MUJERES PARA LA RISA
REPRESENTACIÓN FEMENINA EN CARICATURAS DEL SIGLO XIX
En el siglo XIX los asuntos públicos eran un asunto masculino; y el equipo de trabajo de los periódicos de caricaturas —sus redactores, dibujantes y protagonistas— eran hombres. La prensa —jocosa y seria— refleja esa relación de poder y la discriminación de género asociada a esa desigualdad. Por ello valga llamar la atención sobre la “aparición” —lentísima, pero creciente— de la mujer en el humor gráfico de Chile, antes de la modernidad y de las conquistas democráticas y de género, que en el siglo XXI son más evidentes, aunque las reivindicaciones en este campo por más equidad, justicia y visibilidad siguen estando vigentes.
En 1858, el Correo Literario funda en Chile la caricatura de prensa. Por ende, sus dibujantes Antonio Smith y Benito Basterrica inician a su vez la caricatura profesional. Asumían la responsabilidad de llegar a nuevos “lectores”, en una década en la que el analfabetismo superaba el 70% de la población local. No era imaginable que hubiera mujeres en el equipo editor ni como objetos de sátira. La sola decisión de publicar caricaturas ya era temeraria en esa sociedad conservadora bajo el régimen autoritario de Manuel Montt. El periódico publica una suerte de manifiesto sobre la caricatura en el que sitúa la introducción del dibujo humorístico como un signo más de progreso; con influencia europea, explicita su función social, establece el privilegio que implica ser caricaturizado y reivindica al caricaturista como un crítico y artista digno de reconocimiento social. Además, establece ciertas reglas éticas y "tranquiliza" a los caballeros que veían con espanto que también podrían ser caricaturizadas las mujeres. Así lo declara su último párrafo:
La caricatura, pues, no es un arma que pueda desacreditar a nadie i sí que puede correjir, i aunque los necios se muestren susceptibles i murmuren, no nos ocuparemos de ellos ni de lo que digan. Han llevado la temeridad hasta correr que luego saldrían caricaturas de mujeres, lo que es una suposición gratuita, pues nada ha dado origen a que tal se crea, cuadros de costumbres, escenas políticas, ideas, ocuparán al artista, pero jamás descenderá a un terreno que debe estar vedado para todos. Más tarde se nos hará universal justicia [1] .
A pesar de reconocer en su manifiesto que las caricaturas de mujeres estarían en “un terreno que debe estar vedado para todos” y que era una “suposición gratuita” atribuirle al Correo la intención de incursionar en esos territorios, el periódico no dejó de incorporar la representación femenina en su páginas. Reverente, la imagen de la mujer tuvo un uso alegórico representando principalmente la “República” (así como más adelante será utilizada para representar la Libertad, la Justicia, la Democracia, la Asamblea Constituyente, la Opinión Pública). Sufriente, enojada o pícara, es la heroína en las caricaturas; femenina, pero no erotizada. Una imagen de las más interesantes es la representación de esta “República” como una guitarrera, similar a la pieza de greda que simboliza el folklore chileno, pero tocada —en su politización— con un gorro frigio como Marianne, la mujer símbolo de la Revolución Francesa: una republicana chilena.
En el inicio no hay caricaturas de personajes femeninos. En la época, los roles públicos caricaturizables los desempeñaban hombres. Los roles de la mujer estaban relegados al ámbito privado, y prácticamente no había mujeres cuyo liderazgo e influencia —que se ejercía desde el seno familiar— se reflejara en la prensa; menos en la sátira política y literaria que ocupa al Correo de 1858. Chile no tenía reina, ni actrices famosas, ni celebridades femeninas que fueran las modelos tanto de retratos como de los dibujos humorísticos. Entonces en Chile las mujeres tampoco tenían derecho a voto.
