NACIONALISMO, ANTIAMERICANISMO Y CENSURA ENCUBIERTA. HISTORIA DE LA CAMPAÑA ANTICÓMIC EN AUSTRALIA
Los primeros indicios de la campaña anticómic australiana
Los prolegómenos del cómic en Australia se remontan al menos a 1859, fecha en que vio la luz “The Great Moral History of Port Curtis, in Twelve Chapters”, publicada en el Melbourne Punch Almanack, y donde ya se hacía uso ocasional de balloons. Las tiras de prensa tardaron un poco más en consolidarse. En 1907, The International Socialist empezó a emplearlas para difundir su ideario político, y en los años sucesivos se sumaron otros rotativos, como The Sun (1910) y Smith Weekly (1919), para consolidarse en la década de los años veinte, en la que también nació el primer suplemento infantil, The Children’s Comic Paper, editado por el Sunday Times, y las primeras recopilaciones de tiras de prensa (The Sunbeams Book, 1924)[1].
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The Sunbeams Book empezó a editarse en 1924, con las primeras recopilaciones de prensa. The Sunbeams Book#19 (1942) |
Si bien estas pioneras incursiones en el cómic emplearon material de artistas locales, la tendencia empezó a invertirse cuando en 1928 el empresario David Yaffa fundó la agencia Yaffa Syndicate, haciéndose con los derechos de las tiras de prensa de King Features Syndicate. A partir de ese momento, los australianos pudieron disfrutar de las historietas producidas en Estados Unidos, con la particularidad de que algunas comenzaron su singladura en revistas femeninas, como Mandrake (en Women’s Weekly), The Phantom (en Woman’s Mirror) o Buck Rogers (en The New Idea) (Patrick, 2017b: 68).
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La revista femenina The New Idea, donde vieron la luz por vez primera en Australia las aventuras de Buck Rogers o Felix The Cat. The New Idea (24-IX-1937). |
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Mandrake y Perry Mason también se publicaron inicialmente en revistas femeninas. The Australian Women's Weekly, vol. 20, núm. 10 (Sydney Newspapers Ltd.) (6-VIII-1952). |
Precisamente los primeros comic books australianos, en sentido estricto, estuvieron dedicados a personajes estadounidenses: The Adventures of Felix (1935) y The Adventures of Buck Rogers (1936). La tendencia no hizo sino acentuarse en los años siguientes, alcanzando su punto álgido con International Comics (1937), dedicado exclusivamente a material de importación.
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Buck Rogers #4, Fitchett Bros., 1937. |
Esta avalancha de productos estadounidenses fue la que impulsó el primer atisbo de la campaña anticómic australiana, marcando además una impronta en ella que se mantendría durante todo su curso. Los autores australianos, organizados a través del Black and White Artists Club y de la Australian Journalists’ Association, alzaron su voz contra una invasión cultural que perjudicaba sus intereses económicos. Incapaces de competir con los bajos precios a los que las editoriales australianas adquirían el material estadounidense, solicitaron al gobierno federal que implantase medidas para frenar su importación. La campaña anticómic australiana nacía, así, ligada a un elemento de proteccionismo económico que, además, se acompañó de argumentos nacionalistas: la defensa patrimonial de los artistas patrios representaba, también, la tutela de la cultura australiana (Patrick, 2011b: 219).
Condensando estas protestas, en 1935 el Cultural Defence Committe, grupo fundado por otra asociación de artistas (la Fellowship of Australian Writers) publicó el panfleto titulado Mental Rubbish From Overseas: A Public Protest, en el que se quejaba de la «competencia desleal económica procedente de ultramar en los campos literarios, artísticos y afines» (Cultural Defence Committe, 1935: 3). De ahí que reclamase, como medida inmediata “que se imponga un impuesto sobre el uso de material literario, artístico y cultural que venga del exterior, que traiga consigo que el precio que se pague por su uso sea al menos igual al normalmente pagado a los productores australianos por idéntico material”.
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Portada de Mental Rubbish From Overseas, publicado por el Cultural Defence Committee en 1935. |
La defensa económica de los artistas se teñía además de argumentos de nacionalismo cultural, al denunciar que las tiras cómicas estadounidenses eran «total y literalmente extrañas al sentimiento australiano y a las tradiciones británico-australianas», amenazando el futuro de Australia como nación civilizada. Sus víctimas no serían sólo los artistas condenados al desempleo, sino los jóvenes cuyas mentes serían contaminadas por aquella “basura sindicada”. El opúsculo acababa de este modo por incorporar un tercer elemento a la ecuación: la tutela de la infancia como detonante de la campaña anticómic.
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Uso de personajes aborígenes y temas australianos. Stockwhip Sam, Sydney Morning Herald (10-IX-1947). |
En respuesta a estas demandas, el ejecutivo federal endureció la aplicación de la Customs Act de 1901, que permitía impedir la entrada en suelo australiano de publicaciones consideradas «blasfemas, indecentes u obscenas», convirtiendo a los agentes fronterizos en improvisados censores. Y el margen de discrecionalidad de que disponían para tal menester no era nada despreciable. El concepto de “obscenidad” asentado en Australia era heredero de la legislación británica (la Obscene Publications Act de 1857) y de su concreción jurisprudencial a través del common law, en particular el “test de Hicklin”, en el que el juez Cockburn había fijado unas reglas interpretativas sobre la obscenidad[2]. Sin embargo, la categoría de “indecente” carecía de semejantes guías legales, dando lugar a un margen de apreciación rayano en la arbitrariedad. Las General Orders for the Oficers of the Deparment of Trade and Customs (1914) no hicieron más que confirmarlo cuando permitieron que los agentes de aduanas interpretaran el término “indecencia” en “su sentido más amplio”, correspondiéndole al ministro del ramo decidir en última instancia.
Para dar apariencia de mayor rigorismo, en 1933 se había creado el Book Censorship Board (reemplazado en 1937 por el Literature Censorship Board), un comité de expertos que asesoraba a los agentes de aduanas. Aunque se trataba de una medida más bien cosmética: no actuaba jamás de oficio, sino a instancia del Comptroller General of Customs, y sus decisiones eran puramente consultivas (Moore, 2012).
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Tendencia nacionalizadora de los comics australianos, con presencia de temas, paisajes y personajes que evocan el país. Pacific Pictorial Comic, núm. 1 (Lush, 1947). |
Una reforma de la Customs Act en 1938 dejó claro que la federación deseaba mantener un amplio margen de acción en las aduanas. La enmienda incorporaba una cláusula (la denominada “dragnet clause”) por la que se prohibía «literatura que, en opinión del ministro, ya sea en texto o imagen, o parcialmente en ambos (a) enfatiza indebidamente cuestiones de sexo o crimen o (b) está concebido para ensalzar la depravación». El ministro seguía siendo quien disponía de la última palabra a la hora de frenar las importaciones indeseables, aunque es cierto que al menos se concretaba algo más el tipo de material que encajaría en esa categoría: debía versar sobre sexo o crimen (y por tanto, no se circunscribía a lo puramente obsceno), pero representando ambas realidades de forma desproporcionada (la cláusula del “énfasis indebido”) o con una intencionalidad depravadora (aspecto heredado del “test de Hicklin”).
Para evitar la circulación de publicaciones inadecuadas dentro del propio suelo australiano, la federación sólo disponía de una competencia: la postal. La Post and Telegraph Act (de 1901, como la Customs Act) tenía sin embargo una eficacia residual. Sólo se prohibían envíos en cuyo exterior figurasen imágenes o texto «profano, blasfemo, indecente, obsceno, ofensivo o constitutivo de libelo». Y obviamente ningún editor o distribuidor era tan torpe como para plasmar en el sobre elementos de esa índole.
En todo caso, en un primer momento esto no desazonó excesivamente a la vanguardia de la campaña anticómic: lo que preocupaban eran los productos importados. No se asumía que también en Australia pudieran elaborarse publicaciones inadecuadas. Por el momento.
“Basura estadounidense”: el creciente impacto del antiamericanismo en los orígenes de la campaña anticómic australiana
La Segunda Guerra Mundial supuso un punto de inflexión para la industria del cómic australiano… y para la propia campaña anticómic. El esfuerzo bélico exigía adoptar medidas económicas restrictivas, sobre todo para evitar la pérdida de divisas a través de importaciones innecesarias y desajustes en la balanza comercial. Así que el ejecutivo federal decidió cortar por lo sano, y en 1940 prohibió sin más las importaciones de revistas estadounidenses[3].
La medida agradó sobremanera a los artistas. Poco antes de que el gobierno adoptase aquella cautela, un grupo de representantes de la Australian Journalists’ Association se había reunido con el tesorero de la República, Percy Claude Spender, para reiterarle la necesidad de impedir la importación de cómics y revistas estadounidenses. Spender quedó convencido de los argumentos, y trasladó esa inquietud al Ministro de Comercio y Aduanas, George Mc. Leay. Parece cuando menos sospechoso que justo a continuación, con la excusa de la guerra, se prohibiera la importación de las publicaciones estadounidenses[4].
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Chiste criticando la competencia desleal de los cómics sindicados estadounidenses para los autores australianos. The Workers Starvie (6-I-1950). |
El repentino cese de material sindicado tuvo un impacto inmediato en las editoriales y artistas australianos. El volumen de cómics locales se incrementó notablemente para satisfacer la creciente demanda. En este sentido, los cómics importados al menos habían servido para acrecentar el interés por esas lecturas, y en ese momento existía un vacío que la industria editorial australiana tenía que colmar.
Editoriales como Offset Printing Company y Frank Jonhson Publications empezaron a publicar a un ritmo frenético, produciendo cada una de ellas una docena de nuevos títulos al mes. Algo que, en el caso de Frank Johnson Publications, resultó posible gracias a emplear un “método de producción Marvel” avant la lettre, tres décadas antes de que lo hiciese Stan Lee y lo vendiese como una creación suya (Ryan, 1979: 168).
Pero esta inflación de cómics contó también con ciertas dificultades. La primera resulta obvia: la falta de papel. Si la guerra había favorecido los cómics australianos, deteniendo las importaciones rivales, también los perjudicaba por las penurias materiales que traía consigo. De hecho, la administración australiana dejó de conceder licencias para nuevas revistas y prohibió todas las publicaciones serializadas. Esto dio lugar a que las cabeceras redujesen drásticamente el número de páginas, y a que las colecciones se disfrazasen de cuadernos monográficos (“one shot publications”). Exactamente lo mismo que se hizo en la España de posguerra para sortear las restricciones impuestas por la dictadura (Martín, 2000: 95-97).
La otra dificultad a la que se enfrentó la industria de cómic australiana residió en la “contaminación” cultural estadounidense que ya habían sufrido los lectores en todos los años previos. La sombra de los Alex Raymond y Brune Hogarth era muy alargada, como también lo eran los géneros que habían causado sensación en Australia y que eran característicos de Estados Unidos: westerns, ciencia-ficción, aventuras en exóticas junglas y disparatados superhéroes con hipertrofia muscular.
Las editoriales australianas ofrecieron diversas respuestas a tal panorama. La primera fue imitar esos mismos géneros, lo que explica la presencia de westerns australianos, o la primera hornada de superhéroes patrios, como Dr. Mensana (1940), Powerman (1940) o Molo (1943). Una segunda alternativa consistió en emplear a dibujantes australianos para seguir produciendo tiras cómicas con personajes estadounidenses, de modo que al menos se colmaba una de las demandas de los artistas locales, a saber, la laboral. Una tercera vía, empleada por la editorial Ayers and James, se decantó por reimprimir productos estadounidenses, o incluso importar fotolitos sorteando las limitaciones aduaneras. Para que los lectores tuviesen claro que se trataba de productos estadounidenses los títulos de las cabeceras incluían el término “Yank” en ellas, viniera o no a cuento. Es más, incluso se recurrió a la artimaña de incluir en portada el texto “precio en Australia”, dando a entender que se trataba de un producto importado, aun cuando la impresión fuese netamente australiana.
El resultado de todo ello fue que la cultura estadounidense siguió presente en el país oceánico, aun cuando la industria local empezó a producir cómics propios y los autores nacionales dispusieron de las oportunidades laborales que antaño les habían faltado. Y eso representaba un arma de doble filo: se satisfacía la demanda, pero al mismo tiempo se retroalimentaba su afición hacia los productos estadounidenses, perseverando en aquella “invasión cultural” que se había producido desde los años treinta.
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Muchos comics producidos en Australia durante la II Guerra Mundial imitaban los géneros y personajes estadounidenses. Kazanda Again, (NSW Bookstall, 1942). |
Sólo el editor Syd Nicholls lo percibió con claridad, cuando en el octavo número de su cabecera Middy Malone’s Magazine (Fatty Finn Publications, 1946), publicó una nota con el elocuente título “American Dollars Threaten Middy Malone’s Magazine”[5]. Nicholls se quejaba de las facilidades con las que seguían publicándose las historietas estadounidenses, portadoras de «temas absolutamente malsanos» y desplazando temas y personajes genuinamente australianos.
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El eslógan “Cómics australianos para los australianos” en las páginas de un comic bélico. White Eagle (NSW Bookstall, 1942). |
La inercia de seguir publicando cómics de origen estadounidense (o géneros afines a ellos) trajo a medio plazo previsibles consecuencias negativas para la industria del cómic australiano: finalizada la Segunda Guerra Mundial, el gobierno federal derogó las restricciones a la importación de revistas norteamericanas, y el desembarco de éstas se produjo con una voracidad mucho mayor que antaño. Al no haberse desvinculado de ellas durante el lustro previo, los lectores recibieron de nuevo a los autores y editores estadounidenses con los brazos abiertos, relegando los productos locales.
Esto también tuvo su impacto en la campaña anticómic, que se reactivó con mayor virulencia tras la Segunda Guerra Mundial, como respuesta al nuevo panorama cultural, nada halagüeño, que se avecinaba para Australia. Y entrañó una nueva oleada de antiamericanismo. Es cierto que este sentimiento estuvo también presente en las campañas italiana, inglesa y francesa, pero el sesgo no resultó exactamente idéntico al australiano. En el viejo continente el antiamericanismo supuso una reacción contra el Plan Marshall que, aparte de la ayuda económica, trajo consigo una entrada masiva de productos culturales estadounidenses, sobre todo cinematográficos y editoriales. En Inglaterra y Francia (algo menos en Italia) el repudio hacia la “cultura yanqui” adquirió tintes elitistas: no resultaba admisible que aquellos países, con su tradición cultural, se viesen empobrecidos con la presencia de productos inanes procedentes de la otra orilla del Atlántico. Una reacción que debe entenderse dentro del panorama de la reconstrucción de Europa, que condujo a un nuevo impulso del sentimiento nacionalista.
Por otra parte, en Italia, Francia e Inglaterra el papel de los partidos comunistas resultó trascendental en las campañas anticómic. En plena Guerra Fría, aquellas formaciones políticas cuestionaron los cómics procedentes de Estados Unidos (como cualquier otra cosa que llegase de allí) a los que tildaron de propaganda capitalista.
En Australia el comunismo tuvo sin embargo menor presencia en su campaña anticómic (aunque no fuese totalmente irrelevante), en tanto que la crítica cultural de sesgo elitista resultó frecuentemente una excusa, o al menos un complemento, de los ya mencionados intereses económicos y laborales: lo que más pesaba era la imposibilidad que tenían autores y editoriales australianas de competir con las importaciones estadounidenses. Y para preservar sus legítimos intereses echaban mano del argumento de “contaminación” y “empobrecimiento” culturales que aquéllas traerían consigo.
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Comic con contenido de autores exclusivamente australianos, aunque sus temas a menudo fuesen tributarios de los productos estadounidenses. Atom Comics (NSW Bookstall, 1945). |
Por tanto, la campaña australiana estuvo sustancialmente centrada en los cómics norteamericanos. El problema no residía en los cómics, en general, sino en los de procedencia estadounidense. Los producidos en Inglaterra, por ejemplo, eran harina de otro costal. Y no digamos los australianos: sólo a partir de los años cincuenta éstos también empezaron a cuestionarse, y en buena medida por considerar que imitaban los géneros y temas estadounidenses.
Una prueba fehaciente del antiamericanismo que caracterizó la campaña australiana reside en la terminología con la que se refirieron a los cómics: “basura estadounidense” (“American trash” o “American rubbish”), “basura sindicada” (“Syndicated trash”), o una confluencia de ambas (“American syndicated trash”). Es cierto que también la campaña anticómic inglesa empleó la procedencia geográfica en su terminología (“American comics”), pero sólo se hizo en sus primeras etapas. Ante el miedo de enrarecer las relaciones con el aliado económico y político (que, no olvidemos, contribuía a la reparación de las huellas que la guerra había dejado en Albión), se abandonó, sustituyéndolo por el término más neutral de “horror comics”. No sucedió lo mismo en Australia: incluso cuando fue evidente que los cómics locales también debían expurgarse, no por ello se cejó en recurrir con harta frecuencia al término de “American comics”.
