EDITORIAL MARCO. EFEMÉRIDE DE UN OLVIDO
Editorial para el número 25 de Tebeosfera, III época
La revista Tebeosfera alcanza el número 25 de su tercera época, que hemos decidido dedicar a repasar algunos tebeos de nuestro pasado remoto, aquellos con los que se construyó nuestra primera industria. Concretamente, hemos querido celebrar el paso de un siglo desde que se fundara el sello barcelonés Editorial Marco, uno de los más prolíficos de la historia de nuestros tebeos, ya que editó más de 5.800 lanzamientos distintos en un lapso de 42 años, desde 1924 a 1965.
Mirar atrás para comprender la gestión de aquella empresa resulta revelador hoy, porque confirma que seguimos sabiendo poco de lo que hicimos hace un siglo y también corrobora lo escasamente atractiva que es aquella etapa de la edición de tebeos en España. Marco fue un sello notable, porque logró mantenerse en activo durante cuatro décadas, con una guerra truncando el ecuador de su andadura, y porque subsistió pese a la pobreza de materiales, la ausencia de ideas, desarrolladas con autores mediocres y con poco o nulo interés por modernizar sus políticas editoriales o los mensajes de sus productos. Fue una editorial de aprovechamiento de ficciones y de agotamiento de géneros, que acabó apagándose cuando se murió la aventura.
Marco ofrecía a su público historietas efímeras, del gusto popular, protagonizadas por personajes sin apenas potencial para ser recordados, sin trascendencia. Por eso, ya casi nadie recuerda las series de Editorial Marco, lo cual es un síntoma del desconocimiento que tenemos de nuestra industria y de la historia de los tebeos, sobre todo en un país en el que la mayoría de la población cree que el pasado de nuestra historieta se reduce a franquismo y Capitán Trueno. De hecho, a la hora de abordar el presente número nos percatamos de la dificultad de encontrar investigadores con suficientes conocimientos sobre los tebeos de ese periodo como para afrontar un análisis de corte académico, por ejemplo. Naturalmente, es posible estudiar estos cómics hoy usando metodologías contemporáneas, pero lo cierto es que despiertan menos interés que otras propuestas. Y hay otro problema añadido: los corpus incompletos. Seguimos sin poder localizar todos los ejemplares de lo producido en las décadas de los años 1920 y 1930 como para afirmar que conocemos bien aquel contexto editorial. Y, pasada una centuria, cada día resulta más difícil…
Es difícil estudiar nuestras efemérides de historieta, sí. Cada vez son menos los aficionados que reconocen algún personaje del tebeo español anterior a Mortadelo, habiéndose instalado en el ecuador del siglo XX una suerte de niebla que opaca los periodos anteriores, lo cual desemboca por fuerza en una laguna de conocimiento. Y es innegable que el valor de aquellos tebeos está por debajo del valor del cómic actual. Recordemos que muchos eran calcos (Marco daba a sus dibujantes revistas británicas para que copiasen directamente sus viñetas y así generar los contenidos para los tebeos de aquí). Otros eran copias, o pastiches. Gran parte de sus títulos repetían estrategias empleadas por sus competidores en el quiosco. Y cuando alguna serie destacaba singularmente o resultaba grata al público, era estirada hasta la extenuación, agotando la fórmula sin posibilidad de renovación. Pero es que conocer eso, las filosofías editoriales del aluvión, también forma parte de la historiografía. Estudiar Marco, además, nos permite saber más sobre el puente trazado entre la novela popular folletinesca y los tebeos. También, sobre la génesis de ciertos prototipos heroicos (no muy lejanos de los superhéroes precursores). Y también sobre hábitos de consumo, del auge de ciertos géneros y de los modelos de explotación de la posguerra, en lo cual coincidieron casi todos los editores de tebeos españoles. Marco pervivió gracias a la labor de varios buenos guionistas, aquellos que nos hacían gozar con el espanto, y fue escuela o taller de dibujantes leales e incansables, artesanos de la viñeta, algunos de los cuales llegarían a ser artistas a fuer de dibujar decenas de páginas diariamente. Marco fue, en fin, cantera de historietistas mediocres, resultones o brillantes, siendo estos últimos rápidamente abducidos por otras empresas. Fue el más claro ejemplo de editor de supervivencia, en un marco de baratura impenitente e inasequible a la renovación.
Para el presente número hemos tenido que recurrir a buenos conocedores del papel viejo para ver más allá del estereotipo y del tópico. Dionisio Platel nos ayudó a conocer al fundador del sello y a uno de sus dibujantes más importantes, Farell, un ejemplo de autor para todo. El escritor José María Conget ha repasado las revistas humorísticas del sello, con La Risa como referente, pues fue la columna vertebral de toda la producción de Marco. El cofundador del Museu del Còmic, Paco Baena, revisó los tebeos de acción del sello, deteniéndose en el trabajo del guionista J. B. Artés. El gran experto en novela popular y tebeos Pedro Porcel se ocupó de las historietas de corte fantástico de Editorial Marco, recordando la carismática figura del escritor Canellas Casals, cuya labor nos permite entender los modelos de ficción del gusto del público de entonces. Para terminar con el repaso a los contenidos aventureros, el experto Agustín Riera cubrió el apartado del wéstern, un género que explotó especialmente el sello barcelonés. Finalmente, la doctora Francisca Lladó se encargó de analizar los tebeos para niñas de este editor, tomando como referencia su colección más importante, 17 años. El estudio sobre la trayectoria de esta empresa se completa con varios trabajos anexos, sobre todo en el apartado catalográfico, realizados por expertos y coleccionistas como Adolfo Gracia, Jesús Piernas y Enrique Rodríguez Cepeda, que se afanaron por localizar todos los tebeos que faltaban por catalogar del sello Marco. No ha sido posible, pero hemos logrado más avances en el reconocimiento de su producción de lo que jamás se pudo lograr.
El actual número se completa, en su apartado de miscelánea, con varios trabajos que nada tienen que ver con el tema del monográfico. De hecho, abordan temas muy dispares: Jesús Gisbert propone una metateoría sobre los estudios del cómic partiendo de su condición posmoderna y su cognición por parte del sujeto lector. Breixo Harguindey nos brinda un denso texto sobre cómo los psicopedagogos entendían la figura del niño cuando emergía la industria del cómic. Michel Matly nos invita a reflexionar sobre la figura del verdugo en la represión derivada de la Guerra Civil tal como ha sido representada en los cómics. Jordi Riera nos regala una entrevista con Alfonso López, un autor gigantesco y que debemos reivindicar, en la que ambos hablan sobre la fundación del primer salón del cómic barcelonés. Lilian Fraysse elabora una crónica del último festival de Angulema, en el que ACyT tuvo cierto protagonismo. Roberto Hernández repasa la obra del escritor cubano Omar Felipe Mauri Sierra y le practica una breve entrevista. Añadamos algunas reseñas a este cóctel y ya tienen ustedes servido otro excepcional número de la revista Tebeosfera.
Confiamos en que este conjunto de textos nos permita recordar que hubo otras formas de hacer tebeos, quién sabe si destinados a la nostalgia ya cuando estaban saliendo de la imprenta. También confiamos en que con estas exposiciones y reflexiones pueda algún joven investigador sentirse tentado de acudir a estos corpus lejanos y ajados, poco atractivos en sus propuestas, quizá, pero también útiles e interesantes para conocer nuestra historieta.