Sin embargo, el estereotipo de la mujer —de cierto rango social— que sale de compras y que vive preocupada por la moda, ofrece una mirada burlesca que da pie a la primera representación humorística —en su caracterización de género— de la mujer en nuestro humor gráfico. Es una secuencia que ilustra, en tres cuadros, el “proceso” a través del cual las mujeres se vestían y se transformaban con sus aparatosos polizones. Este primer atisbo de tira cómica sin palabras —que pudo llamarse “la moda no incomoda”— está concebido con la secuencia antes, mientras, después; sin embargo, durante la impresión, esta estructura resultó fallida, ya que accidentalmente las viñetas se publicaron en el orden después, mientras, antes. La razón de este "primer error profesional" se desprende de las palabras de Arturo Blanco, biógrafo de Antonio Smith, cuando describe el oficio del caricaturista: «Dibuja con lápiz de grasa sobre piedra litográfica, técnica que no permite borrar. Debido al estado rudimentario de la imprenta en Chile, tenía que hacer el dibujo al revés para que en la impresión quedara al derecho» (Blanco, 1954: 4).
Han pasado ya ciento sesenta años desde ese manifiesto y desde la publicación fallida de esa primera secuencia protagonizada por un personaje femenino. A poco andar, a medida que las noticias de una reina o la visita de una artista extranjera imponían su fama, el “terreno vedado” para la caricatura fue transgredido por los dibujantes y sus periódicos. Estas mujeres públicas —en la connotación política de la expresión— adquieren una visibilidad y ostentan su presencia en la prensa porque están en una posición de poder; por ello “merecen” ser caricaturizadas, y el rol que se representa —precisamente por esa prominencia atípica— no es doméstico ni privado. No es femenino, sino masculino.
Reina de caricatura
La oportunidad para un buen ejemplo surge en el contexto del Gobierno que sucedió a Montt [2] , presidido por José Joaquín Pérez Mascayano. En su segunda época [3] , El Correo Literario transgrede con repercusión internacional la convención sobre la pertinencia de caricaturizar mujeres. En efecto, en el marco de la denuncia satírica contra la invasión de México —por la alianza de Francia, Reino Unido y España— se publica por primera vez en Chile la caricatura de una mujer política: la reina Isabel II de España [4] . En este contexto, la reina católica es caricaturizada con patas de águila.
La imagen no es propiamente una caricatura, en el sentido de que exista necesariamente un símil, un parecido, entre el dibujo y la modelo. A esa figura significante —la representación en este caso de una reina/reino en guerra— se le agregan contenidos que surgen no solo de lo que se podrían llamar antecedentes fidedignos (más institucionales que personales), sino también de lo que se dice del personaje, lo que se cree de él, lo que se desea atribuirle, etc. Así, el rostro es muy curioso, ya que lo que a simple vista podrían ser arrugas de vieja, en el detalle son dibujos dentro del dibujo: figuras que simbolizan la Iglesia católica —el Vaticano— en la frente. Al pie del cañón, la reina dispara desde Europa elementos “civilizatorios”: un candado para el periodismo, otro para la “libertad de la palabra”, un hacha contra el pueblo, un sable simboliza “la razón imperial”, y otros elementos de progreso están convertidos en fusiles y cañones. En la escena la reina sostiene un largo hisopo para limpiar el cañón. A su lado, con un telescopio, observa el espectáculo un diablo cojuelo, figura traviesa significativa para los españoles. En el mapa, al otro lado del mar, están México y las islas de Chincha. «Sus majestades se empeñan en mandar a la América el secreto de la civilización europea», dice el irónico pie de imagen.
Así, esta respuesta americanista ante la situación de México se extenderá a propósito de otros conflictos, en uno de los cuales el Gobierno chileno se involucrará directamente. También, por supuesto, la prensa satírica. Del montt-varismo, el presidente Pérez heredó una difícil posición internacional... que no pudo mejorar: en pleno auge americanista se vio envuelto en una singular guerra con España, que marcó la historia de la sátira en Chile. La presencia hispana en la costa del Pacífico, y especialmente la invasión de las islas Chinchas en 1864, produjo una gran efervescencia en la opinión pública. Desde ese año, la protesta más virulenta la encabezó un periódico de Valparaíso, que se vendía en la cigarrería de los bomberos: El San Martín, periódico popular, órgano de los intereses americanos . Símbolo de la invasión imperial fue la reina Isabel II.
