PSIQUIATRÍA Y ANTIPSIQUIATRÍA EN CÓMIC
JESÚS GISBERT

Title:
Psychiatry and anti-psychiatry in comics
Resumen / Abstract:
Tras un breve repaso a la respectiva presencia de la neurosis y de la esquizofrenia en historietas de Justin Green, Art Spiegelman y Chester Brown, el autor se refiere a la medicina gráfica y a la antipsiquiatría a propósito de su valor testimonial y político. / After a brief review of the respective presence of neurosis and schizophrenia in comics by Justin Green, Art Spiegelman and Chester Brown, the author refers to graphic medicine and antipsychiatry regarding their testimonial and political value.
Palabras clave / Keywords:
Antipsiquiatría, Cómic testimonial, Medicina gráfica, Esquizofrenia, Psiquiatría/ Antipsychiatry, Testimonial comic, Graphic medicine, Schizophrenia, Psychiatry

 PSIQUIATRÍA Y ANTIPSIQUIATRÍA EN CÓMIC

 

El hombre necesita dibujar lo que lleva dentro,
los seres diferentes que lo constituyen,
y necesita apresar sus criaturas huidizas,
de ahí nace la necesidad de escribir 
[1].

De Spiegelman y Green a Chester Brown (o de la neurosis a la esquizofrenia)

Art Spiegelman dibujó en 1972 una historieta de cuatro planchas titulada “Prisionero en el Planeta Infierno. Un caso clínico”[2]. Ese mismo año, Justin Green publicó Binky Brown conoce a la Virgen María. En ambas historietas, respectivamente, Spiegelman y Green exponen “las confesiones de un alma torturada” y ofrecen, a la vez, una vía de encuentro entre el discurso psiquiátrico y el discurso confesional. Es muy destacable este hecho: el cómic autobiográfico nació confesional y con textura psiquiátrica[3]. Respecto al uso del término ‘confesional’, Eddie Campbell afirma que la palabra, procedente del ámbito de la literatura, fue aplicada por vez primera a la poesía por M. L. Rosenthal en un influyente artículo[4] de 1959 (Campbell 2013: 29)[5]. En lo que al cómic como medio se refiere, el mismo Campbell atribuye una página antes al crítico inglés Waldemar Januszczak la delimitación de ‘lo confesional’ mediante una cita de este[6] en la que, a propósito de “Prisionero en el Planeta Infierno”, el crítico se refiere a la apropiación del cómic por parte de los neuróticos y a su utilización como medio para la expresión de sus sentimientos de culpa y sus confesiones. En dicha cita, Januszczak termina equiparando al lector de estas historietas con el sacerdote católico, lo cual aprovecha Campbell para aludir a Binky Brown y las relaciones que se aprecian en la obra de Justin Green entre neurosis y catolicismo, confesionalidad y culpabilidad. Si dejamos de lado la esencialidad del componente católico (Spiegelman, a fin de cuentas, es de ascendencia judía, igual que la ascendencia paterna del mismo Green), lo importante en todo esto es la conexión primigenia que se da en este par de historietas fundacionales entre confesionalidad, sentimientos de culpa y neurosis[7].

 

Justin Green: “Una confesión a mis lectores”, en Binky Brown conoce a la Virgen María.

