NERUDA. LLUVIA, MONTAÑA Y FUEGO
UN ENSAYO SINESTÉSICO
Es muy difícil homenajear a un personaje tan grande, y tan contradictorio, como Pablo Neruda. Las imágenes poéticas que la poesía de Neruda crea en el lector, la sensación de desamparo, de abandono, son algo tan propio de la voz del propio poeta, que solo con sus palabras y sus versos pueden reproducirse. El escritor Antonio Skármeta lo supo, y en su libro Ardiente Paciencia (también conocido como El cartero de Neruda) plasma una conversación que mantienen el cartero Mario Jiménez y el propio Neruda, y para mostrar qué es una metáfora y las sensaciones que evoca, no puede usar otras palabras que las propias de Neruda y que componen los versos del poema Sucede:
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Neruda. Lluvia, montaña y fuego está planteado como un homenaje al poeta chileno, uno de los más grandes poetas del siglo XX, y se centra en episodios de la infancia, la juventud del poeta y en los últimos días de vida que pasó en su casa de Isla Negra junto a su última esposa Matilde Urrutia. A diferencia de las memorias del poeta, recogidas en el libro Confieso que he vivido, esta obra gráfica pasa tan de puntillas por el hombre, por el que en una época fue Neftalí Reyes Basoalto, que no llegan a calar en el lector ni su humanidad, ni su poesía.
Neruda escribió sus memorias, y aun siendo indulgente consigo mismo, no ocultó pasajes ni detalles de su vida que pueden considerarse, cuando menos, escabrosos. Su relación con las mujeres, vista desde una óptica actual, fue, como poco, machista. Ciertos pasajes de su época de cónsul en Ceilán, sugieren, incluso, que forzó a una sirvienta a mantener relaciones sexuales con él. Fue injusto con su primera esposa, abandonó a su hija, nacida con hidrocefalia, dedicó una oda a uno de los mayores dictadores de la historia de la humanidad, Stalin; pero también fue el hombre que organizó y gestionó la travesía del Winnipeg, barco que llevó a Chile a más de 2000 refugiados de la guerra civil española; el que se comprometió con las clases sociales más desfavorecidas de Chile y tuvo que huir del país; un comilón capaz de glosar en un poema las bondades de un caldo de congrio o de un filete de hígado… Este hombre, este poeta, hecho de materia viva y de errores, como todos los hombres, y que trasciende esas circunstancias porque encontró una voz, su voz, que le elevó sobre ellas, es el que no se encuentra en Neruda. Lluvia, montaña y fuego.
El dibujo que Esteban Millán ha realizado para este álbum, nos muestra a un Neruda lánguido, que parece apenas esbozado, un ser en el que no se intuye ni peso ni fortaleza. Entiendo que con esa liviandad quiere representarlo hecho de espíritu y de palabras, más que de carne; y que es esa la imagen idealizada que quiere trasladarnos del poeta y de su poesía, alguien que se ha transformado en verso. En contraste con esta sublimación de Neruda, los escenarios, el bosque, la montaña, la Casa de Isla Negra, y muchos de los personajes que aparecen en la obra, están realizados con un dibujo detallado y preciosista. En esta caracterización más cuidada, es en la que se muestra la importancia e influencia su padre, de Gabriela Mistral o de su última esposa, Matilde, y es en este contraste el que parece contarnos que Neruda no fue sino el resultado de las influencias ajenas.
El padre de Neftalí Reyes se representa como un hombre severo, contrario a la temprana inclinación de su hijo por la poesía. Según se nos narra en esta historia, José Reyes, el padre, pensaba en la poesía como algo improductivo y quería que su hijo dedicara sus esfuerzos a oficios y labores más productivas, que debía templar el carácter y “aprender a ser hombre”. Es evidente que José Reyes fracasó en su tentativa de que su hijo dejara de escribir, y que, ni tan siquiera con el fuego al que le lanza sus escritos, impidió la carrera literaria de Neruda. Este episodio, la forja del escritor, la pugna entre las obligaciones impuestas por el padre y la pasión por la escritura, es el episodio más acertado de esta historieta y su mayor logro para comprender, por qué Neruda adoptó un seudónimo.
De acuerdo a la narración y a la relevancia gráfica de otros personajes que aparecen en esta historieta, además de la figura paterna, fueron cruciales para construir a Neruda: Gabriela Mistral, quien le dio un espaldarazo definitivo a su reafirmación como poeta; Matilde, su compañera y esposa en los últimos años y Josie Bliss, a quien abandonó. Estas mujeres, a la luz de esta historia tan importantes en la vida de Neruda, están poco desarrollados y no se conoce de ellas más que su relación con el poeta. Esta flaqueza de la obra, tan característica en muchos biopics, en donde se narran episodios de manera sucesiva y no se profundiza en los personajes, es la que no permite conocer al al protagonista, ni a través de él mismo, ni a partir de las personas de su entorno.
