Editorial para Tebeosfera, tercera época. Nº 7
¿Saben los amantes del cómic en español que la gran mayoría de los títulos que disfrutan son traducciones? ¿Saben quienes los leen que la habilidad al traducir no solo depende del conocimiento de idiomas? ¿Puede llegar a imaginarse alguna vez quien no ha traducido nunca el poder que tiene sobre el texto y la obra la persona que traduce su cómic favorito? ¿Está la industria preparada o predispuesta para reconocer la aportación de los traductores al mundo del cómic? Sirvan estas preguntas como introducción al universo traductor en el que Tebeosfera ha decidido, confiamos que con acierto, aventurarse.
Puede que alguna vez nos encontráramos con un editor que nos dijera: «El día que me puedas demostrar que una buena traducción vende más que una traducción mediocre, vuelve a verme y hablamos de tus tarifas». O puede que lo escucháramos en una conversación entre profesionales de la traducción. O que lo leyéramos en alguna revista de traducción para traductores. O puede, simplemente, que lo sueñe un traductor cualquiera que piensa en su trabajo de manera neurótica e intenta justificarse las horas infinitas que le dedica a un encargo: ¿puedo mejorar mi texto?, ¿merece la pena hacerlo?, ¿puedo entregar sin más un texto que aún es mejorable?, ¿me lo permite la ética?, ¿me lo permite el bolsillo?
Todas estas cuestiones nos llevan, irremisiblemente, a una sola: ¿qué es traducir? Prolífico es el debate que genera esta pregunta. Dejemos que los especialistas, si pueden, se pongan de acuerdo. De lo que no cabe duda es de que se lleva haciendo desde hace ya miles de años. Este no es el lugar adecuado para entrar en el debate ontológico ni fundacional de la traducción, aunque sí queremos recoger una brevísima reflexión sobre el nacimiento de la disciplina. Nada mejor para este propósito que el fragmento de un cuento del traductor Javier Calvo que aparece en su libro El fantasma en el libro, publicado por Editorial Planeta en 2016:
La traducción empezó siendo un oficio de príncipes y de sabios, que la usaron a menudo para cambiar la historia. Después estuvo en manos de los poetas y fue una modalidad de creación literaria que dio forma al canon de Occidente. A medida que se democratizaba, sin embargo, la traducción se fue volviendo una especie de profesión liberal de segunda fila, desligada de la creación literaria. El traductor dejó de ser un actor con voz propia en la escena cultural (página 21).
Pero entremos ya en materia, puesto que sí pretendemos contestar desde estas páginas a una pregunta que se deriva de la anterior y que limita el campo de la respuesta: ¿qué es traducir cómics? Vayamos por partes.
La historieta es un medio joven, infinitamente más joven que la otra forma de expresión con la que se le suele confundir y con la que muchos la emparentan —desafortunadamente, a nuestro entender—: la literatura. Esto deriva también en el frecuente error de hablar de ella como si fuera un género. La traductología, por su parte, es una ciencia aún más joven, hija de la lingüística, que empieza a sentar sus bases en la segunda mitad del siglo XX. Si las reflexiones sobre la traducción literaria son, en consecuencia, relativamente recientes, los estudios sobre traducción de historietas apenas están naciendo.
Tras una primera época en la que los traductólogos hablaron de la traducción de cómic sustentándose en la denominada “traducción subordinada” (siguiendo a autores como Spillner, Mayoral, Valero o Hurtado), nuevos investigadores (como Zanettin, Celotti o Sinagra) han aportado un enfoque a nuestro entender mucho más fresco y completo. Más allá de estos estudios, escasos y seminales, nos consta que en los últimos años está creciendo el interés académico sobre la materia. Confiamos en que este número especial de Tebeosfera pueda, por una parte, propiciar este interés, y por otra, visibilice la importancia de esta especialidad de traducción —tal y como nosotros la reivindicamos— en la propia maquinaria de la industria editorial.