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La reentrada de comics estadounidenses se intensificó tras la II Guerra Mundial. Famous Yank Comics, núm. 3 (Ayers & James, V-1950). |
Pero si los cómics estadounidenses eran los problemáticos, también Estados Unidos fue el referente más sólido de la campaña anticómic australiana, como veremos a continuación.
Una campaña social con miradas al exterior
Como sucedió en las demás democracias occidentales en las que se materializaron campañas anticómic, también la vivida en Australia presentó una doble dimensión: una campaña social y otra institucional. La primera estuvo orquestada por medios de comunicación, asociaciones y sujetos de diversa procedencia social y profesional, en tanto que la segunda la promovieron las autoridades federales y estatales (conforme a su distribución política de poder territorial en el país). Y, también como en los demás países democráticos, estas campañas se sucedieron en el tiempo, incluso de forma mucho más acusada en el caso australiano: la campaña institucional reemplazó a la social cuando ésta se vio incapaz de afrontar por sí sola el problema de los cómics.
Una de las notas más llamativas de la campaña social australiana reside en arrastrar una constante dependencia de ejemplos foráneos. Sobre todo procedentes de países cultural y lingüísticamente afines: Nueva Zelanda, Inglaterra, Canadá, Irlanda y Estados Unidos. De todos ellos, sin duda este último fue el más referido a lo largo y ancho de la campaña australiana.
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Cómic de ciencia-ficción. Tim Valour Comic, núm.1 (Edwards, 1948). |
Estados Unidos fue ya un referente a la hora de mostrar la imparable circulación de comic books. Las primeras noticias australianas sobre la difusión de estas revistas no mencionaban lo que sucedía en su propio territorio, sino en el país norteamericano. Se advertía que allí el número de lectores diarios ascendía a cien millones[6], cifra equivocada, puesto que en las estadísticas tomadas como referencia atendían en realidad las lecturas mensuales[7]. Más razonables eran otros datos, que hablaban de unos 20 millones a la semana[8], entre 60 y 90 al mes[9], o más de 700 millones al año[10]. Unas diferencias cuantitativas que quizás respondían a que no siempre se referían a la lectura de comic books, sino también de tiras de prensa[11]. Y por supuesto también se mencionó el dispendio que todo este ocio representaba: un millón de dólares al mes[12].
Todas estas informaciones pretendían servir de advertencia a los australianos. Parecían decir: “Fijaos en las dimensiones que está alcanzando en Estados Unidos el problema de los cómics. Nosotros podemos ser los siguientes”. Porque sí, las noticias veían esa plaga de cómics como un problema, por lo que también mostraron las soluciones que en el extranjero se estaban practicando para ponerle fin. Abundaron las referencias a la campaña social inglesa, y en particular a los escritos de Geoffrey Wagner[13] y George H. Pumphrey[14] criticando el contenido de los cómics. Pero sobre todo se prestó atención a las medidas que se adoptaban en Estados Unidos: el país origen del problema que también se hallaba la vanguardia de su solución.
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La influencia de Flash Gordon en el cómic australiano. Action Comic, núm. 1 (Peter Huston, 1946). |
Las menciones a académicos y profesionales estadounidenses críticos con los cómics fueron constantes en la prensa australiana. Se citó profusamente al psicólogo Lawrence Averill[15] y al folclorista Gershon Legman[16], así como a John Mason Brown[17], uno de los responsables de comparar los cómics con estupefacientes, metáfora que luego tendría notable impacto en Australia. Pero sobre todo la prensa, especialistas y políticos mencionaron al gran adalid de la campaña anticómic estadounidense, Fredric Wertham. En 1953 el psiquiatra de origen germano aparecía citado como un experto en la materia: se mencionaban sus artículos en Collier’s[18] y Ladies’ Home Journal[19] y empezaron a exponerse sus conflictivos puntos de vista. En particular, la prensa australiana resaltaba la opinión del psiquiatra germanoestadounidense sobre la relación de los cómics con la criminalidad, referencias que se incrementaron al año siguiente, dando cuenta de la aparición de Seduction of the Innocent[20].
Más allá de las menciones a personalidades que cuestionaban los cómics, la prensa australiana también difundió las medidas institucionales que se estaban adoptando en Estados Unidos para frenar la circulación de aquellas lecturas. Se dio noticia del nacimiento de la Association of Comics Magazine Publishers[21], de la creación en 1950 del Special Committee to Investigate Organized Crime in Interstate Commerce, organizado en el Senado[22] (en el que se había tratado también de los cómics como problema ligado a la delincuencia) y del subsiguiente Subcomité del Senado en 1954 liderado por Estes Kafauver y que trató durante varios días de la relación entre la lectura de cómics y la criminalidad juvenil[23]. Ese mismo año también se dio cumplida referencia de la creación de la Comics Code Authority y de la política de “limpieza” que pretendía imponer su director, Charles F. Murphy[24].
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Importación en Australia de cómics estadounidenses. The Avenger, núm. 5 (Avon Publications, 1955). Edición estadounidense: The Avenger núm. 1 (Magazine Enterprises, II/III-1955). |
Todas estas referencias a Estados Unidos no resultaban baladíes. Por dos razones. La primera es que, como puede comprobarse, las noticias se centraban casi siempre en las soluciones adoptadas por las autoridades de aquel país, pasando más de puntillas por su campaña social. De esta última, más que las medidas de presión cívicas (constitución de comités que amenazaban a los quiosqueros o quemas públicas de comics) se mencionaron los escritos y conferencias de especialistas. Y en realidad, existe un paralelismo entre esa “selección” de noticias y la campaña anticómic australiana: la campaña social de este país tuvo un carácter sustancialmente constructivo, centrado en conferencias y exposiciones para dar a conocer a la ciudadanía el problema de los cómics. Nada de quemas, nada de comités cívicos… los hubo, sí, pero fueron anecdóticos. Además, hubo un notable interés por que las autoridades australianas se implicasen en el problema de los cómics, de ahí que el ejemplo estadounidense viniese como anillo al dedo.
Pero las noticas de Estados Unidos difundidas en Australia también tenían otra explicación: el empecinamiento en considerar que sólo los cómics procedentes de aquel país eran problemáticos.
A partir de 1952 se percibe no obstante un momento de inflexión en las noticias australianas sobre los cómics: dejan de concebirse como un problema puramente foráneo, y ya se asume como una preocupación nacional. Los temores parecían haberse hecho realidad: la invasión de cómics resultaba ya imparable. El punto álgido se alcanzó en 1954, año en el que las noticias sobre cómics en la prensa duplicaron a las del año previo, y sobre todo empezaron a ocupar portadas y artículos de mayor dimensión.
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Ejemplo de western, género muy popular en Australia. Captain Justice núm. 1 (New Century, 1950). |
Comenzaron a aportarse cifras –más o menos creíbles– sobre la circulación de cómics dentro de la propia Australia, hablando de entre 50 y 90 millones anuales[25]. Las editoriales producían entre ciento treinta y doscientos títulos mensuales[26], en su mayoría impresos en New South Wales[27], Sidney y Melbourne, empleando material importado[28]. Porque en este punto nada había cambiado: seguía considerándose que la mayoría de los cómics –y sobre todo los más nocivos– eran reimpresiones de material estadounidense. Así, en 1953 Marien Dreyer afirmaba que el 95% de los cómics que circulaban en Australia era importados de Estados Unidos[29]. Lo que no decía era de dónde había obtenido tales datos estadísticos.
Los argumentos de la campaña social
Los cómics circulaban sin freno por Australia. Pero, ¿quiénes eran sus lectores? Obviamente niños y adolescentes. Y destacarlo, repetirlo y recordarlo hasta la saciedad era algo que convenía a la compaña anticómic para introducir en el debate un aspecto que activara a la sociedad australiana: los jóvenes estaban en peligro. Así, Elizabeth Robins, de la Universidad de Sídney, concluyó que el 96% de los adolescentes entrevistados leían cómics[30]. A los trece años, los niños leían una media de diez cómics semanales[31], convirtiéndose prácticamente en su única dieta lectora[32]. Parecía evidente que los cómics eran inadecuados, ergo Australia se enfrentaba a un importante peligro que debía conjurar.
Así que la campaña anticómic se volcó en probar que los cómics estaban plagados de un contenido que no debía hallarse al alcance de los niños. Las críticas de la campaña anticómic australiana fueron sustancialmente las mismas que se vertieron en otras campañas occidentales: elitista, pedagógica, moral, de orden público, por discriminación, ideológica y terapéutica (Fernández Sarasola, 2019: 79-184). Aunque la importancia de cada una de ellas no fuese la misma que en otras latitudes.
Por ejemplo, la crítica terapéutica (considerar que los cómics dañaban la salud física y psicológica de los niños) adquirió un menor peso que en otros lares. Es cierto que se utilizaron algunas metáforas clínicas. Por ejemplo, se habló de “veneno mental”[33], referencia posiblemente importada de Sterling North[34], o de los cómics como “inyección hipodérmica de sexo y horror”[35]. Pero más allá de estas licencias, no fueron demasiados los psiquiatras y psicólogos que estudiasen el daño que los cómics podían causar a la salud mental de los menores[36]. Cuando la campaña social refirió esta posibilidad, las menciones fueron una vez más de especialistas estadounidenses, como Lawrence Averill y, sobre todo, Fredric Wertham.
Más peso tuvo la crítica elitista (considerar que los cómics eran productos subculturales) y pedagógica (entender que perjudicaban a la educación), muy vinculadas entre sí en la campaña australiana. Respecto de la primera, su presencia ya se revela por el habitual uso de la palabra “basura” para referirse a los cómics. Incluso se citaron las palabras del escritor estadounidense Sterling North, paradigma de la crítica elitista, quien había dicho de los cómics que estaban «mal dibujados, mal escritos y mal impresos»[37]. Como él, también en Australia fueron recurrentes las acusaciones de que los comic books eran productos sin calidad[38], degeneración estética[39], expresión de un arte pobre[40], mal escritos[41], mal dibujados[42], con impresión deficiente[43], y de los que no se podía obtener ningún provecho[44]. Preocupaba que esas revistas fuesen la única dieta lectura de los niños[45], alejándolos de obras de calidad[46] y dificultando o incluso anulando el hábito lector de los menores. Frisando la exageración, y con evidente falta de tacto, se llegaría a afirmar que los niños preadolescentes que consumían habitualmente cómics «parecen ser retrasados mentales»[47].
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Mezcla del género criminal y selvático. Jungle Crime núm. 2 (Youngs, II-1952). | Jungle King Comic, núm. 1 (Youngs, IV-1952). |
Los cómics no sólo perjudicaban la educación de los menores en lo que se refería a sus competencias lectoras. También lo hacían proporcionándoles una imagen distorsionada de la realidad, a través de géneros como la ciencia-ficción, plagada de disparates científicos que dificultaban la enseñanza de ciencias naturales y física[48]. Incluso la habitual representación de los científicos como esperpénticos personajes rayanos en la locura resultaba problemática, al disuadir a los niños de vocaciones científicas[49]. Argumento, dicho sea de paso, que también había esgrimido George Orwell en Inglaterra[50].
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Los “disparates pseudocientíficos” fueron uno de los aspectos más cuestionados en los cómics de ciencia-ficción australianos. Peril Planet (NSW Bookstall, 1943). |
Una de las críticas que tuvo mayor impacto fue la moral. Los cómics apelaban a los instintos más básicos del lector joven: «No parece coincidencia que los [cómics] más vendidos incluyan los criminales más inteligentes e interesantes, las batallas más sangrientas y las mujeres más sexis mostrando sus encantos en el bajo mundo o columpiándose en junglas tropicales»[51].
En Australia se insistió en que los cómics cuestionaban los valores esenciales de la comunidad, como la familia[52]. Pero el punto cardinal de la crítica moral se cebó con el erotismo presente en portadas y viñetas, donde se mostraba una representación hipersexualizada de la mujer[53], y una visión “depravada del sexo”[54] que lindaba con la pornografía[55]. Lo que, según algunos críticos, causaba incluso más daño que la violencia y el terror que también abundaba en aquellas inanes revistas[56]. «Una vez explotado el crimen, horror y los viajes interplanetarios hasta la saturación, los editores han transitado al sexo como materia para obtener beneficios», afirmaba categórico un reverendo[57].
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Noticia sobre la campaña anticómic estadounidense. The World’s News (Sidney) (31-I-1955). |
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Noticia sobre Fredric Wertham. The Sydney Morning Herald (13-XI-1954). |
En el punto de mira de esta crítica moral se hallaban sobre todo ciertos géneros, como las aventuras de la jungla, en las que proliferaban chicas ligeras de ropa y con poses insinuantes[58]. También rebosaban de sexualidad los crime comics, por su representación de las “gangster molls” como chicas voluptuosas[59].
Pero, sobre todo, la campaña australiana se cebó con los cómics de romance[60], considerándolos enormemente dañinos por su carga sexual[61], y por promover una falsa imagen de las relaciones de pareja[62]. Lo que, según sus detractores, los hacía incluso más perniciosos que los de temática criminal[63]. Porque si mala era la imagen del gánster, también poco edificante era en las historietas románticas el modelo de la protagonista, una chica “ligera de cascos”[64].
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Western Mail (Perth) (14-X-1954). |
Esta fue precisamente una de las notas características de la campaña anticómic australiana: los cómics más estigmatizados fueron los de romance, lo que también explica que la campaña se intensificase en los años cincuenta, coincidiendo precisamente con la proliferación del género[65].
Entre las críticas más intensas también se halla la de orden público, acusando a los cómics de representar constantemente acciones violentas. El Brisbane Telegraph lo describió con tino: «La materia propia de los cómics actualmente en circulación es de una naturaleza tan violenta que desencadena un panorama antisocial y da lugar a una condición mental en la que la agresividad y los instintos sexuales más bajos se aceptan con normalidad»[66]. En una conferencia ante la Asociación de Juezas, un miembro de la Australian Council of Education Research afirmó haber hallado en catorce cómics sesenta y seis actos violentos, treinta y cuatro de los cuales podían describirse como de “violencia extrema” [67].
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Aunque la violencia fue cuestionada por la campana anticómic, los tebeos bélicos no estuvieron entre sus principals puntos de mira. Tigers of Tobruk (NSW Bookstall, 1942). |
Como en otros países, sobre todo fue el género de crime doest not pay el que estuvo en el punto de mira de estas críticas: glorificaba al gánster convirtiéndolo en un sujeto glamuroso digno de imitación, inspiraba técnicas delictuales, mostraba que en realidad el crimen sí compensaba, y retrataba a los agentes de la ley como funcionarios incompetentes[68].
Estos problemáticos contenidos se ligaron de forma inmediata con el problema de la delincuencia juvenil. La histeria de un presunto incremento de las tasas de criminalidad adolescente tras la II Guerra Mundial se extendió por todos los países aliados: desde la propia Estados Unidos (donde alcanzó proporciones épicas) hasta Canadá, Inglaterra y Francia. Incluso Italia, perteneciente al eje, la sintió en su propio suelo tras la recuperación de la democracia. Australia no sería una excepción.
Aun así, el país oceánico presenta en este aspecto notas muy particulares. No hubo allí una proliferación de estudios académicos o institucionales, como sucedió en Estados Unidos. Y cuando se mencionaban datos referidos a la propia Australia, eran de dudosa credibilidad, y no respaldados por sólidas pesquisas científicas. Por ejemplo, en South Australia, a comienzos de 1952 se decía que la criminalidad juvenil había pasado de ochenta y cinco a ciento cincuenta delitos perpetrados en un año, señalando –sin prueba alguna– su posible relación con la lectura de cómics[69]. En 1955 se mencionó que en New South Wales la delincuencia entre adolescentes se había incrementado en un 18%, recordándose de paso la conexión que Wertham había establecido entre tales conductas y los cómics[70]. Pero ninguna de estas cifras se hallaba avalada por estudios sólidos.
Aparte de esa escasez de estudios autóctonos sobre delincuencia juvenil, un segundo dato relevante en Australia es la escasez de referencias en la prensa a conductas criminales de adolescentes acontecidas en su propio suelo. Lo que en realidad desmentía la idea de que los índices delictuales entre jóvenes se hubiesen incrementado.