Esta vez la imagen de la mujer deja de ser alegórica, endiosando al personaje, y adquiere una connotación desvalorizadora de quien encarnara y ostentara el poder monárquico: «la sagrada persona de Su Majestad». Como vimos, la reina de España ya había dado pábulo para que El Correo Literario publicara las primeras caricaturas que se hacían en Chile sobre una mujer pública; y la misma representación —probablemente del mismo dibujante— se convierte en personaje reconocible en El Charivari, El Corsario y el Almanaque Divertido Ilustrado y otros: es decir, la reina, convertida en personaje, se repite representada con patas de águila y con su cara arrugada que tiene dibujos dentro del dibujo, entre ellos la mitra papal. En el Almanaque Divertido Ilustrado, que editaba Jacinto Núñez, se la representa ofreciendo una de sus garras rapaces para que la bese un coronel desvestido; esta vez la reina lleva un manto adornado por calaveras. Al torpedeo gráfico a la reina se une El Corsario, periódico popular, que publicaba dibujos satíricos en primera plana y sacó chispas con una caricatura en la que se representaba a la soberana como una monja —Sor Patrocinio— cuyo asiento tipo retrete está apoyado por «las columnas del trono»: un cura, el padre Cirilo; un militar, Don Leopoldo, y por el Pueblo, una mujer que estima que ese trono «está podrido» porque «se afloja».
El representante de España, don Salvador de Tavira, protestó reiterada y oficialmente por el escarnio permanente que cometía El San Martín. En una de las notas dirigidas al ministro del Interior y Relaciones Exteriores Alvaro Covarrubias, le decía:
En 28 números que van publicados, se han acumulado contra la sagrada persona de S. M. y su augusto esposo injurias tan gratuitas, tan infames y tan criminales que no solo la España estará dispuesta a derramar hasta su última gota de sangre para vengar tan atroces agravios, sino que a su lado tendrá a todos los hombres del mundo civilizado que defendiendo la honra de una señora, villanamente ultrajada, defenderán las de sus madres, esposas e hijas. (Donoso, 1950: 58).
Un semestre más tarde, el 13 de mayo de 1865, Tavira resume en once cargos los agravios que el Gobierno español no podía permitir. Uno de ellos reprochaba al Gobierno chileno el «no haber tomado medidas contra el periódico El San Martín, el más inmoral que hasta ahora haya salido de la prensa más abyecta, por las indignas calumnias que propaló contra S. M. la reina, a pesar de las notas del representante de España de 21 y 27 de septiembre, 6 de octubre y 7 y 15 de diciembre de 1864» (Encina, 1983: 200).
Los dibujos escandalosos —en algunos de los cuales podemos ver a Don Joaco bailando con Isabel II— se publicaban mientras a nivel diplomático se hacían esfuerzos para impedir el bombardeo de Valparaíso. Ante el ataque inminente, el presidente realizó una proclama con una alusión directa a Casto Méndez: «El almirante que nos ha pedido el desagravio de las imaginarias ofensas hechas al pabellón español lo toma ahora en sus manos para revolcarlo en el polvo y mancharlo con la sangre de niños y viejos inermes» [5] (Palacios, 2016, 49-50). Las ofensas no eran tan imaginarias y ni el bloqueo, ni la amenaza de incendiar el puerto, ni las gestiones diplomáticas pudieron callar al redactor de El San Martín . La escuadra española lo tendría presente y en la mira.
En efecto, el 30 de mayo de 1866 los cañones hicieron puntería y se produjo el recordado bombardeo. Además del cuartel de Artillería, calle de la Planchada, la bolsa comercial, la estación de ferrocarril y el barrio El Almendral, los tiros también se dirigieron a la imprenta. Según el bibliógrafo Ramón Briseño: «Era tan grande la indignación de los españoles por las procacidades e injurias del periódico, que tuvieron buen cuidado de destruir con sus cañones la casa en que se hallaba la imprenta que lo imprimía» (Donoso, 1950: 58). El honor de «la casta Isabel» —así la llamaba el periódico— había sido lavado con pólvora. La sátira política perdía una imprenta y recibía un escarmiento demasiado real.
