OBSESIONES COTIDIANAS |
Poco sabemos de Esteban Hernández antes de febrero de 2003, es decir, antes de su primera publicación en el fanzine / revista TOS, de Astiberri. Al leer las seis páginas de las que consta “Yo sí” podemos suponer que el autor ha tenido experiencias previas en el cómic, un posible pasado fanzinero ligado a sus estudios de arte, pero no podemos imaginar que a partir de ese momento su carrera evolucionará hacia un estilo propio y reconocible hasta convertirse en un autor representativo de la historieta española de la última década.
"Yo sí", en TOS nº 4. |
Las colaboraciones en TOS se mantuvieron hasta el fin de la publicación, en 2005, y en el intervalo de esos tres años el autor evolucionó gráfica y conceptualmente, estableciendo de forma temprana características propias que desarrolló en un futuro. Si en “En torno a Carla le Mountain” observamos el establecimiento del costumbrismo como rasgo fundamental, en la breve “Adiós” (TOS nº 10)[3] podemos apreciar un importante cambio en la forma de transmitir el mensaje. La anécdota que se narra (la obsesión –de nuevo– del innominado protagonista por despedirse) tiene menos importancia que la forma como se cuenta, gráficamente pero sobre todo por el lenguaje utilizado (“me han ladrado más de un adiós que merece la horca”), una forma de escribir que convierte a Hernández en un historietista puro en cuanto que la palabra y la imagen no se pueden entender la una sin la otra.
"Carla le Mountain", en TOS nº 7. | "Adiós", en TOS nº 10. |
En 2005 inició otra larga colaboración, también con historias cortas, para la revista Dos Veces Breve, el empeño de José Vicente Galadí a través de Ariadna Editorial. Al mismo tiempo, Hernández comenzó a autoeditar su fanzine, Usted, que mezclaba historietas nuevas con otras publicadas previamente. La periodicidad de Usted fue alargándose hasta hacerse anual, contando con la colaboración de otros autores entre sus páginas (como Carlos Vermut o David Rubín) y con la ayuda de Ediciones Valientes, que añadió cierta pátina de profesionalidad al aumentar la calidad del papel y la impresión.
Portadas de Usted nº 2 y 4. |
En ambos casos la temática del autor se repite. La obsesión por un objeto, una persona o una actividad que se pueden ver en “Un globo de helio”[4] (un coleccionista obsesionado con una rara serie de animación que lo lleva a atesorar todo el merchandising de la misma), en “Quizás”[5] (donde una pareja acaba rompiéndose debido a la obsesión de la chica por encontrar fotografías antiguas de desconocidos que contengan parecidos) o en “Cuestión de cálculo”[6] (el protagonista se obsesiona con Anne Igartiburu y acapara todas sus apariciones en la prensa rosa). También observamos la construcción de un lenguaje alambicado, que alcanza cierta singularidad hasta el punto de que en un afán etiquetador podríamos denominarlo “lenguaje Hernández”, y que alcanza su máximo en obras como la bella y breve “La verdad (una de las pocas)”[7]: “Soñé que, en una parada de autobús conocida, mi propia proyección octogenaria me pedía que acudiera fuera del sueño a ella”. O el largo monólogo de uno de los protagonistas de “Handrolling tobacco”[8]: “Me incomodan, me incomodan porque son un coñazo, esos momentos sobrenaturalmente torpes en los que dos personas desconocidas se piden o se dan cualquier cosa que no pueda ser concedida con inmediatez. Sea lo que sea y sea quien sea. Un cigarro, la hora o un peine; un estudiante, un científico, el padre Carras o Charles Manson. Me incomodan esos momentos porque voy a ser millonario, tengo un billete premiado y puedo permitirme decir estas excentricidades”. Por supuesto, todo ello en un ambiente costumbrista (neocostumbrista, como decíamos antes).
Portada de Dos Veces Breve nº 20. |
Tras demostrar su valía en los trayectos cortos, Hernández decidió intentar aventuras de mayor recorrido, comenzando entonces también la publicación de monografías. La primera de ellas, Culpable e historias cortas, era un coqueto libro editado en rústica por Bang Ediciones en 2007 que reeditaba algunos de sus trabajos previos y ofrecía una historieta inédita de cuarenta páginas. El “culpable” del título lo es por matar accidentalmente a un viandante tras arrojar sus televisores por la ventana. Acude a la cárcel para entregarse, y allí se encuentra a un funcionario que tiene como afición robar la decoración de los portales de las viviendas, y que casualmente es el cuñado del fallecido. Tras mucho insistir, es encarcelado, pero absuelto por el juez porque se descubre que el finado murió de un ataque al corazón justo antes del golpe. Aquí se reúnen varias obsesiones (la del protagonista con su culpabilidad y la del funcionario con su afición), se alude a la posible alteración mental del insistente “asesino”, y se persevera en la cotidianidad y el uso del lenguaje como elemento propio. Aunque de perfecta factura final, la historieta adolece de las pausas y retardos en la narración, quizás por querer adaptar una anécdota (o varias entrelazadas) a un formato de excesivas páginas.
