LA RESILIENCIA DE LOS MALDITOS
La autora Fumiyo Kōno es una mangaka vocacional. Nació en Nishi-ku (Hiroshima) y creció anhelando leer mangas, porque sus padres creían que no debía leerlos y no se los compraban. Ella ha declarado que decidió dedicarse a dibujarlos para paliar la carencia de lecturas que tuvo de niña. Cursó estudios de ciencias y de humanidades, pero comenzó a trabajar en la industria del manga aproximadamente en 1995, influida en un principio por el gran Tezuka y luego por Fujiko Fujio y Sanpei Shirato, sobre todo. En 2003, su editor le pidió que afrontara una historia sobre su castigado lugar de nacimiento, Hiroshima. Construyó dos relatos, que comenzaron a ofrecerse por entregas en la revista Weekly Manga Action y que luego serían recopilados en un tomo (de tipo tankōbon) en 2004. Las dos historietas estaban conectadas, pero nunca fueron ofrecidas bajo un título común, siempre se han editado y traducido con los dos títulos iniciales conjuntamente: Yūnagi no Machi / Sakura no Kuni (“ciudad en calma nocturna / país de los cerezos en flor” sería la traducción exacta). La obra recopilada ganó dos premios importantes, el mayor galardón otorgado en el Japan Media Arts Festival, en 2004, y otro premio al año siguiente, el Tezuka Osamu Cultural Prize. El tebeo tuvo tan buena repercusión que fue trasvasado a otros medios: una dramatización radiofónica en 2006, una novela en 2007 y una película de imagen real en aquel mismo año, que obtuvo varios premios.
Lo que nos cuenta este manga son dos historias conectadas por dos personajes: Minami Hirano y su sobrina. El vínculo familiar en segundo grado parece escogido para establecer distancia entre los dos relatos. El primero cuenta cómo se afrontan las consecuencias de un hecho tan pavoroso como el bombardeo atómico, diez años después de la explosión y con evidentes secuelas en el cuerpo y en el alma. El segundo transcurre presumiblemente cincuenta años más tarde de la explosión de Little Boy y alude a las secuelas sociales, usando para ello un argumento en el que se combina suspense y costumbrismo. Esta distancia (familiar) entre protagonistas y (temporal) entre relatos está calculada por la autora, que también abordó el tema desde la distancia, dado que ella había nacido en Hiroshima, pero se había mudado a Tokio siendo muy joven y no tenía familiares ni amigos afectados por la bomba. De hecho, no conocía en profundidad la repercusión social y cultural de aquel luctuoso acontecimiento. Para el Japón inundado de fanatismo de 1945, la obligación de rendirse fue una deshonra. Para los habitantes de la ciudad fue una verdadera tragedia. Miles murieron en el acto y muchos más después (se han contabilizado 166 000 fallecidos), y cientos padecieron los efectos de la radiación y fallecieron de cáncer con el paso de los años. Luego fue aflorando otra secuela, el “cáncer social”, en la figura del hibakusha. Este concepto, traducible por “persona bombardeada”, era utilizado para referirse a las víctimas de la bomba o a sus descendientes, que arrastraron el estigma de ser unos malditos, rechazados por sus vecinos durante décadas. Fumiyo Kōno se dio cuenta de que este fenómeno social había traspasado la barrera del tiempo, pues ella lo conoció iniciado el siglo XXI. De hecho, en 2008 se estimaba que aún había unos 250 000 hibakusha en Japón, latiendo sobre ellos los rescoldos de un malditismo impuesto.
Recientemente, hablando con un amigo que vive en Japón, me comentaba que hay ciertos aspectos del comportamiento de los japoneses que no son muy conocidos. Él veía muy comprensible que pasados cincuenta años de la explosión aún hubiese gran número de estigmatizados. Por definición, el pueblo japonés es cruel, decía. Cruel consigo mismo. Paradójicamente, una gran parte de la población japonesa no odia a los estadounidenses por aniquilar a parte de sus compatriotas, pero sí rechaza a sus compatriotas por haber sufrido los efectos de la bomba. Lo controvertido del asunto se complica cuando sabes que hay una parte de la población deseosa de recuperar su derecho a armarse (Japón renunció a tener ejército propio tras capitular), mientras la otra parte es capaz de rememorar aquel hecho y sus consecuencias con comprensión y espíritu pacifista. Este último es el caso de Fumiyo Kōno.
La ciudad al atardecer / El país de los cerezos, que es como aquí se tradujo su manga sobre Hiroshima al castellano (por Glénat España, en 2007), es un drama familiar, costumbrista, con trasfondo histórico, de carácter intimista y que en una primera lectura no parece calar hondo. La autora dibuja con un estilo que demuestra su formación autodidacta. El rayado característico que usa para sombrear y dibujar fondos parece proceder del underground de su país, de los ambientes gekiga, pero los personajes aparecen risueños, deliciosamente dibujados, protagonizando escenas entrañables. Muestra la autora gran gusto por el detalle, de modo que logra introducirnos en el ambiente de la ciudad y, sobre todo, en el de los arrabales. Cuando sus personajes, tan icónicos, se internan en los escenarios de la marginalidad, detallados mediante los característicos fondos ensombrecidos con miles de rayitas, lo que surge es una suerte de realismo sucio, un retrato del hogar de los hibakusha. Sorprenderá a algunos lectores el enorme contraste entre algunos momentos del manga. Por ejemplo, cuando se adopta un plano cenital para mostrar simbólicamente un río de cadáveres que fluyen bajo el despertar del amor. Otro ejemplo: cuando la protagonista contempla la Cúpula Genbaku, el emblemático edificio que quedó en pie pese a hallarse tan cerca del lugar de la explosión. Otro más: las páginas con viñetas dispuestas verticalmente para mostrar angustia o las que se ofrecen en blanco, vacías, para representar la muerte.
El mensaje de la obra fue discutido en su día, porque ella, tras hablar con afectados y sus familiares, llegó a la conclusión de que el mejor modo de rememorar aquello era a través de la asunción del dolor con el fin de buscar una nueva felicidad. Esta resiliencia ya la habíamos visto en otras producciones culturales ligadas a las secuelas de las bombas, por ejemplo, en películas como Lluvia negra, Rapsodia en agosto o La tumba de las luciérnagas. Pero pocos se acercaron al asunto con la ternura y la comprensión mostrada por Fumiyo Kōno, que fue capaz de construir un cuento entrañable en el que inyectó un canto a la vida, a la aceptación y a la comprensión de un tipo de dolor que nunca se expresa, el de sentirse rechazado. Ahora que la ciudad por fin ha quedado en calma, aspiremos el aroma del joven cerezo en flor y amemos.
Es una grata noticia saber que el sello Kodai reeditará este admirable tebeo en abril de 2020.