LA SANGRE DERRAMADA
JAVIER MORA BORDEL

Palabras clave / Keywords:
Guerra civil española/ Spanish Civil War

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     Es un hecho contrastado que nuestra criminal Guerra Civil ha despertado, al menos cuantitativamente, un escaso interés en la historieta, ya sea nacional o de otros lares. Existen muestras, de mayor o menor calidad[1], es cierto, pero quizás el lastre del silencio que hasta hace bien poco dominaba nuestra sociedad ha resultado ser una losa demasiado pesada. Como nación, nuestra capacidad para interpretar los hechos siempre ha sido sesgada: primero, en aras de la censura impuesta por una dictadura que no iba a tirar piedras sobre su propio tejado; posteriormente, en beneficio de ese bien común por el que se decide hacer tábula rasa, y dar pie a nuestra llamada transición. Cualquier excusa ha sido válida. Por eso resulta extraño que en un plazo menor de tres meses hayan visto la luz dos de las obras que mejor han encauzado dicha problemática social[2]. Hablamos de 36-39 Malos tiempos de Carlos Giménez (tomos 1 y 2) y Las aventuras de Max Fridman: ¡No pasarán! (tomo 3) de Vittorio Giardino.

 

Hoy en día, con el consabido debate de la memoria histórica, ambas han encontrado marco y eco; un espacio donde, frente a la mayoría de sus antecesoras, no resultar indiferentes ni desapercibidas. Los estudios interpretativos de la Guerra Civil (un amplio caudal de textos históricos y biográficos ahoga el mercado editorial[3], cobrando cada vez más importancia la vertiente populista de las memorias y testimonios de testigos directos) son abundantes y variados, los debates políticos (bien sobre la supresión, o no, de los símbolos del bando vencedor, bien sobre la recuperación, o no, de la huella borrada de los vencidos) están a la orden del día. Pero frente a ellos, alejada de cualquier banal intento de politización, la historieta, ahora representada por los autores ya mencionados, ofrece la voluntad manifiesta de reencontrar a la sociedad española actual con su pasado más cruento, mostrando únicamente las consecuencias directas del conflicto. Y no tanto movida por un afán de denuncia pública, como por cierto sentido behaviorista capaz de recoger los hechos sin más, quedando juicio y opinión en manos del lector. Bajo esta perspectiva, se reconoce, así, la función de la historieta: la de un discurso conciliador de nuestras propias miserias humanas.

 

            Sin embargo, no estamos ante una uniformidad explícita. El planteamiento sobre el que se sustenta cada una difiere: Carlos Giménez explota una vía divulgativa a medias entre el legado oral y el relato fiel de sucesos verídicos; Vittorio Giardino, por el contrario, se sostiene, con soltura, entre los márgenes del clásico relato bélico y el episodio histórico más documental. Líneas complementarias de amplio calado; cómplices, al mismo tiempo, de los estilos más representativos de sus artífices: el realismo costumbrista, por un lado, si bien alejado de los tintes autobiográficos presentes en sus principales cómics; por otro, la aventura destinada al renacimiento de un héroe que, en este caso sí, continuará la saga abierta de sus reconocidas y variopintas gestas. En suma, variaciones en torno a un mismo tema. 

 

Sangre quemada

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            36-39 Malos tiempos debe ser asumida como una obra culmen, un punto de inflexión definitivo en la carrera de Carlos Giménez, que ni puede ni debe pasar desapercibida. Es lógico. Los rasgos propios, tan característicos de la estética gimenezesca, quedan al descubierto, manejados con la maestría de los años, lejos de cualquier intento de experimentación. Los recursos narrativos (empleo vivaz de los primeros planos; uso determinante de los contrastes del claroscuro; diálogos a viva voz) no son nuevos; su uso no responde a una voluntad estética renovadora. Sin embargo, la sutileza de una creación elaborada, de una voluntad por hacer consistentes elementos particulares, transciende las fronteras de la expresión, para acercarnos una obra compleja y, por el momento dado que aún quedan pendientes dos álbumes por publicar, sin par: sincera y descarnada.

 

            Sólo la voz resulta novedosa. Como ya hemos mencionado, frente a la gran mayoría de sus anteriores creaciones costumbristas (Paracuellos, Barrio o Los profesionales, como piedra de toque; España una, grande, libre, Cuentos del 2000 y pico, Romances de andar por casa, Sexo y chapuza, Los cuentos del tío Pablo…, en menor medida entendidos como trasuntos líricos esporádicos), Carlos Jiménez no recurre al trasunto de lo autobiográfico sustentado en el parco yo. Lejos quedan las andanzas de Pablito, su devenir y crecimiento como sólido personaje, a medio camino entre la ficción compositiva y la lírica formal, fruto y reflejo de las épocas diversas sobre las que crece la España contemporánea: la infancia que abre los ojos en el macilento mundo de la posguerra; la adolescencia que deambula entre la realidad y la tragedia de lo cotidiano; la juventud que trata de asir con desesperación sus sueños. Ahora, la voz crece. Se hace plural. Y precisamente es el hecho que la valida como tal.