Por lo pronto, vemos que algo está pasando. En mayo de 2014, el Salón Internacional del Cómic de Barcelona acogía por vez primera una mesa redonda sobre traducción de cómics gracias al impulso de Aptic. Dos años después, en octubre de 2016, la Université Bordeaux-Montaigne acogía el primer evento académico europeo sobre traducción de cómic de cierta envergadura. Ahora, en el verano de 2018, Tebeosfera nos ha confiado —no sabemos si de forma temeraria, pero sí sabemos que estamos profundamente agradecidos por darnos voz a quienes traducimos o investigamos en la traducción de historietas— la coordinación de este número especial. Sí, algo está pasando. Y ese algo tiene un origen claro que podemos conocer gracias a los informes de Tebeosfera de los últimos años, que nos aclaran que el número de traducciones no ha dejado de crecer en España: suponían apenas un 15% del total de novedades en 1962, casi un 50% en 1983 y más del 83% en 2017.
Desde que el ser humano entra en contacto con otras culturas, husmea, mercadea, existe la traducción. De igual modo, se traduce historieta prácticamente desde su alumbramiento tal y como la concebimos hoy día. Ahora bien, ¿quién ha traducido y cómo se ha traducido? Durante mucho tiempo, en el mundo del cómic la traducción ha corrido a cargo de actores de su ciclo cultural que no eran traductores profesionales: guionistas, dibujantes, secretarios, editores, etc. En suma, un reducido y heterogéneo grupo dentro de la industria, conocedores y amantes del cómic, pero que no siempre tenían que pensar en la traducción como una actividad creativa y laboriosa. A menudo ha sido un simple estipendio complementario para poder dedicarse a fondo a sus actividades principales. Más allá de que haya innumerables ejemplos de buenas traducciones hechas por traductores no profesionales, y no pocos ejemplos de malas traducciones hechas por profesionales, tendemos a pensar que un trabajo hecho por un traductor especialista tiene muchas más posibilidades de dar un resultado óptimo.
¿Hay datos que nos confirmen todas estas afirmaciones? Apenas, por eso estamos expectantes por conocer las conclusiones de los trabajos en marcha y los que, creemos y deseamos, están por llegar, sobre los más diversos extremos: la situación del sector, los pormenores del mercado, los mecanismos de traducción, la sistematización de su práctica, la identificación de los rasgos lingüísticos que se dan en las historietas, el lugar que ocupa en los estudios de la traductología, etc.
Como parte de ese anhelo nace esta entrega de Tebeosfera consagrada a la traducción de historietas. Ante nosotros, un enorme reto en el que hemos puesto toda la pasión de nuestro oficio, nuestro amor por el medio, aquella mirada crítica y muchas horas de reflexión. Tal vez te resulte este número de la revista, amiga lectora, amigo lector, un tanto atípico. Desde el principio, al asumir el encargo de coordinarlo hemos querido verter un equilibrio que entendemos necesario entre el desempeño de la profesión y la teorización sobre su práctica. Por eso encontrarás contribuciones de experimentados profesionales y de investigadores sin cuyas aportaciones difícilmente se puede propiciar la especialización en este inmenso placer que es traducir cómics.
Así pues, el número se abre con un acercamiento puramente teórico a la traducción de historietas de Paco Rodríguez en el que repasa de forma somera la producción científica sobre este particular. Además de justificar la necesidad de traductores especialistas en la industria española, establece los rasgos paradigmáticos con un enfoque traductológico.
André Höchemer y Carlos Mayor son profesionales que nos hablan desde su experiencia. El primero, traductor al alemán de Mortadelo o de El arte de volar, por ejemplo, nos explica cómo le condicionan las limitaciones de espacio a las que se ve enfrentado el traductor y qué recursos se emplean para superarlas. Por su parte, Carlos Mayor, con una vasta experiencia para editoriales como Ponent Mon, Salamandra, Debolsillo o Reservoir Books, por citar solo unas cuantas, se adentra desenfadado en la tarea de traducir el humor, un desenfado que no resta ni un ápice de seriedad a tamaño reto.
