ENCUENTROS Y DESENCUENTROS DE OESTERHELD EN CHILE
YOSA VIDAL

Title:
Encounters and disencounters of Oesterheld in Chile
Resumen / Abstract:
El siguiente ensayo busca explorar las distintas formas en que el escritor y guionista argentino Héctor Germán Oesterheld contribuyó a la industria editorial chilena. A través de las entrevistas a José “Pepe” Palomo, Hernán Vidal “Hervi” y Alberto Vivanco, el ensayo analizará cómo las apariciones y desapariciones de Oesterheld en Chile y los proyectos realizados y frustrados que compartieron los creadores de ambos lados de la cordillera sirven para pensar una historia de la historieta no lineal, cuya temporalidad se enfrenta al mundo que representa. / The following essay attempts to explore the many ways in which the Argentinian script-writer Héctor Germán Oesterheld contributed to the Chilean press industry. Through the interviews with José “Pepe” Palomo, Hernán Vidal “Hervi” and Alberto Vivanco, this essay will think how Oesterhled’s appearances and disappearances along with the fulfilled and failed projects that creators of both sides of the mountains share, we can think of a non linear history of the comics whose temporality faces the world that it represents.
Palabras clave / Keywords:
Héctor G. Oesterheld, Década de los años sesenta, Industria editorial chilena/ Héctor G. Oesterheld, 1960s, Chilean comics industry

ENCUENTROS Y DESENCUENTROS DE OESTERHELD EN CHILE

 

La historia de la relación entre Oesterheld y Chile es compleja y no debiera estar escrita en forma lineal, sino en espirales o como un enjambre de líneas que se anudan en detalles, como estuvieron construidas sus historietas y como las líneas de las ilustraciones que las acompañaban. A través de la historieta, Oesterheld llegó a Chile alrededor del año 1957, es decir, cuando, en El Eternauta ilustrado por Solano López, Juan Salvo se estaba enfrentando al primer Mano. Mientras tanto, en el Buenos Aires fuera de la historieta, Juan Sasturain y Ricardo Piglia leían las revistas Hora Cero y Frontera, y en Chile los niños y jóvenes corrían a buscar los mismos ejemplares, que llegaban con algunos meses de desfase. A ambos lados de la cordillera les llamaban la atención el novedoso diseño apaisado de Hora Cero y la increíble calidad gráfica, que contaba entre sus dibujantes a Alberto Breccia, José Muñoz, Leopoldo Durañona, Solano López, Alberto del Castillo, Rubén Sosa, Hugo Pratt, entre muchos otros hasta entonces desconocidos para los jóvenes lectores. Pero también estaban los guiones, escritos de principio a fin por Héctor Germán Oesterheld, quien había fundado y dirigía la editorial Frontera. Las revistas Hora Cero —enfocada en temas de guerra y ciencia ficción— y Frontera —en el género wéstern y de la colonización norteamericana— revolucionaban en forma y fondo las acostumbradas historietas de Dell Comics y los superhéroes de Marvel.

De las producciones locales no había muchas más opciones, dado que en ese entonces en Chile no había revistas de historietas propias, ni llegaban producciones latinoamericanas. El consumo era exclusivamente de productos estadounidenses, traducidos y editados en su mayoría en México, incluyendo las tiras continuadas que incluían algunos periódicos. La revista Okey, por ejemplo, editada por Zig-Zag desde el año 1949, era un compendio de historietas norteamericanas de dos páginas con la fórmula “continuará” y con la escasa intervención de los chilenos Mario Igor, que diseñaba la portada basándose en alguna historieta contenida en ese número, y Pepo, quien incluyó a Don Tarugo y el hasta ahora inmortal Condorito.

Hora Cero y Frontera, cuyas portadas incluían soldados en plena acción bélica que se venían encima del lector escapando o dispuestos a atacar, representaban, por una parte, un acercamiento más directo a “los grandes acontecimientos” para la juventud del fin del mundo, y por otra, la posibilidad de que esos “grandes acontecimientos” sucedieran en sus propias calles, como es el caso de El Eternauta.

     
      Portada de un número de El Pingüino en el que colaboró Oesterheld.

