LOS ÚLTIMOS AÑOS DE TBO: ENTRE LA RENOVACIÓN Y LA NOSTALGIA
ÓSCAR GUAL(Universitat de València (UV))

Resumen / Abstract:
Contextualización y análisis de la presencia de la revista TBO en el ecosistema del cómic durante los años de la transición hacia la democracia, deteniéndose el autor en la labor renovadora de los autores que crearon la sección El Habichuelo para la citada revista. / Context and analysis of TBO’s presence in the comics ecosystem during the political transition years towards democracy; the writer highlights the renewal work of the authors behind “El Habichuelo” section of the magazine.
Palabras clave / Keywords:
TBO, Transición española, Habichuela, Tardofranquismo/ TBO, Transición española, Habichuela, Late-Franco Dictatorship

I. Cómics en transición

La revolución dentro del panorama de la historieta española durante el tardofranquismo fue en muchos sentidos más ambiciosa que los cambios políticos que, en principio, habrían de posibilitarla. Desde publicaciones marginales, no profesionales o contraculturales, desde nuevos sellos editoriales e iniciativas autogestionadas, durante los últimos años de la década de los sesenta y primeros de la siguiente, artistas de diferentes generaciones empezaron a ser conscientes de la capacidad de los cómics como vía de expresión, de protesta y de concienciación. Esta etapa final de la dictadura, las características principales de la cual todavía tardarían en desvanecerse, vio nacer nuevas cabeceras que daban entrada a viñetas hasta entonces inconcebibles, muy influidas por el underground norteamericano y la vanguardia francesa. De la mano de esta corriente se generalizaría el llamado cómic adulto, los tebeos que, por su contenido, ya no estaban reservados a un público infantil, la audiencia natural hasta entonces.

Al mismo tiempo, a partir de 1972, y con la aparición en escena de Hermano Lobo, se abriría, a nivel de publicaciones, «el período más fértil y rotundo en la historia del humor gráfico» (Tubau, 1987: 41). Dicha proliferación debe entenderse dentro de una expansión más genérica, la de la prensa escrita, que conoció por entonces un panorama inédito que se prolongó hasta la consolidación democrática. «La agitación que vivió España años antes y después de la muerte de Franco motivó un interés desmesurado y engañoso por los periódicos» (Conde, 2002: 133). Pasados aquellos días de esplendor quedó un paisaje ciertamente más inhóspito en el que solo sobrevivieron las cabeceras sostenidas por grandes grupos de comunicación. De cualquier modo, es innegable que con la apertura de los setenta empezaron a prodigarse los semanarios de humor, entrando en competencia con el único superviviente de etapas anteriores, La Codorniz, que había servido además de escuela a muchos de los dibujantes que empezarían a nutrir a las nuevas revistas.

De ese modo, la ya nombrada Hermano Lobo, fundada por Chumy Chúmez, abrió una senda por la que poco a poco se adentraron Barrabás (1972), El Papus (1973), Por Favor (1974), El cocodrilo Leopoldo (1974), Butifarra! (1975), Mata ratos (1975), El Cuervo (1977), El Jueves (1977), Sal y Pimienta (1978) o Nacional Show (1978). Desde el análisis del mundo del deporte hasta la denuncia política, desde el activismo cívico hasta el erotismo, todo tenía cabida en el nuevo escenario mediático. Con desigual fortuna, cada uno de ellos hizo gala de su particular idiosincrasia y de su intencionalidad, con gran variedad de tonos y estilos, aunque compartiendo, en muchas ocasiones, nómina de colaboradores. De ese modo, nombres como los de Perich, Ivá, Ja, Óscar, Forges, Ops o Máximo empezaron a popularizarse.

II. Un nuevo tebeo

Es en ese contexto de transformaciones rápidas y profundas en el que hay que ubicar el tímido intento de renovación del casi sexagenario TBO. Una tentativa que buscaba adaptarse al nuevo medio, al tiempo que trataba de convertirse en una revista de cómics más moderna, como lo habían sido Gaceta Junior y Cavall Fort, o como lo sería Trinca, destinada, eso sí, a un público muy diferente. La clave, evidentemente, era cambiar lo menos posible, es decir, tratar de frenar la caída continuada de la tirada sin traicionar el espíritu de la publicación, sin perder a los lectores nostálgicos. Su esencia seguiría siendo la misma que en su etapa de esplendor: el humor blanco para toda la familia —como así lo atestiguaba el logotipo diseñado por Raf años atrás, recuperado ahora para la ocasión—. Respetando ese principio, todas las demás características, por importantes que fueran, eran susceptibles a priori de ser modificadas.