 

            Un implícito nosotros se superpone en las dos partes de este trabajo aparecidas hasta el momento. El mensaje es claro. Todos somos testigos o herederos de esta guerra cruenta. Dan igual los bandos, dan igual las heridas infringidas. Verdugos y víctimas a partes iguales. Nadie puede quedar excluido de antemano. El horror que creamos no podemos culpabilizarlo en aislados ellos remotos y, hoy por hoy, carentes de sentido. Nuestra responsabilidad social implica asumir los errores de un pasado, cada vez, menos remoto. De esta manera el calidoscopio de personajes que inundan la obra tratan de ajustarse a un perfil amplio que recoja de manera suficiente todas y cada una de las clases sociales implicadas en el sufrimiento: el obrero Marcelino y familia, frente a los pudientes retoños de su patrona “la maestra”; Eusebio del Castillo, el hijo de terrateniente, marcado por el fusilamiento ilegal de sus padre de la mano de Jacinto Avellano, “malasangre”; el fenecido tío Mateo y los suyos; el amplio listado de personajes que dan vida a las artes y oficios: el señor Diosdado, tendero; Gregorio Martínez, maquinista de tren; otros más anónimos aún como la tabernera parlanchina o el frutero que obsequia a sus clientes con el parte diario de muertos...

 

            El maniqueísmo es denunciado. Postura que entroncará con el sustento ideológico que la define, de entrada, en la portadilla del tomo primero: «De 1936 a 1939, en España hubo lo que algunos historiadores denominaron, muy literariamente “la última guerra romántica”. Para los que la padecieron, simplemente fue “la guerra”». La crueldad trata de mostrarse como el verdadero horror. La deshumanización de nuestras acciones, sea cuál sea la causa o motivo, se convierte en el punto de partida que deje entreabierto la futura reflexión, alejada de cualquier pretexto de moralidad preconcebida. Se apartan, por tanto, todos aquellos planteamientos que traten de mitigar el dolor profundo que debería alentar nuestra razón, que debería incentivar nuestra conciencia para impedirnos, de nuevo, caer en el error del odio descarnado. En este punto, el hambre, malsana, es representativa de ese mal subyacente, que es capaz de llevar a los hombres al borde de la locura. “Sito”, en el segundo tomo, se presenta como un episodio magistral al mostrar como el valor de lo cotidiano puede subvertirse y perder su esencia: el animal de compañía ahora es simple alimento que pueda salvar por unos días a los hijos de los hombres.

 

La picaresca prevalece (la señora Laura administrando su aceite, legado de verde oro; Marcelino y su calabacín); el deseo de supervivencia (los sacrificios de la pequeña Sole; su madre, doña Lucía, obligada a alimentar a los suyos con “nabrestos”) se hace necesidad. Miedos comunes a cualquiera de vivir la situación. En este sentido, el objetivo preclaro de cada capítulo es el de la identificación del lector con las situaciones esgrimidas por los personajes. Si no se ofrecen arquetipos; si no se ofrece la realidad con tapujos, es debido a que el poso de la vivencia transciende los límites propios de las páginas. El mismo autor reconoce esta perspectiva[4]:

 

«Yo no soy historiador. Ni tengo los datos ni me interesan las fechas o las batallas. Sólo he querido contar lo que es la puta guerra. El hambre, el miedo, las bombas, todo lo que traen las guerras. Lo cuento desde la perspectiva del que la sufre, del que tiene hijos y no sabe si les va a poder dar de comer, o incluso si mañana estarán vivos. Por eso voy adelante y atrás en el tiempo, para que los datos dejen de tener importancia y sólo lo tengan las personas».

 

El universo de papel haya su correspondencia en nuestra propia cultura popular. Y este sentimiento que nos haga partícipes vendrá refrendado por un uso de lo oral (constante en el conjunto de la obra de nuestro autor) que dé, lógicamente, credibilidad al discurso propuesto. El diálogo oral se establece como el sustrato oculto entre líneas: «Necesitaba recopilar historias y anécdotas, alguien que me las contase y, además, me las contase bien. Al final lo conseguí y comencé a preparar esta obra». Una oralidad bienintencionada y, a la vez, anclada en diversos recursos (palabras dispuestas rítmicamente; paralelismos intensos; metáforas lexicalizadas…) capaces de posicionarla más allá de la marginalidad de lo literario, en beneficio del veraz discurso intergeneracional.

