FUEYE. LA IDENTIDAD Y EL DESAPEGO.
Es importante destacar esta circunstancia, para aquellos que ojeen este libro y se les antoje un trabajo apresurado y tosco. De acuerdo con que el rotulado parece descuidado, que hay cierto moaré disgustante en alguna página; que los encuadres desequilibrados no facilitan la lectura y que al final todo es un batiburrillo de estilos y collages. Pero todo sirve al relato y a la intencionalidad del autor. Se dibuja un barco agigantado e irreal, que representa el origen. Se diseña un Buenos Aires apelmazado y cruzado por cables, casi como una guarida. Los burdeles huelen a burdel. Y se oye el quejido del bandoneón, o fueye, que también es una denominación de ‘nostalgia’. Desde estas viñetas borrosas se plantea un futuro de ideales florecidos que ya sabemos que no llegará. En las viñetas desfiguradas debe admitirse el soplo triste de José Muñoz o el realismo mágico de Nine. Y la narrativa lenta, arrastrada, es así, buscada. Anticipa la rigidez de los personajes por emprender cualquier viaje o empresa. Nada parece haber cambiado de 1916 a 1968.
Una de las primeras páginas del libro, abocetada, no muy diferente de la editada finalmente.
Aparte de esta opinión personal sobre el innecesario lujo de la edición (que no llega a mitigar la calidad general del conjunto) Fueye es una historieta importante y sólida. Se trata de un trabajo de creación meditado y muy bien estructurado, con argumento y trama aparentemente deslavazados en un principio pero fieles al eje central del relato y que articula más de una lectura, concretamente en la coda en la que es el autor protagonista, que es metahistorieta de calidad contrastada. Porque accedemos a una obra de historieta bien narrada y con personajes muy bien construidos, a cuya identidad apenas alcanzamos (a algunos se les nombra poco) pero con cuya presencia queda perfectamente definida su ruta en la historia y, lo que es más importante, el contexto sociopolítico e histórico en el que se hallan encuadrados. El autor también construye un personaje de sí mismo, al final del libro, pero no estamos ante una nueva obra en la que un ‘autor’ narra sus vivencias y aconteceres, sin más trasfondo que la anécdota o el Sentir (eso a lo que se le ha dado tanta relevancia en la última década, tan vacía), estamos ante una reflexión con y sobre el Sentido. Fueye no sólo es un relato de inmigración y tristeza. Es un viaje hacia la negrura de las incertidumbres humanas, en concreto hacia y sobre dos preguntas capitales de la ética: ¿Quién soy? ¿Qué hago?
Para contestar a esas preguntas Fueye nos plantea un relato que bascula entre tres vértices, los que marcan tres personajes masculinos ligados entre sí por la política, el tango y la duda. Hay tres mujeres con las que se puede trazar otro triángulo, pero sus vértices distan lo más posible de los masculinos. Horacio, el protagonista del libro, acude de niño a tomar clases de piano de Nélida, que es amada por su padre pero sin llegar a fraguar esa relación. Adela pretende al mentor de Horacio en el tangueo, Vicente ‘Gordo’, pero éste es fiel a su mujer en España. Y Ágata representa la promesa de sexo y vida que sobresalta a Horacio en su madurez, y que acaba siendo un reto imposible de superar por miedo.
Lo único que parece quedar claro y no se plantea en la obra porque todos lo tienen asumido es la otra cuestión antropológica: ¿De dónde vengo? La respuesta que Jorge González da a esta pregunta es: De fuera. Del barco y del miedo; del olor a puerto y a humo; del temor a soltar la mano del padre en tierras extrañas.
Jorge González fragua un trabajo brillante, que también lo es en ejecución, y que apostilla con un ejercicio de reflexión magnífico en el epílogo (o Parte 2) titulado “Así nomás”. Este espacio historietístico es más colorista y fértil (hogar = color), más iconizado también (él es un monigote tintinesco la mayor parte de las veces), y lo utiliza para elaborar una propuesta plástica críptica con la que hace la reflexión más caustica sobre su país y sobre la memoria. González conjuga estilos y fórmulas gráficas para dejar clara la maleabilidad (o fragilidad) del ‘ser argentino’. Esto, al mismo tiempo que demuestra la gran capacidad del medio para plamar sensaciones y expresar emociones, le sirve para pasar por encima de las cuestiones políticas y abordar el hecho de la identidad que anteriormente ha querido encauzar con sus tres personajes. González no es como otros argentinos que para articular un mensaje necesitan asirse a la cuestión del poder (Arendt), y que prefiere sortear también la evidencia de la incapacidad política para resolver lo cotidiano (Morin). Entre estos dos extremos se sitúa el autor, perfectamente consciente de que no es posible un proyecto ético para hacer política integradora en Argentina; y que no es posible abandonar la Argentina. Él se declara también incapaz de escapar a los tentáculos del fueye, del amor a la patria, que se lleva intestino y no se arranca. Ese sentimiento que borra e iguala las individualidades o sus destinos, acaso extraños o ferruginosos (como ejemplifican las tres fotos de Buenos Aires que cierran el libro). Cada viaje tiene su retorno, que dijo el poeta.
Como este libro, al que habrá que regresar una y mil veces.