El mejor ejemplo de este afán innovador sería la variación de algo tan identificativo como el título y el esquema de la portada. A partir de la entrega correspondiente al 15 de diciembre de 1972, la cabecera tradicional se complementaría con el apéndice “2000”, que trataba de cumplir una doble función, por un lado, conmemorar los supuestos dos mil números de la histórica revista —según cálculos propios, al parecer no del todo atinados—, y actualizar su encabezamiento con una referencia que por entonces seguía sonando modernizadora e incluso futurista. Asimismo, la típica historieta corta en la cubierta pasaba a ser el prólogo de una más larga que continuaba en el interior. Contando esta primera página, la aventura, que se anunciaba precisamente como algo novedoso, ocupaba un total de siete planchas, una extensión inédita hasta entonces. Dicho modelo de presentación se mantuvo alrededor de sesenta números, siendo sustituido por ilustraciones ad hoc o por ampliaciones de viñetas interiores, acompañadas siempre por un sumario en forma de columna en la parte izquierda.

Leo y Cosme, TBO, 2.297. 


A la derecha, primera página de Habichuela, en TBO nº 2.259.

     

 

Respecto al contenido, pronto empezó a incluir también interesante material foráneo, en concreto Florentino y su vecino, la adaptación española de Marc Lebut et son voisin, serie de desastrosas aventuras automovilísticas realizadas por Maurice Tillieux y Francis, y los famosos Schtroumpfs de Peyo, rebautizados como Los Tebeítos. Y se apostaría por nuevos personajes fijos de producción propia, una especie no muy habitual entre la fauna de TBO. Exceptuando, tal vez, las creaciones de Marino Benejam (La familia Ulises, Melitón Pérez y Las aventuras de Eustaquio Morcillón y Babalí) y las secciones más conocidas (Los grandes inventos y De todo un poco), la revista no se había caracterizado en su época de esplendor por la inclusión de series regulares. A partir de esta etapa estas ya serían más frecuentes, sin que eso significara una aparición continuada de semana en semana. Las más habituales de cuantas debutaron por entonces serían Casimiro Noteví, agente del TBI, de Sabatés; Tontolín de Tarrascón y Milord y Perkins, ambas creadas por el veterano Arturo Moreno, o Aníbal, el indómito y Leo y Cosme, de José María Blanco.

En esa misma línea reformadora habría que incluir dos importantes iniciativas editoriales. En primer lugar, la puesta en marcha, a partir de diciembre de 1975, de una línea de especiales, alternativa a la línea de almanaques que se venían editando históricamente. Una colección ecléctica, que irá combinando material realizado ex profeso con páginas ya prepublicadas (como, por ejemplo, parte de la adaptación de Josep Cubero de las, por entonces, populares novelas de Heidi, de Johanna Spyri) y con licencias extranjeras. Y después, el lanzamiento del primer TBO en catalán, una idea que surgió del entorno familiar del propio director de la publicación, Alberto Viñas, y que consistió en un número extraordinario, de 36 páginas, como homenaje a los sesenta años de trayectoria, en el que se traducían viejas historietas, acompañadas de artículos que repasaban el recorrido histórico del cómic en esta lengua. Aquel experimento tuvo poca continuidad, y únicamente se publicaron otros tres fascículos, el último en abril de 1977.

III. Cambio de guardia

Con anterioridad, en la revista madre venía realizándose, desde hacía tiempo, un relevo sostenido de su plantilla. No obstante, pese a la incorporación progresiva de nuevos artistas (Pere Olivé, Isabel Bas, Mingo), la base de la misma la seguían sosteniendo los autores clásicos de las dos primeras generaciones (la de Benejam y Albert Mestre, por un lado, y la de Coll, Blanco y Bernet Toledano, por otro), bien con trabajos nuevos o con reediciones. Y no sería hasta bien entrados los años setenta cuando se abrirían las puertas a otros colaboradores de forma más decidida, esto es, concediéndoles más espacio y más responsabilidad creativa. Para empezar, con el fichaje de dibujantes más o menos consolidados, e incluso reconocibles —algunos de ellos— para los lectores, como el ya nombrado Cubero, Josep Maria Madorell, Vicenç Pañella, José Royo o Francesc Rigol. Y por otro lado, con la llegada de todo un plantel de jóvenes, muchos de los cuales ni siquiera habían debutado profesionalmente en la industria editorial.

