LA FUERZA DEL DESTINO
Muchas son las obras que enfrentan a su protagonista con su destino grabado en piedra, pero pocas lo hacen con la frescura con la que Anne Simon plantea la historia de la oceánida Aglaé, una curiosa ninfa acuática. Al igual que Edipo, dentro de una historia bastante más cómica que trágica que bebe de algunos de los esquemas de los antiguos mitos griegos, los personajes intentan agarrarse a algo mientras se ven arrastrados, como troncos por un río, por una serie de acontecimientos que los limitan y reducen a su mínima expresión. Cuando intentan ir más allá, el peso de la dinámica general los hunde. En realidad, no hay nada más salvo, quizá, la triste constatación de que todo acaba pasando, o volviendo, como un boomerang.
Si uno de los pilares de la obra es el determinismo, otro de los aspectos esenciales es la visión crítica y paródica de la teoría de género. Aunque, en un principio, hay una clara reivindicación de la libertad de las mujeres, los nuevos roles y las decisiones sobre su propio cuerpo, poco a poco la legislación del reino de El cantar de Aglaé (editorial La Cúpula) se vuelve ambigua, oscurantista y simplona. Simon, en este caso, usa a autores del pasado para ilustrar algunas de las opiniones de las nuevas dirigentes, como ocurre en el siguiente ejemplo: “Todo cuanto han escrito los hombres sobre las mujeres debe ser sospechoso, pues son a un tiempo juez y parte [1] […] El hombre y la mujer son uno, de tal manera que, si el hombre es más que la mujer, la mujer es más que el hombre [2]”.
Esta visión se ve reforzada por el carácter teatral de la obra, narrada en capítulos breves que se intercalan con otras escenas o monólogos. Al incluir desde el principio, además, personajes y variedades propias de un circo (Henry the Horse, que baila el vals siempre solo, o Suzanne, el payaso que no puede dejar de llorar), la trama ofrece ciertos contrapuntos frente a los momentos más existenciales y lineales. Es esta reducción del imaginario general de la obra, al ser la oceánida el principal elemento sobre lo que gira todo lo demás, quizá el único aspecto que la hace algo más plana e irregular en su ejecución.
Como todos los personajes están interpretados por animales, la autora plantea con sutileza y sencillez cuestiones que, de ubicarse en la realidad con figuras humanas, tendrían un efecto totalmente diferente, como es el aborto o el exilio. El dibujo, rápido y dinámico también colabora en este proceso y determina, en gran medida, la sensación personal de los protagonistas, según el nivel de detalle del entorno, que en muchas ocasiones recuerda a las composiciones de los grabados del siglo XVIII. De una forma u otra, Aglaé ha de elegir qué camino seguir: el del amor apasionado, turbulento e incontrolable, más tradicional, o sus deberes y derechos dentro de la sociedad, más moderno. En ese proceso, emerge la crítica disparatada de la historia, que impregna con cierta fatalidad y ambigüedad la decisión de la ninfa oceánica.