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The Daily News (Perth) (8-X-1955). |
Entre las exiguas menciones a sucesos acaecidos en suelo australiano pueden citarse esporádicos daños a la propiedad, como los perpetrados por algunos jóvenes incívicos a los que la prensa acusó de imitar el “tipo duro” de los crime comics, sin molestarse en explicar de dónde desprendía tal deducción[71]. También se mencionaron atentados contra la integridad física, como la de niños de entre tres y nueve años que habrían maltratado a otra de cuatro[72] (como si fuera creíble que esas edades tuviesen mucho acceso a cómics, o pudiesen imitarlos), o la de unos jóvenes que habían quemado a unas chicas con cigarros[73]. La idea de que los cómics generaban adicción también se conectaba con conductas criminales, al referir casos de niños que robaban para luego intercambiar por cómics esos objetos ilícitamente sustraídos[74].
Ante la inexistencia (por fortuna) de casos reales en su propio suelo, para justificar que los crime comics promovían la delincuencia juvenil la campaña anticómic australiana recurrió a sucesos de otros países, especialmente del espectro anglosajón. Así, por ejemplo, se hizo referencia a situaciones vividas en Canadá, como la de un niño que había matado a otro obteniendo la idea de un cómic[75]. También se mencionó uno de los homicidios más sonados en suelo canadiense, y uno de los detonantes de la campaña anticómic en aquel país: dos niños, de once y trece años habían disparado con un rifle a un granjero de Dawson Creek mientras circulaba en su coche, causándole la muerte[76].
Pero sobre todo Estados Unidos parecía representar una fuente inagotable de ejemplos de criminalidad infantil y juvenil derivada de la lectura de cómics. Así que ahí acudió con avidez la prensa australiana para impactar a los ciudadanos: un niño de quince años que había perpetrado un robo[77], jóvenes jugando a la muerte súbita[78], un muchacho de dieciséis años que había cometido varios atracos en Mississippi[79], otro de la misma edad que había robado y pilotado un avión hasta estrellarse[80], niños que habían roto ciento sesenta y siete parquímetros inspirándose en las tiras cómicas de Dick Tracy[81]. Hubo algunos sucesos especialmente reiterados por la prensa. Por ejemplo, el de unos niños que habían robado una avioneta y la habían pilotado tras haber aprendido en un cómic[82] (por más absurdo y poco creíble que fuesen los hechos). Pero más allá de los atentados contra la propiedad, en un relato “in crescendo”, empezaron a mencionarse casos de lesiones y homicidios en los que los cómics estaban de un modo u otro presentes. Como en el suceso que implicaba al joven de 17 años Robert Hearn, condenado por asesinato y a quien su madre, en una práctica bastante habitual en Estados Unidos, defendía echando la culpa a la lectura de crime comics[83].
Uno de los casos más mencionados fue la de un niño de once años de Chicago que, tras leer un cómic de The Human Torch, había provocado un incendio en el que habían fallecido siete personas[84]. La prensa australiana se hizo eco incluso de los títulos de cómics que habían encontrado en casa del delincuente[85], quien a su temprana edad bebía whiskey y fumaba[86]. Toda una joya.
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El temor hacia un supuesto incremento de la delincuencia juvenil vino acompañado por la aparición de grupos de adolescentes díscolos en Australia, como las “Teddy Girls”. |
Así pues, Estados Unidos resultaba indisociable de la campaña australiana: no sólo de allí venían los cómics más nocivos, sino que también de ese país se tomaban interesadamente los ejemplos de crímenes perpetrados por adolescentes para advertir a la ciudadanía australiana sobre la magnitud del problema. Poco parecía preocupar que la realidad sociocultural de Estados Unidos se hallase a años luz de la australiana.
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Noticia comentando el incidente de un joven disfrazado de Batman. “The Daily News” (Perth) (26-V-1952) |
Por su parte, la crítica ideológica hacia los cómics tuvo en Australia un peso mayor que en otras latitudes. Había estado presente parcialmente en Estados Unidos, donde se acusó a los crime comics de servir a un propósito comunista, al mostrar una imagen grotesca del “American way of life”. También en Estados Unidos, pero sobre todo entre el comunismo inglés, francés e italiano, se acusó a los cómics de superhéroes de fascismo, por proponer un modelo de héroe que administraba su propia justicia al margen del Estado, empleando la fuerza como único recurso. En Australia, la crítica ideológica tuvo sin embargo un peso aún mayor, pero orientada a un determinado sentido ya apuntado: el nacionalista.
En esta línea, se afirmó que los cómics representaban una amenaza para la construcción del espíritu nacional[87] y en particular los cómics estadunidenses agudizaban el problema por ser contrarios al carácter y cultura australianos[88]. Una carta enviada a la prensa por una lectora en 1952 condensaba este sentimiento al manifestar su preocupación por la invasión de una «cultura norteamericana de los personajes de cómic», basada en varones con poco cerebro, mujeres que solo eran piernas y el recurso a la violencia y al sexo para resolver todos los problemas. La solución, decía, era proporcionar a los niños libros… pero además que fuesen australianos[89]. En el mismo sentido, un artículo de prensa señalaba que «desde América, bajo el nombre de cómics han llegado las historietas más espeluznantes, que glorifican la violencia, la brutalidad, la inmodestia y la falta de respeto. Son un asalto a los estándares de la decencia civilizada»[90]. Curiosamente, un estudio del profesor Connell en la Universidad de Sidney, sobre una muestra de diez mil niños, parecía concluir que, aun cuando la mayoría de cómics eran reimpresiones de productos estadounidenses, los temas australianos eran los preferidos por los jóvenes lectores[91].
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El miedo a que los comics incentivasen la criminalidad juvenil estuvo tan presente en Australia como en los restantes países anglosajones. Spy, núm. 13 (NSW Bookstall, 1942). |
Debe recordarse que a esta crítica nacionalista presentaba un sesgo también económico, de defensa de los artistas australianos frente a la poderosa industria estadounidense del cómic. De este modo, no sólo se acusaba a los cómics norteamericanos de oponerse al carácter y cultura nacionales[92], sino de dejar a los artistas nacionales sin trabajo[93], afirmación que el dibujante Tony Sheridan, corroboró[94]. De ahí que éstos fuesen en buena medida la punta de lanza de este sentimiento nacionalista.
El propio Sheridan identificó el “material sindicado extranjero” con un contenido recurrentemente sádico, impulsado por empresarios sin consciencia que sólo buscaban beneficios produciendo una “basura” que ningún artista que se preciase se prestaría a elaborar. De este modo, atribuía indirectamente al material australiano un componente moral que, a su parecer, faltaba en los cómics importados. En este sentido, y aunque la crítica racial no importase mucho a la campaña anticómic australiana, ésta se trajo a colación al menos para el caso de los cómics estadounidenses. En el ya mencionado panfleto Mental Rubbish From Overseas: A Public Protest (1935), se había acusado en su día a las historietas norteamericanas como productos que promovían el odio racial[95].
Ante todas estas críticas, la campaña social reaccionó adoptando medidas de diversa índole que, como ya se ha mencionado, fueron sustancialmente constructivas. Se trataba sobre todo de concienciar a la sociedad australiana sobre los referidos problemas que presentaban los cómics.
Para ello, resultó habitual la organización de exposiciones[96], algunas de ellas en centros educativos[97]. Y, sobre todo, se organizaron frecuentes conferencias, casi siempre sesgadas, en las que se daba voz sólo a los críticos con las historietas. A menudo en estos coloquios se apelaba a los padres, como principales responsables de lo que leían sus hijos, aunque también resultaba recurrente la llamada de atención a las autoridades.
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El antiamericanismo también traslucía en la imagen de los adultos estadounidenses como un pueblo inculto obsesionado con la lectura de cómics. The Argus (Melbourne) (4-V-1955). |
Los promotores de estas actividades eran sustancialmente los mismos que protagonizaron las campañas sociales de otros países: educadores, bibliotecarios, asociaciones de padres y profesores, prelados (con particular intervención de católicos) y escritores. El movimiento asociativo fue especialmente intenso en estos menesteres, sobre todo con presencia de agrupaciones de mujeres: Victorian Mother’s Clubs, National Council of Women, Country Women’s Association, Federal Conference of Catholic Women, National Catholic Girls’ Movement, Victorian Federation of Mothers’ Clubs, Tasmanian Country Women’s Association, Queensland Lutheran Women’s Association… la lista es interminable.
Llama poderosamente la atención la presencia en este movimiento asociativo de sindicatos y entidades sociales y laborales cuya conexión con el mundo del cómic resulta anecdótica, cuando no inexistente, como en el caso de la Trade and Labor Council de Queensland y Gippsland, el Newcastle Trades Hall o la Young Christian Workers Movement. Todos querían sumarse a la moda de la campaña anticómic.
La búsqueda de medidas institucionales a nivel nacional
Desde 1951 la campaña social pareció percatarse de que su acción resultaba insuficiente y estaba condenada al fracaso si no contaba con el respaldo de las autoridades. Cada vez más se concentró en apelar a ellas para detener la avalancha de cómics que sufría el país: «esperamos que la revuelta contra los cómics alcance tales proporciones que obligue a los gobiernos a adoptar acciones positivas para eliminar esta nueva quinta columna», se leía en un rotativo de Adelaida[98]. Ese mismo año, el Departamento de Educación se limitó a publicar un panfleto informativo sobre los cómics[99], a todas luces insuficiente para las pretensiones de los más radicales adalides de la campaña social. No debe extrañar que se criticase al gobierno federal, acusándolo de eludir su responsabilidad[100]. Las demandas de una intervención a nivel federal le exigían con cansina insistencia que mostrase mayor diligencia a la hora de frenar la importación de cómics. Puesto que las revistas estadounidenses seguían viéndose como la principal –y casi única– fuente del mal, la política aduanera se antojaba un remedio eficaz.
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Sunday Mail (Brisbane) (21-XI-1954). |
Esta idea era compartida por algunos representantes del parlamento australiano, que consideraban los cómics un problema federal que podía abordarse –siquiera de forma parcial– a través del control fronterizo[101], adoptando las medidas censoras en manos de la federación[102]. Para justificar tal intervención, a los motivos nacionalistas y económicos que habían caracterizado a la campaña anticómic se empezaron a añadir otros. El senador John Owen Critchley (South Australia) apelaba al daño moral que ocasionaba en los niños[103], al atentar esos cómics importados contra «la decencia, la ley y los valores cristianos», desencadenando así una amenaza nacional que los padres resultaban incapaces de afrontar[104]. Estaba claro que los argumentos de la campaña social empezaban a surtir efecto entre la clase política que se hacía eco de los argumentos que aquélla había empleado contra los cómics.
En 1956 al daño moral se añadía la referencia al problema de orden público. Richard Cleaver (West Australia) sacaría a colación el problema de la delincuencia juvenil, que ya había afrontado dos años antes el Senado de los Estados Unidos[105]. Apuntaló sus argumentos con un estudio de la Australian Broadcasting Commision según el cual en estados como Queensland el 32% de los crímenes eran perpetrados por jóvenes con edades comprendidas entre los 17 y 21 años, influidos por la lectura de cómics[106], que no eran más que “escuelas de delincuencia”, como los había denominado Fredric Wertham[107].
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Noticia de la creación de la Comics Code Authority en Estados Unidos. News (Adelaida) (22-IX-1954). |
A pesar de todas estas quejas, en un primer momento el Gobierno se mostró reticente a adoptar medidas adicionales para frenar esas publicaciones, escudándose en que la Customs Act ya prohibía ese tipo de importaciones[108]. Avanzar más en las medidas censoras de la federación exigiría abrir el correo postal, límite que el ejecutivo federal no estaba dispuesto a franquear[109]. Por otra parte, la censura a través del control fronterizo ya había resultado polémica desde un primer momento[110], entre otras cosas por la dificultad de hallar un concepto unívoco de qué se debía considerar obsceno o indecente[111] o por el hecho mismo de depositar ese juicio en los funcionarios de aduanas.
Precisamente por estas razones algunos representantes entendieron que el control aduanero evidenciaba limitaciones y carencias. No era sólo que el ejecutivo pusiera poco empeño en frenar las importaciones (que también…) sino que resultaba ineficaz porque podía sortearse de diversas formas[112]. El propio gobierno federal había confirmado que las intervenciones fronterizas servían de poco, puesto que a través de correo postal las editoriales recibían fotografías, planchas u otro tipo de reproducciones, a partir de las cuales se encargaba a dibujantes locales reproducir los originales[113]. A comienzos de los cincuenta, la técnica se depuraría: las editoriales importaban microfilms, con los que se imprimían los cómics foráneos en la propia Australia[114].
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Crítica al malgasto de papel para publicar cómics. Il Risveglio-The Awakening (Sidney) (1-VII-1952). |
Con el ejecutivo federal con las manos atadas, y los municipios sin competencias para implantar medidas anticómic, todas las miradas se dirigieron a los estados. Ellos sí disponían de facultades para impedir la distribución y venta de cómics dentro de sus respectivos territorios.
La apuesta era arriesgada. Cada estado podía sentirse tentado a aplicar sus propias medidas para enfrentar lo que en realidad representaba un problema nacional. Por eso, en un primer momento de lucidez se intentó que los estados se pusieran de acuerdo para aprobar leyes idénticas en sus respectivos territorios.
Con tal fin, en agosto de 1949 los gobernadores de los estados organizaron una conferencia en la que se planteó la posibilidad promover una censura uniforme sobre las publicaciones, aunque la propuesta acabó sin acuerdo[115]. Y es que algunos estados, como Queensland o Victoria, se hallaban más inclinados que otros a introducir medidas censoras. Ante este fracaso, el gobernador de este último estado solicitó a la federación que se prohibiese cualquier importación de crime comics, sobre todo si ésta requería el pago en dólares y por tanto la pérdida de divisas[116]. Dicho de otro modo, se volvía a intentar que la solución quedase en manos de las autoridades federales, en lo que empezaba a ser un juego de pasarse la patata caliente de unas autoridades a otras.
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Catholic Weekly (Sidney) (7-V-1953). |
A este intento fracasado se sucedieron otros que no obtuvieron mejores resultados. En julio de 1952, en una nueva conferencia de gobernadores estatales, surgió un intenso debate a raíz de que entre los presentes circulase una revista en la que aparecía una mujer desnuda[117], circunstancia que se aprovechó para volver a la carga con el problema de las publicaciones inadecuadas que una vez más acabó enfocándose hacia los cómics[118]. Los gobernadores de South Australia, Tasmania y Victoria fueron especialmente beligerantes en su crítica contra estas revistas[119]. Los dos últimos llegaron a hacer propuestas firmes sobre medidas para paliar el mal. El gobernador de Victoria, tras advertir la necesidad de que los estados contasen con un control uniforme sobre tales lecturas[120], acabó por hacer una propuesta de tipo federal: conceder poder a la federación para formar una autoridad central que controlase licencias para las importaciones[121]. Resulta evidente que tal medida respondía a seguir considerando que los cómics nocivos eran exclusivamente los estadounidenses, y no lo que se producía en Australia. El gobernador de Tasmania, sin embargo, no dudó en requerir que se crease la figura de un censor (sin aclarar con competencias estatales o federales) que examinase el contenido de los cómics antes de que pudieran ser distribuidos[122]. Es decir, una censura en toda regla.
Como en 1949, la conferencia de 1952 acabó sin acuerdo, después de que se solicitase examinar ejemplos de cómics para lograr la solución más proporcionada[123]. En noviembre de 1953 se celebró una nueva conferencia, en este caso de oficiales gubernamentales, en la que se retomaba la propuesta de lograr una legislación uniforme en los estados, apuntado expresamente a medidas censoras[124]. Los delegados de Queensland asumieron el liderazgo para aclarar la idoneidad de esta medida: frente a lo que había sostenido el gobernador de Victoria, los oficiales de Queensland advirtieron que la mayoría de los cómics se producían en Australia (precisamente en Victoria, aunque también en New South Wales), por lo que las medidas aduaneras resultaban inoperantes[125]. La solución pasaba por reformar leyes como la Vagrancy Act de Queensland, a fin de ampliar la definición de obscenidad, que en esos momentos permitía perseguir publicaciones con referencias a sexo y crimen, pero no a horror y violencia[126]. De hecho, los jueces parecían apoyar esta medida, y la Victorian Honorary Justices Association había solicitado una ampliación legislativa de la definición de obscenidad[127].
Como en anteriores ocasiones, este último intento de lograr una legislación uniforme acabó fracasando. En lo sucesivo cada estado iría por su cuenta para enfrentarse al problema de los cómics.