Respecto a los veteranos, cuando desembarcan en TBO ya contaban con una carrera más que contrastada. Su entrada se puede entender como una estrategia de refuerzo, pues pronto sus firmas se prodigarán, asumiendo incluso aventuras por entregas o de extensión mayor de la habitual hasta entonces. Cubero, proveniente de, entre otras, Gaceta Junior, Pulgarcito o DDT, de las que heredará el espíritu para su serie Don Leoncio veterinario y su ayudante Macario, será, en un principio, el más prolífico. Su capacidad como caricaturista supondrá que se le encarguen, a menudo, parodias de series y programas televisivos, en un intento de actualizar los contenidos de acuerdo con los hábitos de ocio de la audiencia. Madorell, por su parte, ligado históricamente a Cavall Fort, creará, para su nueva casa, el personaje de Balín. Pañella se iniciará aquí con tiras cómicas, insertas en páginas de variedades, para evolucionar, poco a poco, hacia relatos más peculiares, protagonizados algunos por él mismo. Royo y Rigol, por último, se prodigarán bastante menos que los anteriores, sobre todo en el primer caso. En cambio, Rigol había trabajado principalmente como ilustrador de cuentos infantiles, y una vez en TBO se hará cargo de Letras, números y cía, una historieta infantil que no duró demasiado tiempo. Con posterioridad dibujaría, para la editorial francesa Saxe, los álbumes de Yalahas Piff Iaddo, escritos por Pierre Gerome.

Entre los noveles, quien empezó a gozar antes de cierta continuidad fue Josep Maria Ferrer i Sirvent, con la tira de La vida insólita de Lobito Can, hacia 1975. Al parecer, Sirvent ya realizaba tareas de asistente antes de cumplir el servicio militar, y a su regreso consiguió un hueco en el semanario. Su creación, era, como su nombre indica, una extraña mezcla entre perro y lobo, un animal algo inútil y temerario que en muchas ocasiones era más un testigo de la acción, meramente anecdótica, que su protagonista. El propio Sirvent ejerció como guionista para otro de los recién incorporados, Josep August Tharrats i Pascual, más conocido como Tha. Juntos realizaron la serie Fort Baby, una ingeniosa recreación paródica de algunos de los tópicos del western, en concreto los relativos a los pieles rojas y el Séptimo de Caballería, de la que incluso se llegaría a editar un volumen monográfico en 1978.

Tha, pese a su juventud, llevaba trabajando en el medio desde principios de la década, en concreto había colaborado en Patufet, en la segunda época de Mata ratos, e incluso como entintador de algunas de las grandes firmas de Bruguera (Martz-Schmidt, Escobar, Segura, etcétera), tarea sobre la que confesaba que «con algunos lo pasé muy mal, porque su estilo era muy distinto al mío, que era más artístico, más francés si se quiere». En TBO, en cambio, ya gozó de mayor libertad, «aunque era una publicación muy tradicional, al menos me dejaron hacer»[1], sirviéndole además como plataforma de aprendizaje y de experimentación en busca de un estilo propio, que le alejaría progresivamente de la fuerte influencia de André Franquin.

Un recorrido inverso al de Tha fue el que trazó Esegé, alias de Segundo García González. Sus primeros trabajos profesionales fueron en TBO 2000, aunque su carrera se desarrollaría después en las revistas de la competencia. Algo similar a lo que sucedería con el cuarto en discordia, Paco Mir, futuro fundador e integrante del grupo teatral Tricicle, cuyo aterrizaje allí vino a ser una especie de casualidad. Según explicó años después, en una entrevista a Sebastià Roig, «entré de rebote, porque mi padrastro era el médico del director del TBO, el señor Viñas. En aquella época yo dibujaba humor negro, y mi padrastro me dijo que conocía al director. Así pues, entré de muy mala gana, porque casi me obligaron a enseñarle los dibujos (…) De todos los que le presenté, le gustó uno: era una máquina de tabaco, de estas de bar, donde había un tío dentro, que era quien devolvía el tabaco y el cambio. Entonces, Viñas me dijo: cosas como estas a lo mejor» (1992: 7).