La Penca
Un periódico partidario de J. J. Pérez y la libertad de prensa fue La Penca, de corta vida:
El despotismo Montt-Varista impidió el rápido desenvolvimiento de la prensa que con tanto placer hemos visto operarse en estos últimos tiempos. La mano de hierro del decenio caía al momento sobre toda hoja que no viniese a quemar incienso a las carnicerías, destierros, privilegios, escandalosos monopolios que tan célebres han hecho aquellos inmortales diez años. […] Recorred día por día las hojas incendiarias que lanza la oposición y decid después si algún Gobierno chileno ha tolerado tanto” (La Penca, n°3, 27 de marzo de 1868).
La Penca surge para responder a los pasquines de la oposición, con un personaje que, con una penca —azote o chicote con que se castigaba a los delincuentes y las bestias—, castiga a sus enemigos. El personaje característico, que llevaba el mismo nombre de la publicación, es una figura femenina; probablemente la primera de su especie en el humor gráfico chileno. No correspondía a la caricatura de una persona real (como hemos visto en el caso de Isabel II de España), es propiamente un personaje editorial que no tiene desarrollo. También es representación del poder, en este caso de la prensa. "La Penca" personifica el castigo en la representación de una mujer de aspecto popular, más campesina que citadina, con un gorro cónico —brujeril— con blondas que recuerdan los tiempos de la Inquisición; lógicamente, siempre iba armada de una penca. Esta facha no contradice la expresión popular según la cual una "mujer penca" —valga el chilenismo sexista— es una mujer que carece de toda gracia. Estaba lejos de parecerse a aquellas alegorías de la Libertad o la República que publicaban los periódicos, a las imágenes de santidad o dulzura femenina, o a los personajes sexy que más tarde representarán ciertos estereotipos de “lo femenino” en las tiras cómicas. La penca, nombre de un tallo comestible, también —como dijimos— es un tipo de azote, y era este el sentido del nombre del periódico. En el habla popular de Chile, entre otras acepciones, penca sugiere también mala calidad, y al parecer esa connotación resultó más fuerte: con una docena de números (en apenas tres meses, del 13 de marzo al 12 de junio de 1868) el periódico no dejó admiradores. Pero sí al primer personaje femenino del humor gráfico chileno.
Si la Penca, como dibujo, es pionera, probablemente Las cosas de doña Espedita sea la primera historieta chilena con un personaje femenino como protagonista. Contemporánea de Von Pilsener y de Don Lucas Gómez, la serie de Doña Espedita se hermana con estos personajes pioneros —ambos desarraigados— y promete un desarrollo propiamente de historieta al incorporar globos de diálogo. Nació junto con la revista Corre Vuela, en enero de 1908. Su dibujante principal fue Tila, aunque también la historieta fue firmada por Hip. Doña Espedita es una mujer citadina, de situación acomodada, que al sentir que debe ser atendida siempre demora a las otras personas, que pueden perder el tren o el día entero al acceder a su conversación o a sus peticiones. Sus “víctimas” generalmente son varones que cumplen con su “deber de caballero” ante la dama que recurre a ellos. Detenerse ante doña Espedita podía significar reparar estufas, limpiar una casa, meterse en líos. En una cuerda de humor costumbrista, blanco, la mujer es representada como inútil, preocupada de cosas superfluas y motivo de conflictos. Por otro lado, en la historieta también hay una caracterización de género de los personajes masculinos.
Mujeres de mundo
Entre las mujeres que fueron notables en su época y que ocuparon, fugazmente, algunas páginas en esta prensa, hay otra reina de España. En esta ocasión se trata de María Cristina de Habsburgo o María Cristina de Austria. En el dibujo, el presidente Domingo Santa María y la soberana española se alejan del poder, tomando caminos diferentes: ella hacia Austria, cargada de dinero, con la corona en el aire; él, por «a la vida privada»… por la «calle del olvido». Bajo la caricatura: «¡Aparece en el horizonte el sol de la democracia… cielos, huyamos!».