La normativa estatal anticómic: prohibiciones y censura encubierta
Para atajar la circulación de cómics dentro de sus respectivos territorios los estados disponían de una herramienta: la legislación antiobscenidad. Esta normativa se remontaba a finales del XIX y comienzos del XX: entre 1876 (Vitoria) y 1902 (West Australia) todos los estados habían aprobado leyes siguiendo el modelo de la Obscene Publications Act inglesa de 1857[128] (conocida por Ley Campbell). También de Inglaterra tomaron su concreción jurisprudencial a través del common law, haciendo suyo (como en todos los países del espectro anglosajón) el “Hicklin test” instaurado por el juez Alexander Cockburn[129]. Éste determinaba que una publicación debía calificarse como obscena «si la materia considerada como obscena tiende a depravar o corromper a aquellos sujetos cuyas mentes son permeables a tales influencias inmorales, y en cuyas manos pueda caer una publicación de este tipo».
Igual que sucedió en Canadá, Estados Unidos e Inglaterra, la aparición de los cómics puso de evidencia que esa añeja normativa antiobscenidad resultaba insuficiente para prohibirlos. El concepto de obscenidad tenía una orientación claramente sexual, pero ¿qué sucedía con las viñetas que mostraban no ya sexo, sino violencia, crimen u horror? Tales contenidos se escapaban a las leyes.
De ahí que desde 1953 los estados australianos comenzasen a enmendar este acervo legislativo, ampliándolo para que pudiera alcanzar también a los cómics. La más madrugadora fue South Australia con su modificación en 1953 de la Police Offences Act[130]. Le siguieron en 1954 Queensland, con su ley para “prevenir la distribución de literatura objetable”[131], Victoria, a través de la Police Offences (Obscene Publications) Act[132] y Tasmania con la Objectionable Publications Act[133]. Un año más tarde le llegaría el turno a New South Wales[134] con la aprobación de la Obscene and Indecent Publications (Amendment) Act, en tanto que Western Australia mantuvo intacta su ley de 1902, sin acometer reformas para afrontar el problema de los cómics. Las medidas legislativas de unos estados incitaron a otros a seguir su ejemplo, no deseando ninguno quedarse rezagado[135], y de hecho algunos representantes de New South Wales –la última en aprobar su normativa– se mostraban preocupados por la demora, ya que temían convertirse en un nicho al que irían a parar todos los comic books dañinos que no podían publicarse en otros territorios[136]. Las legislaciones de los estados más vanguardistas sirvieron además de modelo a los restantes territorios, como sucedió con New South Wales, que imitó la normativa aprobada previamente por el estado de Victoria[137], con algunas notas de South Australia[138]. Victoria, por su parte, estudió el proyecto de Queensland para elaborar el suyo[139].
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Catholic Weekly (Sidney) (14-V-1953). |
Las leyes estatales presentaron sus propias particularidades, pero todas ellas coincidieron en su objetivo: ampliar el concepto de obscenidad para atrapar con él, como si de una red se tratase, a los cómics más escurridizos. Con tal propósito realizaron una definición más generosa de obscenidad (New South Wales y Victoria) o la reemplazaron por un nuevo concepto más lato, el de “material objetable” (Queensland y Tasmania) o “indecente” (South Australia).
Los que optaron por reformular el concepto de obscenidad lo hicieron definiéndolo como una tendencia a depravar, corromper o dañar la moral de las personas a las que iba dirigido el material en cuestión, aun cuando no causase el mismo efecto en otros sujetos distintos. Técnicamente el cambio más notable residía en los individuos que se tomarían como referencia para considerar que una obra fuese obscena: según el test de Hicklin, aplicado hasta entonces, debía tratarse de personas vulnerables y fácilmente influenciables que pudieran llegar a tener la obra en sus manos. Lo que se traducía en un estándar absurdo: por una parte, porque cualquier contenido dispondría de idoneidad para corromper a un sujeto si éste ya tenía esa predisposición psicológica debido a su inmadurez; por otra, porque cualquier obra siempre era susceptible de caer en esas manos equivocadas.
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Advocate (Melbourne) (15-IV-1954). |
Las leyes australianas cambiaron este estándar por el del “audiencia probable”. La cuestión era preguntarse “¿a quién va dirigida la obra?”. Si no tenía un efecto corruptor entre sus destinatarios lógicos, aunque lo tuviera para otras personas, no podía reputarse como obscena. El cambio resultaba muy sensato y corregía uno de los aspectos más cuestionados del “test de Hicklin”.
Pero ése era el único cambio notable. Al seguir echando mano del concepto de “obscenidad”, New South Wales y Victoria se arriesgaban a que los jueces estimasen que sólo los contenidos sexuales encajaban dentro de esa categoría. Fue precisamente para conjurar ese problema por lo que el resto de estados sustituyeron el término de “obscenidad” por los conceptos de “material objetable” y “material indecente”.
La incorporación de estos términos acarreó algunas críticas, al ser categorías de nuevo cuño que no se hallaban afianzadas en el common law[140]. Sin embargo, su virtualidad residía en no estar tan encorsetados como el concepto de obscenidad, aplicable sólo al campo sexual. En contrapartida, resultaba preciso aclarar qué contenidos debían encajar dentro del ámbito de “objetable” o “indecente”, sobre todo para evitar que una excesiva indefinición pudiera acarrear la inconstitucionalidad de la ley por violentar el “due process of law”.
La más atenta a clarificarlo fue Queensland, que realizó una lista bastante detallada de los contenidos que serían objetables según la ley: cuando de forma indebida enfatizaran cuestiones de sexo, horror, crimen, crueldad o violencia; cuando fuesen blasfemos, indecentes, obscenos o injuriosos para la moralidad; cuando tuvieran capacidad de promover la depravación, el desorden público o la comisión de un delito; o, finalmente, cuando estuviesen encaminados a perjudicar a los ciudadanos del estado.
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Advocate (Melbourne) (29-IV-1954). |
Esta última conducta resultó la más polémica, porque representaba una cláusula abierta que podía utilizarse por motivaciones políticas. El diputado Thomas Aikens la describió, de hecho, como la cláusula más peligrosa que había visto en su vida parlamentaria[141].
Uno de los aspectos más relevantes residía sin embargo en la incorporación de la “dragnet clause”, tomada de la legislación aduanera federal: no se prohibía sin más la exhibición de sexo, horror, crimen o violencia en las publicaciones, sino sólo cuando se mostrase con un “énfasis indebido”. Esto suponía introducir una cláusula de proporcionalidad, impidiendo que cualquier contenido discreto pudiera acarrear la prohibición de una revista u obra literaria.
Precisamente por la amplitud de contenidos punibles, las leyes de todos los estados fijaron una serie de publicaciones que quedarían excluidas de su ámbito de aplicación. Aunque conviene primero mencionar cuáles se decía que sí estaban incluidas: los cómics. Las leyes de Queensland y Tasmania los mencionaban expresamente, para evidenciar lo ya evidente: que eran leyes ad hoc contra los cómics. Respecto de las publicaciones expresamente excluidas, se contemplaban las siguientes: la prensa (sólo en sus partes informativas, de modo que las tiras cómicas no se verían privilegiadas), los anuncios publicitarios, o las publicaciones técnicas, médicas, profesionales, políticas, escolásticas o que contuviesen narraciones históricas, míticas, tradicionales o legendarias.
Una segunda categoría de exclusiones atendía a una “excepción por mérito”: se permitía que cualquier publicación –incluso no incluida en el listado previo– tuviese un contenido “indecente” siempre que se demostrase que la obra atesoraba mérito artístico, literario o científico. En este caso, había un elemento probatorio en ciernes, ya que debía evidenciarse que concurrían esas circunstancias que eximían a una obra de sujetarse a los rigores de la ley.
Ahora bien, para complicar las cosas, se previeron “excepciones a las excepciones”, es decir circunstancias en las que una publicación podría prohibirse, aun cuando formasen parte de ese elenco de textos inmunes a la ley. Así, por ejemplo, cualquier texto de la primera categoría (la referente al tipo de publicación: prensa, científica, técnica…) podía prohibirse si se destinaba a sujetos distintos de los que debieran ser sus lógicos destinatarios. Por ejemplo, una publicación ginecológica podía ser controlada y declarada indecente si se dirigía a personal no médico. Por lo que se refiere a las excepciones por mérito (artístico, literario o científico), la legislación de South Australia introducía para ellas una limitación explícita: ese mérito no sería atendido si en el texto o imagen aparecían “con detalle indebido, o enfatizándose, coito, vicio innatural, comportamiento sexual inmoral o lascivo, u órganos reproductores o excretores”. Así que al final era una cuestión de intensidad: el sexo “excesivo” no era admisible, ni aun cuando se justificasen razones científicas, artísticas o literarias para su inclusión.
Un problema que hubo de abordarse en Australia fue el de concretar los sujetos responsables por la circulación de cómics obscenos, indecentes u objetables. La regla general, en todas las legislaciones estatales, fue imputar al distribuidor. En el estado de Victoria éste se definía con flexibilidad: si se trataba de un cómic publicado dentro del propio estado, se entendía por distribuidor la editorial que lo había producido; si se imprimía fuera de Victoria, se trataría del distribuidor stricto sensu, es decir, el que comercializaba con él entregándolo a los puntos de venta. Hay que decir que en Australia existía una situación casi de monopolio en la distribución de publicaciones periódicas: la compañía Gordon & Gotch distribuía el ochenta por ciento de las publicaciones del país (Cryle, 2004: 17-26). No debe extrañar que se dijese que era también la responsable del noventa por ciento del material objetable que circulaba en Australia[142]. No podía ser de otro modo.
Ahora bien, South Australia fue mucho más ambiciosa, y su ley trató de alcanzar a toda la cadena implicada en el negocio de los cómics. Serían responsables en primer lugar los que los publicasen, imprimiesen, vendiesen, ofreciesen para su venta, o los tuviesen en posesión con ese propósito. También los que los transmitiesen a terceros para su venta, distribución o exhibición. En tercer lugar, los que exhibiesen en lugar público (plazas, jardines, lugares comunes de un edificio…). Nadie quedaba a salvo.
Si se trataba de personas físicas, la sanción prevista en las leyes estatales podía ser pecuniaria o privativa de libertad; si el responsable era persona jurídica, obviamente sólo lo primero. En Queensland, South Australia y Tasmania, la responsabilidad de las personas jurídicas entrañaba una doble sanción: la propia corporación recibía una multa, pero su director también era encausado personalmente, debiendo pagar a su vez una sanción pecuniaria o incluso pudiendo ser encarcelado.
De las distintas legislaciones estatales existen sin embargo dos aspectos especialmente cuestionables y polémicos. El primero fue la previsión de que las distribuidoras hubieran de registrarse para poder desempeñar su actividad. Esta medida –existente también en Nueva Zelanda, de donde se copió– se implantó en New South Wales y Victoria, y resultó muy criticada por algunos sectores políticos que consideraron que se trataba de una medida monstruosa, propia de regímenes totalitarios[143]. Algo de razón no les faltaba, si tenemos en cuenta que una medida similar sería adoptada en la España de Franco desde 1955.
Pero lo peor no era el registro, sino la posibilidad de “desregistro”: cuando una distribuidora era condenada por comercializar con una publicación de contenido prohibido, se le podía imponer como sanción accesoria su eliminación del registro. Obviamente, Gordon & Gotch protestó airadamente, porque se ponía en peligro su propia continuidad, al ser ella la encargada de la mayoría de las distribuciones del país[144]. Desde un punto de vista práctico surgía además el problema de pretender que una empresa de esas dimensiones pudiese conocer de antemano el contenido de todas las publicaciones que distribuía para evitar comercializar las que fuesen indecentes[145].
Los defensores de la ley apelaban a la prudencia de los jueces, que sólo adoptarían la medida en situaciones de gravedad[146]. Pero eso era más bien invertir los postulados aristotélicos, y confiar en un “gobierno de hombres”, en vez de hacerlo en un “gobierno de leyes”. Todas las enmiendas para tratar de corregir y racionalizar esta circunstancia fracasaron: someterla a juicio por jurado[147], reservar la decisión a una instancia superior[148], imponer el desregistro sólo en caso de reincidencia[149]… nada fue admitido para reducir el poder tan desmesurado que se depositaba en los jueces.
La otra medida polémica de las leyes respondió, precisamente, a la fijación del órgano de control de las publicaciones. Si bien la mayoría de los estados dejaron la aplicación de la ley en manos de los tribunales de justicia, dos, Queensland y Tasmania, constituyeron un órgano administrativo para tal propósito: en el caso de Queensland fue denominado como The Literature Board of Review, en tanto que en Tasmania recibió el nombre de Publications Board of Review.
Otros territorios también se lo plantearon, pero hubieron de descartarlo por la oposición que hallaron, sobre todo por parte de los protestantes, a quienes no agradaba una medida que se copiaba no sólo de Nueva Zelanda, sino, lo que era mucho peor, de la católica Irlanda. Y en el país europeo ya habían resultado patentes los riesgos de erigir un órgano así. La Censorship Publications Act aprobada en Irlanda en 1929 había constituido un Comité de Censura de Publicaciones, integrado por cinco miembros habilitados para examinar cualquier publicación a la venta. Si la consideraban obscena, debía retirarse inmediatamente de su comercialización, pasando a incluirse en un “Registro de Publicaciones Prohibidas” a efectos de publicidad.
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The Daily News (Perth) (5-XI-1954). |
Al amparo de la legislación irlandesa el comité realizó una depuración literaria terrorífica. El pueblo de Eire se vio imposibilitado para leer por ejemplo a Laurence Durrell, William Faulkner, Graham Green, Ernest Hemingway, Aldous Huxley, Thomas Mann, Marcel Proust, Bernard Shaw, John Steinbeck, H. G. Wells, Kingsley Amis, Honoré de Balzac, Brian Moore, Vladimir Nobokov, Jean Paul Sartre, Tennessee Williams o Robert Graves; y entre los españoles, la obra The Spanish Omnibus (1932), que recopilaba relatos de autores de las generaciones del 98 y del 27[150]. En 1954 el comité irlandés llegó a examinar mil doscientos siete libros, de los que prohibió mil treinta y cuatro, es decir, el 85%. Todo le parecía pecaminoso e indigno de leerse. Por si fuera poco, el ritmo de lectura del órgano no resultaba creíble: sus integrantes debían leer veinte libros a la semana, cosa que ni de lejos se producía.
A raíz de varias visitas de gobernadores australianos a Irlanda estos regresaron a la isla oceánica convencidos de que Irlanda era un buen ejemplo. Pero en su país se hallaron con tal oposición, que sólo Queensland y Tasmania lograron seguir la senda del país europeo.
Estos comités australianos merecen situarse entre los órganos más arbitrarios jamás concebidos en la historia de la censura de cómics, equiparando su proceder al de dictaduras como la España de Franco, la Portugal de Salazar o la Italia de Mussolini.
Empezando por su arbitraria composición: no había ninguna restricción para ser miembro de estos comités, cuyos integrantes eran elegidos a voluntad por el gobernador y, en el caso de Tasmania, durante tiempo indefinido, hasta que el propio gobernador los reemplazase.
Sus procedimientos de actuación se hallaban al mismo nivel de arbitrariedad. La policía podía examinar los puntos de venta y distribución de publicaciones, y comprar las que les pareciesen objetables, haciéndoselas llegar al comité. Por tanto, éste no era a priori un órgano de censura, ya que examinaba obras ya en venta. Pero la realidad era otra. Una vez examinadas las publicaciones, podía prohibirlas, sin justificar ni el número exacto que había analizado (tratándose de una publicación periódica) ni los motivos concretos en los que fundaba la prohibición. Pero, lo que era peor: cuando vetaba una revista, la prohibición afectaba a todos los números sucesivos. ¡Y eso sí era una censura!
Tan arbitraria actuación pone a estos comités a la altura de la Junta Asesora de la Prensa Infantil que se constituyó durante el franquismo en 1952, con reformas en 1955 y 1967. Es decir, que un órgano democrático, como el australiano, procedía con la misma impunidad que otro surgido en un régimen dictatorial. Es más, en el caso del órgano de la administración franquista existían unas guías (las Instrucciones expedidas en 1952, 1955 y 1967) a las que más o menos podían atenerse los editores. Cuando un censor (porque lo suyo sí era auténtica censura, al operar antes de que el cómic es publicase) encontraba elementos objetables, debía indicar en su informe cuáles eran en concreto. El editor podía, pues, conocerlos, y adaptarse a ellos o recurrir la decisión ante la instancia superior, que en ocasiones llegaba a corregirla[151].
En el caso de los editores y distribuidores australianos la situación resultaba más arcana. Ni sabían el número de su publicación que desagradaba al comité, ni tampoco los motivos por los que consideraba su contenido indecente. Los editores se quejaron, pidiendo al menos unas guías que el comité se negó siempre a ofrecerles, justificándose en la dificultad de redactar unos criterios precisos de lo que era inadmisible publicar (Queensland Literature Board Review, 1955). El resultado era que, aunque las leyes posibilitaban recurrir la decisión del comité ante los tribunales, se producía una manifiesta indefensión procesal: ¿cómo recurrir sin saber los motivos de la prohibición y, ni tan siquiera, los ejemplares que la habían desencadenado? La inseguridad jurídica acercaba a Australia a la más procaz dictadura.