Este cuarteto de veinteañeros, aunque alguno de ellos ni siquiera llegaba a eso, estaba llamado a ser, sin sospecharlo, la última esperanza de modernización del semanario. Compartían, amén de su bisoñez, influencias evidentes (los hermanos Marx, Charlot, Woody Allen o los Monty Python son los nombres a los que siempre se alude y son los que ellos reconocen como tales) y un sentido del humor tremendamente imaginativo y surrealista. Sus colaboraciones, cada vez más presentes, no se basaban en la cotidianidad ni en los malentendidos, como venía siendo la norma de la casa durante décadas, sino en lo ilógico, en los juegos de palabras, en la ocurrencia y en el disparate.

          
TBO, 2.318.     TBO, 2.333     TBO, 2.354.

Era cuestión de tiempo, pues, que empezaran a trabajar conjuntamente, pero no de manera puntual sino con regularidad, y así fue. En el número 2.259, correspondiente al 16 de diciembre de 1977, se presentaba en el índice de portada una nueva sección: Habichuela, la página loca de TBO. En la plancha 11, justo después de la tradicional “De todo un poco” —que también había sido remozada y cuyas ilustraciones habían sido adjudicadas al propio Sirvent— y antes de los pasatiempos, aparecía un revoltijo de cartuchos de texto, bocadillos, dibujos y tiras, sin relación alguna entre ellas. Por allí transitaban personajes que pretendían llevarse el título de la página, otro que se quedaba atrapado debajo de la misma, o un tercero que, ante el desdén de la audiencia y la ausencia de palabras, decidía escribirse él mismo las onomatopeyas. Pese a que los cuatro firmaban la autoría, todavía se podía reconocer el trabajo de cada uno (sobre todo de Sirvent y de Mir), así como la fuerte impronta brugueriana sobre sus respectivos estilos, por paradójico que pueda sonar. Como colofón, convocaban también un concurso, invitando a los lectores a enviar sus ilustraciones y ocurrencias, entre las que sortearían, lógicamente, una habichuela. Tha y Mir recordarían que ellos mismos se encargaron de entregarle el premio en persona al primer ganador.

Muy pronto, a partir de la entrega 2.261, se les unirá T. P. Bigart, seudónimo de Joan Josep Tharrats, hermano menor de Tha, que les ayudará con los guiones, potenciando aquella divertida excentricidad y respetando una única regla: que no había reglas que respetar. Como muestra evidente de ese caótico planteamiento transformarán la denominación de su página caprichosamente y a su antojo, ahora que si “Avixuela”, después —en el número 2.268— que si “La habichuela”, más adelante suprimiendo el artículo otra vez, o eliminando el nombre del encabezamiento para incluirlo directamente en los bocadillos de diálogo. Dedicarán un espacio a la información del tiempo —no exactamente al meteorológico—, a frases lapidarias de célebres escritores o un rincón, literal, al humor negro. Harán alusiones a otros personajes de la revista, chistes metalingüísticos acerca de la amplitud o los márgenes de las viñetas, referencias directas a los lectores y otras alusiones igualmente innovadoras dentro del carácter conservador de dicho tebeo.

IV. La última oportunidad

Aun así, y reconociendo su indudable originalidad, tampoco resultaría descabellado encontrar un extraño precedente de Habichuela, o una inspiración lejana, en aquellas antiguas páginas sin nombre del TBO clásico que incluían, sin ton ni son ni relación aparente, contribuciones de diferentes colaboradores, que aprovechaban todos los rincones —dada la escasez y el precio del papel— con formatos diversos y extensiones variables. Cambiaba, claro, el tipo de humor, del inocente al absurdo, como cambiaría el receptor potencial. De hecho, Habichuela vive mucho más de la actualidad, del presente, sin buscar la atemporalidad de aquellas viejas viñetas. Las referencias, textuales y visuales, al ecologismo, a la polución, a los personajes populares del momento (Félix Rodríguez de la Fuente) o a las películas recién estrenadas —o reestrenadas— (Annie Hall, El Padrino II o West Side Story), son suficientemente elocuentes en este sentido, al tiempo que refuerzan esa búsqueda de cierta afinidad con el lector. Y no solo porque le invitaran a participar con sus contribuciones, sino porque confían en su inteligencia, en su capacidad para entender los chistes, los significados, para reconocerse en las expresiones.

