EL DÍA DEL TEBEO
EDITORIAL PARA TEBEOSFERA, TERCERA ÉPOCA, 22
Es innegable que produce deleite conocer las anécdotas de la “primera vez”. Nos gusta rebuscar en los recuerdos de las personas célebres, de los grandes artistas o gente de ciencia, para que nos lleven a aquel momento en el que decidieron emprender su carrera hacia la leyenda. Del artista musical queremos saber cuál fue la primera melodía que lo sedujo. Del gran cineasta, qué sesión le maravilló de crío. ¿Acaso no vivió cualquier premio Nobel un estremecimiento voraz en aquella primera lectura subyugadora? Muy a menudo todo lo vinculamos con aquel primer contacto, con una epifanía vivida en años mozos y que, supuestamente, guio al genio hacia su genialidad. No necesariamente es así, pero nos gusta ese relato iniciático y seguimos rindiéndonos a él.
Con los tebeos también ocurre, aunque no siempre se le concede tanta importancia por considerar que las lecturas de infancia eran infralecturas, cosas de poco valor que mal podrían influir en la carrera de una persona de pro. ¡Qué equivocados estábamos! La infancia sigue siendo el hogar de regreso de cualquier felicidad. Volvemos a ella al jugar con una consola, la recobramos al ir a ver un blockbuster, revivimos aquel tiempo al disfrutar de un encuentro deportivo, etcétera. Y, por supuesto, somos niños otra vez al leer un tebeo. Esta vinculación es tan poderosa como las anteriormente descritas porque no se trata de recobrar el relato simple. No, en realidad nos conecta con el modelo de relato, con el mecanismo del medio. De ahí que los grandes genios de la música, del cine o de la literatura no se hallen acomplejados por su disfrute infantil, porque la esencia de todas las artes y medios es el mecanismo para producir la magia de las artes: la melodía, la sucesión de imágenes mezcladas con el sonido, la evocación a través de las palabras… Con la historieta, es lo mismo: recobramos aquel estremecimiento porque el mecanismo del relato enhebrado con imágenes quietas vuelve a hacer su magia.
Dedicamos el actual número de Tebeosfera, el de marzo de 2023, a la celebración del día del tebeo. Ya es oficial que tenemos “Día del Cómic” en España (el 17 de marzo, por considerar que en aquella fecha se lanzó el primer número de la emblemática publicación TBO) y ya era hora de celebrarlo. Este conjunto de documentos y galerías de imágenes es nuestra celebración, un recorrido por la memoria de todo tipo de amantes del cómic a quienes hemos enviado en busca de aquel día lejano en el que les arrebató la lectura de una historieta. Todos tenemos ese día, más o menos oculto en la memoria. Todos hemos vivido ese momento de hallazgo, de sentir que los dibujos en sucesión nos atrapaban y nos llevaban al territorio del goce, donde nadie nos molesta. Hay quien descubrió el cómic mucho más tarde, atraído por una temática, por una adaptación de otro medio, por un autor que le recomendaron o por una historia que fue premiada y nos comía la curiosidad. Pero los que llevamos toda la vida entre viñetas sin duda tuvimos nuestro momento de enamoramiento temprano y fue fugaz, sorpresivo y, muchas veces, conectado con un trance o una situación singular.
En la batería de las muchas respuestas recibidas, casi doscientas, hemos encontrado muchos de esos momentos. Hay anécdotas divertidas, entrañables, curiosas, algunas más poéticas, otras más sentidas, otras menos. El elemento común es la emoción: el descubrimiento, la espera por el número anhelado, ver aquella portada espectacular, la inquietud tras el continuará, el dulce almizcle de la evasión, la risa compartida, la aventura emocionante vivida en compañía, el afán por el hallazgo de una nueva lectura, la caza del ejemplar soñado en el mercadillo o en el intercambio, el estremecimiento de la lectura prohibida, el reencuentro con la pasión por leer tebeos en edad madura… Todas esas emociones implicaban una recuperación de una emoción sincera, la de amar un tebeo, algo tan simple como eso.