Los efectos de la campaña anticómic australiana
Las leyes estatales empezaron a aplicarse tan pronto se pusieron en planta. Había un problema que atajar, y no era cuestión de demorarse más. Pero la intensidad no fue la misma en unos y otros territorios. En algunos, como Victoria, la entrada en vigor de la ley no supuso un incremento perceptible de los procesos contra las compañías distribuidoras de cómics[152]. Síntoma de que se había exagerado tanto el problema como la eficacia de su solución legislativa. El Publications Board Review de Tasmania tuvo por su parte un proceder bastante discreto, y en 1956 se limitó a prohibir seis cómics, todos ellos del Oeste (Patrick, 2011a: 141).
En Queensland las cosas pintaron muy distintas. Su celo en perseguir los cómics resultó antológico: ya en el primer año de funciones de su “comité censor”, éste prohibió cuarenta y siete publicaciones[153]. Y, como era de esperar tal cual estaba concebido sus decisiones resultaron de una manifiesta arbitrariedad.
Buena prueba de ello fue la prohibición de la cabecera The Lone Avenger, la versión australiana del Llanero Solitario. Aunque nada se decía del motivo del veto (porque nada debía justificar el comité cuando vedaba una revista), las razones eran evidentes. El autor de The Lone Avenger, Len Lawson, había sido procesado ese mismo año (1954) por la violación de cinco muchachas, a las que previamente había convencido para fotografiarlas como modelos para un calendario. Condenado a la pena capital, Lawson finalmente acabó cumpliendo catorce años de prisión. Solo para volver a ella tras recuperar la libertad, por un nuevo caso de violación que le privaría de libertad hasta el fin de sus días.
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Lone Avenger fue prohibido en Queensland cuando su autor, Len Lawson, fue condenado por un delito de violación. Action Comic núm. 17 (Peter Huston, 1946). |
Que el comité de Queensland prohibió The Lone Avenger debido a los actos perpetrados por su autor parece fuera de toda duda: no en balde levantó la prohibición tan pronto como las aventuras del pistolero enmascarado empezaron a estar firmadas por otro artista.
El problema de las prohibiciones en Queensland es que acababan teniendo una repercusión nacional. Los editores y distribuidores no querían perder ese mercado, aparte de que lo acordado en aquel estado podía tener notoriedad en otros, perjudicando sus ventas. Así que seguían a pies juntillas lo que decía el comité de Queensland, y adaptaban las viñetas a sus exigencias. Aunque no siempre fue así.
En 1954, la editora Invicible Press recurrió ante el Tribunal Supremo de Queensland la decisión del comité de ese estado de prohibir su revista Dragnet, perteneciente al género de crime comics. Alegando que la decisión era arbitraria, el demandante se valió de un psicólogo para demostrar que ni el cómic tenía más violencia que la justa para la historia (sin representación del mal tampoco puede haberla de la virtud), y que se trataba de narraciones que se centraban en la labor policial, encomiando sus tareas y destacando sus victorias.
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Dragnet, núm. 1 (Invincible Press) (1954). |
El argumento resultó sin embargo insuficiente. Los jueces dieron la razón al comité de Queensland. Según la alta corte, el lenguaje empleado en el cómic (lleno de jerga y mala gramática), la publicidad que se incluía en sus páginas, la abundancia de dibujos y la ausencia de valor literario, todo ello permitía concluir que se trataba de una publicación dirigida a adolescentes o adultos mentalmente inmaduros. Y para este público ese contenido resultaba perjudicial, por lo que su prohibición era conforme a Derecho. Imposible desconocer el sesgo elitista de la sentencia: mucho dibujo equivalía a producto inane concebido para mentes subdesarrolladas.
Ese mismo año de 1954 tres editores de Sidney (Action Comics, Barmor Publications y Transport Publishing) también recurrieron una prohibición del comité de Queensland, en este caso de ocho cómics de romance. Y de nuevo el Tribunal Supremo de Queensland desestimó la demanda, dando la razón al comité: haciendo caso a los argumentos esgrimidos por el recurrente, consideró que en esta ocasión las principales lectoras de esas revistas eran chicas jóvenes, conflictivas o inmaduras, en las que ese tipo de publicaciones podían tener un efecto negativo, incitándolas a la promiscuidad[154]. Una vez más la “audiencia probable” resultó determinante para el fallo.
Sin embargo, en esta ocasión los editores no se conformaron y recurrieron la sentencia ante el Tribunal Supremo de Australia. Una medida afortunada, porque éste sí les dio la razón. Corrigiendo la resolución del tribunal de Queensland, la alta corte llegaba a unas conclusiones opuestas: no había quedado demostrado que las lectoras de esos cómics perteneciesen mayoritariamente a un grupo vulnerable (muchas lectoras eran incluso mujeres adultas perfectamente estables), ni tampoco que las revistas hiciesen un “énfasis indebido” en las relaciones sexuales. Antes bien, en ningún caso se mostraban relaciones sexuales, el contacto entre parejas era más bien pudoroso, y el resultado feliz, el matrimonio. Las historias podían ser fútiles, los dibujos deficientes, pero en absoluto eso lo convertía en material indecente u objetable[155]. Fue el primer revés serio del comité de Queensland.
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No siempre los cómics mostraban a la policía tan inoperante como planteaba la campaña anticómic. Trapped (sn) (N.S.W. Bookstall Co. Pty. Limited, 1942). |
A pesar de ello, los editores y distribuidores no tenían ganas de verse enfrentados a procesos judiciales, por lo que recurrieron a una solución indeseada, pero habitual en las campañas anticómic: la autocensura. El recrudecimiento de la cruzada contra sus publicaciones dio lugar a que desde comienzos de los años cincuenta las empresas dedicadas al cómic decidieran poner en marcha planes urgentes de contingencia con los que lavar su imagen. El más habitual fue formar códigos internos imponiendo a guionistas y dibujantes cortapisas en su libertad creativa.
La primera pista de que ése era un camino que podía transitarse llegó del G. O’Sullivan, de Melbourne. A mediados de 1952, realizó una encuesta sobre los hábitos lectores de mil ciento setenta y cuatro niños de escuelas católicas, tras lo cual instó a los editores a elaborar un código que contuviese los siguientes elementos: (1) Eliminación de los cómics que glorifiquen o condonen a personajes reprensibles; (2) eliminación de temas que resulten ofensivamente sexys ya sea en la portada o en el contenido; (3) supresión de escenas escabrosas, de cuerpos sangrientos y similares; (4) erradicación de escenas de torturas crueles o inusuales, mostradas de forma que fomenten el sadismo; (5) eliminación en los cómics de jergas e inglés incorrecto; (6) uso de un tipo de pintura que no fuerce la visión de los jóvenes[156].
En 1954, con los estados ya poniendo en planta sus leyes anticómic, los editores y distribuidores se vieron obligados a seguir las recomendaciones del reverendo O’Sullivan, y empezaron a crear sus códigos internos. En marzo lo hizo la editorial Horwitz Publications, imponiendo a todos sus artistas una serie de guías que diferenciaban según se tratase de publicaciones juveniles o dirigidas a adultos. Los cómics, obviamente, entraban dentro de la primera categoría.
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Cómics de romance prohibidos por el comité de Queensland. Darling Romance Real Stories of True Love, núm. 18 (Action Comics, IV-1954) y Love Experiences, núm. 28 (Transport) (VI-1954). |
Las pautas previstas para los cómics juveniles estaban muy detalladas, divididas en varios segmentos de forma un tanto asistemática: tramas, argumentos, personajes, sadismo, diálogo, ilustración y actitud hacia el sexo. La amalgama de indicaciones –acompañadas de no pocos ejemplos– atendía sólo mínimamente a aspectos formales, en concreto en relación con el uso del lenguaje. Los diálogos debían estar redactados en un inglés correcto, eludiendo el uso de dialectos y jergas (admitidos sólo de forma excepcional y sin que pudieran suponer excesiva incorrección gramatical), y prohibiendo expresiones que supusiesen profanación, referencias a Dios o a la religión, doble sentido con contenido sexual o vulgar, o falta de respeto contra cualquier religión, raza o grupo político (a no ser que éste fuese ilegal, como el Ku Klux Klan). En el caso de los héroes, el uso de un lenguaje adecuado, con ausencia de jerga, resultaba especialmente imperativo, al entender que sería el modelo que imitarían los lectores.
La mayor parte de las normas del código se referían sin embargo a cuestiones de contenido. Con carácter general se establecía que la trama debía traslucir un contenido moral, y esa guía era precisamente la que impregnaba las restantes estipulaciones del código. Su objetivo era triple: combatir la violencia, el horror y el erotismo. Por lo que se refiere al primer aspecto, los héroes debían emplear preferiblemente la inteligencia para combatir al villano, usando sólo la fuerza como autodefensa y reduciéndolas al mínimo imprescindible. De este modo, los cómics no podían mostrar una violencia superior a la que se exigía a las películas para ser calificadas de “exhibición general”.
Por lo que se refiere a la representación de la violencia, se estipulaba que el villano (cuya condición debía resultar clara y sin ambigüedades, lo mismo que en el caso del héroe) debía recibir siempre un justo castigo, pero para lograrlo el protagonista no debía en ningún caso quebrantar la ley, ni siquiera con el objetivo legítimo de perseguir al malhechor (por ejemplo, no podía robar un coche o tomarlo por la fuerza, sino que debía pedirlo prestado en caso de no disponer de él). El respeto por la ley entrañaba también un trato deferente con las fuerzas del orden.
Respecto al horror –al que en Australia se prestó menos atención de lo que se hizo por ejemplo en Inglaterra– se preveía la eliminación del sadismo, de personajes desfigurados o sobrenaturales, así como las expresiones de terror y odio.
Finalmente, en cuanto al sexo –el verdadero caballo de batalla en la campaña anticómic australiana– se llegaba al punto de que los personajes femeninos sólo debían aparecer si resultaba absolutamente necesario, lo que obviamente había de conducir a una masculinización de los argumentos. En caso de que la mujer hiciese acto de presencia, su relación con los varones de la historieta debía ser casual, como si el sexo no existiese. Y, además, su indumentaria debía resultar decente.
También Gordon & Gotch, la principal distribuidora de publicaciones en Australia, a pesar de su inicial hostilidad contra la campaña anticómic, acabó por plegarse a sus exigencias. Agobiado por la presión social, a mediados de 1952 Gordon and Gotch había prohibido la importación de cuarenta revistas inglesas[157], pero aquello no parecía suficiente para detener las críticas. En los parlamentos de Victoria y New South Wales el nombre de esta compañía salió a colación en diversas ocasiones, haciéndola responsable de la difusión de material objetable. Las medidas normativas que se estaban proyectando en esos estados podían suponer una pérdida de licencia para distribuir publicaciones, por lo que Gordon & Gotch decidió adoptar medidas paliativas, aprobando su propio código de autocensura[158], diseñado a imitación del Comics Code Authority estadounidense (Baulderstone, 2005: 48), y por el que podía exigir cambios en los cómics so pena de negarse a distribuirlos si entendía que contenían material ofensivo (Patrick, 2011a: 143). La medida tuvo efectos en la producción de cómics local, obligando, por ejemplo, a que la máscara de Captain Justice fuese modificada (Ryan, 1979: 200).
Ni la aplicación de las leyes estatales, ni las medidas de autocontención implantadas por editores y distribuidores sirvieron para calmar todos los ánimos. A finales de los años cincuenta, todavía la campaña anticómic daba algunos coletazos. Pero lo cierto es que su presencia era muchísimo menor; de hecho, desde 1956 ésta fue decreciendo en intensidad.
¿Acaso al final las medidas habían surtido efecto? Posiblemente en parte así fuera. Pero no debe olvidarse que otros factores también explican la progresiva pérdida de interés de quienes habían hostigado hasta ese momento los cómics. En particular, la presencia de un nuevo medio de ocio que estaba llamado a reemplazarlos: la televisión. Con ella, los cómics perdieron progresivamente presencia, y de resultas también lo hizo la propia campaña anticómic que durante dos decenios había criminalizado aquellas revistas. A la postre, las preferencias del público fue la principal censura a la que hubieron de enfrentarse los cómics australianos. Un embate al que ya no lograron imponerse.
BIBLIOGRAFÍA
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NOTAS
[1] Para un recorrido exhaustivo de la historia de los comic books australianos, desde sus orígenes en las tiras de prensa, me remito al imprescindible libro de (Ryan, 1979). Igualmente, es de enorme interés la lectura de (Cliffe, 2019), que representa una magnífica base de datos de los principales cómics publicados en Australia. Una recopilación completa de los cómics publicados en Australia puede verse en (Roger, 2017). Quisiera agradecer al artista y editor australiano Nat Karmichael y al profesor Kevin Patrick (Fordham University) su enorme generosidad proporcionándome algunas de las obras bibliográficas de difícil acceso que se citan en este texto.
[2] El test reputaba una obra como obscena «si la materia considerada como obscena tiende a depravar o corromper a aquellos sujetos cuyas mentes son permeables a tales influencias inmorales, y en cuyas manos pueda caer una publicación de este tipo» (Regina v. Hicklin, L.R. 3 Q.B. 360, 1868). El test de Hicklin fue aplicado en todo el mundo anglosajón: Inglaterra, Irlanda, Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y Australia, Pero se extendió también a antiguos dominios ingleses, como Sudáfrica y la India.
[3] Con ello se ahorrarían, según las estimaciones del Ejecutivo, en torno a cien mil libras. "Import Ban On Magazines. To Save £ 100.000", Age (Melbourne) (12-IV-1940), p. 6.
[4] "Federal Matters: Prohibition of Certain Printings", Westralian Worker (Perth) (14-VI-1940), p. 7.
[5] La revista se encuentra a día de hoy muy poco accesible, y ni siquiera hay referencia del contenido de este número en la espléndida web Grand Comics Database. No obstante, el citado editorial aparece reproducido íntegramente en (Ryan, 1979: 180).
[6] Davies, J. B.: "The comic's new role in U.S. education", The Daily Telegraph (21-XII-1949), p. 8.
[7] (Marston, 1943-1944: 36, 40), (United States Senate, 1954: 64). Quizás las cifras más fiables fuesen las proporcionadas por la Market Research Company of America, que las fijaba en unos 70 millones mensuales. Vanderbilt, Sanderson: "The Comics", Yank. The Army Weekly (23-XI-1945), p. 7; "Here to Stay", The Daily Journal-Gazette and Commercial-Star of Mattoon (13-I-1945), p. 2. En 1952 ya se hablaba de entre setenta y cien millones de lectores diarios. "Answers fo Questions ...", Billings Gazette (27-IX-1952), p. 4. La referencia a cien millones diarios se encuentra sin embargo referida en algún diario estadounidense posterior a las fechas de los rotativos australianos.
[8] "Killing Time in the U.S.", Townsville Daily Bulletin (6-XII-1949), p. 7; "«Age of triviality». Killing Time in the U.S.", Cairns Post (27-I-1949), p. 3.
[9] "Women's world now", Sunday Mail (24-IV-1949), p. 9; Davies, J. B.: "The comic's new role in U.S. education", The Daily Telegraph (21-XII-1949), p. 8; "Yank Comic Strips Featured In Sunday Paper Sales Battle", Tribune (22-I-1949), p. 6; Richards, Arthur: "«I once had a secret passion»", The Courier-Mail (10-XII-1949), p. 2; Ray, Charles: "A hundred-million-dollar comic industry spells", Daily News (Perth) (16-III-1955), p. 5; "U.S. Thrives On Comics", Argus (Melbourne) (4-V-1955), p. 4.
[10] "What Comics Mean to Children. Good or Bad Effect?", Mount Barker and Denmark Record (10-III-1949), p. 10; "They have comic classes in U.S.", Sunday Mail (27-XI-1949), p. 14.
[11] "U.S. Comic Strip Craze", Merredin Mercury and Central Districts Index (9-VI-1949), p. 8.
[12] "Crusade Against Horror Serials", Truth (4-IX-1949), p. 20.
[13] Thomson, Arthur: "Nothing funny in", Western Mail (Perth) (14-X-1954), p. 8.
[14] "Comics' Strong Hold in Britain", Age (Melbourne) (8-XII-1954), p. 1.
[15] "Comics Make Cavemen", Saturday Evening Express (31-XII-1949), p. 2; "Comics are «making us cavemen»", The Argus (29-XII-1949), p. 5.