A diferencia de las caricaturas contra Isabel II que hemos comentado, en el caso de María Cristina el periódico opta por el dibujo más cerca del retrato realista, sin desvalorizar la imagen física de la reina. La caricatura fue publicada en el periódico España y Chile el 21 de mayo de 1886. El impreso, fundado por los españoles Luis Moncayo y Telmo Arenas, estaba hecho en Santiago: «El cromo que hoy presentamos a nuestros lectores no necesita explicación», declaraban los editores. A pesar de ello, el periódico binacional igualmente entró en explicaciones que, afortunadamente, iluminan la caricatura:
Representa a la soberana actual de España y al actual soberano de Chile, que cabalgando en dos fogosos jumentos, huyen despavoridos, a la vista del esplendente sol de la democracia. […] Afortunadamente no han de tardar los dos rucios en quedar libres del peso porque es seguro que darán muy pronto con la carga en tierra obligando a sus jinetes a seguir el viaje a pié; la primera por el camino de Austria, y el segundo por la calle del Olvido. Dos detalles: Domingo VII ostenta en su pecho una gran condecoración de esas que a un presidente de la República le cuadra tan perfectamente como a un santo un par de pistolas. A la austriaca, con la velocidad de la carrera, se le ha caído la corona, que afortunadamente no podrá ya recoger, porque es tanto el calor de los rayos del sol de la democracia, que funden y volatilizan rápidamente los metales con que se coronan las regias testas privilegiadas de la rancia monarquía ( España y Chile, 1886).
La caricatura de la reina lleva una firma ilegible. Lamentablemente, este fue el único dibujo humorístico que España y Chile publicó en su mes de vida, a pesar de que los entusiastas republicanos tenían buenos planes para el autor de los dibujos. Prueba de ello es la publicidad que hicieron en ese mismo ejemplar:
Como ven nuestros lectores por el grabado que presentamos en este número, tenemos un dibujante y una litografía que pueden proporcionarnos sendas caricaturas cada vez que un acontecimiento extraordinario lo requiera. ¡Ya verán el día, quizás no muy lejano, que se proclame la República de España! ¡Qué tremendo dibujo vamos a dar! Cualquiere que necesite encargar un trabajo litográfico, sea del género que quiera, no tiene más que dirigirnos a España y Chile, y se lo proporcionará tan vertiginosamente como pudiera hallarlo en el más acreditado establecimiento (ídem).
El periódico no llegó a los cuatro números.
Sara Bernhardt
Sarah Bernhardt. | |||
También reina, pero de la escena francesa, era la actriz Sara Bernhardt. Desde su llegada a Valparaíso el 6 de octubre de 1886, recibió tantos y tan ardorosos elogios de Miguel Luis Amunátegui, Diego Barros Arana y Rubén Darío, entre otros, que El Padre Cobos no resistió la tentación de caricaturizar a “la divina Sara”. Lo hace con hermosos colores, que constituían una novedad en este tipo de publicaciones. Así, en el tercer número de su V Época podemos ver a «Sara Bernhardt amazona» ( Padre Cobos, 1886), que luce un tremendo sombrero, de pluma gigante; subrayando su condición de "mujer de mundo", la diva lleva en la boca un gran cigarro; además, su mano enguantada esgrime un florete de mosquetero. Para la época, tanto el cigarro como el arma —además de su independencia de “amazona”— masculinizan su imagen. El caballo está rodeado de una jauría de perros en leva; en cuclillas, bajo la sombra de un árbol, el Padre Cobos la admira embelesado; mirada masculina sexualmente dirigida, contemplativa, sobre el cuerpo femenino. En tanto, su monaguillo —El Negro— ofrece a la actriz un pájaro o un pato en bandeja [6] .
En el texto, el Padre Cobos no solo critica sus actuaciones teatrales, sino también sus «huesos» y su precio. A los elementos de masculinización mencionados habría que agregar que las referencias a los perros en leva, al pato, al cuerpo (los huesos) y el dinero cobrado otorgan a la serie de caricaturas una connotación sexual desvalorizadora, que le resta al personaje los atributos de “dama” aparentemente más valorados en el sentido común público de aquella sociedad. La discriminación de género y rólica —es actriz, y no reina ni monja— también se hace evidente.