Posteriormente, ya en la década de los noventa, Chester Brown dio un giro importante al abordaje o exposición de materia psiquiátrica (res psychiatricis) en lenguaje de historieta. El giro en particular consistió en introducir la esquizofrenia como tema de indagación gráfica, más allá de la neurosis que había fascinado a los padres fundadores del tebeo underground[8]. Chet Brown dedicó unas páginas de Nunca me has gustado (1994) a representar a su madre en un entorno psiquiátrico. Pero fue en la historieta titulada “Mi madre era esquizofrénica” (1995), que cierra la recopilación El hombrecito (1998), donde Brown expuso a fondo, tanto a través de las cincuenta y cuatro viñetas distribuidas en seis páginas de la historieta como en las abundantes notas al final que la complementan, su personal concepción de la enfermedad mental en general, y de la esquizofrenia en particular. Es una concepción que coincide con las mantenidas por la antipsiquiatría[9], algunas de cuyas fuentes cita el dibujante canadiense. Finalmente, Chester Brown aborda en el cómic biográfico Louis Riel (2003) la posible esquizofrenia del protagonista, y en el cuerpo de notas del libro afirma, como resumen de lo más ampliamente expuesto por él en “Mi madre era esquizofrénica”, la contundente aseveración de que las ‘enfermedades mentales’ no son enfermedades, pues no están causadas por anormalidades biológicas o disfunciones en el cerebro. Su opinión al respecto es que las pruebas y síntomas en que se basa la psiquiatría oficial para etiquetar a sus pacientes son relativas a creencias y conductas socialmente inaceptables para los humanos de una determinada época. Chester Brown declara que se empezó a interesar por las enfermedades mentales a raíz de la muerte de su madre en 1976 en una residencia, y el resultado de dicho interés fue “Mi madre era esquizofrénica”. Curiosamente, el motivo central de “Prisionero en el Planeta Infierno”, de Art Spiegelman, es también la muerte de la madre del autor, aunque en este caso por suicidio en su propio hogar. Sin embargo, la distancia entre ambas historietas es considerable no solo en la forma, sino también en el fondo. Spiegelman compone un relato centrado en sí mismo, en la exposición de su reacción anímica ante el suicidio materno, con fuertes tintes neuróticos y edípicos. El suceso se produjo recién salido Spiegelman del psiquiátrico en que había estado brevemente ingresado en 1968, y aunque la historieta es de 1974, su realización puede ser interpretada como un proceso de terapia de naturaleza catártica (Trabado 2012: 226)[10]. En cambio, “Mi madre era esquizofrénica” presenta otro cariz. Chet Brown no se expone a sí mismo, no dramatiza, simplemente refiere con voz propia (y con la frialdad que lo caracteriza)[11] la concepción de la esquizofrenia que va de Emil Kraepelin y Eugen Bleuler, a Thomas Szasz, para quien los dos anteriores no descubrieron, sino que inventaron la enfermedad. Tras citar a otros autores en la línea de Szasz, Ch. Brown concluye su historieta dándole voz a R. D. Laing, para quien una persona “normal” es alguien cuya forma de alienación se considera sana solo porque actúa más o menos como todo el mundo. La distancia, de nuevo, entre las respectivas historietas de Spiegelman y de Brown es la que hay entre la neurosis[12] y la esquizofrenia o, en términos teórico-prácticos (de praxis), entre el psicoanálisis, con su centralidad concedida a Edipo, y el esquizoanálisis y su superación de las estructuras edípicas[13]. Otra forma de expresar esta distancia es decir que el cómic de Chester Brown es más testimonial, o en absoluto confesional[14] y por completo carente de sentimientos de culpa.

 

Art Spiegelman, 1972.

Excursus acerca de la medicina gráfica

Llegados a este punto, quizá sea el momento de hablar de las patografías gráficas y del movimiento de la medicina gráfica en el que se inscriben (González 2017, Mayor 2018)[15]. En efecto, el cómic como medio encontró un desarrollo espectacular a raíz del cultivo de la historieta autobiográfica y de la autoexpresión (con autoficción o sin ella, y con o sin autorrepresentación). El fenómeno coincidió con la creación de una nueva categoría taxonómica, de manera que el cómic autobiográfico o autoexpresivo se constituyó como una modalidad de ‘novela gráfica’. Una de las submodalidades de este tipo de cómic, a manera de subespecie suya, consiste en la exposición personal de un malestar o trastorno, sea físico o psíquico, en lenguaje gráfico. Es a estos cómics que reflejan la experiencia subjetiva de una enfermedad propia del autor, o de alguien cercano a él, a los que se denomina patografías gráficas. La medicina gráfica, por su parte, integra dichas patografías en proyectos destinados a la formación de personal sanitario y de educación para la salud. No cabe duda de que este nuevo entorno, el de la medicina gráfica, pretende ensanchar, por así decir, la óptica de lo humano en la consideración y el tratamiento de la enfermedad: lo prioritario no son las enfermedades, sino los enfermos, que no son meros portadores o soportes de los cuadros clínicos. En virtud de este enfoque, sale a relucir además el valor terapéutico de los cómics que aluden a la enfermedad y a su entorno, en cualquiera de sus manifestaciones. En este sentido bienintencionado, una muestra de que el interés por la medicina gráfica va llegando a las instituciones administrativas la proporciona, en el ámbito psiquiátrico que ahora nos ocupa, la página de internet 15 cómics sobre enfermedad y salud mental[16]. En el mismo ámbito, desde un planteamiento puramente gráfico y narrativo, Diagnósticos  (2016), de Diego Agrimbau y Lucas Varela, ofrece seis historietas en primera persona que conforman sendas patografías gráficas dedicadas, respectivamente, a la agnosia, la claustrofobia, la sinestesia, la afasia, la akinetopsia y la prosopagnosia[17].