Entre los niños chilenos que devoraban las revistas estaban el periodista y escritor Carlos Alberto Cornejo y los dibujantes Pepe Palomo, Alberto Vivanco y Hervi, quienes más tarde trabajarían para editorial Zig-Zag, en la revista El Pingüino, de Editorial Lord Cochrane, y luego formarían parte de Quimantú, sello editorial del Gobierno de la Unidad Popular. Cornejo cuenta que las historietas las conseguía en un quiosco de la Alameda, al frente del palacio de La Moneda: «Sus revistas [de Oesterheld] cruzaban los Andes de a dos o tres, sin orden lógico, manteniendo a los fans al borde del infarto. Nos desbordaban con un cargamento de emociones o, por fallo del vuelo, pasábamos dos meses preguntando cuándo llegarían» (Cornejo, 2004). Hervi, por su parte, explica que conseguía las revistas en una importadora en el centro de Santiago,

(…) un negocito chico en un pasaje de la calle Huérfanos, a poca distancia de la escuela (…) La novedad era la humanización de los personajes y las situaciones, la verosimilitud de sus experiencias en la guerra, en el lejano Oeste o en el encuentro con seres extraterrestres. Había un trasfondo profundamente humanista en cada una de las historias. Y conocer a través de las revistas al autor (cosa jamás vista en la gran industria del cómic norteamericano de aquella época), al propio Oesterheld, personificado en un ficticio corresponsal de guerra, Ernie Pike, era fantástico. (Vidal, 2018).

A esta prehistoria de la relación entre Oesterheld y Chile se puede sumar —y revelar en modo de homenaje— el trabajo de Arturo del Castillo, un extraordinario dibujante nacido en Concepción en 1925, radicado en Argentina desde su juventud y que trabajara desde el comienzo de Editorial Frontera en el proyecto de Oesterheld. Arturo del Castillo, dice Sasturain, «uno de los artistas más exquisitos de la historieta universal (me hago cargo)» (Sasturain, 2009), ilustró a Randall: the Killer, un cowboy de facha descuidada, el personaje solitario que iniciaba esa larga tradición de héroes existenciales, cuyo silencio revelaba antes un conflicto que una certeza. La justicia en Randall, como en Sargento Kirk y Ernie Pike, es una entelequia que se decide en un enfrentamiento entre dos humanos y que se materializa en una contingencia, un soldado norteamericano que se libra de la muerte por fortuna, el soldado negro que lucha por las fuerzas aliadas que son, en última instancia, sus colonizadores y quienes lo ejecutarán, entre otras muchas historias en que se muestran los conflictos psicológicos de los soldados, sus luchas materiales, antes que las anécdotas de una narrativa oficial. Los nombres de las revistas Hora Cero y Frontera son indicativos del proyecto de Oesterheld: Hora Cero es el momento programado —o que llega y al que hay que enfrentarse— en el que comienza una acción, un evento, muchas veces militar. La frontera por su parte, es ese espacio que divide a dos zonas definidas y que pueden estar en conflicto. La frontera, especialmente en la literatura argentina, suele ser un espacio amplio en el que se vive, y no aquella delgada línea que separa lo bueno y lo malo, lo propio y lo ajeno, al amigo del enemigo. La frontera en Martín Fierro, por ejemplo, y en buena parte de la literatura gauchesca, es el espacio en donde precisamente se rompe el vínculo con la nación y en donde aparece el individuo que debe estar en permanente movimiento para enfrentarse a lo desconocido: si se asienta, arriesga la vida. En Oesterheld como en su tradición, la frontera es un espacio eminentemente masculino donde no hay lugar para la familia pues, salvo honrosas excepciones, en las historietas las mujeres solo habitan en la casa o en los prostíbulos. El héroe, arrojado a la aventura —digo arrojado porque no tiene opción de vivirla, no la busca voluntariamente para divertirse o afirmar su virilidad—, termina identificándose con ese espacio divisorio, y será el destino, la decisión que se tome al llegar la hora cero, quien se encargará finalmente de decidir si se es traidor o si se es héroe (Borges también cuenta de muchas maneras esta historia).