[16] "Comics in the Dock", Western Mail (14-IV-1949), p. 8. De Legman se mencionó su postura en el texto “The Psychopathology of Comic Books” (Legman, 1948: 916-931). El texto de Legman sirvió como base para el capítulo de su libro Love and Death: A study in Censorship titulado “Not for Children” y en el que anticipaba muchos de los argumentos contra los cómics, y el presunto daño que ocasionaban a la infancia, que poco después emplearía Fredric Wertham (Slade, 2001: 934-935). Sobre Legman y su campaña contra los cómics (Brottman, 2004: 13-24).
[17] "U.S. Comic Strip Craze", Merredin Mercury and Central Districts Index (9-VI-1949), p. 8.
[18] (Crist, 1948: 22-23, 95-97). Las referencias en la prensa australiana a este trabajo de Wertham fueron muy abundantes: Wain, Gil: "Pros and Cons of Comic books", Northern Standard (Darwin) (24-IX-1953), p. 2; Wain, Gil: "What's Wrong With Comics?", Southern Argus (Port Elliot) (10-IX-1953), p. 6. Este último artículo fue reproducido en: The Southern Mail (Bowral) (11-IX-1953), p. 9; The Beverley Times (West Asutralia) (13-XI- 1953), p. 6; Cloncurry Advocate (Queensland) (18-IX- 1953), p. 3; Centralian Advocate (Alice Springs) (25-IX-1953), p. 12; The Northam Advertiser (West Australia) (25-IX-1953), p. 12; Portland Guardian (Victoria) (10-IX-1953), p. 1; Pittsworth Sentinel (Queensland) (6-XI-1953), p. 1.
[19] (Wertham, 1953: 50-53, 214-220). La mención a este texto de Wertham, en "Letters To The Editor: Deliquency", West Australian (Perth) (23-XII-1953), p. 17.
[20] "Doctor: «Teach murder...». Comic Crime Probe in U.S.", Courier-Mail (Brisbane) (22-IV-1954), p. 4; "This Week's Round-Up: Comics", Southern Cross (Adelaida) (29-X-1954), p. 6; "Books And Authors", Advertiser (Adelaida) (11-XII-1954), p. 11; "Sees U.S. Comics As Textbooks Of Crime", Advertiser (Adelaida) (22-IV-1954), p. 4; "Sees U.S. Comics As Textbooks Of Crime", Chronicle (Adelaida) (29-IV-1954), p. 2; "Sharp Rise In U.S. Crime", Herald (Melbourne) (21-IV-1954), p. 17. El libro fue ampliamente resumido, destacando además su importancia para el panorama australiano: "Collins Street Calling", Age (Melbourne) (6-XII-1954) p. 1; "Comics and the Innocent", Sydney Morning Herald (13-XI-1954), p. 6; "Blame big business for juvenile crime", Tribune (Sydney) (23-XI-1955), p. 8; Ray, Charles: "A hundred-million-dollar comic industry spells", Daily News (Perth) (16-III-1955), p. 5; Stein, H.: "The Cold War blows hot on our children", Tribune (Sydney) (19-I-1955), p. 8.
[21] "Censorship of Comic Books Sought in U.S.A.", Cairns Post (Queensland) (27-I-1949), p. 3.
[22] "Crime Comic Books", Central Queensland Herald (Rockhampton) (28-XII-1950), p. 14; "Crime Comic Books", Morning Bulletin (Rockhampton) (27-XII-1950), p. 4.
[23] "America’s Teenage Burglars", Saturday Evening Express (Launceston) (8-V-1954), p. 5; "Cleaning House On «Comics»", Sydney Morning Herald (4-XI-1954), p. 2. También se habló, como no podía ser de otro modo, de la inadecuada intervención de Bill Gaines en el subcomité, y de su posterior abandono de la línea “New Trend” de EC. "«No Danger» In Comics", Newcastle Sun (27-IV-1954), p. 8; "Crazy Capitalism. Wot, no blood drips?", Tribune (Sydney) (5-V-1954), p. 7; "«Comic» man repentant?", Daily Mercury (Mackay) (16-IX-1954), p. 19; "Horror Comic Closure", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (16-IX-1954), p. 7; "Discontinue Horror Comic Magazine", Morning Bulletin (Rockhampton) (16-IX-1954), p. 1; "Horror Comic Magazine", Cairns Post (Queensland) (16-IX-1954), p. 5; "Publisher to Discontinue Crime Comic Magazines", Age (Melbourne) (16-IX- 1954), p. 4; "Crime Comics Banned", Maryborough Chronicle (16-IX-1954), p. 4; "Originator to Stop Horror Comics", Daily News (Perth) (15-IX-1954), p. 3; "Comics Clean Up", Southern Cross (Adelaida) (26-XI-1954), p. 6, donde figura un resumen del código de 1954.
[24] "Comic Book «Czar's» Purity Campaign", Morning Bulletin (Rockhampton) (30-XII-1954), p. 1; "Comic Book Industry", Northern Miner (Charters Towers) (18-XI-1954), p. 3; "«Parents Must Support Comic Book Clean-Up»", Catholic Weekly (Sydney) (11-XI-1954), p. 8; "The Comic Book Industry", Cairns Post (Queensland) (26-X-1954), p. 6; "The new Czar of the Comic Book industry", Daily Mercury (Mackay) (5-XI-1954), p. 14; "Comic Censor", Goulburn Evening Post (29-XII-1954), p. 5; "U.S.A. Moves Against Bad Comic Books", West Australian (Perth) (30-XII-1954), p. 2; "U.S. Move To Clean Up Comic Books", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (9-IX-1954), p. 7; "Key U.S. Publishers Will Censor Own Comic Books", Catholic Weekly (Sydney) (9-IX-1954), p. 3; "«Cleaning up»", Daily Mercury (Mackay) (30-XII-1954), p. 10; "More Fun And Less Horror", Daily News (Perth) (17-IX-1954), p. 7; "A «Czar» Flattens Curves", Daily News (Perth) (29-XII-1954), p. 31; "Ban On Comics", Maryborough Chronicle (30-XII-1954), p. 3; "Bit Cuts in Horror Comics", Examiner (Launceston) (30-XII-1954), p. 5; "Heavy Censoring of Objectionable Comics", Evening Advocate (Innisfail) (29-XII-1954), p. 1; "U.S. Horror Comics Toned Down", Mercury (Hobart) (30-XII-1954), p. 3; "Face Lift for U. S. Comics", Newcastle Sun (18-XI-1954), p. 14; "U.S. Action on Horror Comics", Age (Melbourne) (9-IX-1954), p. 3; "Clean-up by Comics «Czar»", Age (Melbourne) (30-XII-1954), p. 4; "Comics chief cuts out the horror", Herald (Melbourne) (29-XII-1954), p. 8; "Many «horror» comics to go—voluntarily", Daily Advertiser (Wagga Wagga) (9-IX-1954), p. 6; "Magistrate to Write Stiff Code of Ethics for Comics", Age (Melbourne) (18-IX-1954), p. 4; "Comics «Decency Code» Adopted", Catholic Weekly (Sydney) (18-XI-1954), p. 7; "U.S. Publishers of «Comics» Adopt Decency Code", Advocate (Melbourne) (25-XI-1954), p. 20; "U.S.A. Gets «Decency» Code For Comics", West Australian (Perth) (29-X-1954), p. 18; "Move to Clean Up Comics in U.S.", Mercury (Hobart) (29-X-1954), p. 3; "Comics To Be Purged", Examiner (Launceston) (29-X-1954), p. 1; "Comics Clean Up", Southern Cross (Adelaida) (26-XI-1954), p. 6: "Comics Clean-Up in U.S.", Cairns Post (Queensland) (30-XII-1954, p. 2; "Strict code for publishers", Catholic Weekly (Sydney) (21-X-1954), p. 3; "Curb on Comics", Daily Telegraph (Sydney) (29-X-1954), p. 6; Onlooker: "Candic Comment: Crime Comics", Sun-Herald (Sydney) (3-X-1954), p. 16; "He Reads All The Comics", Farmer and Settler (Sydney) (12-XI-1954), p. 19; "The Passing Show: «Clean» Comics", West Australian (Perth) (15-X-1954), p. 2.
[25] Shaw, Corbett: "«Comics» Can Help In Education", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (5-VII-1952), p. 5; "Ban Sub-Normal «Comics» and Degrading Sex «Mags»", Murrumbidgee Irrigator (Leeton) (26-VIII-1952), p. 1; "Centenary of Education. 400 Teachers at Bathurst Conference", National Advocate (Bathurst) (30-IV-1953), p. 3; "Blame big business for juvenile crime", Tribune (Sydney) (23-XI-1955), p. 8.
[26] Sheridan, Tony: "Newspapers Have Financial Stake In Comics", Catholic Weekly (Sydney) (4-VI-1953), p. 20; Sheridan, Tony: "Comics—Read this and be shocked!", Catholic Weekly (Sydney) (14-V-1953), p. 13.
[27] "Clean-up Coming On Sex Comics", Labor Call (Melbourne) (10-IX-1953), p. 4; "Clean-up on comics is coming", Sunday Mail (Brisbane) (6-IX-1953), p. 7.
[28] "Trades Hall To Step Up War On Comics", Newcastle Sun (6-IX-1953), p. 5.
[29] Dreyer, Marien: "Sixty Million Comics", Voice, VIII-1953, p. 13.
[30] "Comics, films and child mind", Sun (Sydney) (25-VIII-1952), p. 9. Otras encuestas eran menos generosas en sus estimaciones, y señalaban que entre el 40 y 70% de los adolescentes leían tiras cómicas a diario. "Child Tastes Analysed. «Comic» Reading And Film-going", Sydney Morning Herald (26-VIII-1952), p. 2. A la misma conclusión llegaría un estudio elaborado por el doctor en pedagogía Connell, sobre la base de diez mil encuetados de entre trece y quince años. "Centenary of Education. 400 Teachers at Bathurst Conference", National Advocate (Bathurst) (30-IV-1953), p. 3; "Huge Circulation of Comic Books; Boys Read Them More Than Girls", Mudgee Guardian and North-Western Representative (4-V-1953), p. 1. Otras encuetas señalaban que los principales consumidores eran muchachos entre 10 y 16 años. "Are «Comics» Harmful?—New Shots In The Fifty Years' War", Sunday Herald (Sydney) (22-II-1953), p. 9; "The Argument About Comics Has Gone On For 50 Years", Chronicle (Adelaida) (26-III-1953), p. 11. Al margen de las tiras de prensa, que leerían a diario entre el 40 y 70% de los adolescentes. Sheridan, Tony: "Newspapers Have Financial Stake In Comics", Catholic Weekly (Sydney) (4-VI-1953), p. 20. Otros estudios concluían, sin embargo, que a partir de los catorce años los niños perdían interés en los comics, lo que supondría que durante la adolescencia el número de lectores resultaba mucho más exiguo. Wyeth, E. R.: "Improve Comics, Don’t Bar Them", Herald (Melbourne) (19-V-1954), p. 4; "«Don't Ban Comics». Here to stay, says lecturer", Brisbane Telegraph (7-VIII-1954), p. 9; "Lecturer Says Every American Thinks War Is Inevitable", Age (Melbourne) (6-VIII-1954), p. 3.
[31] "Does Your Youngster Read Comic Books?", Mail (Adelaida) (24-IV-1954), p. 4; "Surveys Show That Comics Do Little Harm To Adolescents", West Australian (Perth) (25-II-1954), p. 2.
[32] "These comic books. Should we ban them here?", Western Mail (Perth) (14-X-1954), p. 9.
[33] "Tableland C.W.A. Executive Meets", Cairns Post (Queensland) (27-I-1949), p. 6; "Our not-so-comic way of modern life", Daily News (Perth) (13-IX-1952), p. 4. De contaminación se habló en otras ocasiones: "Pernicious «Comics»", Advertiser (Adelaida) (23-VII-1952), p. 2; "At War With «Trash». Allies Join Drive For Clean Boooks", Brisbane Telegraph (12-IX-1953), p. 17.
[34] La idea de North de que los cómics eran ponzoñosos fue reproducida en algunos diarios australianos: "Tragic Comics", Workers Star (Perth) (26-V-1950), p. 6; "Tragic Comics", Tribune (Sydney) (24-V-1950), p. 6.
[35] "Who's to blame?", Daily News (Perth) (8-X-1955), p. 4.
[36] Entre los pocos casos, véase. Ruth, Nurse: "Handling Your Child's "Detective Story" Phase", The Central Queensland Herald (7-VII-1949), p. 24; "Ghoulish Presentation of Crime in Children's Comics Should Stop", Westralian Worker (Perh) (20-V-1949), p. 6.
[37] Richards, Arthur: "«I once had a secret passion»", The Courier-Mail (Brisbane) (10-XII-1949), p. 2. Este artículo sí sería luego citado de forma expresa, en el momento en que la campaña australiana se hallaba en su apogeo: Wyeth, E. R.: "Improve Comics, Don’t Bar Them", Herald (Melbourne) (19-V-1954), p. 4; "«Don't Ban Comics». Here to stay, says lecturer", Brisbane Telegraph (7-VIII-1954), p. 9; "Lecturer Says Every American Thinks War Is Inevitable", Age (Melbourne) (6-VIII-1954), p. 3.
[38] Butler, Leo: "Comics Not What They Used To Be", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (25-II-1950), p. 6; "«Children Know More About Superman Than About Christ»", Gosford Times and Wyong District Advocate (New South Wales) (22-V-1951), p. 1; "Good Stimulating Books To Combat Comics", Mercury (Hobart) (13-II-1951), p. 9; Travers, J. K. S.: "£10 Worth of Comics for the Boys!", Herald (Melbourne) (22-VII-1952), p. 4; "Comic-- or tragic", Daily News (Perth) (8-V-1952), p. 4
[39] "«Comics our own fault»; Teachers say they've failed", Argus (Melbourne) (29-I-1954), p. 6
[40] Westcott, Peter: "We must take our comics seriously", Herald (Melbourne) (14-I-1950), p. 14; "Good Stimulating Books To Combat Comics", Mercury (Hobart) (13-II-1951), p. 9; "Are «Comics» Harmful To Children?", Advertiser (Adelaida) (8-IX-1951), p. 7; "The «Comic» Presents a Serious Problem", Mercury (Hobart) (8-VII-1952), p. 4; "Women's Forum Club", Morning Bulletin (Rockhampton) (15-X-1954), p. 3.
[41] "Local Views On Comics", Goulburn Evening Post (New South Wales) (9-I-1951), p. 2; Maristelle, Sister: Teachers and the Comics Evil", Catholic Weekly (Sydney) (13-V-1954), p. 13; "Secondary Education Problems In This Atomic Age", Coffs Harbour Advocate (New South Wales) (23-III-1954), p. 1.
[42] Duncan, S.: "Parents, Not Comics, At Root of Child Crimes", Daily Advertiser (Wagga Wagg) (30-IX-1954), p. 5.
[43] "The Book or the Comic; What are Children to Read?", Age (Melbourne) (29-VIII-1953), p. 16. Los tres elementos se condensaban en una misiva enviada por un padre a la prensa, donde se decía que los comics estaban mal escritos, mal dibujados, e impresos con colores estridentes. "Who's to blame?", Daily News (Perth) (8-X-1955), p. 4.
[44] "Most Preferred Books To Comics", Farmer and Settler (Sydney) (10-X-1950), p. 20; Buchanan, James: "«Books are a Substantial World»", Queensland Country Life (29-XI-1951), p. 2.
[45] "Letters To the Editor: Comics", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (3-III-1954), p. 2; "«Censor comics» expert tells women", Argus (Melbourne) (26-VIII-1955), p. 12.
[46] "Principal Regrets Comics' Evil Effect", Townsville Daily Bulletin (19-XI-1952), p. 6; "The Tragedy of Comics", Advocate (Burnie) (15-I-1953), p. 4; "Australia, It Seems, Is A Bookish Place", Sydney Morning Herald (22-V-1953), p. 2; "Australia Is A Bookish Place", Advertiser (Adelaida) (13-VI-1953), p. 6; "Book Week Talks At Maitland", Newcastle Sun (14-VIII-1953), p. 5; "Catholic Groups Conduct Searching Enquiry Into Reading Habits", Catholic Weekly (Sydney) (13-VIII-1953), p. 7.
[47] "Comics On Sex, Crime Are «Out»", Townsville Daily Bulletin (9-XI-1954), p. 1.
[48] Westcott, Peter: "We must take our comics seriously", Herald (Melbourne) (14-I-1950), p. 14; "Real need to censor children's comics says this reader", Weekly Times (Melbourne) (26-III-1952), p. 43.
[49] Butler, Leo: "Comics Not What They Used To Be", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (25-II-1950), p. 6.
[50] Orwell, George: "Riding Down From Bangor", Tribune (22 noviembre 1946).