 

Diagnósticos (Guarda), de Diego Agrimbau y Lucas Varela.

Pero si retomamos el hilo donde nos habíamos quedado, esto es, en el planteamiento antipsiquiátrico de Chester Brown, las buenas intenciones de la medicina gráfica, en lo que concierne a las enfermedades mentales, se quedan en nada; pues, como vimos, según dicho planteamiento tales enfermedades no existen. Podríamos aducir al respecto que, en realidad, “Mi madre era esquizofrénica” no es una patografía gráfica, sino un alegato en viñetas en términos de antipsiquiatría y en los que el dibujante se autorrepresenta. De igual modo, podemos añadir que la corriente antipsiquiátrica tuvo su momento, pero que ya pasó. No obstante, esto último es parcialmente incorrecto, puesto que dicha corriente removió la psiquiatría oficial dominante de un modo tal que sus huellas perviven. El efecto más visible fue que se abrieron las puertas de salida de los frenopáticos y algunos otros hospitales se cancelaron en favor de la psiquiatría ambulatoria, con todas sus implicaciones. Por otra parte, que es la más interesante, se encuentra el rostro humano de la antipsiquiatría, que va más allá del humanismo de la medicina gráfica, por cuanto aquella apunta a las estructuras sociales y políticas como condicionantes de la “enfermedad mental” y, por consiguiente, abre el cerco del yo intrafamiliar proponiendo experiencias intersubjetivas, orientadas a una clara transformación de la realidad. Es el aliento político de la antipsiquiatría. Y bueno, por lo que ahora nos interesa, lo cierto es que el rastro dejado por dicha corriente ha hecho posible que a día de hoy, en la esfera del cómic, sea posible conjuntar las propuestas de la medicina gráfica y el latido antipsiquiátrico, tal y como lo demuestra Desmesura. Una historia cotidiana de locura en la ciudad, escrito por Fernando Balius y con dibujos de Mario Pellejer.

 

 Cubierta de la 2ª edición de Desmesura (2019). Dibujo de Mario Pellejer .

Desmesura: más que una patografía gráfica  

Desmesura parece oscilar entre el cómic y el libro ilustrado, si bien, en atención al modo en que se autodescribe: «Esto es un cómic sobre la locura» (p. 44), lo considero tebeo. Aunque no solo por esta razón. Desmesura puede ser tan libro de historieta como El hijo del legionario, de Aitor Saraiba, o El Arte. Conversaciones imaginarias con mi madre, de Juanjo Sáez (del que formalmente el de Saraiba participa). Desmesura puede ser también considerado un ensayo gráfico, a la manera de los que realiza Frédéric Pajak (La inmensa soledad, Manifiesto incierto…), aunque más autorreferente. En todos estos títulos, la palabra escrita y la imagen interactúan, siendo el cerebro del lector el que establece la conversión de la dualidad en un texto único. Quizás el hecho de que Desmesura esté realizado a cuatro manos podría acercarlo más a que sea catalogado como libro ilustrado, pero, en mi opinión, la escritura de Balius y el dibujo de Pellejer interactúan de un modo semejante a como lo hacen los títulos mencionados de autor singular. En el aspecto de la autoexpresión, sin duda, del que más cerca se encuentra Desmesura es de El hijo del legionario, aunque con una salvedad. Aitor Saraiba no encuentra inconveniente en firmar con su nombre y apellido reales; Fernando Balius, en cambio, es un seudónimo. Sabemos que es “filósofo y exoficinista”, según reza una solapa del libro, pero el sujeto real que se expresa en Desmesura en clave autobiográfica prefiere firmar como Fernando Balius. El motivo de este ocultamiento tiene que ver con la consideración social que actualmente tiene la esquizofrenia, habiéndose establecido una imagen temible potenciada por ciertas noticias de las páginas de sucesos y por el efecto de tantos psycho killers y asesinos en serie de la ficción. Algo tan vital y necesario como encontrar o mantener un empleo puede verse dificultado, o hasta imposibilitado, por causa de publicitar uno mismo su condición de psicótico.

