LOS BUENOS VERANOS
AQUELLAS MARAVILLOSAS VACACIONES
Ya huele a verano, a crema de sol, a vacaciones en la playa. A estas alturas, mientras los achicharrados turistas visitan en masa las tierras ibéricas como si fuera el último verano, ocupando el centro de las ciudades hermosas —ay, el turismo, ese gran invento—, deben quedar pocos rincones solitarios donde estar a la fresca, encontrar un refugio entre las soñadas islas desiertas, la añoranza de vacaciones memorables y la plácida lectura bajo el cocotero. Así que antes de zambullirse en el mar quizás sea preferible leer este cómic amable titulado Los buenos veranos —Les beaux étés, en el original en francés—, del guionista belga Zidrou y del catalán Jordi Lafebre a los pinceles, que ha sido editado en volumen integral por Norma desde Barcelona, ciudad emblema del botín turístico. Los buenos veranos cuenta la aventura familiar de los Faldérault rumbo al sur cruzando Francia durante varios veranos del año 1962 hasta 1980. Esta entrañable familia es catapultada por Don Bermellón, el coche familiar, desde una Bélgica donde las lluvias son copiosas y el cielo nublado, viajando incansables durante unos tiempos donde el único medio hostil frente a las largas distancias eran las largas horas en la carretera y el olor de las viejas tartanas. Hay bastante dulzura en sus páginas, demasiada a veces, pero es una serie familiar, casi infantil, y bajo este prisma, se encuentra uno a gusto en el cobijo de la felicidad conyugal de la pareja, de los relaciones paterno filiales, con unos niños que van creciendo y perfilan un relato cariñoso, de amorosos recuerdos y caras sonrientes; un pequeño refugio de ternura que nos reconcilia un poco frente a los panoramas sombríos.
Los buenos veranos recopila las historias que se habían publicado por entregas, seis capítulos ahora reunidos en volumen integral con una portada atrayente, luminosa, bucólica como las propias páginas que rezuman amor, aunque algo ñoñas en ocasiones. Esta obra conjunta corre a cargo de Zidrou, guionista belga afincado en España que, tras trabajar para la revista Spirou, pasó al cómic adulto para consolidarse como una de las firmas más prolíficas y respetadas del mercado franco-belga. Entre sus obras destacan La piel del oso, Naturalezas muertas o El Folies Bergere, ha alternado trabajos con diversos ilustradores como Lafebre, con quien también ha colaborado en obras colectivas como La anciana que nunca jugó al tenis y otros relatos que sientan bien, y en su primera obra larga conjunta, Lydie, seguida de La Mondaine. El ilustrador Lafebre nació en Barcelona, primero trabajó en revistas eróticas y pornográficas como Penthouse Comix y Wet Comix, y ha dado muestras aquí de versatilidad temática. Su primera obra en solitario fue Carta Blanca, con una gran aceptación de público y crítica, y acaba de publicar Soy su silencio, también en Norma. En Los buenos veranos los autores buscan un enfoque humorístico de un gag por página con una puesta en escena que alterna entre las seis y nueve viñetas por plancha, con cálidos y luminosos colores, y una línea afable con gran capacidad expresiva en los rostros de los personajes que acentúan su candidez y gracia como en las butacas del mejor cine de verano familiar.
Don Bermellón, el “cuatro latas” de los Fadérault, acoge en su seno a esta familia belga de clase media y economía ajustada, que, rumbo al sur, visita ciudades feas, la ansiada costa, campings improvisados y casas soñadas en una aventura que es añeja hasta en lo de la familia numerosa. Así acompañamos en su aventuras a varias generaciones que juegan con tópicos varios, empezando por el pater familias, un dibujante de cómics que se enfrenta a un editor explotador, que nos recuerda la siempre precaria situación del medio y de este Homo Vacacionus rumbo al sol junto a su esposa, madre abnegada y comprensiva, y las cuatro criaturas que crecen a lo largo de los capítulos, pasando de niños entrañables con sus rabietas infantiles, a la adolescencia y su despertar sexual, sin olvidar las papas fritas —¿a quién no le gustan?—, a la abuela estirada, al abuelo bonachón, y al yayo Miguel, exiliado republicano español resentido con Franco. Son bonitas las situaciones y estampas de esta serie familiar, pero a veces no todo es de color de rosa y llega a empalagar, pues incluso hasta el General Franco llega a parecer tierno, y algunas repeticiones al principio de cada capítulo resienten la lectura cuando se lee del tirón. Aciertan al relacionar la narración con referencias y homenajes a algunos hitos del momento, como el esplendor ciclista de “El Caníbal” Eddy Merckx, el hombre en la luna, los años jipis, y las menciones a clásicos del tebeo como Lucky Luke, Axterix chez les belges, Pif y Tintin, además del relato paralelo con los trabajos comiqueros del padre. Amén de los pasajes musicales que podrían encontrar acompañamiento en una lectura a coro, con una banda sonora, playlist incluida. Tienen tino al no traducir las canciones en los bocadillos, así que mientras viajamos con los Faldérault suenan de fondo algunos temas como In the summertime de Mungo Jerry, Joe Dassin, el más escuchado, incluso algún pestiño como Stone and Chardel. Destacamos positivamente clásicos como Je l’aime a mourir, Born to be alive, The Video Killed the Radio Star, y a Jacques Brel, siempre, y bailables como el clásico de Chubby Cheker, Comme j’ai toujour envie de aimer de Marc Hamilton y su pegadizo estribillo, y al mítico Serge Gainbourg. Mientras para los niños, Le sirop typhon, y por último, un concierto de Pink Floyd con The wall de fondo, y su "hey, políticos dejad a los profesores en paz". Al final, tras algún cambio de escenario estacional, Don Bermellón necesita el merecido descanso del guerrero y la aventura de los Faldérault echa la despedida y cierre.
Si han llegado hasta aquí, quizás sea el momento de rememorar a la Orquesta Mondragón y su : “Viaje con nosotros a mil y un lugar y disfrute...” de Los buenos veranos, pues son estos un soplo de alegría que conecta con el público al identificarse con la esperanza de tener algo que enseñar a los hijos bajo la bandera de los veranos unidos. Y que se resume en el refrán de al mal tiempo buena cara. Y frente a aquellos viajes lentos de ayer, ay, ese visitar y visitar y trotar el mundo de ahora, qué locura, qué empeño por turistear, esa moda por colmar los lugares hermosos, saturar el centro de las ciudades, perder autenticidad y homogeneizar todo, encarecer precios, alquileres de viviendas prohibitivos, tostar los cuerpos al sol... Y claro, todos somos turistas, pero unos más viajeros y otros siempre visitantes. Porque este afán por salir de casa recuerda a aquella sabia frase de Blaise Pascal: “Toda la desgracia de los hombres proviene de no saber permanecer en reposo en una habitación”. Así que sin necesidad de tapar el Monte Fuji como ya han intentado en un pueblo en Japón, será mejor refrescarse con Los buenos veranos y zambullirse en el viaje eterno de Desireless y su Voyage, Voyage: "Sobre las capitales/ Ideas fatales/ Miran el océano/ Guayas, Guayas...".