 

            Este diálogo ilustrado de almas, cierra líneas alrededor del retrato veraz y certero de nuestra propia memoria como pueblo. Modelo intrahistórico en su concepción, que adquiere, además, los fundamentos suficientes para convertirse en un testimonio directo (en boga con la corriente histórica populista) de nuestra propia expresión social y cultural como engranajes de lo colectivo, como piezas representativas del triste legado oculto de un sinfín de generaciones, abandonadas, por nosotros mismos, a su malograda suerte.

 

Imágenes fijas

 

            La génesis editorial de los tres libros que conforman ¡No pasarán! es compleja. Obra iniciada en 1999, continúa con Río de Sangre (segundo libro) y a lo largo de su desarrollo sufre alteraciones básicas en su estructura que culminarán con la finalización de la misma en este mismo año con Sin ilusión (el tercero). Así lo señala el mismo autor[5]:

 

«En un primer momento iban a ser dos volúmenes, pero la complejidad del acontecimiento y la situación histórica me han obligado a alargar la narración (…) Además, tengo que confesar que he realizado numerosos cortes en la trama, sin los cuales se hubiera alargado incluso más (…) Cortes dolorosos, ya que muchos son argumentos que hubiera querido desarrollar, pero que no he querido afrontar».

 

Nos encontramos ante una historieta viva, pues, que ha crecido gracias al impulso de sus propios latidos, que ha roto las barreras de su concepción primigenia.

 

            Pero no debemos creer que la estructura general ha sido improvisada. Giardino ofrece un relato de corte clásico en el que los elementos perennes de la aventura (el misterio por desentrañar que marca el devenir de los protagonistas; el paulatino proceso de gestación del héroe; la lucha descarnada contra fuerzas superiores e intangibles, en este caso, nuestra propia mezquindad y ruindad humana) conforman una unidad sólida dominada por un continuo y preciso crescendo argumental. Las experiencias previas quedan aparcadas. Lo vivido hasta entonces, aparcado. Representativa de este proceso es Claire Blon, quien acude a España con la intención de encontrar la historia que le encumbre; finalmente, sólo hallarán un país en ruinas, alimentado por despojos que rompen en mil pedazos su sed de gloria.  El proceso narrativo de búsqueda se convertirá en un reflejo fiel, en cierto modo paradigmático, de nuestro conflicto bélico nacional. Para ello, el lado más oscuro de la guerra se convertirá en el foco central que marque su desarrollo. Los episodios en el frente del Ebro, con el bombardeo salvaje a la población civil, resultan reveladores de los ríos de sangre derramada indiscriminadamente.

 

En este sentido, resulta evidente que Giardino centre una trama bipolar en torno a aquellos extranjeros capaces de conformarse en la figura del Otro. Por un lado, el grupo de reporteros internacionales (Jan, el fotógrafo que trata de emular a Robert Cappa; Mark Warren, el gran enviado especial; Philip Lester, el enamoradizo; Didier, el comparsa)  que acompañan con su presencia las aventuras de Fridman, erigiéndose en los jueces de sus actos. Por otro, los brigadistas (el Mayor Treves - objeto de la investigación -, el valiente y decidido Eddie Cork, el cínico general Gaskin), ajenos a todo, salvo al sacrificio mártir, en cuerpo y alma, por ese indefinido pueblo que les alienta; actitud más cercana a la rebeldía mesurada de Fridman. Perspectivas antagónicas, pero en cierta manera supletorias.

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Los primeros tratan de interpretarlos, encontrar la causa que los motiva (aparentemente objetivos, se muestran alejados de los acontecimientos), y al hacerlo ofrecen, en consecuencia, una crítica paralela y plausible a los hechos históricos desencadenantes de la caída del frente republicano. La desorganización política, el enfrentamiento interno entre los distintos partidos políticos de izquierda militante, se matizará con un juego simbólico de traiciones indecorosas - Delgado resulta un Judas moderno - cuyo resultado es el ya consabido: la derrota.  La imagen de la misma, por parte de estos testigos presenciales (que no víctimas), encontrarán su eco en la tradición de Robert Capa. Secuencias del dolor, diapositivas de la desesperación cruel, Giardino explota el sexto sentido indagador de sus personajes para ofrecernos un amplio muestrario de la inquietante oscuridad del alma humana. Una madre enterrada con su bebé, soldados henchidos de metralla, por poner unos ejemplos… La visión ajena, no implicada en los acontecimientos, aumentará así, los efectos desangelados de la contienda amplificará, de ahí su carácter como agrupación coral, la voz contenida de los desheredados.