 
Participación de Oesterheld en un relato ilustrado (El Pingüino, nº 548).

Es posible pensar bajo estos mismos parámetros el proyecto editorial de Oesterheld: la historieta, como es sabido, habita precisamente estos lugares fronterizos entre el periodismo, la historia, la plástica, la literatura, el cine, la fotografía; también entre el artículo de consumo y la obra de arte. Y Oesterheld, en particular, llevó al extremo estas tensiones: por una parte, quería hacer de su proyecto un negocio, imprimir miles de ejemplares, trabajar con los mejores artistas, escribir historias que fueran vendibles. Con Alberto Vivanco, por ejemplo, en sus muchos viajes a Argentina, imaginaron un ambicioso proyecto: «editar una revista para ser distribuida en toda Latinoamérica con personajes e historias propias del continente, tal como ya lo había hecho en su país. Ese era el principal tema de nuestras reuniones. Esa idea se frustró en la vorágine política que envolvió a todo el Cono Sur». (Vidal, 2018).

Por otra parte, sin embargo, sus historietas eran muchas veces obras de arte experimentales y críticas del sistema capitalista, y no la mercancía predecible que seduce al consumidor. La censura que el año 1969 sufrió junto a Breccia en la revista Gente es buen ejemplo de esto. Breccia y Oesterheld, ante la amenaza de cerrar de cuajo la nueva versión de El Eternauta, negociaron con el director y llegaron al acuerdo de resumir la segunda versión. En una carta publicada a los lectores de Gente, el director explica que «los dibujos de Breccia son confusos, hay cuadros virtualmente inexplicables y los protagonistas se confunden entre sí. Las mujeres, por ejemplo, tienen las tres la misma cara. Sería importante que Breccia dotara a sus ilustraciones de mayor sentido historietístico». El vuelco marcadamente político y experimental de la nueva historieta cayó mal a los dueños de la revista, que se dedicaba principalmente a anécdotas de la farándula y entrevistas a celebridades; el sentido “historietístico”, para este señor, era evidentemente su carácter de mercancía. La censura, en este contexto, fue la respuesta esperada de los dueños del medio para el que se trabajaba.

Fue precisamente cuando en Argentina dejó de ser dueño de sus propios medios de producción cuando Oesterheld comenzó su colaboración directa con las publicaciones chilenas. A comienzo de los años sesenta, la editorial Frontera enfrentó una crisis económica que no pudo superar. Las razones de la quiebra parecen haber sido muchas: la salida de los mejores dibujantes a Europa, la mala gestión de los recursos y una estafa. Fue entonces cuando Oesterheld debió obligadamente buscar horizontes para desarrollar su trabajo. Alberto Vivanco indica: «Yo me di cuenta inmediatamente que Oesterheld estaba pasando por un mal momento económico en su país, cosa muy normal entre los que trabajamos por cuenta propia, como somos los dibujantes y escritores. Él había sido estafado —como siempre sucede— por los editores de sus icónicas revistas, y buscaba en Chile nuevas oportunidades». (Vidal, 2018). Fue así que comenzó a viajar a Chile a ofrecer sus guiones, tanto a la editorial Zig-Zag como a Lord Cochrane. En 1966 publica en la revista Ruta 44, de Editorial Zig-Zag, una historieta escrita especialmente para este medio, Jimmy “Tornado” Salas. La historieta se basaba en una aventura de pilotos de carrera, y fue dibujada por distintos ilustradores, como Germán Gabler, Hernán Jirón y Eugenio Zoppi, lo que llevó a algunas discontinuidades en la coherencia de la apariencia física de los personajes.

     
Promoción de este wéstern de Oesterheld.      

Al año siguiente, entre los números 32 y 55 de la revista Far West , también publicada por Zig-Zag, aparece Ronnie Lea, “El muertero” , una serie de aventuras protagonizadas por un justiciero cowboy y dibujadas en su primera versión por Germán Gabler. Para este entonces la industria editorial nacional se había fortalecido, privilegiando todas las variantes del humor gráfico antes que las historietas de aventuras. Durante esos años, Zig-Zag suspendió las importaciones de las revistas estadounidenses publicadas en español en México e iniciaron la publicación de revistas con historietas locales. Pepe Palomo dice a este respecto: «Ese es el cuento y la causa de la historieta chilena. No es un “emprendimiento” sino una receta de los que mandan».