El resto del TBO, sin embargo, seguía a lo suyo. Ni los últimos dibujantes en entrar (Lluis Bussé, Ruiz o Jordi Clapers) ni la ligera actualización de la realidad social de sus personajes anónimos (se ven más melenudos, más pobres y más turistas) suponen aportaciones de consideración. Los sketchs suenan ya reiterativos, y los chistes, repetidos. Pero, por encima de todo, aquello que dará un tono más anticuado a dicho tebeo será el Correo del lector. Tanto el sentido de las preguntas, sin ninguna relación, en general, con lo que ofrecía la propia revista, como el tono paternalista de las respuestas dibujan una audiencia tradicional, acostumbrada a leer y a disfrutar de los mismos contenidos durante mucho tiempo. Así, progresivamente, llegará un momento en el que coexistirán dos destinatarios diferentes y dos niveles de lectura.

En este sentido sería interesante tratar de dilucidar las razones que motivaron el inserto, y mantenimiento, de esa nueva sección, tan diferente al resto del contenido que se seguía presentando. En una conversación mantenida en junio de 2011 con Tebeosfera, Albert Viñas, a la postre el responsable último en aquellas fechas, reconocía lo siguiente:

Bueno sí, ellos [Mir, Tha, Sirvent, Esegé y Bigart] querían tener su estilo propio, el “estilo habichuelo” que le acabamos llamando. Yo me dejé llevar pensando que, si acaso, estos chicos podían tener la llave del éxito. Pero nada, no se vendió. Porque claro, TBO con Habichuelo no casaban. Ellos pensaban que había muchos que ya pensaban de aquella manera como para llenar las arcas con un editor de aquel estilo. Que ellos tenían que dorarme la píldora diciéndome que aquello sería lo que se vendería, que tenemos que probarlo. Y yo, para que no me llamasen carca, dije, a ver, probémoslo, pero no pasó de aquí (Barrero, De Gregorio y Viña, 2011).

Pero esa condescendencia desaparece si nos fijamos en las palabras de Mir al respecto:

Pero coincidió que todos teníamos ganas de hacer cosas, y la historia surgió espontáneamente. En el TBO había una sección, Mosaicos, compuesta por un chiste, una tira de dos viñetas, una tira de tres… Una cosa espantosa, para entendernos, donde, en la misma página, había ocho ideas diferentes de ocho dibujantes diferentes. Propusimos cambiarlo, y como Viñas estaba tan desesperado y el TBO tocaba fondo, nos dijeron que sí, y el resultado del cambio se tradujo en La Habichuela (Roig, ídem).

Original de Pelai


Sea como fuere, la “página loca” debía tener, sin duda, sus seguidores, de otro modo no se explicaría que sus responsables ganaran peso en la revista, ni tampoco que la sección, en ocasiones, duplicara su extensión. De manera consecutiva, entre las entregas 2.271 y 2.274, y posteriormente en algunas más, se incluyeron páginas dobles, explotando, por supuesto, cada centímetro cuadrado. Esas planchas venían firmadas también por un nuevo cómplice, Pelai Ribas Juncosa. Pelai, nacido como el resto a finales de los cincuenta, llevaba un tiempo como colaborador de la revista, escribiendo algunos guiones para Blanco y Moreno entre otros, y reforzó temporalmente la plantilla de La habichuela. Con posterioridad tomaría el relevo precisamente de Sirvent en la ya nombrada De todo un poco, ilustrando textos utilizados ya con anterioridad, firmando entonces como Urbis, en homenaje a Urda, el histórico dibujante de aquella página.