El 10 de noviembre, en una caricatura de despedida («¡Se fueeee!!»), a la artista se la ve remando un bote, llevándose en él 150.000 pesos chilenos. En tierra lloran su partida, entre otros, el guaina [Miguel Luis] Amunátegui y el palote [Diego] Barros Arana, que en otra caricatura se han batido a duelo por la artista. En el texto referido a «Un duelo de vida», el periódico le atribuye, aplicando una función ventrílocua, un discurso al dibujo que representa a la actriz: «Si quieren, viejas ojotas, / yo lección les puedo dar… / Oh! Soy muy ducha en tirar… / el florete… con pelotas!». El uso ambiguo de las palabras “tirar” (disparar/tener sexo) y “pelotas” favorece el doble sentido picaresco y la connotación sexual.
En la despedida también está el monaguillo del Padre Cobos, burlesco y grosero, con alusiones sexistas: «Adiós, Sara: toma un rábano / aliñado con ají: este es todo el cocaví / que te ofrece el Negro tábano». En tanto, el bote remolca un barco de papel tripulado por un perro que va aullando. En el dibujo, el barco de papel estaba hecho con el diario La Época, que había publicado en primera plana un gran retrato de la actriz, realizado por Luis Fernando Rojas. Si el dibujo de Rojas contrastaba con las caricaturas descritas, los versos de Rubén Darío —en ese mismo número— redimían los criticados huesos: para el poeta, el cuerpo de la Bernhardt era «algo como un arpa viva / que da el sonido temblando» ( El Padre Cobos n°3, V Época, 10 de noviembre de 1886).
A pesar de los gestos de admiración, la actriz se llevó un mal recuerdo. Detestó a Chile: «Pasamos por el estrecho de Magallanes y fuimos a Chile, pero allí son unos brutos, tan fríos, tan faltos de inteligencia, ¡tan antipáticos! Son atroces» [7] . El Mercurio de Valparaíso, contestándole, escribió: «Seremos muy brutos los chilenos, pero al menos sabemos tener alguna dignidad, y distinguimos también el mérito de la artista y el mérito de la mujer. No se trata lo mismo a una señora como la Ristori (la actriz Adelaida Ristori, favorita en el país en esos años) y a un “costal de vicios y huesos” como la Bernhardt».
Luisa Michel, la virgen roja
Fotografía de Louise Michel, tomada de Wikiwand. |
En el invierno de 1890 llega a Santiago otra mujer que conmovió a Francia: Luisa Mitchell, evocadora encarnación del estallido revolucionario de la Comuna de París de 1871. Luisa Michel había sobrevivido a las barricadas, el combate, la prisión y el destierro. Intelectual, poeta, agitadora y anarquista, era un personaje inevitablemente atractivo. En su larga gira internacionalista, la llamada “virgen roja” llegó a Chile, donde su anfitrión fue el presidente del Partido Conservador, don Manuel José Irarrázabal, quien había emprendido una apasionada lucha por implantar la comuna autónoma y la libertad electoral. Con él se la caricaturiza «bailando un can-can rabioso». Según el texto de Juan Rafael Allende que acompaña el dibujo, la francesa vino «a felicitar a su colega, y a darle el parabién… y algo más» (El Padre Cobos N°3, V Época, 10 de noviembre de 1886).
La pareja está rodeada por cinco hombres públicos que contemplan el baile. Ideológicamente, sin duda, se trataba de una pareja dispar que Don Cristóbal no dejó pasar inadvertida, convirtiendo al senador por Talca en «caporal del comunismo chileno». Los versos redactados por Allende incluían un diálogo en francés entre «el marqués» y «la comunista», donde no faltó un «Vive l'International!». Para ilustrar la visión que el periódico tenía de la dama francesa, basten las primeras y últimas líneas:
Luisa Mitchell está en Chile. / Sí, lector, en Chile está / esa feroz comunista / que hace a la Europa temblar… […] ¡Quién pensara que aquí en Chile, / Un pueblo de tanta paz, / Los buenos conservadores / Vinieran a predicar / La Comuna, i que su jefe, / Más cristiano que San Blas, / Con Luisa Mitchell bailara / El más rabioso can-can! ( Don Cristóbal, 1890).