Fragmento de Una entre muchas, de Una.

No sé hasta qué punto este enmascaramiento autoral es afín al de Una, la autora firmante de Una entre muchas —otro libro de historieta cuya gráfica es ajena al lenguaje secuencial en viñetas—, pues también desconozco el alcance que podría tener en la vida cotidiana de Una la publicidad de la historia autobiográfica que allí ella nos cuenta. Sí que hay, en cambio, una clara afinidad entre Una entre muchas y Desmesura en cuanto ambos títulos se refieren a la estigmatización de las víctimas, de la violación en un caso o de la escucha de voces en el otro.  La situación de Aitor Saraiba, por su parte, es bien distinta. La consideración social de la homosexualidad ha variado respecto a la de no hace tantos años, y en cualquier caso, él se desempeña como artista autónomo. No está de más apuntar, por cierto, que de igual modo que la OMS sacó a finales del siglo pasado la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales, y hace menos de dos años hizo lo mismo con la transexualidad, quizá llegue el día en que la esquizofrenia y las psicosis en general dejen de ser consideradas enfermedades mentales. Tal es el desiderátum que comparte Desmesura con la antipsiquiatría.

Chester Brown, 1995. kk

Pero Desmesura no se configura abiertamente como un alegato, a la manera de Chester Brown en “Mi madre era esquizofrénica”, ni se citan en el texto fuentes filosóficas ni teóricas de ningún tipo, salvo en una escueta bibliografía al final del libro con unas pocas referencias muy actuales. La coincidencia en este caso entre el sujeto de la enunciación y el objeto directo de lo enunciado es lo que marca el devenir del relato, sin necesidad de recurrir a expedientes académicos ajenos al propio relato. No obstante, si se rastrea o se analiza el subtexto de la narración, se descubre un andamiaje referencial en consonancia con los postulados y posiciones de la antipsiquiatría. Desmesura narra en primera persona un proceso vivencial, el del propio narrador, determinado por el hecho de que escucha voces en su cabeza. En este sentido, es una patografía gráfica. Pero además Balius establece a lo largo del libro una posición: «… podéis llamarlo “tomar partido”. A mí me gusta esa expresión» (p. 6), afirma al inicio. El autor habla de sí mismo, pero a la vez, mientras comprende y expresa su estado, acaba por conectar con sus semejantes, romper el solipsismo, pasar del yo al nosotros[18]. No estamos ante un relato meramente confesional, y mucho menos ante un texto de autoayuda: «No hay cima que yo pueda ascender para esgrimir una sonrisa desafiante desde las alturas. Este no es un relato de superación individual, es parte de una construcción colectiva de sentido», dice Balius (p. 44)[19].

Imagen de Lo que (me) está pasando, de Miguel Brieva.

A la hora de caracterizar su propio malestar, el enfoque de Balius es muy preciso:

«Oigo voces. Las oigo dentro de mi cabeza. En Inglaterra se acuñó el término voice hearer, “escuchador de voces”, que no suena tan mal como todo lo demás. Psicosis, alucinación auditiva, esquizofrenia… Voice hearer, simple descripción».