Pero, como decíamos, hacia la segunda mitad del año 1978 las firmas de los componentes del colectivo aparecían ya con más asiduidad fuera de su espacio primigenio, sin que eso fuera en detrimento de los veteranos. Paco Mir consiguió que todos aquellos insectos que solía dibujar adquirieran mayor presencia con La araña, sus amigos y los otros y demás anécdotas de animales racionales y de sombreros parlantes; Bigart escribió guiones para Sirvent (Piscis) y para Esegé (Gustavo, el chico de la calle 19), y Tha, uno de los ilustradores más dotados, diseñó numerosas portadas de los números extraordinarios y los almanaques, compatibilizándolas con algunas tiras sin título protagonizadas por parejas de adolescentes. Pero el colofón a esa proliferación llegaría con la publicación de cuatro especiales (desde el número 11 al 14) titulados El Habichuelo. En el primero de ellos todavía se incluyeron trabajos de los artistas habituales del TBO de entonces, caso de Blanco, Pañella, Sabatés o Bech, pero los siguientes ya estuvieron monopolizados, como bien explica Mir, por los jóvenes “habichuelos”.

No se sabe cómo —la desesperación por la bajada de las ventas, alguna crítica positiva por la aparición de nuestra página El Habichuelo (sic) o la combinación de ambos acontecimientos— pero acabamos acaparando todas las páginas del especial que salía cada mes, lo que nos obligaba, cada mes, a pasarnos noches en vela en la redacción rematando las páginas que tenían que entregarse sin falta al día siguiente. Nunca tan pocos explotaron tanto su creatividad en tan poco espacio (Segura, 2014: 6).

Esa dinámica se reforzó a partir de febrero de 1979, cuando en el número 2318 se publica, tras un año y dos meses de vida, la última página de Habichuela, para ser sustituida en el 2.320 por una nueva versión remozada y ampliada, el suplemento 2mil. Se trata básicamente de englobar todas las colaboraciones de los miembros del grupo en tres planchas consecutivas, utilizando la primera como una especie de portada —un dibujo a gran tamaño que presenta la idea principal alrededor de la cual girarán los chistes— y la última con una breve historieta. El espíritu se mantiene, siguen con las fotografías retocadas y sacadas de contexto, con las tergiversaciones y las conversaciones desatinadas, aunque en cierta manera se pierde espontaneidad al intentar controlar el desorden reinante hasta entonces. El peso del dibujo lo lleva ahora el mayor de los hermanos Tharrats, mientras que Esegé parece haber desaparecido del mapa. Refuerzan también las referencias cinematográficas, antes más disimuladas y ahora mucho más directas (a la saga Tiburón, de la que recientemente se había exhibido en cines la segunda parte; a los filmes de catástrofes, o a las superproducciones de ciencia ficción y de aventuras superheroicas).

El ritmo de aparición es bastante más irregular que el de su predecesora. Tras dos números consecutivos, no vuelve a salir hasta transcurrido casi un mes; después, de nuevo, quince días de espera, y de ahí al siguiente hasta seis semanas. Esa anormalidad, que se podía ver como algo natural, dado el tratamiento que tradicionalmente se le había dispensado a las series dentro de TBO, analizada hoy, tal vez fuera una pista que previera el desenlace final. El 2.338 es, efectivamente, el último en el que se incluye el anexo en cuestión. Solo seis entregas, apenas cuatro meses de recorrido. Sí que habrá una especie de amago para recuperar ese aire fresco, con unas páginas dobles, incluidas en los números 2.350 y 2.353, etiquetadas con ingeniosas variantes de marcas comerciales (“La Sanussi y la Niu-Pol” y “La Pessi y la Coa-Cola”, respectivamente), que no lograrán consolidarse. En ese caso repitieron Mir, Sirvent y Bigart, que contaron puntualmente con Ruiz y Unesbós (“un esbozo”, en catalán), seudónimo, según parece, de Rafael Vaquer.

A partir de ahí, el histórico semanario agoniza sin pena ni gloria a lo largo de una veintena larga de fascículos. Son ejemplares que no aportan ya nada al imaginario de la revista, que insisten en fórmulas arcaicas y en contenidos con un público cada vez más menguante. Participan las mismas firmas que lo venían haciendo desde el principio de los setenta, incluidos Mir, Sirvent y Bigart, el único del grupo que gana presencia con Resumen de agencias. El paso siguiente será, pues, totalmente coherente. Si no existe interés ni fuerza para reformularlo todo, lo más razonable es echar mano de su pasado glorioso reciclándolo. Partiendo de esa premisa, el ejemplar 2.365, correspondiente al 4 de enero de 1980, formado casi por completo por antiguas historietas, cambia, otra vez de denominación a El TBO y se distribuirá conjuntamente con algunos periódicos.