La historia que se narra sigue un esquema cinematográfico clásico, influencia muy reconocible en el guionista Óscar Pantoja. Parte de los últimos días de Neruda en Isla Negra y, a través de diversas escenas retrospectivas que se intercalan en esta época final, nos narra los episodios de su infancia y de su juventud que Pantoja ha considerado capitales en la vida del poeta. Estos flashbacks finalizan cuando Neruda deja su puesto de cónsul chileno en Birmania para trasladarse a Ceilán. Sobre estos últimos tiempos en Isla Negra pesa la amenaza del golpe militar del 11 de septiembre de 1973 y domina la sombra del dictador que gobernó con férrea mano Chile hasta 1990. No se nombra en la historia a aquel general traidor a quien Salvador Allende llamó felón, y no me corresponde a mí escribir su nombre.
Los últimos días de Pablo Neruda en Isla Negra constituyen un epílogo de su vida tras la concesión del Nobel en 1971, enmarcado por la asfixia al gobierno de Allende y el golpe de estado militar, cuya trascendencia en la vida del poeta no se entiende si no se conoce su militancia comunista desde 1939 y su compromiso político, senador exiliado en 1949 por su apoyo al Partido Comunista y su denuncia del gobierno conservador, poeta laudatorio y propagandístico del régimen soviético, y candidato a la presidencia de Chile, que renunció en favor de Allende. Neruda murió doce días después del triunfo del levantamiento militar y existen, todavía, dudas de la causa inmediata de su muerte; aquejado de un cáncer de próstata, se dictaminó que fue por un agravamiento de su enfermedad causado por su estado anímico tras el golpe, aunque existen serios indicios de que fue envenenado.
Sobre dicho episodio de la muerte se intuye lo que se quiere narrar en las últimas páginas de Neruda. Lluvia, montaña y fuego, en las que se le administra un medicamento para calmar su agitación, pero se muestra con tibieza esta tesis. Sobre la militancia comunista, tan importante en su vida, se nos muestra lo que parece un documento de afiliación sobre su mesita de noche, pasando de puntillas sobre estos ideales hoy tan denostados. Sobre su machismo, sobre el forzamiento sexual de una criada, sobre las razones de Josie Bliss para tener celos y convertirse en la "pantera birmana" que provoca su huida, no se hace mención alguna en esta biografía gráfica.
Pablo Neruda se construyó a sí mismo, adoptó su nombre para evitar a su padre la vergüenza de tener un hijo poeta, y consiguió vestir la adopción de este seudónimo como un homenaje al poeta checo Jan Neruda. Escribió sus memorias y contó en ella la historia de Josie Bliss. Hoy día se duda de que escogiera el apellido Neruda por el poeta y no por un personaje de una obra de Óscar Wilde; se duda de la existencia real de Josie Bliss, y se piensa que fue una ficción más, y se sabe que sus memorias, Confieso que he vivido, contienen elementos de ficción que Neruda. Lluvia, montaña y fuego trata como ciertos. Este homenaje a Neruda adolece de la profundidad requerida para ser algo más creíble o de un posicionamiento más radical para despertar en el lector que se aproxime a esta figura, sentimientos de mayor calado que los que evoca.
Para un daltónico como yo los colores, y sus tonalidades, son un misterio. Sin embargo, son muy importantes en este libro. Hay un tono general que domina cada escena, el gris para los últimos días, el sepia para la mayor parte de los recuerdos de la infancia, salpicados por el tono amarillento para el viaje con su padre en tren, o el morado cuando conoce el mar, el rosa de la gestación de Veinte poemas de amor y una canción desesperada o de los fumadores de opio de Birmania. Esta forma de diferenciar escenas con tonos diferentes, prepara al lector a percibir momentos importantes; incluso al daltónico que no los percibe de una forma visual sino con los otros sentidos, que siente cierta nostalgia y sequedad en la boca con el sepia, o que se inflama con el morado y se le enciende el corazón. Con este condicionamiento del lector se realiza un ensayo sinestésico que mezcla la imagen dibujada con la imagen poética que se pretende lograr; habría resultado genial si se hubiera acertado con el tono narrativo y las emociones para las que se nos prepara no hubieran estado por debajo de las que se logran.