EL ARTESANO DE LA SUPERVIVENCIA
Tras años narrando las andanzas de un facha trasnochado en la España democrática con su serie Martínez el Facha, dar un giro radical a su trayectoria con El Arte de Volar y El Ala Rota, ambas con guion de Antonio Altarriba, y reivindicarse como autor completo con su autobiográfica Nieve en los Bolsillos, Kim (Joaquim Aubert Puigamau) nos vuelve a sorprender con otro cambio de registro a sus bien llevados 82 años, al ofrecernos una minuciosa adaptación de la novela Fouché. El Genio Tenebroso, de uno de los grandes de la literatura europea del siglo XX, Stefan Zweig.
El escritor austriaco, en la línea de sus otros libros biográficos como los dedicados a María Antonieta o Erasmo, narra la vida de un personaje único y de gran peso histórico, en este caso un político maquiavélico en el peor sentido de este último calificativo, un genio de la manipulación y de la adaptación. Fouché pasó de cura a revolucionario, de defender a sangre y fuego la revolución francesa a ser ministro de Napoleón, y de pedir la cabeza del rey Luis XVI a ayudar significativamente al retorno de la monarquía a Francia con Luis XVIII, el hermano del rey decapitado. A través de su biografía, Zweig narra la historia francesa desde los años previos a la revolución hasta la llegada de Luis XVIII o, lo que es lo mismo, la historia de Europa en esos años. Kim coge el toro por los cuernos, enfrentándose a una ambiciosa adaptación gráfica de la que sale muy bien parado, ofreciendo al lector una obra redonda, en lo narrativo, lo gráfico y lo argumental.
Para poder abordar toda la novela de forma fiel sin llegar a generar un volumen excesivo de páginas, Kim opta de forma general por una plantilla de 3x2 viñetas en cada página, injertando en la parte superior de todas ellas una caja de texto que le permite transmitir al lector toda la vida de Fouché sin alargar excesivamente el cómic. Junto a estas cajas de textos, los bocadillos, ya sean de diálogos o de pensamientos, soportan buena parte del ritmo narrativo en un cómic en el que dicho ritmo, pese a la notable cantidad de texto, no decae en ningún momento. Kim ofrece una narración firme y sostenida, consiguiendo trazar en viñetas la amplitud y la complejidad del texto original, al mismo tiempo que es capaz de enriquecerlo gracias a la fuerza visual y detallista de sus imágenes.
Sobre el texto original Kim realiza una selección minuciosa, aplicando un bisturí literario, despojando al libro de Zweig de información no primordial y adaptándolo a las necesidades del lenguaje gráfico y narrativo de la historieta. Además, evita usar los adjetivos tan propios del lenguaje preciosista de Zweig, haciendo caer esa misión en la parte gráfica de la obra, con lo que todo el cómic gana en agilidad y pulso narrativo. En este cómic, Kim coloca al dibujo por completo al servicio del texto, las ilustraciones de las viñetas dan contexto a lo que cuentan las cajas y los bocadillos, lo amplían, pero sobre todo lo recrean gráficamente sin caer en la redundancia.
Para contar esta historia de personajes Kim usa de forma mayoritaria planos medios y planos americanos. Fouché es el gran protagonista, pero no olvidemos que Kim también retrata desde Robespierre a Napoleón pasando por los Luises XVI y XVIII, o Talleyrand, y este tipo de plano ayuda al lector a reconocerlos rápidamente y a resaltar el protagonismo de los personajes sobre las distintas situaciones en las que se ven envueltos, así como sobre los entornos físicos que los envuelven, de una gran potencia visual. De este modo, Kim consigue dar preeminencia a los personajes en medio de algunos de los acontecimientos históricos más importantes de finales del XVIII y principios del XIX, cuyas consecuencias aún podemos sentir.
Este cómic es un compendio de artesanía de la línea y del color. Kim hace gala de un trazo detallista, recreándose en la ambientación histórica, tanto de la arquitectura como del vestuario de los protagonistas. Respecto al color, juega con una paleta donde predominan los ocres y que, junto al detallismo del dibujo y la ambientación, ayuda a reforzar el contexto histórico de la obra. Cabe añadir a este respecto un detalle más: pese a la necesaria cantidad de texto que se incluye en las viñetas, el dibujo nunca pierde un ápice de protagonismo gracias a ese detallismo tan propio del estilo del autor y que en este cómic alcanza su cénit.
El formato de 31,5x23,5 cm., un tamaño algo mayor que el tradicional álbum europeo, es un acierto. Las viñetas de trazo minucioso y detallista agradecen ese ligero aumento de tamaño y facilitan tanto la lectura lineal como la parada en el detalle de los dibujos de Kim, evitando un sobre protagonismo visual del texto.
En resumen, Kim ofrece en Fouché una obra con un notable pulso narrativo y gráfico, lo cual, sumado a la calidad de la obra original y la propia peripecia vital del protagonista, da como resultado un cómic histórico impecable. Es una muy inteligente adaptación, donde lo gráfico ocupa su justo espacio logrando una obra visual con el más que patente sello personal de Kim.
