LA REVUELTA DE LOS ORÍGENES
LA ENTRADA DEL ÁLBUM FRANCO-BELGA EN ESPAÑA
Se recuerda el final de los años sesenta sobre todo por aquellos brotes revolucionarios (en Francia, México, Italia, Reino Unido, Checoslovaquia…) que se quedaron en revueltas. Sirvieron para declarar que se había abierto otra brecha generacional, en este caso en la sociedad postindustrial, abierta por jóvenes indignados contra el conservadurismo y lo burgués. Algunos de los cambios que se operaron tras aquella convulsión fueron sobre el tejido cultural. Por ejemplo, los cómics de ciertas latitudes abrieron nuevos caminos contra lo convencional, instalándose incluso en lo subterráneo o lo marginal para generar vanguardia.
En España, por entonces, habíamos olvidado dar cuerda al reloj y estábamos viviendo un tiempo retrasado. Hubo cierta convulsión entre los universitarios antes de la llegada de los setenta, pero fue rápidamente sofocada, y los cambios culturales que nos permitieron acá fueron escasos, todos a remolque de las industrias culturales del momento (la musical, la de la moda, la del cine) y sin apenas proyección ideológica. Por poner un ejemplo: en nuestros tebeos era exigible un cambio de modelos, porque la explotación de la revista humorística variada y el cuadernillo de aventuras monográfico había agotado ya todos sus cartuchos. Así que comenzamos a importar cómics extranjeros que podrían apetecer a nuestros adolescentes y jóvenes, como historietas de romance y espionaje, comic books de superhéroes o álbumes franco-belgas. El proceso fue lento y no eclosionó al completo hasta que tuvo lugar la muerte de Franco, casi acabado el año 1975. El cómic vanguardista comenzó a entrar un par de años más tarde en España.
Se ha buscado mucho la razón última por la cual se desinfló la industria de los tebeos de los años cincuenta y durante los sesenta, el periodo de máxima expansión industrial para nuestros editores de historietas. No hubo una razón última, esto parece claro, hubo muchas primeras razones: el agotamiento del mito aventurero, el cambio de hábitos dentro del ocio infantil, las nuevas políticas de distribución de los productos de quiosco, el arrebatador atractivo del pop, la normativa de depósito legal en general, la creación del número estándar internacional en los libros, los avances tecnológicos en la cadena de impresión, la crisis que afectaría al precio del papel, un lectorado mejor educado y más exigente, la oportunidad de la televisión, una nueva generación de historietistas concienciados, y deberíamos añadir un etcétera extenso. El tebeo clásico fue dejando paso al “comic”, por entonces escrito sin tilde, que era una cosa mucho más moderna, desinhibida y vaya usted a saber qué más.
Pero aquel periodo, visto desde el interior de la industria, fue más complejo de lo que parece, porque la censura estaba en su momento álgido, y los apresuramientos a los que invitaba el llamado desarrollismo chocaban con la meta que se podía alcanzar, determinada por el llamado posibilismo. Los tebeos franco-belgas, con ventas millonarias en los países vecinos, se intentaron traducir aquí en varias ocasiones con éxitos modestos o escasos. Hubo editores poderosos (Molino, Bruguera) que trataron de explotar esta nueva revolucionaria historieta triunfante en el mercado franco-belga, pero a la postre quienes más arriesgaron con estos tebeos fueron sellos medianos o pequeños, como Jaimes, Argos o Tremoleda, entre otros. El intento de introducir el modelo de álbum (en cartoné, lujoso, caro) no cuajó al comienzo, o tibiamente, posiblemente porque la economía doméstica de los lectores de tebeos no había alcanzado su deseado desarrollo.
Naturalmente, los contenidos de los cómics que se hacían en el país vecino sí que comenzaron a influir a los profesionales de aquí. Los editores intentaron imitar las hechuras de algunas series, los dibujantes intentaron incorporar estilos, y en las imprentas comenzaron a coser tripas de tebeos a tapas en cartoné con más frecuencia. Un grupo de especialistas en los cómics de aquel periodo se ha animado a participar en este número de Tebeosfera para aclararnos cómo sucedió todo aquello. Barrero se ocupa de una introducción contextual en la que se recorre la historia de los tebeos con formato de libro en España hasta los años setenta. Los expertos Jordi Canyissà y Alejandro Martínez Turégano nos brindan una excelente revisión de la importancia de las industrias francesa y belga, respectivamente, centrando sus trabajos en la repercusión de revistas como Pilote y Tintin. Joaquín del Villar, a la sazón coordinador de este número junto al director de Tebeosfera, repasa las colecciones españolas Piloto y Pilote, las más importantes con el formato de álbum francés en el final de los años sesenta. Luego, aportamos varias revisiones de algunas sagas surgidas en el periodo, algunas de las más populares: Alcázar se ocupa de Mortadelo y Filemón, que como todos recordamos comenzó por entonces a reciclarse en álbumes; De Gregorio se ocupa de La Panda, obra de Segura que exigía rescate y celebración; Sáez de Adana enfoca su análisis en Sir Tim O’Theo y en los derivados de Sherlock Holmes; Vigueras revisa la obra del guionista Andreu Martín, autor de series de humor, aventura y suspense de gran relevancia; Martínez-Pinna hace un minucioso repaso de la producción de Carrillo, un autor que puso en la balanza tanto amor por la aventura posmoderna como pasión por las hechuras clasicistas. Y contamos con un invitado de lujo para rememorar aquel periodo: Antonio Martín, que fue editor y director artístico de varios sellos y agencias entre 1968 y 1973, y que ha accedido a concedernos una interesante entrevista.
Se completa el número con varias reseñas de obras de aquel periodo (El Corsario de Hierro, por A. Merelo; Roldán Sin Miedo, por J. Duce, y otras). Además, añadimos varios textos de miscelánea de indudable interés, sobre Iron Man, sobre dos obras recientes como son La bomba y Monstruos, sobre cómic feminista y (no podía faltar) sobre tebeos ambientados en Mayo del 68.
En Tebeosfera somos realistas, nos obstinamos por lograr los mejores textos posibles.