[51] "What Comics Mean to Children. Good or Bad Effect?", Mount Barker and Denmark Record (10-III-1949), p. 10. Las descripciones genéricas del contenido de los comics en esta misma línea resultan abundantísimas: "Ghoulish Presentation of Crime in Children's Comics Should Stop", Westralian Worker (Perth) (20-V-1949), p. 6.
[52] "Council Attitude to «Comics»", Record (Esmerald Hill) (8-X-1949), p. 1; Westcott, Peter: "We must take our comics seriously", Herald (Melbourne) (14-I-1950), p. 14; "Sale of comic books to be investigated", Mercury (Hobart) (9-II-1951), p. 5; "Comics—The New Fifth Column!", Southern Cross (Adelaida) (23-II-1951), p. 1; "Banning of Offensive Comics", Murrumbidgee Irrigator (Leeton) (26-IX-1952), p. 3; "Y.C.W. News", Southern Cross (Adelaida) (18-VII-1952), p. 15; "Censorship of Comics Urged", Barrier Miner (Broken) (16-VII-1952), p. 6; "Principal Regrets Comics' Evil Effect", Townsville Daily Bulletin (19-XI-1952), p. 6; "Comics Here To Stay", Recorder (Port Pirie) (1-IX-1952), p. 1; "91 Per Cent of Children Read Comics", Advocate (Melbourne) (31-VII-1952), p. 3; "«Comic» Strips Are Condemned", Narromine News and Trangie Advocate (30-I-1953), p. 2; "«Comic» Strips are Condemned", Western Herald (Bourke) (16-I-1953), p. 10; "Defending the Children. The fight for decency", Southern Cross (Adelaida) (17-IV-1953), p. 1; "Teenage Girls Like Comics", Daily News (Perth) (11-III-1953), p. 10; "Accent on Decency", Examiner (Launceston) (20-XI-1953), p. 2; "Parent And School Child, No. 4", Southern Cross (Adelaida) (6-XI-1953), p. 10. De veneno para el alma los caracterizó el reverendo J. Leonard: "Flood of Lurid «Comics» Danger to Youth", Catholic Weekly (Sydney) (5-VIII-1951), p. 2. De ellos también se decía que impedían al niño distinguir entre el bien y el mal. "Comics And Cowboy Serials Harming Young Generation", Warwick Daily News (10-II-1951), p. 4.
[53] Ripley, Josephine: "Weeding Out Bad Comics", The Beverley Times (5-VIII-1949), p. 8; Ripley, Josephine: "Weeding Out Bad Comics", The Northam Advertiser (8-VII-1949), p. 6; Ferber, Mary: "Sock! Bam! Pow! Is this childish prattle?", The Daily News (19-XI-1949), p. 9; Westcott, Peter: "We must take our comics seriously", Herald (Melbourne) (14-I-1950), p. 14; "Maybe you should check on «comics»", Queensland Times (Ipswich) (27-I-1950), p. 2; Bobbie, James M.: "Un-Comic Cult of the So-Called «Funnies»", Advocate (Melbourne) (7-VI-1951), p. 9; "Sin in Syndication", Northern Standard (Darwin) (31-VIII-1951), p. 8; "Lurid Comics Danger to Youth", Lithgow Mercury (13-XI-1951), p. 2; "Lurid Comics Danger To Youth", Singleton Argus (15-VIII-1951), p. 1; Mabbitt, E. J.: "Books For Children", Sydney Morning Herald (6-XII-1952), p. 2; "«Comics Code» Proposed", Southern Cross (Adelaida) (26-IX-1952), p. 9; "91 Per Cent of Children Read Comics", Advocate (Melbourne) (31-VII-1952), p. 3; "Meeting Urged Checks On Comics", Illawarra Daily Mercury (Wollongong) (2-XII-1952), p. 2; "«Comics Code» Proposed", Southern Cross (Adelaida) (26-IX-1952), p. 9; "Ban Sub-Normal «Comics» and Degrading Sex «Mags»", Murrumbidgee Irrigator (Leeton) (26-VIII-1952), p. 1; "Rector Stresses Harm Of Comics On Youth", Goulburn Evening Post (New South Wales) (14-X-1952), p. 2; "Violent comics", Daily Advertiser (Wagga Wagga) (13-XI-1952), p. 2; "The Book or the Comic; What are Children to Read?", Age (Melbourne) (29-VIII-1953), p. 16; "Public Meeting Condemns Indecent Magazines", Advocate (Melbourne) (17-IX-1953), p. 3; "3-point plan on indecent books", News (Adelaida) (27-VIII-1953), p. 36.
[54] "Support Sought For War On Comic Books", Mercury (Hobart) (26-VIII-1950), p. 5; "Comics Condemned. Censorhsip move by schools' conference", Brisbane Telegraph (8-XI-1950), p. 10; "Over A Thousand «Comics» Sold In Inverell Every Week", Inverell Times (28-V-1952), p. 4.
[55] "Offensive Literature", Recorder (Port Pirie) (8-XI-1954), p. 2.
[56] "Teachers Back Government Action", Catholic Weekly (Sydney) (28-X-1954), p. 2.
[57] "Sin in Syndication", Northern Standard (Darwin) (31-VIII_1951), p. 8.
[58] Bobbie, James M.: "Un-Comic Cult of the So-Called «Funnies»", Advocate (Melbourne) (7-VI-1951), p. 9; Sheridan, Tony: "Comics—Read this and be shocked!", Catholic Weekly (Sydney) (14-V-1953), p. 13. Los comics, se decía, solo estaban llenos de “héroes fuertes y violentos, y atractivas heroínas semidesnudas”. "Banning of Offensive Comics", Murrumbidgee Irrigator (Leeton) (26-IX-1952), p. 3. La semidesnudez de las mujeres que aparecían en los cómics, especialmente en las portadas, fue denunciada socialmente con frecuencia. "Philosophy Of Youth «See, Want, Take»", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (2-I-1953), p. 4.
[59] "Letters To the Editor: Comics", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (3-III-1954), p. 2.
[60] Resulta llamativo que en una referencia a los géneros de cómic que circulaban por Australia precisamente el primero que se mencionase fuera el de romance, incluso con sus matices (amor e íntimos), y solo después se incluyese el género criminal. "Ban Sub-Normal «Comics» and Degrading Sex «Mags»", Murrumbidgee Irrigator (Leeton) (26-VIII-1952), p. 1. No son pocos los escritos que califican a los cómics de romance como los peores de todos. "Harmful Comic Books Must Be Controlled Now", Catholic Weekly (Sydney) (7-V-1953), p. 1, 24; "«Romance» Comics Are Grave Danger To Young People", Catholic Weekly (Sydney) (28-V-1953), p. 4.
[61] "Lurid Comics Danger to Youth", Lithgow Mercury (13-XI-1951), p. 2; "Lurid Comics Danger To Youth", Singleton Argus (15-VIII-1951), p. 1.
[62] Levy, Alex: "Letters To The Editor: Love Comics", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (5-VI-1952), p. 2; "MP's bid for talk on «trashy books»", Herald (Melbourne) (8-X-1953), p. 5.
[63] Sheridan, Tony: "Evil Comics Are Profitable To Irresponsible Publishers", Catholic Weekly (Sydney) (31-VII-1952), p. 4.
[64] "Girls read comics", Herald (Melbourne) (19-IX-1952), p. 4.
[65] Concretamente los primeros cómics de romance hacen su aparición en Australia en 1951 (Patrick, 2017a: 229)
[66] "Comics Condemned. Censorhsip move by schools' conference", Brisbane Telegraph (8-VI-1950), p. 10.
[67] "«Censor comics» expert tells women", Argus (Melbourne) (26-VIII-1955), p. 12.
[68] "Girls read comics", Herald (Melbourne) (19-IX-1952), p. 4; "«Comics Code» Proposed", Southern Cross (Adelaida) (26-IX-1952), p. 9; Sheridan, Tony: "Comics—Read this and be shocked!", Catholic Weekly (Sydney) (14-V-1953), p. 13; Ripley, Josephine: "Weeding Out Bad Comics", The Beverley Times (5-VIII-1949), p. 8; Ripley, Josephine: "Weeding Out Bad Comics", The Northam Advertiser (8-VII-1949), p. 6; "Jail Needed For Purveyors Of Crime «Comics»", Tribune (17-XII-1949), p. 6; "Comics—The New Fifth Column!", Southern Cross (Adelaida) (23-II-1951), p. 1; "Better English", Morning Bulletin (Rockhampton) (17-II-1951), p. 4; "Children's Comics", Macleay Argus (Kempsey) (10-VIII-1951), p. 2; "Films and comics", Daily Advertiser (Wagga Wagga) (4-VI-1952), p. 2; "Comic-- or tragic", Daily News (Perth) (8-V-1952), p. 4; "Crime Comics and Our Children", Northern Star (15-I-1949), p. 4; Bobbie, James M.: "Un-Comic Cult of the So-Called «Funnies»", Advocate (Melbourne) (7-VI-1951), p. 9; Ray, Charles: "A hundred-million-dollar comic industry spells", Daily News (Perth) (16-III-1955), p. 5; "Comics Will Horrify Mum", Argus (Melbourne) (13-X-1955), p. 3; "Maybe you should check on «comics»", Queensland Times (Ipswich) (27-I-1950), p. 2; "Ban Sub-Normal «Comics» and Degrading Sex «Mags»", Murrumbidgee Irrigator (Leeton) (26-VIII-1952), p. 1; "Censorship of Comics Urged", Barrier Miner (Broken Hill) (16-VII-1952), p. 6; "«Censor comics» expert tells women", Argus (Melbourne) (26-VIII-1955), p. 12; "Ban Sub-Normal «Comics» and Degrading Sex «Mags»", Murrumbidgee Irrigator (Leeton) (26-VIII-1952), p. 1. Se mostraba que el asesinato podía además ser admisible si el fin lo justificaba. "A case for censorship", News (Adelaida) (11-VII-1952), p. 12; "New Curbs On Trash", Herald (Melbourne) (26-I-1954), p. 4.
[69] "A case for censorship", News (Adelaida) (11-VII-1952), p. 12.
[70] "Blame big business for juvenile crime", Tribune (Sydney) (23-XI-1955), p. 8.
[71] "Fostering Civic Pride. S. M. Council Adopts A.L.P. Branch Proposal", Record (Esmerald Hill) (2-VII-1949), p. 2.
[72] Bobbie, James M.: "Un-Comic Cult of the So-Called «Funnies»", Advocate (Melbourne) (7-VI-1951), p. 9.
[73] Ibid.
[74] "Comics Blamed For A Wave Of Crime", Daily News (Perth) (2-XII-1953), p. 17.
[75] "Letters to the Editor: Comics", Age (Melbourne) (21-X-1949), p. 5.
[76] "Comics in the Dock", Western Mail (Perht) (14-IV-1949), p. 8. Erróneamente la noticia situaba los acontecimientos en Estados Unidos. Sí se situaba correctamente en el artículo "«Lurid» Comics Blamed For Youth Killings", Newcastle Sun (10-VI-1954), p. 12.
[77] "From Everywhere", Goulburn Evening Post (New South Wales) (13-I-1949), p. 4.
[78] "Game of Death", Daily Mercury (Mackay) (11-III-1949), p. 5; "Children Play With Death", Singleton Argus (7-III-1949), p. 2.
[79] "Comic Commentary", Western Mail (Perth) (24-II-1949), p. 10; "«Comic» Note", Westralian Worker (Perth) (14-I-1949), p. 2.
[80] "«Comic Book» Pilot Crashes", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (10-XII-1954), p. 6; "«Comic Book» Flier Crashes", Queensland Times (Ipswich) (9-XII-1954), p. 3; "«Comic Book Flyer» Stole Aeroplane", Warwick Daily News (9-XII-1954), p. 1; "Comic Book Pilot Stole Light Plane", Dubbo Liberal and Macquarie Advocate (9-XII-1954), p. 1; "Flew by the book (comic)", Brisbane Telegraph (8-XII-1954), p. 11; "Learn Flying From Comic Books", Morning Bulletin (Rockhampton) (9-XII-1954), p. 4; "Flies by the book!", Sun (Sydney) (8-XII-1954), p. 48; "The «Open Door»", Townsville Daily Bulletin (10-XII-1954), p. 8. La noticia también había sido muy difundida en Estados Unidos, y se recalcaba que el muchacho había aprendido a pilotar a través de la lectura de cómics. Curiosamente a los periodistas no parecía llamarles la atención el disparate de que a través de unas viñetas pudiera adquirirse tan compleja destreza.
[81] Shaw, Corbett: "«Comics» Can Help In Education", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (5-VII- 1952), p. 5.
[82] Bryden-Brown, Gerald: "Teenage Killers", World's News (Sydney) (9-XII-1950), p. 7.
[83] "Life For Slaying", Truth (Brisbane) (18-I-1953), p. 7.
[84] "Youthful Firebug Kills Seven", North Western Courier (Narrabri) (14-VI-1954), p. 1; "Boy's Fire Killed 7", Advertiser (Adelaida) (15-VI-1954), p. 3; "Boy, 11, sets flats afire, kills seven", News (Adelaida) (14-VI-1954), p. 5; "Brevities", Southern Cross (Adelaida) (2-VII-1954), p. 7.
[85] "No babe in the woods!", Advocate (Burnie) (14-VI-1954), p. 13; "Drink, smokes at 11. «Flipped» a Butt, and Seven Died", Courier-Mail (Brisbane) (14-VI-1954), p. 4; "Cigarettes, Whisky For Schoolboy, 11", Sydney Morning Herald (14-VI-1954), p. 3; "Drinker and Smoker at 11", Daily Telegraph (Sydney) (14-VI-1954), p. 5; "Boy Starts Fire; 7 Die", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (14-VI-1954), p. 3; "Little Tough Guy's Death Dealing Smoke", Examiner (Launceston) (14-VI-1954), p. 4.
[86] "Whiskey Drinking Boy Incinerates Seven", Illawarra Daily Mercury (Wollongong) (15-VI-1954), p. 8; "Boy Caused Death of Seven", Barrier Miner (Broken Hill) (14-VI-1954), p. 2; "Boy Admits Starting Fire Which Killed Seven", Warwick Daily News (14-VI-1954), p. 1; "Boy's butt started fatal fire", Daily Mercury (Mackay) (14-VI-1954), p. 1; "Whisky-Drinking Boy Starts Tenement Fire", Morning Bulletin (Rockhampton) (14-VI-1954), p. 1; "Boy Set Fire To Tenement", Cairns Post (14-VI-1954), p. 1; "Drinks, Smokes at Eleven", Northern Miner (Charters Towers) (15-VI-1954), p. 1; "«Babe» Drinks, Smokes And Starts A Fire", West Australian (Perth) (14-VI-1954), p. 1; "Seven Killed in Tenement Fire", Mercury (Hobart) (14-VI-1954), p. 3.
[87] "Comics—The New Fifth Column!", Southern Cross (Adelaida) (23-II-1951), p. 1; Butler, Leo: "Comics Not What They Used To Be", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (25-II-1950), p. 6; "«Children Know More About Superman Than About Christ»", Gosford Times and Wyong District Advocate (New South Wales) (22-V-1951), p. 1; Mair, Ian: "My Comics", Age (Melbourne) (11-IX-1953), p. 8.
[88] "Tragic Comics", Workers Star (Perth) (26-V-1950), p. 6; "Tragic Comics", Tribune (Sydney) (24-V-1950), p. 6; "They Forgot Lawson But The People Will Never Forget", Tribune (Sydney) (8-IX-1950), p. 6; "They Forgot Lawson But The People Will Never Forget", Workers Star (Perth) (8-IX-1950), p. 6; "N.C.G.M. Notes", Southern Cross (Adelaida) (22-VIII-1952), p. 11; "Fight to Defend Culture. Says Conference", Tribune (Sydney) (24-IX-1952), p. 5; "The «Comic» Presents a Serious Problem", Mercury (Hobart) (8-VII-1952), p. 4; "Australian Literature Threat Seen", Mercury (Hobart) (10-III-1953), p. 6.
[89] Mabbitt, E. J.: "Books For Children", Sydney Morning Herald (NSW) (6-XII-1952), p. 2. Lo mismo propondría el reverendo O’Sullivan: producir cómics con personajes y temas australianos. "«Comics Code» Proposed", Southern Cross (Adelaida) (26-IX-1952), p. 9.
[90] "Comic Strips Condemned. Criticism by School Principal", National Advocate (Bathurst) (10-XII-1952), p. 8, En un sentido muy similar: "P & C conference shows an alarming school crisis", Tribune (Sydney) (7-V-1952), p. 10; "Will Seek Ban on Comics", Daily Advertiser (Wagga Wagga) (18-VIII-1952), p. 2; "«Comic» Strips Are Condemned", Narromine News and Trangie Advocate (30-I-1953), p. 2; "«Comic» Strips are Condemned", Western Herald (Bourke) (16-I-1953), p. 10.