Mario Pellejer representa en Desmesura las voces a la manera de monstruos sendakianos.

Al describir la escucha de voces en esos términos, Balius evita la manía clasificatoria, el etiquetado de la nosografía psiquiátrica oficial y la consiguiente estigmatización de quien la padece. Oír voces es una condición personal que, cuando actúa, provoca una desmesura (hibris o hýbris) que transgrede los límites establecidos no por los dioses (como en la Grecia antigua), sino por el entorno vital. Se trata de un fenómeno cuya etiología es compleja[20] y, por tanto, cuyo tratamiento dista mucho de estar prefijado. A este respecto, es muy interesante lo que apunta Balius acerca de la medicación (p. 98):

«Las pastillas nunca han eliminado del todo mis voces ni mis ruidos. Es algo que me tranquilizó escuchar en boca de mucha otra gente. Solemos callarlo para no acabar babeando con dosis cada vez más altas. Eso no quiere decir que no sean útiles. Sólo quiere decir que no curan. Los psiquiatras no son capaces de emitir un diagnóstico basado en pruebas objetivas, y sus fármacos tampoco pueden devolvernos la salud. En la medida en que hasta el momento ningún trastorno psiquiátrico ha sido indiscutiblemente vinculado a una alteración bioquímica concreta, prefiero pensar (al igual que muchas otras personas diagnosticadas, psiquiatras, psicólogos, neurólogos e investigadores) que los fármacos son sustancias que producen una intoxicación cuyos efectos pueden ser provechosos».

Pero el núcleo del problema no son los síntomas (la escucha de voces es uno de ellos), sino su causa: el paciente puede llegar a acostumbrarse y convivir con los repentinos síntomas. Para el sujeto consciente, y más para el autoconsciente, el problema es la causa, en fin, de lo catalogado como locura. ¿Por qué me pasa esto a mí? Un problema ante el cual se combina, por parte de unos y de otros, una mezcla de miedo, ignorancia y calculada indiferencia. La solución, después de todo, ha de pasar por la aceptación, la eliminación del temor y la apertura o reconocimiento de otros como semejantes. Por ejemplo, mediante el establecimiento de redes rizomáticas —horizontales— de grupos de escuchadores de voces que hablan de su experiencia. “En mi soledad, he visto cosas muy claras que no son verdad”: son versos de Antonio Machado citados por Balius como colofón. Se trataría de aprender a convivir colectivamente, entonces, con la llamada locura.

Significativa página de Desmesura .

 

BIBLIOGRAFÍA

Campbell, E. (2013): “La autobiografía en el cómic. Una muy breve introducción a un tema muy extenso, visto desde una bicicleta en marcha”, en García, S. (coord.): Supercómic. Mutaciones de la novela gráfica contemporánea. Madrid, Errata naturae, pp. 27-38.

Costa, I. (2013): “Justin Green y el surgimiento del cómic autobiográfico”, CuCo, Cuadernos de cómic 1, 111-140. Disponible en red: http://cuadernosdecomic.com/docs/revista1/justin_green_costa.pdf [Consultado el 10-II-2020]

Deleuze, G., y Guattari, F. (1974): El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia. Barcelona, Barral.

González, I. (2017): Imágenes de la enfermedad en el cómic actual. León, Eolas.  

González, I. (2018): “La patografía gráfica en España: un género emergente más allá de Arrugas”, en Abello, A.; Arciello, D., y Fernández, S. (eds.): Nuevos horizontes de la crítica literaria hispánica. León, Publicaciones Universidad de León, pp. 293-305.

Luengo, E. (2012): “María Zambrano: La confesión: género literario como lenguaje del sujeto”. Tropelías. Revista de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, 18, 278-298.

Mayor, B. (2018): “Qué es la medicina gráfica”, en Tebeosfera, tercera época, 9, Sevilla. Disponible en línea el 10-II-2020 en https://www.tebeosfera.com/documentos/que_es_la_medicina_grafica.html          

Ossa, F. (2019): Cómic. La aventura infinita. Bogotá, Planeta Colombiana.