En esta época, cuando se caricaturiza a la reina de España, a la reina de los escenarios y a la comunera francesa, en la política y el arte chilenos aún no surgía un personaje femenino “propio” caricaturizable por su importancia social. Solo había hombres públicos y dibujantes anónimos. Por otra parte, las extranjeras "famosas" caricaturizadas —al ser poderosas— contrastan con la “debilidad” que revelan los hombres ante ellas, convirtiéndose en el hazmerreír de los otros hombres representados por la mirada editorial.
Por otra parte, sin el halo de poder que otorga el título o la fama, en las escenas de sátira política alrededor de protagonistas masculinos, las llamadas "mujeres públicas" —en el sentido callejero del término— son personajes femeninos anónimos que aparecen en las remoliendas, bailando con los políticos. No obstante, en el período que nos ocupa las mujeres que aparecen —por ejemplo en El Padre Cobos— también son monjas y "beatas"; elementos absolutamente funcionales a la sátira anticlerical. Los dibujos sugerían amoríos con frailes y sacristanes dentro de los conventos... también podía aparecer alguna atractiva acompañante del obispo Larraín Gandarillas, archienemigo de los periódicos anticlericales. En todo caso, se impone una representación social de la mujer funcional o contemplativa de la acción masculina; caracterización de género y de clase que será más habitual en la prensa de caricaturas.
En la transición hacia un periodismo moderno, que deja atrás los periódicos de trinchera y pasquines, la figura de la mujer sigue en la representación alegórica de valores e instituciones; pero también el modernismo le asigna representaciones más glamorosas —“el bello sexo” se le llama— y esbozos de lo que más adelante derivará en el dibujo picaresco, como la caricatura del conservador Eulogio Altamirano, rezando hincado, aparentemente arrepentido, en tanto lo mira desde la cama una mujer desnuda. Los versos que denuncian la hipocresía utilizan dos arquetipos femeninos, la libertina inmoral (Mesalina) y la pecadora arrepentida (Magdalena): «En la política arena / gasta, con ciencia ladina, / lujurias de Mesalina / con aires de Magdalena» (Don Cristóbal, 1895).
En el romanticismo de la época, por otra parte, la Muerte —huesuda como una calaca— será una representación femenina que, junto al masculino y delicado Pierrot, aparecerá en publicaciones modernas como La revista cómica y la Lira Chilena. Hasta aquí, la representación de la mujer en el humor gráfico todavía no alcanza las características de sexualización más evidentes ni se la representa en el espacio doméstico, dominio del mundo privado; dos dimensiones que serán representadas en el dibujo humorístico picaresco y costumbrista.
Conclusiones
La representación caricaturesca de la mujer en la prensa decimonónica, así como los personajes femeninos realizados por hombres y la ausencia de mujeres dibujantes-autoras son temas diferentes que merecen tratamientos específicos. Hasta aquí, con esta mirada desde el primer periódico que publica caricaturas, algunos casos de caricaturizadas ilustres, hasta la publicación del primer personaje femenino de la historieta chilena. Es el inicio de una historia/historieta dibujada por hombres. En el siglo siguiente se desarrollarán otros personajes, en diversos géneros, desde una óptica masculina. En el siglo XX prácticamente no habrá autoras de historietas [8] y humor gráfico; se destacarán, sin embargo, grandes ilustradoras de contenidos para niños y niñas [9] . No obstante, según los cambios en la cultura y las relaciones de poder, es evidente que la caricatura siempre será comparable con su modelo, con su referencia humana en contexto. En buena hora, aquello ha estado cambiando, y en ese proceso también la caracterización de los géneros en el humor gráfico y la historieta.
Bibliografía
MARINA ALVARADO CORNEJO, M. (2015): Revistas culturales chilenas del siglo XIX (1842-1894): Historia de un proceso discontinuo . Santiago, Ediciones Universidad Católica Silva Henríquez.