Este vuelco en la producción historietística local, junto con una baja general en el negocio en Argentina, hizo que muchos profesionales intentaran suerte en Chile. Adolfo Urtiaga, por ejemplo, quien trabajara dibujando el famoso Patoruzú, ilustró algunos Condorito, hizo historietas humorísticas junto a Themo Lobos en la revista Rocket y también trabajó en El Pingüino, revista picaresca creada por Guido Vallejo. Oski también hizo continuas apariciones y muchísimos aportes en la industria gráfica, «dejando regueros de tinta y recuerdos esparcidos por aquí y por allá», como dice Claudio Aguilera.

En 1967, Alberto Vivanco tomó la dirección de la revista picaresca El Pingüino, que llevaba más de diez años de circulación pero que, según sus propias palabras, ya había cumplido su etapa de oro y estaba en plena decadencia. Según Vivanco, el plan urdido por el grupo Edwards —que había adquirido recientemente la editorial Lord Cochrane— era quedarse con la revista Ritmo, que era de su creación y un éxito de ventas, para luego enterrarlo junto El Pingüino. Sin embargo, eso no ocurrió. Bajo su dirección, Vivanco convocó a un poderoso equipo de dibujantes como Hervi, Palomo, Pepe Huinca, Vicar, Themo Lobos y Jimmy Scott, entre otros. En esas circunstancias, dice Vivanco, «fue que la revista, en vez de expirar como estaba previsto, comenzó a subir de tiraje debido a su evidente renovación. Por lo tanto, decidieron dejarnos allí más tiempo hasta esperar otra oportunidad de despedirnos». Así fue que Vivanco contactó a Héctor Germán Oesterheld, quien, complacido, viajó en 1968 a Chile a concretar su colaboración. El historietista trajo consigo cuentos infantiles para ofrecer a la editorial Lord Cochrane y a Zig-Zag, pero estos fueron rechazados. Algunos cuentos ya habían sido publicados en su país pero otros habían sido escritos y dibujados especialmente para ser publicados en Chile. Vivanco cuenta: «Con vergüenza le reconocí que el nivel de nuestras editoriales (y de nuestro público) estaba muy por debajo del argentino. Ofrecerles esas verdaderas obras de arte a los dueños de las dos únicas editoriales importantes que existían en Chile era como darles de comer rosas a los cochinos». La desilusión fue grande, más aún tomando en cuenta las necesidades económicas que enfrentaba, por lo que decidieron incluir sus guiones en la revista El Pingüino, para que, poco a poco, dentro de la historieta picaresca fuera ganando espacio la aventura. El viaje de negocios se alargó, y el guionista debió quedarse más de un mes. A Elsa, su mujer, no le gustó esta demora, pero Oesterheld se defendió entusiasmado sobre las nuevas posibilidades de trabajo en Chile. En el fragmento de una carta enviada a su esposa, incluido en el libro Los Oesterheld, de Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami, se lee lo siguiente: «Yo no soy ningún genio, más de una vez me lo hiciste notar, pero acá todos creen que lo soy». En esas circunstancias, la gente que luego integraría Quimantú conoció a Oesterheld; fue allí, en la revista El Pingüino, dice Hervi, «donde recibimos asombrados a ese legendario fabulador de historietas».

 
Satanka, creación de Oesterheld, en una doble página del número 561 de El Pingüino.