Trabado, J. M. (2012): “Construcción narrativa e identidad gráfica en el cómic autobiográfico: retratos del artista como joven dibujante”, en Saiz, M. P., y Baena, R. (eds.): Identidad y representación en el discurso autobiográfico. Rilce. Revista de Filología Hispánica 28.1, 223-256.

Zambrano, M. (1995): La confesión: género literario. Madrid, Siruela.

 

NOTAS

[1] (Luengo 2012, 285-286). En esta cita la autora parafrasea a María Zambrano a propósito del texto de la filósofa sobre La confesión (Zambrano 1995).

[2] Publicada en 1973 en la revista Short Order Comix. Posteriormente, Spiegelman incluyó la historieta en Breakdowns (1977) y en las páginas 102-105 de Maus. Relato de un superviviente (1980-1991), correspondientes a la primera parte de Maus, “Mi padre sangra historia”, recopilada en tomo en 1986. En la página 101 de Maus, Spiegelman se refiere así a “Prisionero en el Planeta Infierno”: «Apareció en un desconocido cómic underground…».

[3] Se admite generalmente que el nacimiento del cómic autobiográfico y confesional tuvo lugar con la obra de Justin Green (Costa 2013; Campbell 2013), pese a la coincidencia cronológica de esta con la historieta de Spiegelman. En apoyo de esta admisión podemos aducir el hecho de que fue el propio Spiegelman quien, por ejemplo, en su introducción de 2009 a Binky Brown conoce a la Virgen María, reconoció sin reservas la prioridad de Green (cosa que también Robert Crumb había reconocido previamente, véase Campbell 2013: 29). Lo importante en este respecto no es que la historieta de Green constase de cuarenta planchas frente a las cuatro de la de Spiegelman, ni que la del primero tuviese una relativa mayor difusión. El asunto es que Spiegelman conoció Binky Brown en fase de gestación y, como él mismo declara en el texto citado, sus páginas le fliparon. Y es casi seguro que sería dicho flipe lo que inspiraría a Spiegelman su concepción de “Prisionero en el Planeta Infierno”.

[4] El artículo de Rosenthal, publicado en el semanario estadounidense The Nation con fecha 9 de septiembre de 1959, llevaba por título “Poetry as Confession” y consistía en una revisión o crítica del poemario Life Studies, de Robert Lowell.

[5] Ciertamente, el término ‘confesional’ tiene su origen en la literatura. Sin embargo, unos años antes de que Rosenthal publicara su artículo, María Zambrano había publicado en México, en 1943, su libro La confesión: género literario (Zambrano 1995). Los contextos de los escritos de Rosenthal y de Zambrano difieren tanto como puedan hacerlo entre sí una reseña crítica de un libro de poesía y un libro filosófico (bien que preñado de razón poética), si bien en más de un sentido ambos textos quizá no se alejen tanto, teniendo en cuenta la dirección a que apuntan en relación con la intimidad poética del alma que se desnuda.

[6] Tal y como indica Campbell, la cita de Januszczak está sacada de una reseña publicada en The Guardian el 24 de julio de 1984, en la que el crítico comentaba una exposición londinense sobre las relaciones entre los cómics y el arte de galería.

[7] El desorden obsesivo-compulsivo ilustrado gráficamente por Justin Green en Binky Brown se consideraba parte del grupo de las neurosis descritas por Freud. Sin embargo, la nosografía que hoy predomina integra ese desorden en el espectro TOC, asociado en parte a un desequilibrio químico cerebral y susceptible por tanto de tratamiento farmacológico (mediante inhibidores selectivos de reabsorción de serotonina), combinado con técnicas de psicología del comportamiento. En el epílogo de 2009 de Binky Brown, el propio Green refiere este hecho y cómo estuvo durante unas semanas, ya en su etapa madura, medicado con Anafranil, hasta que decidió dejarlo y vivir sin medicarse (salvo por el café, añade entre paréntesis).