 

            En cambio, los segundos justificarán su presencia participativa dentro del proceso armado como los elementos que mediarán entre la presencia de los hechos y su resolución. Cargados de idealismo, sus esfuerzos serán, paradójicamente, la garantía de razón en términos de lucha armada. Sin embargo, alzadas como voces críticas de protesta no dejan de ser un estorbo por resolver, capaz de volverse en su contra. Su esfuerzo desinteresado retratará, en el fondo, el sufrimiento. Su sed de victoria no saciará el hambre. Condenados a un eterno conflicto, estos soldados desinteresados ofrecerán la perspectiva inconsciente de las mismas víctimas impotentes. La muerte acechara en cada esquina y la conciencia de su presencia no evitará su cortejo. La injusticia marcará cada acto y dejará al desnudo un ejército de almas descarriadas. La tragedia se alzará. El telón del horror quedará al descubierto.

 

            Así, entre dos aguas se moverá el confundido y confuso héroe, incapaz de asimilar de golpe la verdad, desbordado la mayoría de las veces por los vertiginosos acontecimientos que se sucederán en torno suyo. La condición humana queda enterrada en el campo de batalla, en el cada vez menos cercano frente del Ebro, en el de la Ciudad Condal presa de los crímenes políticos. Acentuado por un carácter documentalista, el miedo se hace tangible en mil y una formas (el zumbido de los bombarderos, la soledad de las trincheras, el simple pánico a morir en cualquier momento fruto de una bala perdida) precisas dentro de un marco enteramente reconocible por el lector. Los auténticos enemigos, la codicia y la ambición humana, crecen en este contexto de la atrocidad. Y ante ellos, el héroe épico moderno simplemente claudicará como uno más, como uno de tantos otros.

 

Anhelos

 

            Lejos de zafios intentos de maniqueísmo, ambos desarrollos argumentales poseen un significado de aviso y advertencia expreso. Las Españas futuras han de nutrirse de esta esencia de compromiso por comprender las incongruentes acciones del pasado y aprender de dichos errores. Esa es la respuesta y el paso adelante. Ejercer, no ejercitar, la memoria como un punto de partida firme. Ya sea a través de los avatares de distintos dramas familiares y personales, ya sea a través de las andanzas de un suizo fiel y leal, la conclusión es la misma: hacer que la muerte injusta e inútil de tantos, sirva, al menos, para evitar nuestra condena actual.

 

Javier Mora Bordel

 

 

Malos tiempos, de Carlos Giménez
Glénat, Barcelona, 2007

Libros de historietas en cartoné con 64 páginas en blanco y negro, 15 euros

ISBN: 978-84-8357-464-5

 

Historieta prólogo

 

 


[1] Antonio Martín, entrevistado por Vanesa Sánchez, en El cómic en España, http://www.cluboxigeno.com/noticia.php?id=1137, realiza un somero compendio de las mismas: “Si hablamos en general deberemos destacar las aportaciones de Antonio Hernández Palacios, con sus series “Eloy” y “Gorka”, que contemplan la guerra desde Madrid y el País Vasco respectivamente; los cómics del autor underground norteamericano Spain Rodríguez; las historietas de Alfonso Font, pocas pero intensas; la serie “No Pasarán” del italiano Giardino; los estupendos guiones de Víctor Mora escritos para el libro 1936-1939. Tormenta sobre España con dibujantes extraordinarios como Florenci Clavé, Antonio Parras, José Ortiz y Tha; el comic book del mutante Lobezno realizado por Larry Hama y Marc Silvestri, que logran llevar a un superhéroe americano al escenario de la guerra; los álbumes de los franceses Giroud-Dethorey y Tito; y el libro de varios autores Nuestra Guerra Civil publicado por Ariadna Editorial. Y sólo entresaco las aportaciones más valiosas. Y desde la derecha merece estudio el álbum Setenta días en el Infierno”.

[2] No incluimos la pionera selección de historias Tormenta sobre España. 1936- 1939 de Annie Goetzinger, Florenci Clavé, Jesús Blasco, José Ortiz, Víctor de la Fuente, Alfonso Font, Antonio Parras, Tha y Atilio Micheluzzi, en la parte gráfica, y Víctor Mora a los guiones, al tratarse de una reedición del material publicado en 1986 por la revista CIMOC.

[3] En la web, http://www.artehistoria.jcyl.es/histesp/contextos/7244.htm, Javier Tusell, detalla las aportaciones bibliográficas más relevantes.

[4] En la entrevista realizada por Álvaro Pons, “El horror de la guerra civil, a golpe de viñeta”, publicada en El País el 25 de noviembre de 2007. http://www.elpais.com/articulo/cultura/horror/Guerra/Civil/golpe/vineta/elpepucul/20071125elpepicul_2/Tes

[5] Vittorio Giardino en el refacio al tomo tercero.

TEBEOAFINES
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Números
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Creación de la ficha (2008): Javier Mora; edición de J. Alcázar y M. Barrero
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
JAVIER MORA BORDEL (2008): "La sangre derramada". Disponible en línea el 23/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/la_sangre_derramada.html