       
TBO Extra con historias del Fort-Baby y otros éxitos de Tha.     Especial TBO nº 11, con El habichuelo.     Especial TBO nº 12, con El habichuelo.


V. Concluyendo

TBO, pese al maquillaje de su cabecera, pese a la redistribución de sus contenidos o pese a otras cuestiones más anecdóticas que definitivas, no consiguió llevar a cabo una auténtica renovación, cuando el mercado lo reclamaba a gritos. La inclusión de los personajes de Tillieux y Peyo y la aparición de la página semanal Habichuela, que se explica mejor insertándola en el contexto en el que está inmerso el mercado español de historietas, del que la propia revista se mantenía al margen, son las únicas iniciativas destacables de cara a intentar adaptarse a las nuevas circunstancias. Lamentablemente se quedarán en un vano intento de rejuvenecimiento sin objetivo concreto ni convencimiento, y que no consiguió cambiar la continua tendencia a la baja de las ventas.

Así y todo, “la página loca” tendría sus consecuencias positivas. Una sería la reivindicación de los derechos de los autores sobre sus creaciones y demás cuestiones laborales. Aquellos jóvenes estaban convencidos, desde su aterrizaje en el semanario dirigido por Viña, de la obsolescencia de las antiguas normas, tenían claro en quién recaía la propiedad de sus ideas y dibujos[2]. Y además serviría como plataforma de formación de un grupo de humoristas gráficos que madurarían posteriormente en revistas para adultos más combativas (Butifarra!, Cul de sac). Con la excepción de Esegé, que pasaría pronto a Bruguera, donde se haría cargo de la continuación para el mercado español de la serie franco-belga Résidus, tyran de Rome, creada originalmente para Le journal de Tintin por Pierre Guilmard y Blareau, el resto crearía el colectivo Quatricomia-4. Bajo ese nombre lograrían cierta popularidad con El miércoles, mercado para la revista El jueves. Donde Tha y Bigart también se harían cargo de otra sección, ¡Qué gente!, mostrando en ambos casos las mismas virtudes que en sus obras primerizas. Esa trayectoria posterior demostraba, en cierto modo, lo alejadas que estaban sus inquietudes de lo que representaba TBO.

 

BIBLIOGRAFÍA

BARRERO, M., DE GREGORIO, C., y VIÑA, A. (2011): "El último director de TBO. Entrevista a Albert Viña", en Tebeosfera, 2ª: 8. Disponible en línea el 13/II/2017 en: https://goo.gl/BPJJul  

CONDE MARTÍN, L. (2002): Historia del humor gráfico en España. Lleida, Milenio.

ROIG, S. (1992): “Un Tricicle apassionat per les històries d’aranyes”, en Diari de Girona, 12 de abril de 1992.

SEGURA, R. (2014): Ediciones TBO, ¿dígame?: Memorias secretas de una secretaria. Barcelona, Diminuta.

TUBAU, I. (1987): El humor gráfico en la prensa del franquismo. Barcelona, Mitre.



[1] Ambas son declaraciones extraídas de una entrevista concedida a Diari de Terrassa, 8 de mayo de 2004, pág. 31.

[2] Juan José Cortés Pascual reproducirá en su tesis doctoral (Historia y análisis de la revista TBO hasta la conmemoración de su 75 aniversario) algunos de los recibos que los antiguos colaboradores debían firmar para cobrar la cantidad estipulada a cambio de entregar sus historietas y donde se especificaba lo siguiente: «En esta cantidad son incluidos toda clase de derechos de propiedad artística o literaria, quedando por consiguiente dichos trabajos de exclusiva propiedad de la referida sociedad».

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Creación de la ficha (2017): Óscar Gual. Revisión de Alejandro Capelo y Manuel Barrero · Datos e imágenes obtenidos de diversas fuentes
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
ÓSCAR GUAL (2017): "Los últimos años de TBO: Entre la renovación y la nostalgia", en Tebeosfera, tercera época, 2 (11-III-2017). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 21/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/los_ultimos_anos_de_tbo_entre_la_renovacion_y_la_nostalgia.html