comenzó su carrera como humorista gráfico en Madrid: en Chan, una revista gallega dirigida en la capital por Raimundo García Domínguez, “Borobó”; en Hermano Lobo, donde dejó sus únicas cuatro muestras como humorista literario, luego de que Chumy Chúmez rechazara sus dibujos por considerarlos demasiado underground para la línea de la revista, y en La Codorniz, en la que llegó a firmar cuatro portadas. Su colaboración en la prensa madrileña —en aquella época y después— no ha cesado nunca: Posible, SP, Pueblo, Gaceta Universitaria, Diario 16, Interviú, La Golondriz…, pero desde 1975 está centrado en la prensa de Galicia, con cuatro grandes etapas: El Ideal Gallego (1975-1988), Teima (1976), A Nosa Terra (1977-1982) y La Voz de Galicia, donde desde 1988 dibuja una viñeta diaria. En estos cuatro medios ha publicado algunas de sus series más famosas: Gaspariño, Lixandre, Caitano, Historias de esmagados (el Pie), D. Augusto e Isolino, además de miles de viñetas sueltas, llenas de su característico humorismo sarcástico.
Paralelamente a su labor creadora, Marín desarrolló durante muchos años una fecunda actividad como gestor y dinamizador cultural al frente del Museo del Humor de Fene, la pequeña localidad coruñesa donde ha vivido siempre. Lo fundó en 1984 con el apoyo del Ayuntamiento y lo dirigió hasta 2008. Fue el primer museo de humor de la península Ibérica y todavía hoy sigue siendo una de las pocas instalaciones de este tipo —una treintena— que existen en todo el mundo.
Sin dejar nunca de centrar la atención en su querida Galicia —su obra debe ser definida como “gallegocéntrica”—, Marín alcanzó pronto repercusión estatal e internacional. En 1982 y 1991 recibió el Premio Paleta Agromán —considerado por aquel entonces el Oscar del humor gráfico español—; en 1987, el Primer Premio de la Bienal del Humor y la Sátira en las Artes de Gabrovo (Bulgaria) —uno de los más importantes concursos internacionales del sector–; y en 2014, el Trofeo Amadora Cartoon del Festival Internacional de Cómic de Amadora (Portugal). Además, es profesor honorífico de Humor de la Universidad de Alcalá de Henares (1994) y notario de humor de la Universidad de Alicante (2006), y ha participado como jurado en algunos de los certámenes de humor gráfico más prestigiosos del mundo, como el Salão Internacional de Humor de Piracicaba (Brasil) o, en Portugal, el PortoCartoon World Festival de Oporto y el World Press Cartoon de Lisboa.
Este número monográfico de Tebeosfera viene a hacer justicia a Marín y, por extensión, al humor gráfico gallego, sin duda una de las principales aportaciones de Galicia a la cultura universal —a pesar de que, con frecuencia, se ignore—, con nombres como los de Xosé María Cao —padre de la caricatura política de Argentina donde desarrolló toda su obra—, Juan Carlos Alonso —afincado también en Buenos Aires, considerado en su momento el mejor caricaturista de toda Sudamérica—, Castelao, Maside, Torres, Quesada o Marín.
El número se compone de los siguientes ocho epígrafes:
En “Xaquín Marín en los inicios del humor gráfico gallego”, Eva María Teijeiro Suárez, profesora de Enseñanza Secundaria de lengua castellana, repasa la aportación de Marín al proceso de revitalización y dignificación de la viñeta (y el cómic) experimentado en Galicia en las décadas de los años setenta y los ochenta.
En “Xaquín Marín en La Codorniz. Los inicios madrileños del dibujante que transformó el humor gráfico gallego”, Félix Caballero, doctor en Investigación en Comunicación y periodista, autor de una tesis doctoral sobre el humorista gallego, analiza las tempranas colaboraciones de este en la mítica revista, entre 1972 y 1977, antes de trabajar en la prensa gallega. Fue en La Codorniz donde Marín se hizo realmente dibujante de humor.
En “La Galicia agridulce de Xaquín Marín. Tiras cómicas en la prensa gallega: 1974-1982”, Xulio Carballo, profesor de Enseñanza Secundaria de lengua y literatura gallega, examina la galería de tiras y personajes publicados por el humorista de Fene en la prensa gallega a lo largo de los años setenta y ochenta, que se convertirían en auténticos iconos y símbolos de una Galicia agria y dulce a la vez: Gaspariño, Lixandre, Caitano, Historias de Esmagados y D. Augusto.
En “Rebeldía y retranca en el Isolino de Xaquín Marín”, Luís Villamor, doctor en Ciencias de la Comunicación, periodista y profesor, analiza la serie de Isolino —auténtico alter ego del dibujante en la tercera edad—, que el humorista gallego publica en La Voz de Galicia desde 2006.
En “Xaquín Marín y la ética / ideología de los humores”, el portugués Osvaldo Macedo de Sousa, historiador del arte y estudioso y dinamizador del humor gráfico, profundiza en el universo ético del humorista, deconstruyendo sus temas, mensajes, símbolos y arquetipos principales.
En “El arte diabólico de Xaquín Marín”, Siro López, caricaturista, humorista gráfico, periodista, escritor y estudioso del humor, reflexiona sobre el estilo personalísimo, pero profundamente gallego, del dibujante y su descomunal fuerza renovadora para darnos una visión plástica de la realidad nueva e irrepetible.
Por último, en “Obra y milagros de Xaquín Marín: el Museo del Humor de Fene”, Felipe Senén, arqueólogo y museólogo, recuerda la importante labor llevada a cabo por el artista desde la citada institución para dinamizar y divulgar el humor gráfico.
El número se cierra con una larga entrevista de Félix Caballero al humorista. Se trata, en realidad, de la fusión de dos conversaciones (convenientemente expurgadas) que el periodista mantuvo con el artista en diciembre de 2010 y octubre de 2012. La primera se publicó en el libro O humor en cadriños (Morgante, 2012), del citado autor, mientras que la segunda, enmarcada en su tesis doctoral sobre Marín, defendida en la Universidad de Vigo en octubre de 2015, permanecía inédita hasta ahora.
Con este número no solo se ejercita el homenaje a una figura tan merecedora de ello como Xaquín Marín, también se pone en evidencia la necesidad de destinar más espacios al análisis de la sátira dibujada y su poder de convocatoria, sobre todo cuando hablamos de un modelo representativo que además de rebelar las fisuras del poder, también atiende al espíritu nacional y a la lengua materna de toda una sociedad.