En esta segunda época de El Pingüino aparecieron historietas con guiones que Oesterheld había escrito especialmente para la publicación chilena, con ilustraciones de dibujantes argentinos: SatankaAprendiz de brujo, ambas dibujadas por Lito Fernández, y la tira Crónicas de hueso pelado, dibujada por Pérez D’Elias y publicada en El Pingüino el año 1967. La idea era internacionalizar la revista, «transformar la publicación en algo más que una “cuenta chistes” tradicionales para ampliar sus horizontes y distribuirla en todo el continente», dice Vivanco. A esto se suman guiones ilustrados por Hervi como “La comida del gato”, “La venganza de cándido Fonseca”, ilustrado por Vivanco y Palomo, y la narración “Rosquitas de almendras”, ilustrada por Palomo. Hervi relata el modo en que se daba esa convivencia:

(…) cuando llegó a trabajar con nuestro grupo, en ese gran espacio común que era nuestra oficina, sin esas divisiones interiores que se usan ahora para simular una privacidad precaria, cada cual tenía su escritorio, y había una gran mesa de reuniones ocupada con mi tocadiscos y mis vinilos de los Beatles, jazz y música brasileña. Todos en sus tareas, entusiastamente, y Héctor tecleando en su Underwood. La conversación caía, naturalmente, en el tema de la música. Y ahí me contó acerca de su descubrimiento de los Beatles, por la influencia de sus hijas, que los escuchaban todo el tiempo. Hablaba de ellas con gran orgullo, admiración y gratitud por abrirle esas ventanas nuevas de la cultura.

Oesterheld comenzó a viajar regularmente a Chile, pero Vivanco no perdía ocasión en que podía ir él también a visitarlo y compartir tertulias con él y con los artistas con los que se relacionaba. Ahí también estaban siempre Elsa y sus cuatro hijas. La relación directa que tuvo Oesterheld con este grupo de chilenos fue breve y significativa. Después de trabajar para la editorial Lord Cochrane, Vivanco y su equipo fundaron la revista La Chiva, inmersos como estaban en la efervescencia política de la guerra fría y con la posibilidad de que triunfara Salvador Allende. No imaginaron entonces, haciendo La Firme durante el gobierno de Salvador Allende y trabajando para la editora estatal Quimantú, toda la tragedia posterior.

     
Obras de Oesterheld aparecida en El Pingüino números 561 y 571.

El destino de Héctor y sus hijas es otra vergüenza humana, acumulada en la historia de las historietas. La desaparición de él y de sus hijas la enfrentaron de distinta manera los dibujantes chilenos, quienes, a tres años de dictadura, habían tomado rumbos distintos. Pepe Palomo, por ejemplo, luego de un allanamiento en su casa, debió asilarse en la Embajada de México, país que lo acogería como exiliado político. Cuenta que no tiene las fotografías que se tomaron con Oesterheld porque las perdió ese día que no pudo nunca más volver. «Nos quedaron esperando por dos meses. Perdimos todo». Hervi, por su parte, que permaneció en Chile después del golpe, había dejado toda empresa creativa —que años más tarde retomaría— y decidió hacer algo que lo mantuviera vivo, ocupado: volvió a la Facultad de Arquitectura para poder titularse. Con sus amigos en el exilio o desaparecidos, aún frecuentaba algunos contactos políticos, sobre todo en las visitas a presos por la dictadura. Así supo de la desaparición de Oesterheld y sus hijas. «Era ahí, en las largas esperas fuera de las cárceles de Tres Álamos, o Ritoque, donde uno se enteraba de los horrores que estaban ocurriendo en nuestros países. Y también en la Vicaría de la Solidaridad, donde colaboré como diseñador gráfico de boletines informativos». Vivanco, por su parte, que estaba en Venezuela desde el año 1974, no perdió el contacto con Oesterheld hasta poco antes de la desaparición de éste. Durante este tiempo ofreció conseguirle visas para que él y su familia se erradicaran. Sin embargo, ya no podría salir de Argentina:

Respondió que habían detenido a sus cuatro hijas y que estaba dedicado a buscarlas por cada comisaría o regimiento su país. Esa era una labor suicida. Había colaborado con los Montoneros llevando boletines e información a la prensa que pudieran publicarlos. Naturalmente, fue detenido. Eso lo supe a través de amigos comunes en Buenos Aires. Ya jamás logré hablar con él. Algunos compañeros de celda cuentan que no dejaba de escribir ideas sobre nuevas historias en cuanto papelito pudiera encontrar. Al momento de ser asesinado debió tener los bolsillos repletos de nuevos proyectos y la cabeza rebosante de ideas. En lo personal, eso me afectó muchísimo. No solo porque el mundo perdió brutalmente a un gran artista, sino por un hecho muy personal: yo también tengo cuatro hijas y en un caso similar haría exactamente lo mismo.