[91] "Huge Circulation of Comic Books; Boys Read Them More Than Girls", Mudgee Guardian and North-Western Representative (4-V-1953), p. 1. A pesar de ello, en la campaña anticómic se manifestaron quejas de que en los cómics no había héroes australianos reconocibles ni tampoco se hacía referencia a temas históricos del país. Sheridan, Tony: "Comics—Read this and be shocked!", Catholic Weekly (Sydney) (14-V-1953), p. 13.
[92] "Tragic Comics", Workers Star (Perth) (26-V-1950), p. 6; "Tragic Comics", Tribune (Sydney) (24-V-1950), p. 6; "They Forgot Lawson But The People Will Never Forget", Tribune (Sydney) (8-IX-1950), p. 6; "They Forgot Lawson But The People Will Never Forget", Workers Star (Perth) (8-IX-1950), p. 6; "N.C.G.M. Notes", Southern Cross (Adelaida) (22-VIII-1952), p. 11; "Fight to Defend Culture. Says Conference", Tribune (Sydney) (24-IX-1952), p. 5; "The «Comic» Presents a Serious Problem", Mercury (Hobart) (8-VII-1952), p. 4; "Australian Literature Threat Seen", Mercury (Hobart) (10-III-1953), p. 6.
[93] "They Forgot Lawson But The People Will Never Forget", Tribune (Sydney) (8-IX-1950), p. 6; "They Forgot Lawson But The People Will Never Forget", Workers Star (Perth) (8-IX-1950), p. 6; "Hollywood turns to psalms-plus sex", Tribune (Sydney) (9-I-1952), p. 6; Shaw, Corbett: "«Comics» Can Help In Education", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (5-VII-1952), p. 5; "Our not-so-comic way of modern life", Daily News (Perth) (13-IX-1952), p. 4.
[94] Sheridan, Tony: "Evil Comics Are Profitable To Irresponsible Publishers", Catholic Weekly (Sydney) (31-VII-1952), p. 4.
[95] "Book Society is mighty success", Tribune (Sydney) (22-X-1952), p. 8.
[96] "Death, violence, distortion", Tribune (Sydney) (20-VIII-1952), p. 5; Egan, Joyce: "Exhibition The Family Must See", Tribune (Sydney) (1-X-1952) p. 2.
[97] "High School teachers hit at U.S. «blood and bash» comics", Herald (Melbourne) (16-VIII-1952), p. 3.
[98] "Comics—The New Fifth Column!", Southern Cross (Adelaida) (23-II-1951), p. 1.
[99] "Are «Comics» Harmful To Children?", Advertiser (Adelaida) (8-IX-1951), p. 7; "Professor Murdoch's Answers: A little fun would improve the comics", Herald (Melbourne) (8-IX-1951), p. 4
[100] "Objection To Imported Comics", Chronicle (Adelaida) (29-I-1953), p. 2; "Rector Stresses Harm Of Comics On Youth", Goulburn Evening Post (New South Wales) (14-X-1952), p. 2. Entre los Parlamentos estatales también algunos consideraban que el gobierno federal no había actuado eficazmente contra los comic books: James Murphy, Assembly (Victoria) (14-IV-1954), p. 103.
[101] Joseph Alfred Cooke, Senate (8-X-1952), p. 2651. También se manifesto a favor de este control el senador Armstrong, dirigiéndose al ministro de Comercio y Aduanas: "Flood of comic books criticised in Senate; newsprint waste seen", Catholic Weekly (Sydney) (19-VII-1951), p. 6; "Crime, Sex Books. Question In Senate", Sydney Morning Herald (12-VII-1951), p. 5.
[102] Lo propusieron Joe O’Carroll "Danger Seen in Syndicated Cheap Books", Age (Melbourne) (6-X-1952), p. 4, John Owen Critchley, "The Comics Problem", Southern Cross (Adelaida) (20-II-1953), p. 6 y George Pearce, "Total Ban Urged On Bookstall «Trash»", Sun (Sydney) (8-X-1953), p. 32.
[103] Senate (21-X-1953), p. 773.
[104] Senate (8-X-1952), p. 2649.
[105] House of Representatives (22-II-1956), pp. 156-157.
[106] House of Representatives (22-II-1956), p. 157.
[107] House of Representatives (22-II-1956), p. 158.
[108] "Yank Comic Strips Featured In Sunday Paper Sales Battle", Tribune (22-I-1949), p. 6; "No Dollars for Comics from U.S", Age (Melbourne) (30-V-1952), p. 4; "Aust. Trade Balance To Be Examined", Queensland Times (Ipswich) (21-III-1952), p. 1; "Local govt. in tax field move lost", Daily Mercury (Mackay) (6-II-1954), p. 11; "Councils Not Seeking Entertainment Tax", Maryborough Chronicle (6-II-1954), p. 1.
[109] "Harmful Comic Books Must Be Controlled Now", Catholic Weekly (Sydney) (7-V-1953), p. 24; "Clean-up Coming On Sex Comics", Labor Call (Melbourne) (10-IX-1953), p. 4; "Clean-up on comics is coming", Sunday Mail (Brisbane) (6-IX-1953), p. 7; "Trades Hall To Step Up War On Comics", Newcastle Sun (6-XI-1953), p. 5; "Action Against Harmful Books", Central Queensland Herald (Rockhampton) (11-II-1954), p. 11; "Action Against Harmful Books", Morning Bulletin (Rockhampton) (6-II-1954), p. 5. En contra de la medida también se pronunció el senador O’Sullivan: Neil O’Sullivan, Senate (8-X-1952), p. 2659.
[110] "Customs Censorship", Mercury (Hobart) (6-I-1953), p. 4,"Canberra watching our book clean-up", Sunday Mail (Brisbane) (11-VII-1954), p. 5.
[111] Victor SeddonVincent, Senate (8-X-1952), p. 2656.
[112] "Difficulty Of Control Of «Comic» Books", West Australian (Perth) (22-III-1952), p. 6; "Wide review of trade balance is planned", Warwick Daily News (21-III-1952), p. 1; "Effect on Cars of Dollar Import Review", Mercury (Hobart) (21-III-1952), p. 2; "Dollar Import Credit Cut", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (21-III-1952), p. 1; "Customs Unable to Ban Some Comics", Age (Melbourne) (8-XII-1952), p. 11; "No Dollars for Comics from U.S", Age (Melbourne) (30-V-1952), p. 4.
[113] También lo conformó el senador Benjamin Courtice, Senate (8-X-1952), p. 2652. En el Parlamento de Queensland utilizó este argumento William Joseph Power, Legislative Assembly (Queensland) (30-III-1954), p. 1760.
[114] "Comics Imported on Micro Film", Age (Melbourne) (29-I-1954), p. 4; "Is This How Obscene Comics Come Here?", Daily News (Perth) (30 enero 1954), p. 6. Una situación que también denunció la Australian Journalists’ Association: "Fight Growing Flood Of Syndicated Sex, Crime, Horror Comics", Workers Star (Perth) (6-I-1950), p. 5; "According to instructions. Sex and sadism in comic strips were finished", Labor Call (Melbourne) (18-V-1950), p. 3.
[115] "No Uniform Censorship", Age (Melbourne) (18-VIII-1949), p. 4
[116] "Ban On Crime Comies Urged", The Daily News (Perth) (10-XII-1949), p. 14.
[117] "Nude Started This Problem", Argus (Melbourne) (9-VII-1952), p. 3; "Cover nude causes Canberra stir", Daily Advertiser (Wagga Wagga) (9-VII-1952), p. 2; "Premiers Talk On Comics", Morning Bulletin (Rockhampton) (9-VII-1952), p. 4; "Premiers Talk On Comics", Central Queensland Herald (Rockhampton) (10-VII-1952), p. 14; "Nude woman on magazine cover", Maryborough Chronicle (9-VII-1952), p. 5; "Premiers View Nude on Magazine Cover", Warwick Daily News (9-VII-1952), p. 2; "Censorship of Comics Urged", Barrier Miner (Broken Hill) (16-VII-1952), p. 6; "Premiers Caustic On Comics", Townsville Daily Bulletin (10-VII-1952), p. 5; "Premiers See Photo of Nude", Newcastle Morning Herald and Miners' Advocate (9-VII-1952), p. 4; "Premiers Urge Action On Crude Literature", Illawarra Daily Mercury (Wollongong) (9-VII-1952), p. 2.
[118] "States Complain of Undesirable Comic Books", Canberra Times (9-VII-1952), p. 4; "Premiers See Nude... On Book", Northern Star (Lismore) (9-VII-1952), p. 5; "The Comic Racket", Cathedral Chronicle (Geraldton) (1-VI-1953), p. 3; "Harmful Comic Books Must Be Controlled Now", Catholic Weekly (Sydney) (7-V-1953), p. 24.
[119] "Comics protest", Courier-Mail (Brisbane) (9-VII-1952), p. 3; "Tas. to co-operate on censorship", Examiner (Launceston) (9-VII-1952), p. 3; "Central Control of Imported Comics Advocated", The Mercury (Hobart) (9-VII-1952), p. 5; "Undesirable Comics", Queensland Times (Ipswich) (9-VII-1952), p. 2.
[120] "The «Comic» Presents a Serious Problem", Mercury (Hobart) (8-VII-1952), p. 4; White, Osmar: "Comics give me a laugh!", Herald (Melbourne) (12-IX-1952), p. 4; "Premiers Urge Control of Undesirable Literature", Advocate (Burnie) (9-VII-1952), p. 9; "Undesirable Comics", Queensland Times (Ipswich) (9-VII-1952), p. 2.
[121] "Central Control of Imported Comics Advocated", The Mercury (Hobart) (9-VII-1952), p. 5.
[122] Ibid.
[123] "Topics of the day", Morning Bulletin (Rockhampton) (8-VII-1952), p. 2.
[124] "Comic Strip Censorship", Advertiser (Adelaida) (12-XI-1952), p. 4; "Comics Check", Barrier Miner (Broken Hill) (13-XI-1952), p. 4; "Censor comics?", Courier-Mail (Brisbane) (12-XI-1952), p. 3; "Censorship Of Comics Urged", Sydney Morning Herald (12-XI-1952), p. 13.
[125] "States to take sex and crime out of comics", Sunday Mail (Brisbane) (16-XI-1952), p. 11. Al año siguiente, en el Parlamento de Queensland se insistía en que lo más conveniente sería lograr una respuesta nacional y unánime al problema, de modo que todos los Estados contasen con una legislación similar. George Francis Reuben Nicklin, Legislative Assembly (Queensland) (30-III-1954), p. 1764; Sir Walter Beresford James Gordon Sparkes, Legislative Assembly (Queensland) (7-IV-1954), p. 1889.
[126] Ibid.; "Harmful Comic Books Must Be Controlled Now", Catholic Weekly (Sydney) (7-V-1953), p. 24
[127] Idem.
[128] Coleman, Peter: Obscenity, Blasphemy & Sediction. 100 Years of Censorship in Australia, Angus and Robertson, Sydney, 1974, p . 105.
[129] Regina v. Hicklin, L.R. 3 Q.B. 360, 1868.
[130] An Act to consolidate and amend certain enactments relating to offences against public order and other offences punishable in courts of summary jurisdiction, and certain enactments relating to the powers of members of the Police Force, to repeal certain provisions of the Police Act, 1936-1951, and for other purposes incidental thereto (December 17th 1953).
[131] An Act to Prevent the Distribution in Queensland of Objectionable Literature (April 20th 1954).
[132] An Act to amend Part V. of the Police Offences Act 1928, and for other purposes (May 11th 1954).
[133] An Act to prevent the distribution in this State of objectionable publications, and to provide for matters incidental thereto (December 21st, 1954).
[134] Act to make further provision with respect to obscene publications and advertisements; to provide for the registration of distributors of printed matter; for these and other purposes to amend the Obscene and Indecent Publications Act, 1901, and certain other acts in certain respects; and for purposes connected therewith (Assented to, 1st April, 1955).
[135] Christopher Augustus Kelly, Assembly (New South Wales), (1-III-1955), p. 2666; Christopher Augustus Kelly, Assembly (New South Wales), (2-III-1955), p. 2713; Clarence Joseph Earl, Assembly (New South Wales), (2-III-1955), p. 2746; Robert Reginald Downing, Assembly (New South Wales), (16-III-1955), p. 2988.
[136] Robert Reginald Downing, Assembly (New South Wales), (16-III-1955), p. 2988.
[137] Christopher Augustus Kelly, Assembly (New South Wales), (1-III-1955), p. 2667; David Benjamin Hunter, Assembly (New South Wales), (8-III-1955), p. 2825; Sir Eric Archibald Willis, Assembly (New South Wales), (2-III-1955), p. 2736, 2739.
[138] Robert Reginald Downing, Assembly (New South Wales), (16-III-1955), p. 2985.
[139] George Francis Reuben Nicklin, Legislative Assembly (Queensland) (30-III-1954), p. 1764; William Joseph Power, Legislative Assembly (Queensland) (6-IV-1954), p. 1869.
[140] George Francis Reuben Nicklin, Legislative Assembly (Queensland) (6-IV-1954), pp. 1834, 1837, 1838; Sir Walter Beresford James Gordon Sparkes, Legislative Assembly (Queensland) (7-IV-1954), p. 1888; Sir David Eric Nicholson, Legislative Assembly (Queensland) (6-IV-1954), p. 1865; Thomas Aikens, Legislative Assembly (Queensland) (30-III-1954), p. 1766.
[141] Thomas Aikens, Legislative Assembly (Queensland) (7-IV-1954), p. 1892. Por su extrema vaguedad fue también rechazada por otros muchos representantes: George Francis Reuben Nicklin, Legislative Assembly (Queensland) (6-IV-1954), p. 1838; George Francis Reuben Nicklin, Legislative Assembly (Queensland) (7-IV-1954), p. 1895; Sir Gordon William Wesley Chalk, Legislative Assembly (Queensland) (7-IV-1954), p. 1895.
[142] Alfred Joseph Bailey, Assembly (Victoria) (4-V-1954), p. 356.
[143] Frederick Graham Pratten, Assembly (New South Wales), (16-III-1955), p. 2996; Sir Eric Archibald Willis, Assembly (New South Wales), (2-III-1955), p. 2740; Philip Henry Morton, Assembly (New South Wales), (3-III-1955), p. 2766.
[144] Alfred Joseph Bailey, Assembly (Victoria) (4-V-1954), p. 357.
[145] Horace Rostill Petty, Assembly (Victoria) (14-IV-1954), p. 79; Robert Kirkham Whately, Assembly (Victoria) (21-IV-1954), p. 153.
[146] Robert Reginald Downing, Assembly (New South Wales), (22-III-1955), p. 3117.
[147] Vernon Treatt, Assembly (New South Wales), (10-III-1955), p. 2917.
[148] Thomas Tuke Hollway, Assembly (Victoria) (14-IV-1954), p. 114.
[149] Thomas Tuke Hollway, Assembly (Victoria) (14-IV-1954), p. 114.
[150] (Wells, 1932), Incluía textos de Unamuno, Valle Inclán, Pío Baroja, Jarnés, Blasco Ibáñez, Ayala, Azorín, Ramón J. Sender y Gómez de la Serna.
[151] Hay numerosos ejemplos en los expedientes que reproducen en su libro (Soto Vázquez y Tena Fernández, 2023).
[152] Brannigan, Augustine: "Crimes from comics: social and political determinants of reform of the Victoria Obscenity Law, 1938-1954", Australian and New Zealand Journal of Criminology, núm. 19, 1986, p. 30.
[153] Coleman, Peter, Obscenity, Blasphemy & Sediction. 100 Years of Censorship in Australia, op. cit., p. 124.
[154] The Literature Board of Review v. St. R. Qd. Transport Publishing Co. Pty. Ltd. (August 8th 1955). (Queensland Supreme Court, 1955: 466-515).
[155] Transport Publishing Co. Pty . Ltd. v . Literature Board of Review (1956) 99 C.L.R. 111.
[156] "«Comics Code» Proposed", Southern Cross (Adelaida) (26-IX-1952), p. 9; "91 Per Cent of Children Read Comics", Advocate (Melbourne) (31-VII-1952), p. 3.
[157] "Cut for 40 magazines", Weekly Times (Melbourne) (28-V-1952), p. 6; "U.K. Magazine Import Cut", Sydney Morning Herald (26-V-1952), p. 4.
[158] Harty, J. L.: "Australia's Secret Censorship", Nation (Sydney) (14-II-1959), p. 12.