Cubierta de Culpable e historias cortas. | Portada de Qu4ttrocento nº 4. |
Tras este primer paso como “autor completo”, Dolmen editó en 2008 otra monografía de Hernández dentro de su colección Qu4trocento, que era un experimento dentro de la línea Siurell que otorgaba un espacio a autores que estaban descollando. Para el número 4 de dicha publicación el autor elaboró cuatro historias de diversa temática (que se completaba con dos historietas cortas y una entrevista, también corta). En su línea, gráfica y temática, lo que destaca por encima de todo es, de nuevo, el carácter obsesivo de sus protagonistas. En “Guionista”, el protagonista recuerda sus vivencias de infancia en Nueva York, en el vecindario donde se rodó Taxi Driver; en “El modelo anónimo”, un profesor universitario indaga en el personaje sin nombre que sirvió de modelo a diversos artistas de principios del siglo XX, tanto para los estudios cronofotográficos de Thomas Eakins como para los pintores fauvistas o incluso travestido para Henri Mattise; en “Cucharas”, un extraño personaje siente “una poderosa pulsión sobre cualquier superficie pulida”. Podríamos insistir en que el personaje de “Guionista” acude a una psiquiatra a la que relata su historia, o que “El modelo anónimo” echa mano de los recursos de la falsa biografía. Fuera de los tópicos del autor se encuentra “El cobarde barbero”, un divertimento ambientado como un western. Es ésta una de las obras magnas de Hernández, en la que las historias fluyen sin necesidad de excesivos adornos. El autor alcanza su madurez en su estilo, un dibujo aparentemente relajado por su línea sencilla, alejada de la mancha de tinta, que sustituye por (escasos) rayados o tonos realizados con el uso de la plantilla o el color. Una planificación de la página y de la viñeta que presta especial atención a las figuras (a los seres humanos), dejando los fondos en un segundo plano (valga la redundancia) salvo cuando éstos son los protagonistas. Influencias (reconocidas) de Fernando de Felipe, de Jan, de Charles Burns. La narración en estas cuatro historias no encuentra fisuras: Hernández sabe lo que quiere contar y lo cuenta muy bien.
Lástima que el siguiente paso en su carrera, un auténtico libro de historietas completo de 98 páginas, no tomara el mismo camino. En Suéter, obra finalista del II Premio FNAC / Sinsentido de novela gráfica que publicó Planeta-DeAgostini en 2009, se nos narran varias obsesiones. El protagonista nos cuenta (Hernández tiende a la narración en primera persona en su obra) cómo su adicción a las drogas desde la adolescencia le ha llevado a padecer una enfermedad mental, y las diferentes obsesiones que ha sufrido, sobre todo un episodio de su juventud relacionado con un suéter y un extraño viaje de metro. Su historia se entremezcla con la de un famoso escritor resacoso disfrazado de la muerte de El séptimo sello de Bergman y un revisor obsesionado por preguntas sin respuesta. Son evidentes los rasgos del autor aquí: un relato que usa elementos de la vida actual, demencia, obsesiones, filosofía, detalles extravagantes, incluso un final con anécdota similar al que cerraba “Culpable”. Pero los elementos no acaban de encajar bien, la narración es confusa, a veces demasiado fragmentada, el autor usa aquí un estilo más apresurado, más “casual”. Lo peor de todo es que el resultado parece contener una simple anécdota (la del encuentro en el metro con los personajes) que se ha alargado en exceso, como un mal chiste. Cubierta de Suéter.
Cubierta de ¡Pintor! |
Esteban Hernández ha decidido dedicarse profesionalmente a la historieta, y para ello no ha dudado en publicar en revistas infantiles (su serie “Mik y Kim” en Tretzevents), en emblemas de la sátira gráfica (su “Psicóloga novata” en El Jueves) o en su línea habitual (sus historietas para El Manglar). Probablemente realice nuevos trabajos largos, alguna de esas “novelas gráficas” que tan bien se venden ahora. Sólo esperamos que demuestre en sus futuras obras, largas o cortas, puntuales o seriadas, más o menos comerciales, lo que ya se ha vislumbrado en su dispersa trayectoria: que sus historias hablan de las personas y de sus obsesiones, que nos cuenta, más que aventuras fantásticas o narraciones épicas, pequeñas anécdotas cotidianas, que tiene un estilo que agrada y convence y que, en definitiva, es un AUTOR. Un autor de obsesiones cotidianas.
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