[8] No obstante, R. Crumb había publicado en 1986 (Weirdo #17) la historieta titulada “La experiencia religiosa de Philip K. Dick”, en la que dibuja en lenguaje gráfico la experiencia alucinatoria que tuvo Dick en 1974, descrita por el propio escritor en sus diarios (Exégesis) y en la novela Valis. Ante lo que Dick describió como “Una visión del Apocalipsis”, Crumb se pregunta: «¿Era el inicio de una esquizofrenia o una auténtica revelación? O, lo que es más, ¿existe alguna diferencia entre ambas cosas?». Por otra parte, el hecho de que Robert Crumb escribiese la introducción de Pagando por ello, de Chester Brown, es una prueba documental de que ciertamente no hay ruptura, sino continuidad —o al menos sintonía— entre el cómic underground y el llamado alternativo de los noventa.

[9] La antipsiquiatría nació en el seno de la psiquiatría, aunque se reconoce entre sus fundamentos la obra de Michel Foucault publicada en 1961 bajo el título Historia de la locura en la época clásica (en la edad moderna, diríamos aquí). El término ‘antipsiquiatría’ procede de David Cooper (Psiquiatría y antipsiquiatría, 1967), pero refiere un concepto que designa un enfoque y un conjunto de actitudes teóricas y prácticas opuestas a la psiquiatría oficial del momento en que nació y compartidas por otros psiquiatras. Chester Brown no cita a Cooper, pero sí a Thomas Szasz y a R. D. Laing, quienes, por cierto, rechazaban el término ‘antipsiquiatría’, aunque no su concepto. Brown, por su parte, dice que no encuentra inconveniente en el uso de ese término. Véase Antipsiquiatría.

[10] El mecanismo de esta función terapéutica lo describe así el mismo profesor (Trabado 2012: 248): «El hecho mismo de que la escritura, frente al discurso oral, permita la aparición de una conciencia y ésta, a su vez, un desdoblamiento puede estar relacionado con esa función terapéutica de un relato anclado en el yo. El sujeto se cuenta y se interpreta a sí mismo. Se convierte en personaje de su relato en el que se interpreta: es quien mira y, también, lo contemplado. La inmediatez de lo hablado cede paso a lo diferido de la escritura, y nace entonces la capacidad reflexiva. La apariencia traumática, por su lado, pide necesariamente su conversión en un relato en el que todo cobre sentido».  

[11] Me refiero a ese estilo característico de Chester Brown, presente en obras posteriores suyas como Pagando por ello (2011) o María lloró sobre los pies de Jesús (2016), formalmente distante, neutral y con el añadido de unas notas finales trufadas de referencias documentales, argumentaciones y explicaciones.

[12] Uno de los significados de la palabra Breakdowns (el título de la recopilación de historietas de Spiegelman) alude al conflicto neurótico.

[13] Frente al psicoanálisis de naturaleza freudiana, el esquizoanálisis tiene su origen en El Antiedipo (1972), primera parte del díptico Capitalismo y esquizofrenia, obra de Gilles Deleuze y Félix Guattari, culminado con Mil Mesetas (1980). Pero lo cierto es que el esquizoanálisis, emparentado con la antipsiquiatría (cfr. La muerte de la familia, libro de David Cooper publicado en 1972), disuelve la frontera entre neurosis y psicosis, o implica que su diferencia no es de naturaleza, sino de grado. Por un lado, Deleuze y Guattari dan a entender que Edipo es algo parecido a un concepto a priori o una “constante estructural” que cubre diferentes funciones analíticas y sintéticas: «Indecidible, virtual, reactivo, así es Edipo» (Deleuze y Guattari 1974: 134, cursivas suyas). Por otro lado, al insistir en el origen social y político del “trastorno mental”, se elimina el criterio establecido según el cual la esquizofrenia y las psicosis en general tienen una etiología biológica o química, mientras que la histeria y las neurosis en general responden a causas ambientales. De este modo, en el ámbito del cómic que nos ocupa, tal y como sugiero en la nota 8, no se puede hablar de una barrera o ruptura entre la historieta de 1972 de Art Spiegelman y la de 1995 de Chester Brown. Uno de los síntomas de lo que afirmo lo proporciona el hecho de que el acontecimiento desencadenante tanto de “Prisionero en el Planeta Infierno” como de “Mi madre era esquizofrénica” es la muerte de la madre respectiva de ambos autores. Sobre el esquizoanálisis, véase El antiedipo: Entrevista a Gilles Deleuze y Félix Guattari