BLANCO, A. (1954): Antonio Smith, Pintor de Paisajes y Caricaturista Chileno, Santiago, Instituto de Extensión de las Artes Plásticas, Universidad de Chile.
BOYER, IRMA (1946): Luisa Michel. La virgen roja, Buenos Aires, Editorial Futuro.
DONOSO, R. (1950): La sátira política en Chile, Santiago, Imprenta Universitaria.
ENCINA, F. A, Historia de Chile, Santiago, Sociedad Editora Revista Ercilla Ltda., Santiago de Chile, 1983, edición especial, Undécima parte, Capítulo VI, p.200.
MONTEALEGRE ITURRA, J. (2008): Historia del Humor Gráfico en Chile , Lleida, España, Fundación General Universidad de Alcalá / Editorial Milenio.
———— (2014): Carne de estatua. Allende, caricatura y monumento. Santiago, Mandrágora.
MORALES PETTORINO, F. (2006): Nuevo Diccionario Ejemplificado de Chilenismos y de otros usos diferenciales del español de Chile . Valparaíso, Editorial Puntángeles Universidad de Playa Ancha.
PALACIOS ROA, A. (2016): El bombardeo de Valparaíso de 1866. Valparaíso, Ediciones Universitarias de Valparaíso.
Publicaciones de prensa
El Correo Literario , núm. 6, 21-VIII-1858.
La Penca, núm. 3, 27-III-1868.
España y Chile, “ Número programa”. Santiago de Chile, 21-V-1886.
El Padre Cobos, núm. 3, V Época, 1886.
Don Cristóbal, núm. 52. Santiago de Chile, 31-VII-1890.
———— Año 1, núm. 50, 13-III-1895.
“El terrible paso por Chile de Sarah Bernhardt”. El Mercurio, 17–IX-2010. En: http://diario.elmercurio.com/detalle/index.asp?id={46baf583-bc40-4f6f-8c03-057cd15f3ead}
[1] Al transcribir, respetamos la ortografía de la época.
[2] En septiembre de 1861, Manuel Montt terminaba su agitado mandato entregándole la banda presidencial a don José Joaquín Pérez Mascayano, quien gobernó hasta 1871. Ungido sin competencia y en nombre de la concordia, al asumir el mando dictó una amplia ley de amnistía. Gracias a ella, pudieron regresar al país los políticos que cayeron en 1851, en la revolución del colihue y en las confrontaciones del año 59.
[3] Segunda época: desde el 11 de julio de 1864 hasta el 15 de enero de 1865. Dos años más tarde haría un tercer intento, en cuyo primer número promete publicar la primera traducción al castellano de La Vida Nueva del Dante y, también, que sus páginas aparecerán «adornadas con caricaturas i dibujos litografiados». Entre el 27 de agosto y el 27 de septiembre de 1867 publicó solo tres números... y dos dibujos, sin alcanzar la trascendencia que tuvieron El Correo Literario de 1858 y el de 1864.
[4] El conflicto fue originado por la suspensión de los pagos de la deuda externa de México, en 1861, que derivó en una contienda armada con Francia entre los años 1862 y 1867; entre sus consecuencias tuvo la ocupación de Ciudad de México el 10 de junio de 1863.
[5] Proclama del presidente de la República de Chile, José Joaquín Pérez, Santiago, 29 de marzo de 1866.
[6] Entre sus numerosas acepciones, “un pato”, en el habla vulgar de Chile, significa tener sexo, coito. También «beso, particularmente erótico» (Morales Pettorino, 2006: 2081-2082).
[7] A The Tribune, de Nueva York, citado por El Mercurio.
[8] A modo de excepción, en la historieta seria, de aventuras, está Lidia Jeria, esporádica dibujante del personaje Mawa de la revista Jungla y de El Zorro (sobre ella, véase M. García, “Lidia Jeria: Nuestra mujer en Zigzag”. En: http://ergocomics.cl/wp/2009/03/lidia-jeria-2/comment-page-1/ ). En el cómic humorístico, en los años ochenta irrumpe Marcela Trujillo –Maliki– en la revista Trauko.
[9] Elena Poirier, Esther Cosani, Marta Carrasco y otras.