LA LLAMADA DE LA NATURALEZA
Leí por vez primera Mujer salvaje, de Tom Tirabosco, en febrero de 2020, recién publicado el título en castellano. Me sorprendió. Pero volver a leer este cómic un mes después, en pleno confinamiento global provocado por la crisis del Covid-19, ciertamente sobrecoge. La versión original de esta obra, Femme sauvage, fue publicada por Futuropolis en 2019. Lo que llega a sorprender en este tebeo, incluso a sobrecoger, es la capacidad de Tirabosco no solamente para sintetizar en su historia las tensiones y las expectativas acumuladas en el momento histórico actual, sino también para anticipar en nuestro imaginario las situaciones que el artista sugiere y describe.
No es sencillo escribir sobre Mujer salvaje sin destripar su argumento, en virtud del nefasto temor a incurrir en spoiler (destripe) tan característico del presente. En este sentido, el tebeo de Tom Tirabosco reafirma una tendencia editorial observada en las novelas gráficas que viene publicando Nuevo Nueve. Se trata de cómics cuya potente secuenciación visual sirve de cauce para sustentar unos relatos que o bien se caracterizan por sus “finales O. Henry” —como ocurre en Epílogo, de Pablo Velarde, o en El americano, de Calo—, o bien van desvelando giros argumentales o vueltas de tuerca, que es lo que sucede en Mujer salvaje. En uno u otro caso, la oferta de Nuevo Nueve en su sección de Novela Gráfica se decanta por unos relatos caracterizados por sus correspondientes efectos sorpresa, convenientemente acentuados debido a la fluidez que rige la lectura de estos tebeos. Es una apuesta editorial que obedece a una concepción del cómic en la que no debe faltar el entretenimiento, aunque no todo se queda ahí. La experiencia de lectura ante estas novelas gráficas podrá recibir sacudidas, lo cual resulta gratificante para el lector, pero también es una experiencia que abre ventanas por las que se cuelan acuciantes representaciones que aluden, por presencia o por ausencia, a nuestra realidad y su entendimiento. No es sencillo, desde luego, conjugar la fluidez narrativa —un tanto a la japonesa, si me apuran— con la carga de significado transpersonal, pero el caso es que estos títulos de la editorial Nuevo Nueve lo consiguen, cada uno en su propio dominio.
Sí se puede, con todo, aludir a ciertos marcos de referencia de Mujer salvaje sin necesidad de contar su argumento. El más específico seguramente concierne al contraste entre civilización y naturaleza; y más en concreto, a la dialéctica que se desenvuelve entre cierta civilización, la determinada por el capitalismo corporativo postindustrial, y cierto anhelo de recuperación de una naturaleza primordial o de vuelta hacia ella. El asunto es que los dos términos de esta antagonía que anima el relato de Tirabosco se encuentran latentes, en mayor o menor medida, en nuestra sociedad actual. Y en consonancia con ello, la anticipación de los efectos devastadores de un capitalismo deshumanizado, manifiestos tanto en las tensiones políticas y sociales en escenarios urbanos como en la amenaza de un cambio climático irreversible, unida a la eliminación de la diversidad biológica, son caldo de cultivo para un tipo de ficción comprometida con el devenir de la humanidad. La representación de un escenario postapocalíptico, frente a la inspiración que procede de Walden o Vida en el bosque (1854), el escrito de Henry David Thoreau —presente, por cierto, en alguna viñeta del cómic—, conforman los dos extremos de cuya tensión se alimenta Mujer salvaje.
Otro marco de referencia en el relato de Tirabosco lo establece la versión actual de la dialéctica entre varón y mujer, una versión hoy descrita mediante sintagmas del tipo “la perspectiva de género”. Es la perspectiva que inunda Mujer salvaje. Y es ahí, bajo esa mirada, donde se encuentra el mejor logro argumental de este cómic. Pero no simplifiquemos. Quien escribe esta reseña ha encontrado en esta historia uno de los más hermosos ejemplos de sororidad representada en un medio, pero también ha leído en ella: “Eras guapo como un dios pagano”, en boca de la principal narradora, y ha visto una proyección sin fisuras de aquel otro en el fruto del amor ausente. Quizá la confrontación entre sexos y géneros sea constitutiva e irresoluble, pero la que aquí presenta Tirabosco es de carácter inclusivo e íntimo, en perfecta consonancia con la mejor de las versiones de la dialéctica apuntada. El resultado, al cabo, es que el género al que apunta la perspectiva de Tirabosco es el género humano, si bien es cierto que la mujer mediatiza la historia, por cuanto la atención se focaliza en ella.
Ante Kongo descubrimos el carboncillo característico del dibujo de Tirabosco. Es un tipo de trazo que se aviene muy bien con la tenebrosa historia desarrollada en aquel país centroafricano, escrita por Christian Perrissin y con el arte de nuestro autor. El mismo dominio del carboncillo encontramos en Mujer salvaje. Y en este caso, también se obtiene una extraña avenencia entre la historia que el autor nos cuenta y el trazo con que la dibuja. El motivo de esta concordancia, aquello que la justifica, procede del orden del discurso que ambas obras, respectivamente, nos muestran. En el caso de Mujer salvaje, es un discurso en el que se halla involucrada la ficción del estado de naturaleza, no solo en cuanto representación, que también, sino como horizonte de sublimación. La apelación al estado de naturaleza a partir de un escenario postapocalíptico no es algo nuevo en la historia del cómic. La encontramos por ejemplo en Hombre, la serie dibujada por José Ortiz con guiones de Antonio Segura. O la encontramos también en La tierra de los hijos, del italiano Gipi. En este último caso, el escenario propuesto por Gipi es devastador. Es el triunfo en tebeo de un estado de naturaleza hobbesiano, implantado tras el colapso de la civilización, en el cual la vida es “solitaria, pobre, repugnante, brutal y breve” (Leviatán). Más esperanzada, en cambio, es la segunda serie de la saga Hombre. En la primera, Segura y Ortiz nos describen en blanco y negro una sociedad también hobbesiana tras la debacle; sin embargo, en la segunda serie de Hombre se nos presenta en color un mundo esperanzado, esta vez con la imagen de un estado de naturaleza en clave roussoniana (el mito del buen salvaje). Volviendo a Mujer salvaje, se observa que el trazo y la gráfica de Tom Tirabosco, su “blanco y negro sucio” en concordancia con su narrativa, permiten aunar ambos estados de naturaleza, el hobbesiano y el roussoniano, de un modo tal que se diría que invita a la utopía a la vez que la niega, es decir, que vale un retorno a la naturaleza, de acuerdo, pero sin planteamientos ingenuos ni como mera sublimación. En La tierra de los hijos, Gipi nos presenta una historia después de la Historia. Con otro discurso, Tirabosco da a entender en Mujer salvaje que la historia continúa. Es una esperanza muy valiosa, no solo en días de confinamiento.