Si atáramos los puntos suspensivos en los que comienzan y terminan la aventuras de Oesterheld, escritas y vividas, o enfrentáramos los muchos signos de interrogación que deja sin respuesta, podríamos quizás entender mejor la profundidad de sus relatos, fascinarnos con la universalidad de sus personajes y a la vez extrañarnos con la rareza de sus decisiones, la oscuridad de sus destinos, la íntima particularidad que los hacen irremplazables. El espacio de lo político en Oesterheld, antes que su activismo y el abierto discurso revolucionario al que se adhirió en sus últimos años, se da en el espacio de la imaginación como lugar de la resistencia, en la historieta como un sueño en suspensión que nos perturba, que nos interroga y nos deja en una enrarecida realidad de pesadilla. Carlos Alberto Cornejo dice que cuando niño se había zambullido en sus páginas nadando sueños. ¿Qué sueños habrán quedado escritos en esos papelitos suspendidos en sus bolsillos?

Por una parte, el paso de Oesterheld por Chile es una historia de frustraciones, de relatos que no se publicaron, de proyectos nunca realizados. Pero quienes leyeron las historietas de Oesterheld siendo niños no pudieron sacárselas de encima nunca más. Para muchos fueron sus fuentes literarias secretas, determinaron la manera en que construyeron sus vidas como creadores y también como personas. Entre las aspiraciones de los chilenos estaba crear historietas como las que Oesterheld construía; algunos lo lograron y otros no. Sin embargo, todos fueron parte de esa gran caja china que es la historia de El Eternauta; fue este grupo de niños que leyeron la historieta en la que el guionista de historietas se encuentra en su escritorio frente a frente con el viajero del tiempo los que luego lo tuvieron ahí, personalmente, como una repetición distorsionada, el guionista que coincidía con el rostro de Ernie Pike, el verdadero viajero del tiempo, el que visita el pasado y el futuro a través de sus fábulas. Ahora ese viajero estará en alguna de los espirales de ese tiempo que no es lineal. Puede volver cualquier día con nuestra lectura.

 

Bibliografía

AGUILERA, C. “Oski, un miniaturista barroco”. Disponible en línea el 10-IX-2018. http://www.revistadossier.cl/oski-un-miniaturista-barroco/.

AVILA, F. “Oesterheld en Chile: Ronnie Lea, El Muertero”. Disponible en línea el 10-IX-2018 en: http://nacionalypopular.com/2010/12/30/oesterheld-en-chile-ronnie-lea-el-muertero/.

AVILA, F. (2010). “Jimmy "Tornado", Salas o... el personaje que murió en el cuerpo y con el rostro de su amigo”. Disponible en línea el 10-IX-2018 en: http://rebroteorganizandoeventos.blogspot.com/2010/12/oesterheld-en-chile-jimmy-tornado-salas.html.

CORNEJO, C. (2004). “Mis encuentros con El Eternauta”, en Sonaste Maneco, La bañadera del comic, año I, 1. 104-111.

FONTANARROSA, C. (1969), en Revista Gente, 209.

NICOLINI, F, y BELTRAMI, A. (2016): Los Oesterheld. Buenos Aires, Sudamericana.

PALOMO, J. “PEPE”. (2018) En entrevista a la autora realizada para esta investigación.

SASTURAIN, J. (2009). “Randall, el killer de Del Castillo”. Disponible en línea el 10-IX-2018, en: https://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-118911-2009-01-26.html.

VIDAL, H. “HERVI”. (2018) En entrevista a la autora realizada para esta investigación.

VIVANCO, A. (2018). En entrevista a la autora realizada para esta investigación.

Creación de la ficha (2018): Félix López · Revisión de Claudio Aguilera, Kiko Sáez, Alejandro Capelo, Manuel Barrero y Félix López.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Yosa Vidal (2018): "Encuentros y desencuentros de Oesterheld en Chile", en Tebeosfera, tercera época, 8 (23-IX-2018). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 23/IV/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/encuentros_y_desencuentros_de_oesterheld_en_chile.html