Los que llevamos leyendo tebeos toda la vida nos sentimos orgullosos de recuperar la infancia con cada historieta que leemos. Sabemos que a veces queremos volver a ser niños y no nos avergonzamos. También sabemos que la historieta es capaz de narrar la historia más trágica, y eso también nos llena de orgullo por ese medio. Somos conscientes de que hemos contraído una deuda con el papel, y la estamos pagando cada día en nuestra vivienda atestada. Y también estamos seguros de que la magia de la primera lectura ya no se puede volver a recuperar, que si volvemos a aquel primer tebeo que leímos en la infancia ya no hallaremos en él la magnificencia de mil promesas aventureras y la insoportable avidez tras el “continuará”. Lo sabemos, sí. Por esta razón, si hoy tuviésemos que elegir las mejores historietas de nuestra vida, quizá nos decantaríamos por la historieta intelectual, por la premiada, por el autor de moda, por aquella obra que nos deje en un lugar honroso frente a los demás.
Pensábamos que eso pasaría cuando nos planteamos celebrar el Día del Cómic solicitando a miles de personas un listado de los diez tebeos españoles más importantes de su vida. Recabamos muchas selecciones tras la convocatoria, y con los cientos de listas que recibimos hemos confeccionado un canon que podrá ser considerado el de “los mejores tebeos españoles”. O no, porque no deja de ser un conjunto de selecciones subjetivas que nos han hecho llegar aficionados y profesionales de toda índole, edad y pelaje. La selección ganadora no indica que una obra sea mejor, más representativa o de obligada lectura. Solo es un muestrario de preferencias que, no obstante, retrata al lector español de tebeos y muestra cuáles son sus predilecciones tras años de disfrutar / analizar / confeccionar / coleccionar todo tipo de cómics. En este número hallarás una exposición con los diez tebeos ganadores, a la que hemos sumado cuarenta más siguiendo el orden de preferencia de los votos recibidos. Confiemos en que este “canon de los tebeos” sirva para el disfrute y no para el debate.
No es el momento de discutir si los diferentes modelos de historieta implican una mayor o menor estatura intelectual. Es tiempo de celebrar que todos amamos los tebeos, sean cuales sean. Porque los tebeos nos retrotraen hacia el territorio en el que siempre fuimos felices, aunque no lo recordemos con precisión o no queramos reconocerlo. Por ejemplo, tardé tiempo en descubrir que mi fragancia preferida es la lavanda porque ese era el ambientador que echaban en la biblioteca donde leía Iznogud y Astérix. No puedo negar que la turbación sexual primera la sentí gracias a Wally Wood. Que aprendí geografía e historia en los bordes inferiores de los tebeos de Bruguera. Que conocí el rock y la música electrónica gracias a ciertos Humanoides que hacían cómics en Francia. Que no había mayor horror que el que anidaba en el papel amarillo de los Fantom o los Dossier Negro. Que el teatro y el cine negro se condensaban en una entrega de The Spirit. Que siempre habría una carcajada agazapada en la página siguiente de una historieta de Manuel Vázquez. O, en fin, que el amor más intenso o la tristeza más dramática las encontraba tan bien descritas en los tebeos como en las novelas o en las películas.
Hoy es un día para la celebración. Es un día perfecto para celebrar la magia de los tebeos. Y esto no quiere decir que debamos celebrar la nostalgia. Queremos aplaudir la recuperación sincera del amor por los tebeos, como instrumentos que son para el alborozo y la emoción. Es el momento de admitir que el día que sentimos el flechazo de la historieta fue un maravilloso día, acaso un poco desdibujado en nuestra madurez, pero muy importante. Muchas veces establecemos nuestras metas acumulando ahorros, medimos la satisfacción con viajes realizados, o con hazañas sexuales presuntamente logradas, o con propiedades o trofeos. Pero la felicidad también puede estar en las pequeñas cosas, en algo más sencillo.
Basta con asumir, por ejemplo, que la felicidad se mide en tebeos.
¡Feliz Día del Cómic!