[14] El adjetivo ‘confesional’ tiene una inevitable connotación religiosa («Que pertenece a una confesión religiosa o la defiende», es la definición del DRAE). De hecho, en nuestro entorno era corriente el empleo del mismo aplicado a productos culturales como películas, tebeos u obras literarias (el hecho de que el catolicismo fuese la confesión común en tales productos es solo una muestra de que esa era la religión dominante en nuestro entorno). Las Vidas ejemplares de la editorial Novaro son un ejemplo de lo que se entendía por historieta o tebeo confesional. En cine, desde El signo de la Cruz o Balarrasa hasta La Pasión o La espina de Dios, por citar algunos títulos, son películas confesionales en este sentido (sin embargo, cuando algún comentarista califica la película de Almodóvar Dolor y gloria como una muestra de cine confesional, aplica el adjetivo en el sentido en que aquí decimos que Fun Home, p. e., es cómic confesional). Por este motivo, para evitar dicha connotación religiosa, quizá fuera preferible emplear el adjetivo ‘testimonial’ para referirse a productos en los que prevalece la autobiografía, o la autoexpresión, tal y como Felipe Ossa describe Persépolis como “novela gráfica de corte testimonial” o Our Cancer Year (1994) como “relato testimonial” (Ossa 2019: 197, 200). En cualquier caso, se observa que con el tipo de historieta que cultiva Chester Brown encaja mejor el adjetivo ‘testimonial’, libre de asociaciones a otros ámbitos, incluidos los de una conciencia culpable (asociaciones que igualmente están ausentes en tantas novelas gráficas comúnmente calificadas como confesionales, entre las que se encuentran las de Bechdel, Satrapi y Pekar-Brabner-Stack citadas en esta nota).

[15] La revista Tebeosfera dedicó un monográfico (3ª época, nº 9, 18-XII-2018), coordinado por Blanca Mayor Serrano, al tópico Medicina y Cómic: https://www.tebeosfera.com/numeros/tebeosfera_2016_acyt_-3_epoca-_9.html

[16] Blog del Creap-Imserso Valencia: Centro de Referencia Estatal de Atención Psicosocial.

[17] Pese al título del presente artículo, mi pretensión aquí no es agotar el tema de la psiquiatría y la antipsiquiatría en cómic, ni ofrecer un listado más o menos completo de títulos de historietas al respecto. Sería una labor vastísima. Títulos como Yo, loco (2018), de Altarriba y Keko, por citar uno solo, darían mucho juego para un estudio largo sobre este tópico, pero sugiere otros enfoques añadidos que ampliarían demasiado mi intervención.

[18] En algún momento, leyendo Desmesura me he acordado del tebeo Lo que [me] está pasando (2015), de Miguel Brieva, el cual es más abiertamente político, aunque narra el proceso de una psique individual que bordea la clínica y acaba encontrando solución traspasando su solipsismo.

[19] Otro aspecto común entre Una entre muchas y Desmesura se observa cuando Una afirma en su libro: «No es una confesión (…) no estoy confesando nada».

[20] Véase ¿Por qué escuchan voces las personas?, referencia indicada en la bibliografía de Desmesura. Cuatro explicaciones se ofrecen, sin seguir un orden particular, sin ser mutuamente excluyentes y cada una con sus pros y sus contras: 1) Las voces están ligadas al “discurso interior”; 2) Las voces son respuestas a episodios traumáticos; 3) Los factores sociales y ambientales juegan un papel destacado, y 4) Cuanto ocurre en el cerebro también es importante.

Creación de la ficha (2020): Félix López
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Jesús Gisbert (2020): "Psiquiatría y antipsiquiatría en cómic", en Tebeosfera, tercera época, 13 (22-III-2020). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 24/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/psiquiatria_y_antipsiquiatria_en_comic.html