Isabel Benjumea, investigadora de la Universidad de Sevilla, introduce la importancia que también en Italia ha tenido desde principios del siglo XX la traducción, utilizada como herramienta de censura por el régimen fascista ante la importación de obra estadounidense. Miguel Sanz, de la Universidad Complutense, analiza las dificultades lingüísticas que se derivan de la traducción de la saga de Batman La guerra de bromas y acertijos, explicando las estrategias de compensación del humor metalingüístico y la adaptación de onomatopeyas y muletillas.
Por su parte, Ángelo Néstore, profesional y profesor de traducción en la Universidad de Málaga, coteja algunos ejemplos de las versiones italiana y española de la novela gráfica Fun Home (de Alison Bechdel) para poner de manifiesto las dificultades de traducir el lenguaje homosexual y del propio lenguaje del cómic.
Salomón Doncel, de la Universidad de Granada, explica la función caracterizadora de la antroponimia en Sailor Moon. Para sus propósitos, lleva a cabo un análisis contrastivo de sus dos traducciones al castellano y arroja unas reflexiones sobre la recepción por parte de los aficionados a la serie.
Celia Filipetto fue durante casi veinte años la traductora de Spiderman. Y nos cuenta, desde la distancia del tiempo pero desde dentro, quiénes traducían en un pasado no muy remoto para las editoriales españolas, cómo era el proceso y cuáles los derechos que han de reivindicar los traductores del sector.
Alfonso Aranda, abogado, trae un análisis sobre los derechos y las obligaciones que tiene el traductor de cómics en el mundo editorial. Esto nos ayuda a reivindicar también la legitimidad del papel que desempeñamos en el ciclo cultural
Finalmente, Julia C. Gómez entrevista a Leopoldo Kulesz, cofundador y editor de la editorial argentina Libros del Zorzal, que en 2015 asumió la publicación con una nueva traducción de los veinticuatro primeros álbumes del galo universal creado por Goscinny y Uderzo. Mucho se ha escrito y se ha comentado sobre las antiguas ediciones. Ya iba siendo hora de mirar al presente y al futuro de la traducción de cómics con optimismo. Esta entrevista es prueba de ello.
Volviendo a nuestras reflexiones, los premios de traducción se están abriendo al mundo del cómic. ¿Imaginamos un premio nacional a la obra de un traductor de historietas en España? Si Spiegelman obtuvo el Pulitzer por Maus, antes o después pasará. Por lo pronto, dos de los redactores de este número especial han sido galardonados con el Premio de Traducción Esther Benítez, el premio anual de ACE Traductores: no han sido premiados por una traducción de cómic, ya que es un premio de traducción literaria, pero desde luego esto habla muy bien de la calidad de nuestros traductores insignia.
En las nominaciones de la edición de 2018 de los Premios Eisner se ha acreditado por primera vez a los traductores de los premios de material extranjero. Este pequeño paso para la industria del cómic es un gran salto para el gremio de los traductores especialistas. Deseamos que otros grandes encuentros imiten a la Comic-Con y, en Europa, tanto en los festivales de Angulema como en los de Barcelona o Madrid, empiecen a acreditar a los traductores de obra extranjera.
Albergamos la esperanza de que la industria empiece a hacer justicia a un colectivo largamente olvidado por los diferentes actores del cómic. Entendemos que los editores han de concebir la traducción como una inversión. Creemos que los lectores tienen derecho a saber quién ha escrito en su idioma las obras que disfrutan por sus ilustraciones, por el guion, por el color, por la calidad de la impresión y, por supuesto, por las palabras que leen. Querida lectora, querido lector, con este número te trasladamos una declaración de intenciones en toda regla.